sábado, 4 de diciembre de 2021

Oración a Santa Bárbara

Soberano y eterno Dios, admirable en tus santos, especialmente en la gloriosa Virgen y Mártir Santa Bárbara, a quién previniste con tu gracia, por cuya fe a los doce años de edad padeció cárceles, azotes y otros crueles martirios, hasta ser degollada por su mismo padre, en cuyo tránsito te pidió le hicieras esta gracia: que los que se valieran de su intercesión fuesen libres de mal, socorriéndolos en la hora de la muerte, no permitiendo que muriesen sin los Santos Sacramentos, y se la otorgaste, asegurándole que había sido oída su petición.

Ruégote, Señor, por los méritos de tu querida esposa Santa Bárbara, a quién fortaleció tu omnipotencia, ilustró tu sabiduría y abrasó tu amor, me concedas fortaleza para resistir las tentaciones, para conocer y llorar mis culpas, y concédeme amor tuyo, para que abrazado en él merezca el patrocinio de esta sagrada Virgen, y en especial en la hora de mi muerte, en la que fortalecido con los Santos Sacramentos y por medio de ellos y la intercesión de la Santa, gozar en su compañía contigo en la gloria, en donde vives y reinas por todos los siglos de los siglos. Amén.

viernes, 3 de diciembre de 2021

Hermanas del Santo Ángel: la misión de educar

(Vida nueva) Esta obra no puede entenderse sin la Madre San Pascual. Una educadora nata. “Es preciso mostrar a los niños una amable sencillez. No basta quererlos, han de notar que se les quiere”. Era una mujer “hábil para discernir”, de una gran fortaleza interior y, a la vez, delicada y sensible. Su alegría y su dulzura movían los corazones y su firmeza la hacía decidida y constante hasta el fin. Desde muy joven había sentido la llamada a la Vida Religiosa y profesó en las Hermanas de Saint Gildas des Bois (fundadas por el P. Deshayes en Beignon), donde era una persona considerada y respetada por sus hermanas, que le confiaron importantes responsabilidades. Hoy nos unen, a ambas congregaciones, lazos de fraternidad y amistad.

Juliana Mª Lavrilloux y Luis Ormières habían nacido el mismo año, separados por los 850 kilómetros entre Quillan y Josselin. Ambos coincidieron en un momento crucial. Luis tenía un proyecto y buscaba personas que le ayudasen a realizarlo y acudió al P. Deshayes. La entonces Hna. San Pascual estaba feliz y no deseaba sino vivir con una entrega, cada vez mayor, su Vida Religiosa cuando –a través del P. Deshayes– se cruzó en su vida la petición de un sencillo sacerdote que buscaba hermanas para educar a las “niñas pobres de Quillan”. Mujer apasionada por hacer la voluntad de Dios, después de muchas luchas y dificultades interiores y exteriores, y de un profundo discernimiento, descubrió este proyecto como una nueva llamada. Por eso fue capaz de arriesgar todas sus seguridades y confiar ante un futuro incierto. Nunca pensó que sería Fundadora. Tenía 30 años cuando dejó su “querida comunidad”, las personas y el lugar que amaba, a los que siempre guardó un profundo afecto. Un mes duró el viaje. El día 3 de diciembre de 1839 nació la primera comunidad. Las dificultades fueron muchas para la nueva fundación. Ormières no era ingenuo, decía que “un edificio duradero no se levanta sobre las arenas movedizas del entusiasmo. El sabio que quiere construir se sienta a estudiar sus recursos y a prepararlos”. Luchador, pero también paciente, se sentía instrumento de una misión, encomendada por la Providencia. “Hagamos siempre lo que podamos y dejemos a la Providencia el cuidado de perfeccionar toda nuestra obra ¿No será que Dios ha querido manifestar que esta es Su obra propia?”.

