martes, 16 de mayo de 2017

La adoración de los ídolos no da la felicidad. Por Monseñor Atilano Rodríguez


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Los cris­tia­nos en el sa­cra­men­to del bau­tis­mo ini­cia­mos un ca­mino de co­mu­nión con Cris­to y con to­dos los miem­bros del Pue­blo de Dios. El re­co­rri­do de este ca­mino de­be­ría con­du­cir­nos a la san­ti­dad de vida y a la per­fec­ción en el amor pues, in­jer­ta­dos en la san­ti­dad de Dios por el bau­tis­mo, me­dian­te la ac­ción del Es­pí­ri­tu San­to, re­ci­bi­mos el en­car­go de fa­vo­re­cer el desa­rro­llo de la se­mi­lla de­po­si­ta­da por Él en nues­tros co­ra­zo­nes. Esto lle­va con­si­go que los bau­ti­za­dos, ade­más de aco­ger el tes­ti­mo­nio cre­yen­te de nues­tros pa­dres y de los res­tan­tes miem­bros de la Igle­sia, nos preo­cu­pe­mos tam­bién de nues­tra for­ma­ción cris­tia­na.

Los se­res hu­ma­nos, crea­dos a ima­gen y se­me­jan­za de Dios, es­ta­mos lla­ma­dos a vi­vir en re­la­ción de amis­tad con Él. De for­ma cons­cien­te o in­cons­cien­te, bus­ca­mos siem­pre con­vi­vir con la reali­dad in­fi­ni­ta de Dios y desea­mos en­con­trar en Él la to­tal fe­li­ci­dad. En oca­sio­nes, nos equi­vo­ca­mos y da­mos va­lor ab­so­lu­to a mu­chas reali­da­des que no tie­nen ese va­lor ni son dig­nas de nues­tra ado­ra­ción. Esto su­ce­de cuan­do en vez de pres­tar cul­to y ado­ra­ción al Dios ver­da­de­ro ado­ra­mos los ído­los del di­ne­ro, de los ho­no­res, del po­der, de la fama y de los pla­ce­res de la car­ne, con­si­de­rán­do­los bie­nes ab­so­lu­tos, con ca­pa­ci­dad para ha­cer­nos fe­li­ces y para ase­gu­rar nues­tra vida.

Cuan­do ocu­rre esto, en vez de cre­cer hu­ma­na­men­te y de en­trar cada vez más en la hon­du­ra de nues­tro ser, nos en­ce­rra­mos en no­so­tros mis­mos, nos hun­di­mos en las pro­pias li­mi­ta­cio­nes y ex­te­rio­ri­za­mos la amar­gu­ra que nos co­rroe in­te­rior­men­te.

Je­sús, sin for­zar nun­ca nues­tra li­ber­tad, nos re­cuer­da la ne­ce­si­dad que te­ne­mos de con­tar con Dios para en­con­trar el sen­ti­do y la ver­da­de­ra orien­ta­ción de nues­tra exis­ten­cia. Él vino al mun­do para li­be­rar­nos de los ído­los y ayu­dar­nos a cre­cer en la ver­dad de nues­tro ser, re­cor­dán­do­nos que sólo Dios es esa reali­dad in­fi­ni­ta a la que que­re­mos ad­he­rir­nos en lo más pro­fun­do de nues­tro co­ra­zón para exis­tir en ple­ni­tud. Sólo en Él y de Él po­de­mos re­ci­bir el per­dón de los pe­ca­dos y al­can­zar la sal­va­ción.

Nues­tro afán de ser y de vi­vir para siem­pre no pue­de ve­nir del re­plie­gue so­bre no­so­tros mis­mos o so­bre nues­tros de­seos. Te­ne­mos ne­ce­si­dad de es­ta­ble­cer re­la­ción con un ser su­pe­rior que nos ayu­de a cre­cer como se­res hu­ma­nos y que nos per­mi­ta vi­vir con Él más allá de no­so­tros mis­mos. La es­pe­ran­za de vi­vir sin lí­mi­tes no po­de­mos lo­grar­la sin el Dios que ha que­ri­do acer­car­se a no­so­tros por me­dio de Je­su­cris­to y que nos re­ga­la el don del Es­pí­ri­tu San­to para que crez­ca­mos en la co­mu­nión con Él. Nues­tros es­fuer­zos para con­se­guir la fe­li­ci­dad y para vi­vir sin lí­mi­tes son sim­ples qui­me­ras y alu­ci­na­cio­nes.

