domingo, 23 de junio de 2024

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Por Joaquín Manuel Serrano Vila


Entrando en verano, la palabra de Dios en este Domingo XII del Tiempo Ordinario nos invita a reflexionar sobre la realidad de las tormentas, no sólo las que hemos vivido con este clima revuelto, sino especialmente las que experimentamos en nuestra existencia cotidiana y afectan directamente a nuestra vida interior. Quizá un problema que tenemos hoy en día en que todo está a nuestro alcance es que cuando algo no sale como nosotros habíamos calculado el mundo se nos viene encima y terminamos abatidos, metidos en la cama o necesitando de medicación para superar el revés que ha dejado mi vida trastocada...

La primera lectura con el profeta Job, nos remite a alguien supo lo que fue superar pruebas y vivir resignadamente esperando momentos de mayor luz y superación de tentaciones, por algo en el refranero popular decimos: ''tiene más paciencia que el santo Job''. También él tenía ideas, proyectos y metas como tenemos todos, pero llega un momento en que como anuncia en su profecía y como a lo largo de la historia de la salvación tantos otros experimentaron al igual que nosotros en que experimentamos: “Hasta aquí llegarás y no pasarás; aquí se romperá la arrogancia de tus olas”?... El ser humano lleva a lo largo de toda la historia constatando que su soberbia, que creerse superior a Dios o negándole le lleva al cataclismo, y aún así, muchas veces seguimos empecinados en continuar por esa senda. Hoy que el evangelio nos hablará del mar bravo y una barca en peligro; pensemos lo que ocurrió en 1912 cuando la prensa mundial hablaba del viaje inaugural del mayor barco de pasajeros del mundo, un super transatlántico "insumergible": "El Titanic''. Algunos arrogantes de la técnica y la ciencia llegaron a decir que "ni Dios podía hundirlo". Sabemos que permaneció a flote apenas cinco días y de sus consecuencias. Nada nos engrandece más que reconocernos pequeños, así como nada nos empequeñece tanto como creernos por encima de los demás. Job vive su confianza en Dios valorando las pequeñas y grandes realidades que le rodean como la naturaleza, la magnificencia de Dios que se nos hace visible reconociendo la grandeza de su creación.

Y San Pablo en su epístola segunda a los cristianos de Corinto, nos propone la mejor salida de tempestad: ser de Cristo; darnos por entero a Él y vivir cada jornada tratando de seguir sus huellas, configurándonos según los sentimientos de su corazón, haciendo nuestra su Palabra... Suena casi imposible en los momentos que nos toca vivir, pero no lo veamos como algo inalcanzable, pues es el demonio quiere que pensemos así para que tiremos cuanto antes la toalla rindiéndonos en nuestro peregrinar siguiendo al Maestro por la senda de los bienaventurados: ''Nos apremia el amor de Cristo''... Esta verdad debe resonar de forma especial en nuestras vidas, y más aún, en este mes del Corazón de Jesús: nos urge redescubrir su amor, llevarlo al que no tiene y dejarnos también amar en primera persona. Cuando vienen mal dadas, si nuestro corazón estuviera unido al suyo lo veríamos todo con otros ojos, e incluso iríamos con más decisión en la ayuda propia y de los necesitados. El Señor nos envía a los pobres, pero, ¿Quiénes son los pobres? Madre Teresa de Calcuta decía que era todo aquel carente de amor; a esos tenemos que llevarles el Evangelio, a los de toda clase y condición que aún no han descubierto ni quién es Dios ni lo que es el Amor.

En el evangelio de este día contemplamos esa tempestad en medio del Lago que es una escena entrañable y hermosa, y perfectamente imaginable. Vemos a los apóstoles que hacen lo que Jesús les indica: «Vamos a la otra orilla», y atravesando aquel mar de Tiberíades les sorprende una tormenta que les llena de temor. El mar siempre ha sido -y en el tiempo de Jesús más aún- muy temido, pero especialísimamente por los que trabajan y vivían de él como era el caso de discípulos como Pedro y Andrés; sabían que el mar les daba la vida, como tan pronto podía darles la muerte. El miedo de los apóstoles se hace aún mayor, pues el Maestro que es el que siempre les aporta tranquilidad en su desconcierto dormía en medio de las acometidas de las olas. No deja de ser una catequesis sobre la confianza: ¡la fe! El pánico les hace despertar a Jesús increpándole: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?». Cristo escuchó su ruego, ciertamente, cesando al viento y calmando las aguas a su orden, pero a continuación reprendió a sus discípulos por su cobardía. También de algún modo hoy nos reprende a nosotros haciéndonos ver que a menudo nos pasa como aquellos hombres: pedimos auxilio porque creemos que Él va dejar que nos hundamos, porque pensamos que está dormido ante lo que me ocurre, o no le preocupa nuestra tragedia: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Necesitamos renovar y cuidar nuestra fe; creer sin ver, confiar en que cuando peor vienen las olas y el viento en nuestra vida Él está a nuestro lado para traer la calma. Pero por desgracia, desconfiamos y manifestamos nuestra falta de fe. Y una vez rescatados casi incrédulos nos sentimos mal por haber dudado de su Palabra olvidando que ''¡Hasta el viento y el mar le obedecen!''

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