Hermanas camino a las periferias 

La Congregación se extendió rápidamente. Las Hermanas eran enviadas de dos en dos –a veces tres o cuatro–. No todas eran maestras, las había también farmacéuticas, enfermeras... Además de dar clase, ofrecían formación a las madres, se preocupaban de la situación de las familias, atendían a los enfermos, daban catequesis y estaban allí donde hubiera una emergencia (frecuentes en los años de guerras y epidemias). Se sucedían pequeñas escuelas, escuelas-hogar, orfanatos, formación profesional, asilos de enfermos y ancianos, visitas a los presos... Hacían realidad, en lo cotidiano, el envío: “Sed Ángeles Visibles”. “Os esforzaréis queridísimas hijas, por haceros dignas de vuestro hermoso Nombre. La Escritura nos presenta a los Ángeles como criaturas que están en la presencia del Señor, contemplan su rostro y son enviados a una misión salvadora”. Son los más pequeños y menos privilegiados los más necesitados y el objeto de sus desvelos. Todos iguales pero, si hay que hacer diferencias, hacerlas en favor de los pobres: cuando, en una festividad del Corpus, los organizadores de la procesión determinaron que solo fueran las niñas ricas, porque tenían vestidos ‘apropiados’, Luis toma rápidamente una medida: “Si no se permite ir a las niñas pobres, las demás tampoco irán”. Que cada uno encuentre y pueda desarrollar su “propio don”, cultivar la propia vocación: “No debemos adquirir el compromiso de formar a los niños en una profesión determinada... sino seguir los designios de la Providencia sobre cada uno de los niños que nos han sido confiados”. 

Ormières y San Pascual no querían para las chicas una educación “de adorno” muy al estilo de aquella época (tareas de la casa, modales, costura y música), querían también formar sus mentes (con gramática y aritmética) y sus espíritus (con una sólida formación religiosa y ética). Actualmente, la promoción de la mujer, a través de la educación escolarizada o no, o de diversos proyectos de promoción y formación, constituye un objetivo claro para las hermanas. Su interés por “hacer el bien, siempre y en todas partes”, su deseo de buscar por encima de todo la voluntad de Dios, le hace responder a una necesidad nueva que descubre en un lugar diferente. Un objetivo era no entrar en competencia con otras instituciones, sino ir allí donde todavía no había ido nadie, donde nadie había comenzado una obra similar. En España, la Congregación pasa del mundo rural a las ciudades y esto se debe únicamente a esta actitud de discernimiento ante una situación social y política completamente distinta a la de Francia y, consecuentemente, a unos objetivos también diferentes en la Iglesia española.

“Las necesidades de la Iglesia son las nuestras”, escribe el beato Luis en 1869. Adaptación y creatividad: “Estamos estudiando cuales modificaciones pudiera, sin alterar el espíritu del Instituto, acomodarse mejor al carácter y varios modales de las Naciones a donde nos mande la Providencia”. desde francia a vietnam Desde Francia, nuestro país de origen, y respondiendo a los deseos de nuestros Fundadores: “El Ángel, ¿irá a otros países? Este es el mayor de mis sueños” –decía Ormières–. Las Hermanas hemos extendido las ‘alas del ángel’ a diferentes lugares: España (1839), Venezuela (1950), Malí (1951), Colombia, Italia y Japón (1956); Estados Unidos (1962), Alemania (1967), Guinea Ecuatorial (1968), Ecuador (1975), Nicaragua (1981), México (1991), El Salvador (1994), Costa de Marfil (2001) y Vietnam (2016). Hoy, nos reconocemos como una Congregación dinámica, que vive el gozo de beber en las fuentes de nuestras raíces y de los valores que nos dan identidad; en itinerancia, siempre en búsqueda, con los ojos abiertos para contemplar el mundo, las nuevas periferias que nos llaman a salir y anunciar la alegría del Evangelio. Nos sentimos llamadas a recrear nuestro Carisma, afianzando nuestra consagración como opción de vida identificada con Cristo, vivida en sencillez y transparencia, desde una espiritualidad encarnada, centrada en la Palabra de Dios. Y a ofrecer este carisma, en la Iglesia y en el mundo, a través de nuestra misión apostólica y la Familia Laical Ángel de la Guarda.