La per­so­na, si no al­can­za la co­mu­nión con un ser ver­da­de­ra­men­te in­fi­ni­to y eterno, ca­paz de col­mar sus de­seos de vi­vir para siem­pre, será un fra­ca­sa­do y un frus­tra­do. Como nos re­cuer­da el Con­ci­lio Va­ti­cano II, “la se­mi­lla de eter­ni­dad que el hom­bre lle­va en sí, por ser irre­duc­ti­ble a la sola ma­te­ria, se le­van­ta con­tra la muer­te” (Gaudium et Spes 18). Esto quie­re de­cir que ne­ce­si­ta­mos es­ta­ble­cer co­ne­xión con el ser in­fi­ni­to y ver­da­de­ro que nos sos­ten­ga en la exis­ten­cia y pue­da col­mar nues­tras an­sias de vida y fe­li­ci­dad.

Sólo Dios pue­de dar­nos la paz del co­ra­zón y cla­ri­fi­car nues­tro mun­do in­te­rior, el mun­do de los de­seos y de nues­tras ne­ce­si­da­des es­pi­ri­tua­les. Para que lo­gre­mos esta cla­ri­fi­ca­ción in­te­rior, el Se­ñor re­su­ci­ta­do vie­ne cons­tan­te­men­te a no­so­tros por me­dio de su Pa­la­bra y de los Sa­cra­men­tos re­ga­lán­do­nos su vida, ofre­cién­do­nos su sal­va­ción y le­van­tán­do­nos de la muer­te. La res­pues­ta a este don que Dios nos hace por me­dio de Je­sús sólo es po­si­ble si cada uno da el paso ne­ce­sa­rio para en­con­trar­se per­so­nal­men­te con Él.

lunes, 15 de mayo de 2017

Agradecimiento

Aún con el ‘’buen sabor’’ grabado en el corazón de la emotiva y entrañable ceremonia de la Beatificación, el sábado 22 de abril en la Catedral de Oviedo, de nuestro querido Fundador Padre Luis Ormiéres, las Hermanas del Santo Ángel de Lugones nos dirigimos a todos los que con tanto cariño, entusiasmo, cercanía y oración nos habéis acompañado no sólo ese día sino desde que, el 2 de octubre de 2016, se dio a conocer la apertura del año Luis Ormiéres. Gracias de todo corazón.

Nuestra gratitud más profunda a nuestro párroco, Don Joaquín, que ha secundado unas veces, e impulsado otras, cuantas iniciativas han favorecido la relevancia de este acontecimiento tan importante y significativo para las Hermanas.

A Rodrigo asiduo colaborador y tan cercano en esta gozosa celebración.

Gracias también a todos los feligreses de la Parroquia de San Felix y a cuantas personas se relacionan con nosotras. Hemos sentido que todos habéis vivido el acontecimiento cómo propio. La Iglesia de Asturias se ha volcado en la beatificación del ‘’Santin’’ y Lugones no podía ser menos. Las muestras de cariño que nos habéis ofrecido han sido inmensas.

Gracias de nuevo.

Que el ya Beato Luis Ormiéres, con su intercesión, nos ayude y anime a vivir las actitudes de sencillez evangélica, humildad y el legado espiritual que nos dejó. A ser ‘’ángeles visibles’’ al servicio de los más vulnerables de la sociedad.


Comunidad del Santo Ángel de Lugones

Peregrinación diocesana a Fátima

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(Iglesia de Asturias) La Delegación episcopal de Peregrinaciones organiza para los días 9 al 11 de junio una peregrinación diocesana a Fátima, presidida por el Arzobispo de Oviedo, Mons. Jesús Sanz. La peregrinación se realiza con motivo del centenario de las apariciones de la Virgen de Fátima a los pastorcitos en Cova de Iría .

Más información en el teléfono: 985 222 832

domingo, 14 de mayo de 2017

Evangelio Domingo V de Pascua

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Lectura del santo evangelio según san Juan (14,1-12):


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino».
Tomás le dice:
«Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?».
Jesús le responde:
«Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto».
Felipe le dice:
«Señor, muéstranos al Padre y nos basta».
Jesús le replica:
«Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: “Muéstranos al Padre”? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras.
En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aun mayores, porque yo me voy al Padre».

Palabra del Señor

sábado, 13 de mayo de 2017

Yo soy. Por Fr. José Mª Viejo Viejo O.P.

