Queridos hermanos y hermanas:
La catequesis de hoy está centrada en el sacramento de la Reconciliación.
Este sacramento brota directamente del Misterio Pascual. Jesús Resucitado se
apareció a sus apóstoles y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo, a quienes
perdonen los pecados, les quedarán perdonados». Así pues, el perdón de los
pecados no es fruto de nuestro esfuerzo personal, sino es un regalo, un don del
Espíritu Santo que nos purifica con la misericordia y la gracia del Padre.
La Confesión, que se realiza de forma personal y privada, no debe hacernos
olvidar su carácter eclesial. En la comunidad cristiana es donde se hace
presente el Espíritu Santo, que renueva los corazones en el amor de Dios y une a
todos los hermanos en un solo corazón, en Jesucristo. Por eso, no basta pedir
perdón al Señor interiormente; es necesario confesar con humildad los propios
pecados ante el sacerdote, que es nuestro hermano y representa a Dios y a la
Iglesia.
Nos puede hacer bien hoy a cada uno pensar cuanto tiempo hace que no me
confieso, que cada uno responda, le puede hacer bien.
El ministerio de la Reconciliación es un auténtico tesoro, que en ocasiones
corremos el peligro de olvidar, por pereza o por vergüenza, pero sobre todo por
haber perdido el sentido del pecado, que en el fondo es la pérdida del sentido
de Dios. Cuando nos dejamos reconciliar por Jesús, encontramos una paz
verdadera.
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