Vivir hoy la sencillez evangélica significa para nosotros, Hermanas y Laicos: sinceridad, honradez y autenticidad personales, buscar primero a Dios y su Reino (Mt 6,33), fe humilde y confiada en la Providencia, transparencia y descomplicación en las relaciones y el modo de vivir, incompatible con el engaño y las apariencias, entrega al Señor y a los hermanos en lo cotidiano. La figura del ángel, tal como se nos muestra en las Escrituras, sigue siendo para nosotras, y para todos los laicos asociados a nuestra misión, la inspiración de nuestro modo de hacer: cuidar (Gn 16,7-11; Mt 18,10), liberar (Hch 12,7-11), guiar (Ex 23,20-23), orientar (Mt 1,20), anunciar buenas noticias (Lc 2,10), consolar (Lc 22,43), proteger (Sal 34,8), alabar (Lc 2,13). Son algunas de las muchas citas que nos muestran las actitudes que queremos vivir. Nos apasiona lo que somos y estamos llamadas a ser en el mundo. Para todos, sin distinción de edades, culturas y situaciones, ser “Ángeles visibles” es una llamada a testimoniar con gozo nuestra identidad, recrearla y compartirla con otros en nuestra misión apostólica, para que el Carisma –recibido por parte de nuestros Fundadores, el beato Luis Antonio Ormières y Madre San Pascual– se expanda en el mundo, como un modo específico de encarnar el Evangelio. Como María, modelo de seguimiento de Cristo, de vida interior y mujer creyente, avivamos nuestra mirada, escucha, sensibilidad y disponibilidad, para guardar la palabra de Jesús en nuestro corazón y estar prontas a hacer lo que Él nos diga.

Carta semanal del Sr. Arzobispo

Saber esperar

Cambian los escenarios, se suceden los años y los días, pero hay en el fondo una certeza indómita y rebelde que nos impone la imperiosa necesidad de que alguien encienda una luz de esperanza, de que suceda algo nuevo y diverso que nos ponga en danza la espera. Nuestro momento adolece de no pocas penumbras, en algunos casos verdadera oscuridad que ensombrece el presente y el futuro de demasiadas personas. 

Estamos de estreno en un año nuevo cristiano que acaba de empezar. Nos volveremos a empapar de unas lecturas y signos que son la habitual compañía de este tiempo de Adviento. Pero para poder entenderlo deberíamos sacudir una cierta inercia de creer que no estamos ante nada nuevo, ante algo que nos re-que-te-sabemos-ya. Sin embargo, para aquellos primeros que esperaron a quien se espera en el Adviento, una desazón anhelante vibraba como grito en su garganta: necesitaban algo nuevo, Alguien nuevo. Necesitaban abrazar una novedad que les arrebatase de sus zafiedades vulgares, de sus encerronas sin salida, de sus dramas insolubles, de sus trampas disfrazadas, de sus odios y tristezas; Alguien que no juga-ra con sus crisis, y que pudiera solventarlas o les ayudase a vivirlas. 

Así andaban... aquellos buenos hombres, hace ahora casi 2000 años. Sus ojos, cansa-dos de mirar vaciedades; sus oídos hartos de escuchar verdades de cartón-piedra; y sus corazones, ahítos de seguir y perseguir una felicidad fugitiva, eran suficientes razones y representaban sobradamente la experiencia de cada día, como para esperar algo nuevo, Alguien que de verdad fuese la respuesta adecuada a sus búsquedas y anhelos. Era el primer Adviento. ¿Pero cómo es nuestra situación personal y social? ¿Cabe esperar a Alguien que en el fondo esperan nuestros ojos, oídos y corazón... o tal vez ya estamos entretenidos suficiente-mente como para arriesgarnos a reconocer que hay demasiados frentes abiertos en nosotros y entre nosotros que, precisamente, están reclamando la llegada del Esperado? Nosotros, dos mil años después tenemos necesidad de vivir con realismo cristiano la fiesta de la Navidad y el tiempo que litúrgicamente la prepara. 

