jueves, 6 de marzo de 2014

Usted a lo suyo y nosotras a lo nuestro


Un cura con sotana camina por una calle de Bilbao. | EL MUNDO

Imaginen media docena de “Rafaelas”. El caso es que al bueno de D. José le encomendaron una nueva parroquia perdida en la periferia de una gran ciudad. Apenas esa media docena de Rafaelas cada día en misa. Mujeres de edad provecta que acudían cada tarde con su mejor voluntad.

D. José, cura de siempre, y preocupado por sus fieles, se hizo esta reflexión: da igual una que cuatro, mayores o jóvenes, son feligresas y tienen derecho a que se les explique la palabra de Dios. Por tanto cada tarde, al finalizar las lecturas, unos minutos de homilía. Hasta que un día se da cuenta D. José de que mientras él predica ellas aprovechan para ir rezando el rosario.

A ver, señoras, dijo el buen cura, una de dos: o predico o rezan el rosario. Ellas, impertérritas, respondieron: “ay D. José, no se ponga así, no tiene nada que ver; usted a lo suyo y nosotras a lo nuestro”.

Me he acordado de la anécdota de D. José al comenzar un año más la cuaresma. No. No se me hagan lío con lo de la conversión profunda del corazón, la vuelta a los orígenes insondables de la existencia, la reordenación de la vida entera en el espíritu de las bienaventuranzas y el gozo de la apertura al Otro y a los otros. Es mucho más fácil.
La conversión es un sencillo volver al “nosotros, a lo nuestro”. ¿Qué es lo nuestro? Pues ya se sabe, eso que hay que hacer para heredar la vida eterna: cumplir los mandamientos, esos que se encierran en amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo y vivir de acuerdo con las obligaciones y compromisos adquiridos ante Dios y ante la sociedad. Pero…

Siempre hay un pero. Los mandamientos cuestan y alguno da especiales problemas, el amor a Dios se nos olvida o queda difuminado en vaya usted a saber qué nuevas e inventadas exigencias que no son tales, y al prójimo le amamos de corazón siempre y cuando sea un prójimo al otro lado de las fronteras de Ceuta y Melilla, un hermano subsahariano , indígena hispanoamericano o chinito común. Lo jorobado es amar y aguantar a mi cuñada Mari Puri, al cabrito de mi jefe, a esos dos compañeros de trabajo que me caen como patada en salva sea la parte, a la pesadita de mi vecina, esa que vive sola, a mi cónyuge que lleva unos días insoportable y a los abuelos, pasaditos y reiterativos.
Pues nada, hay que volver a lo nuestro. A poner el corazón en Dios por encima de cualquier otra consideración, a tenerle como piedra angular de la existencia. A derrochar amor, paciencia, perdón y generosidad con los hermanos, especialmente con los “próximos”. Eso es la conversión. Siempre difícil, siempre desgarradora, pero siempre portadora de gozo infinito y vida resucitada.
Volver a lo nuestro. ¿Cómo hacerlo si la voluntad es débil? Para eso está el ayuno, que refrena las pasiones y regala libertad para elegir lo que debemos. Acercarse a los débiles… claro, con la limosna efectiva y afectiva para el menesteroso y la sonrisa, la cercanía y la amabilidad con el siempre más próximo. Clavarse de rodillas delante del Señor, escuchar su Palabra y dejarse llenar por Él. Así uno retoma el camino perdido y vuelve a dedicarse a “lo suyo”: la fe, la oración, la liturgia, las buenas obras…

Eso es la cuaresma. Repensar la vida y volver “a lo nuestro”. Feliz cuaresma. 

Jorge Glez Guadalix 

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