jueves, 2 de enero de 2014

Carta semanal del Sr. Arzobispo

 
La paz no caduca si es fraterna
 
Una larga historia humana atestigua un dato que duele en el hondón del alma: la fragilidad de nuestras relaciones, lo fácilmente que se rompen los acuerdos trabados para largo o para siempre, la vulnerabilidad de nuestros mejores sueños que tan pronto se pueden trocar en las peores pesadillas. Todo esto está en el tejido de nuestros anales y calendarios, como un reproche que se nos hace desde la experiencia misma de tantos trechos humanos que hemos recorrido entre las tragedias y las esperanzas.

El Papa Francisco nos dice en su primer mensaje de la Paz, que cada año nos ofrecen los Sucesores de Pedro, que no obstante esto, aún siendo verdad, no podemos arrancar de nosotros mismos un distinto modo de empeñarnos en un mundo distinto. Dice así el comienzo de su mensaje: «El corazón de todo hombre y de toda mujer alberga en su interior el deseo de una vida plena, de la que forma parte un anhelo indeleble de fraternidad, que nos invita a la comunión con los otros, en los que encontramos no enemigos o contrincantes, sino hermanos a los que acoger y querer».

Quizás como en ningún otro momento de la historia tenemos herramientas para acercarnos los unos a los otros dentro de unas comunicaciones que nos permiten saber lo que sucede a los demás aunque estén a miles y miles de kilómetros de distancia. Y tenemos también cauces para acudir con prontitud en su ayuda cuando se precisa un gesto solidario que salga al encuentro de cualquier necesidad. Pero como decía Benedicto XVI, la globalización, nos acerca a los demás, pero no nos hace hermanos. Más aún, podemos llegar a globalizar la más cruel insolidaridad.

Si esta descripción fuera simplemente así y tan sólo pudiésemos levantar acta de nuestra penúltima tragedia sin que podamos hacer nada, sería terrible este modo de tomar conciencia de lo que nos pasa pero condenados al vacío, al absurdo, al más terrible fracaso humano. Pero gracias a Dios, no sabemos resignarnos, no sabemos dejar de so-ñar, no sabemos dejar de esperar que algo nuevo suceda, que algo que está sucediendo ya, llegue a protagonizar alguna vez la gran historia de los hombres.

Y una de esas esperas, uno de esos sucedidos que ya han acontecido aunque tantas veces resulten frágiles y tan frecuentemente se hayan traicionado y herido, es preci-samente la llamada a la fraternidad. Somos hijos de Dios y ahí se fundamenta nuestra fraternidad. Podemos ser malos hijos de Dios y hermanos mejorables, pero no podemos arrancar de nuestro corazón esto a lo que estamos llamados. Es el tema de este mensaje para este primer día del año: que el fundamento y el camino para la paz está en la fra-ternidad. Pero no vale una fraternidad cualquiera. Por eso dice el Papa:

«La fraternidad tiene necesidad de ser descubierta, amada, experimentada, anunciada y testimoniada. Pero sólo el amor dado por Dios nos permite acoger y vivir plenamente la fraternidad. Ésta es la buena noticia que reclama de cada uno de nosotros un paso ade-lante, un ejercicio perenne de empatía, de escucha del sufrimiento y de la esperanza del otro, también del más alejado de mí, poniéndonos en marcha por el camino exigente de aquel amor que se entrega y se gasta gratuitamente por el bien de cada hermano y her-mana. Cristo se dirige al hombre en su integridad y no desea que nadie se pierda. Lo hace sin forzar, sin obligar a nadie a abrirle las puertas de su corazón y de su mente. Así pues, toda actividad debe distinguirse por una actitud de servicio a las personas, espe-cialmente a las más lejanas y desconocidas. El servicio es el alma de esa fraternidad que edifica la paz». Que tengáis un año nuevo lleno de bendición.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

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