Cuando miramos por el ventanal de la terca realidad, vemos que las mismas cuestiones corregidas y aumentadas hacen que Él siga encarnándose. Porque necesitamos que el Salvador ponga fin a todos los desmanes que manchan la dignidad del hombre e insultan la gloria de Dios: esa lista de horrores y errores que nos sirven cada día los medios de comunicación en sus secciones de sucesos (y en las de economía, y en las de política, y en las de cultura, o educación, o sanidad). 

En este tiempo de gracia que es el Adviento, Dios nos vuelve a poner delante la invitación a esperar: tú que gritas, que sufres, que dudas, que te lamentas, que intuyes la falsedad de tantos progresos pero que no aciertas a encontrar la verdad del verdadero...; tú que tienes tanto sin resolver en ti y entre los tuyos... ¡espera al Salvador, canta “ven, Señor”! Atrévete a hacer la lista de todas tus imposibilidades, de todos tus límites y desesperanzas. Dios las abraza, las toma en serio, las reviste de posibilidad.

 Como desierto que florece, como pedernal que gotea, como yermo habitable; como espadas que se transforman en podadera y lanzas que se usan para arar; como anciana que engendra al hijo toda una vida esperado o como virgen que concibe en su vientre sin conocer varón... así Dios quiere también hoy, aquí y ahora, en mí y entre nosotros, hacer posibles todos nuestros imposibles, como lo hizo en María. Volver a acampar su Palabra en nuestro terruño de penas y exterminios, para hacerlo fértil y feliz. Es posible. Y esto es lo que pone nombre a nuestra espera, esa que llena de luz nuestra esperanza en este momento de la vida. 

+ Jesús Sanz Montes, 
Arzobispo de Oviedo

jueves, 2 de diciembre de 2021

Adviento y Navidad de la mano de San José. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

Pensando en el adviento y la navidad de este año que se va, se me ha ocurrido centrar estas letras en una actitud preciosa que podemos hacer nuestra en estas semanas tan especiales del nuevo año litúrgico: vivir el adviento y la navidad de la mano de San José. Qué mejor referente, ahora que vamos a concluir también este año jubilar josefino que el Papa convocó, para volver la mirada al Santo Patriarca y bendito custodio de la Iglesia Santa, San José de Nazaret.

En ese hombre que prefirió vivir el anonimato, trabajar en el silencio y cumplir celosamente la voluntad de Dios aun cuando rompía todos los parámetros que su mente y corazón alcanzaban, encontramos el mejor modelo de cómo vivir nuestro día a día en clave de fe. Pero de forma específica y peculiar estos días que queremos como él y junto a él acompañar a la Santísima Virgen María en la recta final de su embarazo, en el nacimiento del Niño y sus primeras semanas de vida entre los hombres. Os animo particularmente a releer los escritos que el Santo Padre Francisco nos ha regalado en este tiempo sobre la figura de este gran Santo: desde la carta "Patris Corde", sus homilías, y, en especial, las últimas catequesis en las que nos ofrece unas brillantes pinceladas a los cristianos del siglo XXI sobre las enseñanzas del esposo de la Santísima Virgen.

Este año, cuando pongamos el belén, no olvidemos que tiene un protagonismo especial San José y a él hemos de mirar con cariño. En el Arzobispado de Oviedo hay un nacimiento muy curioso, pues no es la Virgen la que acuna el niño, sino que es San José quien lo tiene en brazos mientras Ella descansa en actitud orante. A veces da la impresión de que en "El Misterio" ponemos al esposo de María de "relleno", pero no olvidemos que su papel fue imprescindible en la historia de nuestra salvación. Desde ese prisma os propongo volver los ojos a San José, viviendo en este tiempo tres actitudes que él nos enseña:

Atento: En el Santo Patriarca encontramos un alma pura que se formó en su pueblo entre la oración y el trabajo artesanal de sus manos como de hábil carpintero. También como buen judío sus ojos estaban clavados en el horizonte aguardando con ilusión la llegada del Mesías. El espíritu del Señor le hacía tener una mirada más allá de lo visible, uniendo su corazón a lo trascendente y a la importancia de su misión; vivió en la seguridad de que el Dios de sus padres no había olvidado su alianza ni su promesa, y de que ahora contaba también con él.

