domingo, 30 de junio de 2024

«Talitha qumi». Por Joaquín Manuel Serrano Vila

Nos encontramos en el domingo XIII del Tiempo Ordinario; hoy la palabra de Dios en este ciclo B pone nuestra atención en una realidad que necesitamos redescubrir como es la sanación. Sí; ante las heridas y enfermedades, los golpes y males que se van sumando en nuestro camino necesitamos acudir a Jesucristo como única medicina para nuestra alma y nuestro corazón.

El evangelio de este domingo nos habla de dos escenas de curación que ocurren con poco margen de tiempo entre ellas, y que además la Iglesia nos las presenta precisamente hoy para que las hagamos nuestras, entrelazándolas no sólo entre sí, sino finalmente, con nuestra propia historia personal de dolor y enfermedad. No perdamos de vista los dos personajes del este día: la hija de Jairo y la hemorroisa.

En primer lugar, centremos nuestra mirada en esa niña; una pequeña que está muerta cuando Jesús entra en su casa. En aquel hogar de Jairo había dolor, desesperación, llantos... Se vive el desgarro que provoca en toda familia esa muerte prematura . Y Jesús dice algo que a veces se ha interpretado mal: "la niña no está muerta, sino dormida"... No es que la familia se hubiera equivocado y aún latía el corazón de la pequeña; no, la niña estaba muerta, pero Cristo cambia aquí el concepto que tenemos sobre los difuntos y anticipa en cierto modo la esperanza de la resurrección. Para los creyentes los muertos no están en la muerte sin más. Para nosotros los difuntos están "dormidos", por eso decimos que descansan, pues tomamos esa verdad de este pasaje del evangelio donde el Señor nos dicen que los que se van no están muertos sino dormidos. Pues en definitiva, todos estamos vivos para Dios como nos ha recordado la primera lectura del Libro de la Sabiduría: "Dios no hizo la muerte ni se complace destruyendo a los vivos".

Hay detalles de este evangelio que por pequeños que sean no podemos pasar por alto: las beneficiadas del amor del Señor en este capítulo 5 de San Marcos son dos mujeres, dos personas que Jesús no conocía y que a los ojos de aquella sociedad eran prácticamente invisibles y, sin embargo, Jesucristo les da visibilidad. En el caso de la niña cuando su padre le pide que acuda a su hogar por estar su pequeña "en las últimas", vemos cómo el Señor le lanza un primer anuncio a Jairo: "basta que tengas fe". ¿Cómo le dice Jesús tal cosa al jefe de la sinagoga? Pues porque a menudo, aún en los más próximos a la vida espiritual y religiosa, cuando llega la experiencia del drama, la enfermedad y la muerte olvidamos abrazarnos a la fe. Jesucristo les llama la atención a todos los que en aquella casa gritaban alborotados y hacían duelo, y que pasan a reírse de él. Pero con el testimonio único de la familia y de sus pocos discípulos entra en la habitación de la niña, le habla y la toca. Cristo toca aquel cadáver, algo considerado impuro; normalmente eran las mujeres las que limpiaban y preparaban a los muertos, pero Jesús rompe aquel molde y le dice en arameo "talita kumi" (levántate). Y la niña revive, se levanta, y para demostrar esa vida no perdida les dice que le den de comer...

El segundo caso es el de la hemorroisa, la mujer con flujos de sangre, la cual tiene una fe tan grande que no quiere ni molestar al Maestro; tiene tanta fe que no necesita que Cristo la mire cara a cara, ni le hable ni siquiera la toque en su impureza. Ella tiene tanta seguridad en que sólo Jesucristo puede ser la medicina a sus dolores y a la cruz que padece en su vida, que únicamente se esfuerza en acercarse a Él sigilosa y tratar de rozar con sus dedos una esquina de su manto o túnica: "Tu fe te ha salvado''

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