martes, 7 de enero de 2014

Año nuevo, vida vieja


Es frecuente en estos días reptimos aquello de Año nuevo, vida nueva. Pero tengo mis dudas. ¿Por qué hay que hacer todo nuevo, cambiar y cambiar y cambiar? Parece que, al empezar el año, tenemos que hacer “borrón y cuenta nueva”, olvidar lo que habíamos hecho y optar por lo nuevo. La novedad no siempre significa avance, mejora, evolución.

Los fanáticos evolucionistas olvidan un dato de sentido común: ¿por qué las mutaciones, siempre y de modo tan teledirigido, van hacia el bien? ¿No puede haber, y de hecho lo constatamos, un cambio a peor? Los anticonservadores a ultranza olvidan que hay muchas cosas que no cambiamos: conservamos la costumbre de comer todos los días, aunque vamos cambiando lo que comemos. Conservamos la costumbre de beber con frecuencia, aunque según las horas, necesidades y situaciones cambiamos el agua por el vino o un licor o un refresco. Conservamos la costumbre de dormir varias horas al día, aunque varía su núemro según la edad, la época del año o la situación anímica. Cambiar no implica mejorar, ni las mejoras no se derivan simplemente de no cambiar.

¿Qué sería de la física si se tomase al pie de la letra eso de Año nuevo, vida nueva? Cada año tendría que empezar a demostrar, desde cero, axiomas tan básicos como la ley de la gravedad o la relación entre el espacio, el tiempo y la velocidad. ¿Qué haría el investigador químico si cada año, el 1 de enero, tuviese que empezar a describir, uno por uno, la particularidad y complejidad de cada elemento de la tabla periódica? Poco podríamos avanzar y mejorar a lo largo del año.

En el hablar popular de muchas zonas de hispanoamérica se usa muy poco el término “viejo” para referirse a las personas. A los 80 o 90 años una persona no es vieja, algo que está mal y necesita ser cambiado. Es “mayor”, mayor en edad, en experiencia, en la sabiduría de la vida. Y un año nuevo significa un año más, en la sabiduría de las canas, o de la ausencia de canas por falta de pelo..

Ante los próximos 365 días prefiero hablar de Año nuevo, vida renovada. No es olvido por el año que pasa, sino actitud renovada, ilusión renovada, ante el año que empieza. Ese renovar implica tres momentos, que no surgen tan espontáneos con la velocidad de crucero que va adquiriendo la sociedad actual, que vamos tomando cada uno de nosotros.

Primero, pararse, detenerse, y pensar qué hemos vivido y hacia dónde vamos. Las empresas realizan, al menos a fin de año, un balance de su funcionamiento: ganancias, pérdidas, beneficios, costes... Una fotografía de la situación económica. No hay que temer este freno. El que corre en una carrera tiene que ver hacia dónde está la meta, so pena de alejarse con cada paso que da.

El siguiente peldaño es examinarse. Algunos universitarios tienen a la vuelta de la esquina los exámenes de la primera mitad del curso. Además del temido “momento – nota”, el examen pone delante del examinado la meta que debería haber conseguido y la situación actual, de proximidad o lejanía, en referencia a ese destino. ¿Cerca? ¿Lejos? ¿a años luz? Es el momento de evaluar los conocimientos de la asignatura. Y en la carrera de la vida, el momento de evaluar el corazón y la esperanza. ¿Está más cerca de la meta de todo hombre, amar, a los demás, repartir esperanza y sonrisas, dar lo que antes hemos recibido de Dios?

El último peldaño, el más alto y difícil, pero también el más importante, es ponerse a pedalear. Por la experiencia de los años pasados, sabemos que una cosa es el camino que pensamos para nosotros durante este año, y otra el que nos tocará recorrer. Entre tantas felicitaciones del 2014, una decía, recordando un refrán mexicano: “Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes”. Una esbelta niña , con su coleta y su sonrisa, piensa en la línea recta y tranquila de este año. Abajo, encontramos “los planes de Dios para ti”, y un camino que parece una etapa de la Vuelta o el Giro, con 3 ó 4 puertos de primera, subidas, bajadas, y hasta nieve o agua.

¿Qué nos espera este año? Cosas nuevas, cosas viejas (léase que no cambian), y sobre todo una vida que crece, que sube, que avanza. El Papa Francisco nos dejó dos regalos en el primer año de su pontificados: la luz y la alegría, la luz de la fe, que ilumina el camino aunque no apabulla ni obliga, y la alegría del evangelio, de esa Buena Noticia que todos esperamos: Alguien, con mayúscula, te ama y acompaña en el pedaleo de este 2014.
José F. Vaquero

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