Abierto: Es el hombre abierto a la gracia, disponible al proyecto de Dios que se entrega a su Providencia sin importarle ni su honor ni su fama. San José es el creyente que no duda del Señor, que sabe esperar en Él y acepta su voluntad. Dice "sí" a la dura misión que se le encomienda a pesar todos los sufrimientos y contrariedades que llevaba aparejada. Pero él no vacila, no se queja, y puesta la mano sobre el arado lo sujeta con firmeza y camina hacia adelante sin mirar atrás.

Protector: Nadie duda que la mayor grandeza de San José fue saber no sólo hacer las cosas bien, sino, además, hacerlas sin querer destacar nunca en nada. Podemos imaginarlo acompañando a Nuestra Señora camino de la casa de su Prima para que no le ocurriera nada, viajando atento a María hacia Belén para inscribirse en el censo, buscando posada para el Niño y haciéndole la cuna;  huir presuroso con la madre y el pequeño hacia Egipto garantizando su seguridad… Nadie amó tanto en aquellos momentos, estuvo tan cerca y cuidó tan bien a Cristo y a su Madre como San José. Pidámosle que nos enseñe a cuidar y venerar María, y cómo preparar la cuna este advenimiento en nuestros corazones y en esta Navidad.

Bendito San José, nuestro Padre y Señor, enséñanos a querer cada día más a Jesús y a María.

Joaquín, párroco

Catequesis del Papa Francisco: José, hombre justo y esposo de María

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Seguimos nuestro camino de reflexión sobre la figura de san José. Hoy quisiera profundizar en su ser “justo” y “desposado con María”, y dar así un mensaje a todos los novios, también a los recién casados. Muchas historias relacionadas con José llenan los pasajes de los evangelios apócrifos, es decir, no canónicos, que han influido también en el arte y diferentes lugares de culto. Estos escritos que no están en la Biblia —son historias que la piedad cristiana hacía en esa época— responden al deseo de colmar los vacíos narrativos de los Evangelios canónicos, los que están en la Biblia, los cuales nos dan todo lo que es esencial para la fe y la vida cristiana.

El evangelista Mateo. Esto es importante: ¿qué dice el Evangelio sobre José? No qué dicen esos evangelios apócrifos, que no son una cosa fea o mala; son bonitos, pero no son la Palabra de Dios. En cambio, los Evangelios, que están en la Biblia, son la Palabra de Dios. Entre estos el evangelista Mateo que define José como hombre “justo”. Escuchamos su pasaje: «La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto» (1,18-19). Porque los novios, cuando la novia no era fiel o se quedaba embarazada, ¡tenían que denunciarla! Y las mujeres en aquella época eran lapidadas. Pero José era justo. Dice: “No, esto no lo haré. Me quedaré callado”.

Para comprender el comportamiento de José en relación con María, es útil recordar las costumbres matrimoniales del antiguo Israel. El matrimonio comprendía dos fases muy definidas. La primera era como un noviazgo oficial, que conllevaba ya una situación nueva: en particular la mujer, incluso viviendo aún en la casa paterna todavía durante un año, era considerada de hecho “mujer” del prometido esposo. Todavía no vivían juntos, pero era como si fuera la esposa. El segundo hecho era el traslado de la esposa de la casa paterna a la casa del esposo. Esto sucedía con una procesión festiva, que completaba el matrimonio. Y las amigas de la esposa la acompañaban allí. En base a estas costumbres, el hecho de que «antes de estar juntos ellos, se encontró encinta», exponía a la Virgen a la acusación de adulterio. Y esta culpa, según la Ley antigua, tenía que ser castigada con la lapidación (cf. Dt 22,20-21). Sin embargo, en la praxis judía sucesiva se había afianzado una interpretación más moderada que imponía solo el acto de repudio, pero con consecuencias civiles y penales para la mujer, pero no la lapidación.

