jueves, 6 de marzo de 2014

Carta semanal del Sr. Arzobispo


El Sr. Arzobispo celebrando en la Capilla Clementina 


Estamos los Obispos españoles haciendo la Visita Ad Limina Apostolorum, que cada cinco años más o menos realizamos a Roma para encontrarnos con el Sucesor de Pedro, visitando las tumbas de los Apóstoles Pedro y Pablo. Nos acercamos también a los departamentos de la Santa Sede relacionados con la vida pastoral de nuestras Iglesias particulares y que suelen coincidir con las distintas delegaciones diocesanas.

Previamente mandamos un informe exhaustivo sobre la situación que tenemos en cada una de las Diócesis. Pero uno de los momentos más intensos y esperados es el del encuentro con el Papa. Los papeles pueden acercar datos estadísticos, un elenco de actividades, planes bien proyectados, cifras y desafíos en curso… Pero el encuentro personal lleva el aliento de quienes a diario rezan y aman, mirando a quienes de tantos modos acompañan y por quienes de tantos modos nos sabemos acompañados.

El encuentro de un Obispo con el Papa, es también un encuentro con toda la Diócesis que lleva en su corazón, al presentar a todos esos hermanos que se te han confiado y que de alguna manera representas. Así me sen yo ante nuestro Santo Padre Francisco, con toda la emoción conmovida al poder acercarle ese pueblo cristiano que peregrina en Asturias como Diócesis de Oviedo.Ha sido un encuentro con un hermano mayor o un padre que acoge a otros hermanos que llevan adelante la alegría del Evangelio en sus Diócesis.Le presenté a los sacerdotes, los consagrados, los seminaristas (preguntó por ellos), las familias, los ancianos, los enfermos, los jóvenes y los niños.

Le planteé una cuestión partiendo de San Francisco que vivió como hijo de Dios, hijo de la Iglesia e hijo de su tiempo. Tres filiaciones que hacen de su santidad algo siempre contemporáneo y concreto.Como pastores quizás no tenemos especial dificultad en vivir nosotros y acompañar a nuestro pueblo en las dos primeras filiaciones (Dios y la Iglesia), pero no siempre nos resulta fácil ser hijos de nuestro tiempo en armonía con las dos anteriores. Porque nos encontramos a menudo en una encrucijada: los que llenos de nostalgia del pasado nos exigen sus añoranzas, los que llenos de utopías del futuro nos exigen sus fantasías. Son añoranzas y fantasías litúrgicas, pastorales, culturales y hasta políticas. Luego están los que en medio de una imposible equidistancia se contentan con dejar las cosas como están mediocremente porque dicen que ahí siempre han estado. ¿Cómo hacer para acompañar a nuestro pueblo con el Evangelio de la alegría, siendo hijos de Dios, de la Iglesia y de nuestro tiempo? Esta fue mi pregunta. Su respuesta fue larga y muy rica.

El Santo Padre con grandísima cordialidad me respondió insistiendo en que tenemos que estar muy cerca de los jóvenes, particularmente los jóvenes heridos por el relativismo moral y las ideologías, los que sufren la lacra del paro, jóvenes que vienen de familias desestructuradas y destruidas. Subrayó que al menos estos jóvenes están, pues a otros no les dejaron nacer. A unos se les descarta antes de nacer por puro egoísmo y a otros se les descarta en su futuro empujándoles al suicidio. Recordó que esta es una de las estadísticas que nadie se atreve a publicar: el del suicidio juvenil. Fueron entrañables las palabras sobre los ancianos: es sabiduría de experiencia vivida de la que tenemos tanto que aprender. Y sostener a las familias en un momento de dura precariedad, ayudando a todos a recuperar la esperanza creyendo en la misericordia de Dios. El mensaje que luego nos dio a todos los Obispos es precioso. De él hablaré la próxima semana.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

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