La afirmación rotunda de Jesucristo es excluyente: “Yo soy… y nadie más”. Estamos acostumbrados a oír estas palabras del Señor, pero no siempre calamos en su sentido profundo, lo que nos ayudaría a establecer una relación personal con el Señor. Jesucristo no es uno más, por excelente que pudiera ser comparándolo con otros personajes. Jesucristo es singular, único, y no hay otra figura que se le pueda comparar. Tal singularidad radica en el hecho de que Jesús es el Hijo de Dios.

Que Jesucristo se presente como “el camino y la verdad y la vida” debiera hacernos caer en la cuenta de que no hay otro camino ni otra verdad ni otra vida que ofrezcan la seguridad y garantía que ofrece el Señor. La triple afirmación de Jesucristo es totalmente dinámica. No se trata de “ir tirando”, como a veces decimos, sino de vivir en plenitud y de caminar con decisión y total seguridad, porque con Jesucristo no hay margen de error, puesto que él es “la verdad”.

Gran desafío para el tiempo que vivimos, donde pululan incontables voces que gritan: “yo”, “yo”, “yo”. Los cristianos necesitamos injertarnos en Jesús (cf. Jn 15,5) y desde el Señor aprender a relativizar todas las cosas, puesto que el único absoluto es el que nos asegura: “Yo soy” (y nadie más).

Oración del Papa a la Virgen de Fátima

Salve Reina,
Bienaventurada Virgen de Fátima,
Señora del Corazón Inmaculado,
refugio y camino que conduce a Dios.
Peregrino de la Luz que procede de tus manos,
doy gracias a Dios Padre que, siempre y en todo lugar, interviene en la historia del hombre;
peregrino de la Paz que tú anuncias en este lugar,
alabo a Cristo, nuestra paz, y le imploro para el mundo la concordia entre todos los pueblos;
peregrino de la Esperanza que el Espíritu anima,
vengo como profeta y mensajero para lavar los pies a todos, entorno a la misma mesa que nos une.

¡Salve, Madre de Misericordia,
Señora de la blanca túnica!
En este lugar, desde el que hace cien años
manifestaste a todo el mundo los designios de la misericordia de nuestro Dios,
miro tu túnica de luz
y, como obispo vestido de blanco,
tengo presente a todos aquellos que,
vestidos con la blancura bautismal,
quieren vivir en Dios
y recitan los misterios de Cristo para obtener la paz.

¡Oh clemente, oh piadosa,
Oh dulce Virgen María,
Reina del Rosario de Fátima!
Haz que sigamos el ejemplo de los beatos Francisco y Jacinta,
y de todos los que se entregan al anuncio del Evangelio.
Recorreremos, así, todas las rutas,
seremos peregrinos de todos los caminos,
derribaremos todos los muros
y superaremos todas las fronteras,
yendo a todas las periferias,
para revelar allí la justicia y la paz de Dios.
Seremos, con la alegría del Evangelio, la Iglesia vestida de blanco,
de un candor blanqueado en la sangre del Cordero
derramada también hoy en todas las guerras que destruyen el mundo en que vivimos.
Y así seremos, como tú, imagen de la columna refulgente
que ilumina los caminos del mundo,
manifestando a todos que Dios existe,
que Dios está,
que Dios habita en medio de su pueblo,
ayer, hoy y por toda la eternidad.



¡Salve, Madre del Señor,
Virgen María, Reina del Rosario de Fátima!
Bendita entre todas las mujeres,
eres la imagen de la Iglesia vestida de luz pascual,
eres el orgullo de nuestro pueblo,
eres el triunfo frente a los ataques del mal.

Profecía del Amor misericordioso del Padre,
Maestra del Anuncio de la Buena Noticia del Hijo,
Signo del Fuego ardiente del Espíritu Santo,
enséñanos, en este valle de alegrías y de dolores,
las verdades eternas que el Padre revela a los pequeños.

Muéstranos la fuerza de tu manto protector.
En tu Corazón Inmaculado,
sé el refugio de los pecadores
y el camino que conduce a Dios.

Unido a mis hermanos,
en la Fe, la Esperanza y el Amor,
me entrego a Ti.
Unido a mis hermanos, por ti, me consagro a Dios,
Oh Virgen del Rosario de Fátima.

Y cuando al final me veré envuelto por la Luz que nos viene de tus manos,
daré gloria al Señor por los siglos de los siglos.

Amén.

El Papa en Fátima