El Evangelio dice que José era “justo” precisamente por estar sujeto a la ley como todo hombre pío israelita. Pero dentro de él el amor por María y la confianza que tiene en ella le sugieren una forma que salva la observancia de la ley y el honor de la esposa: decide repudiarla en secreto, sin clamor, sin someterla a la humillación pública. Elige el camino de la discreción, sin juicio ni venganza. ¡Pero cuánta santidad en José! Nosotros, que apenas tenemos una noticia un poco folclorista o un poco fea sobre alguien, ¡vamos enseguida al chismorreo! José sin embargo está callado.

Pero añade enseguida el evangelista Mateo: «Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús porque él salvará a su pueblo de sus pecados”» (1,20-21). Interviene en el discernimiento de José la voz de Dios que, a través de un sueño, le desvela un significado más grande de su misma justicia. ¡Y qué importante es para cada uno de nosotros cultivar una vida justa y al mismo tiempo sentirnos siempre necesitados de la ayuda de Dios! Para poder ampliar nuestros horizontes y considerar las circunstancias de la vida desde un punto de vista diferente, más amplio. Muchas veces nos sentimos prisioneros de lo que nos ha sucedido: “¡Pero mira lo que me ha pasado!” y nosotros permanecemos prisioneros de esa cosa mala que nos ha pasado; pero precisamente ante algunas circunstancias de la vida, que nos parecen inicialmente dramáticas, se esconde una Providencia que con el tiempo toma forma e ilumina de significado también el dolor que nos ha golpeado. La tentación es cerrarnos en ese dolor, en ese pensamiento de las cosas no bonitas que nos suceden a nosotros. Y esto no hace bien. Esto lleva a la tristeza y a la amargura. El corazón amargo es muy feo.

Quisiera que nos detuviéramos a reflexionar sobre un detalle de esta historia narrada por el Evangelio y que muy a menudo descuidamos. María y José son dos novios que probablemente han cultivado sueños y expectativas respecto a su vida y a su futuro. Dios parece entrar como un imprevisto en su historia y, aunque con un esfuerzo inicial, ambos abren de par en par el corazón a la realidad que se pone ante ellos.

Queridos hermanos y hermanas, muy a menudo nuestra vida no es como la habíamos imaginado. Sobre todo, en las relaciones de amor, de afecto, nos cuesta pasar de la lógica del enamoramiento a la del amor maduro. Y se debe pasar del enamoramiento al amor maduro. Vosotros recién casados, pensad bien en esto. La primera fase siempre está marcada por un cierto encanto, que nos hace vivir inmersos en un imaginario que a menudo no corresponde con la realidad de los hechos. Pero precisamente cuando el enamoramiento con sus expectativas parece terminar, ahí puede comenzar el amor verdadero. Amar de hecho no es pretender que el otro o la vida corresponda con nuestra imaginación; significa más bien elegir en plena libertad tomar la responsabilidad de la vida, así como se nos ofrece. Es por esto por lo que José nos da una lección importante, elige a María “con los ojos abiertos”. Y podemos decir con todos los riesgos. Pensad, en el Evangelio de Juan, un reproche que hacen los doctores de la ley a Jesús es este: “Nosotros no somos hijos que provienen de allí”, en referencia a la prostitución. Pero porque estos sabían cómo se había quedado embarazada María y querían ensuciar a la madre de Jesús. Para mí es el pasaje más sucio, más demoniaco del Evangelio. Y el riesgo de José nos da esta lección: toma la vida como viene. ¿Dios ha intervenido ahí? La tomo. Y José hace como le había ordenado el Ángel del Señor: de hecho, dice el Evangelio: «Despertándose José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer. Y no la conocía hasta que ella dio a luz un hijo, y le puso por nombre Jesús» (Mt 1,24-25). Los novios cristianos están llamados a testimoniar un amor así, que tenga la valentía de pasar de las lógicas del enamoramiento a las del amor maduro. Y esta es una elección exigente, que, en lugar de aprisionar la vida, puede fortificar el amor para que sea duradero frente a las pruebas del tiempo. El amor de una pareja va adelante en la vida y madura cada día. El amor del noviazgo es un poco —permitidme la palabra— un poco romántico. Vosotros lo habéis vivido todo, pero después empieza el amor maduro, de todos los días, el trabajo, los niños que llegan. Y a veces el romanticismo desaparece un poco. ¿Pero no hay amor? Sí, pero amor maduro. “Pero sabe, padre, nosotros a veces nos peleamos…”. Esto sucede desde el tiempo de Adán y Eva hasta hoy: que los esposos peleen es el pan nuestro de cada día. “¿Pero no se debe pelear?” Sí, se puede. “Y, padre, pero a veces levantamos la voz” – “Sucede”. “Y también a veces vuelan los platos” – “Sucede”. ¿Pero qué hacer para que no se dañe la vida del matrimonio? Escuchad bien: no terminar nunca el día sin hacer las paces. Hemos peleado, yo te he dicho palabrotas, Dios mío, te he dicho cosas feas. Pero ahora termina la jornada: tengo que hacer las paces. ¿Sabéis por qué? Porque la guerra fría al día siguiente es muy peligrosa. No dejéis que el día siguiente empiece con una guerra. Por eso hacer las paces antes de ir a la cama. Recordadlo siempre: nunca terminar el día sin hacer las paces. Y esto os ayudará en la vida matrimonial. Este recorrido del enamoramiento al amor maduro es una elección exigente, pero tenemos que ir sobre ese camino.

Y también esta vez concluimos con una oración a san José.

San José,
tú que has amado a María con libertad,
y has elegido renunciar a tu imaginario para hacer espacio a la realidad,
ayuda a cada uno de nosotros a dejarnos sorprender por Dios
y a acoger la vida no como un imprevisto del que defendernos,
sino como un misterio que esconde el secreto de la verdadera alegría.
Obtén para todos los novios cristianos la alegría y la radicalidad,
pero conservando siempre la conciencia
de que solo la misericordia y el perdón hacen posible el amor. Amén.

miércoles, 1 de diciembre de 2021

El obispo valenciano Joan Baptista Luis Pérez. Por Josep Miquel Bausset

El 30 de noviembre de 1921, hoy hace cien años, el borrianense Joan Baptista Luis Pérez, hasta aquel día obispo auxiliar de Toledo, fue promovido a la archidiócesis de Oviedo como nuevo arzobispo

(RD) El 30 de noviembre de 1921, hoy hace cien años, el borrianense Joan Baptista Luis Pérez, hasta aquel día obispo auxiliar de Toledo, fue promovido a la archidiócesis de Oviedo como nuevo arzobispo, permaneciendo como pastor de esta diócesis hasta su muerte, el 6 de noviembre de 1934. El arzobispo Luis Pérez tomó posesión de la diócesis el 1 de febrero de 1922 e hizo su entrada solemne en Oviedo el 3 de febrero siguiente.

Joan Baptista Luis nació en la localidad de Borriana, capital de la comarca de la Plana Baixa, el 1 de abril de 1874, en el seno de una familia humilde. Joan Baptista Luis estudió en el seminario de Tortosa y, con una beca, amplió estudios en el Colegio Español de Roma. Obtuvo el doctorado en Filosofía en la Universidad Gregoriana de Roma y posteriormente, el doctorado en Teología en el seminario de Tarragona. Joan Baptista Luis Pérez fue ordenado presbítero el 25 de julio de 1896 en Roma, de manos del cardenal Parochi.

Canónigo y profesor de Derecho Canónico del seminario de Tarragona, fue también canónigo doctoral a la catedral de Murcia y fundador y director, en esta ciudad, del diario católico, “La Verdad”. En Murcia fundó también el “Círculo de Estudios Sociales”.

Desde el 1907 fue profesor de Derecho en el seminario de València y en 1909 fue nombrado vicario general de esta diócesis, convirtiéndose en un estrecho colaborador del arzobispo de València, Victoriano Guisasola, que en ser trasladado a Toledo, promovió a Joan Baptista Luis Pérez como su auxiliar en la diócesis manchega. Así, el nuevo obispo, Luis Pérez, fue ordenado en la iglesia del Salvador de Borriana, el 29 de mayo de 1915 por el arzobispo Guisasola.

Trasladado a Oviedo ahora hace cien años, el obispo Joan Baptista Luis Pérez destacó en su ministerio episcopal, por su intenso apostolado social, apostando por los sindicatos católicos para defender a los trabajadores. Durante su ministerio episcopal en la archidiócesis de Oviedo, promovió el Sínodo de 1923 y la asamblea mariana de Covadonga, en 1926. Joan Baptista Luis escribió una importante pastoral sobre los mineros que estaban en huelga en 1922 y, preocupado por la situación de pobreza de la gente, estableció cocinas económicas para los hijos de los trabajadores de las familias que pasaban dificultades, en pueblos como Laviana, Sotrondio o La Felguera.

Entre las pastorales y los libros que escribió el obispo Joan Baptista Luis, hace falta tener en cuenta los siguientes: La familia cristiana; La Santísima Eucaristía; Jesucristo y las relaciones económico-sociales; Los sindicatos católicos de obreros; San José, padre de Jesús; Carta a los mineros o El deber de la caridad ante la crisis del trabajo.

Como recordaba Tarancon en su libro, “Recuerdos de juventud”, cuando el futuro cardenal pasaba las vacaciones en su segundo año de Teología, visitó al obispo Joan Baptista Luis Pérez. Según escribía Tarancon en este libro, “fue una visita muy importante para mí y eso me hizo cambiar el criterio que de él teníamos sus paisanos”. Según Tarancon, Luis Pérez, con “fama de buen teólogo y de gran canonista”, era un hombre de pocas palabras y “en Borriana, su pueblo natal, tenía fama de huraño, insociable y hasta vanidoso”. El obispo de Oviedo, que acostumbraba pasar sus vacaciones de verano en el Grau de Borriana, “a penas salía de casa y no recibía visitas”.

El encuentro del joven Tarancon con el obispo Joan Baptista, “que duró casi una hora, se convirtió en una conversación interesantísima”, que dejó en Tarancon “una huella profunda", hasta el punto que “me hizo rectificar el juicio que de él tenían sus paisanos”. El obispo de Oviedo acogió a Tarancon, que iba acompañado de mossèn Francesc Llopis, “con una sencillez y simplicidad que yo no esperaba. Nos hizo abandonar el tratamiento de Vuestra Excelencia que le habíamos dado desde el primer momento”.

En relación al obispo de Oviedo, el seminarista Tarancon quedó “sorprendido de su claridad y madurez”, ya que “daba gusto escuchar sus explicaciones, clarísimas”.

El obispo Joan Baptista Luis Pérez les habló de la “la situación socio-laboral de Asturias, que él vivía muy íntimamente”. Les habló también “de los sindicatos católicos, especialmente del sindicato de Moreda, que tenía en aquella zona una influencia notable”. Al obispo, según el libro de Tarancon, “se le notaba que no estaba plenamente de acuerdo en el estilo que tenían esos sindicatos y que les había merecido el calificativo de “amarillos”. El obispo borrianense “los prefería más plenamente obreros, aunque reconocía que estaban haciendo un bien y que en ellos se podían formar líderes obreros de inspiración cristiana”.

El obispo de Oviedo “habló de la Acción Católica, y del trabajo que estaban realizando algunos sacerdotes y religiosos en el campo social”. Según Tarancon, el obispo de Oviedo “hablaba siempre con una sencillez y naturalidad que me sorprendían porque no me parecían propias de un obispo, porque a mi parecer, había de mantener siempre el rango de su dignidad”.

Después de su encuentro con el obispo de Oviedo, Tarancon estaba convencido que le “había hecho un bien extraordinario esta visita” y por eso “no comprendía cómo se había formado aquel clima entre sus paisanos”.

Joan Baptista Luis murió en Madrid el 6 de noviembre de 1934 y, trasladado al Principado de Asturias, fue enterrado en la capilla de Santa Eulalia de la catedral de Oviedo.

Curiosamente, 30 años después de la muerte del obispo Joan Baptista Luis Pérez, otro obispo borrianense, Vicent Enrique i Tarancon, tomaba posesión de la diócesis de Oviedo, el 1964.

Vídeo mensual del Santo Padre