martes, 14 de febrero de 2023

Don José Fernández, un sacerdote pleno de bondad. Por Javier Gómez Cuesta

Es Increíble que el canónigo José Fernández Martínez haya podido llegar a los 98 años y a punto de cumplir los 75 de sacerdocio, después de haber sufrido un grave ictus cerebral. Sufrió aquel accidente cuando nos disponíamos a celebrar, el día de Martes Santo de 1997 en la Catedral, un amplio número del presbiterio diocesano y algunos fieles con el Arzobispo Don Gabino, la Misa Crismal en la que se bendicen los Santos Oleos para los sacramentos, en la que él era un protagonista principal al ser el Maestro de Ceremonias que dirige y ordena todo el iter de la minuciosa y bella la liturgia de ese día. El susto de su desplome en plena procesión permanece en la memoria de los que asistimos. Se sometió a una intensa recuperación en la que él puso su enorme voluntad y pudo volver a llevar una vida casi normal acudiendo con ánimo positivo a acontecimientos y celebraciones, pero perdió el habla, aunque con su sonrisa y sus gestos pudo seguir manifestando y comunicando la mucha bondad de su corazón. Cudillero le vio nacer el 4 de abril de 1924. Fue al seminario de sede ambulante en los años de la posguerra y recibió la ordenación sacerdotal el 22 de agosto de 1948. Es ya el último entre nosotros de aquel curso de 17 ordenados. Como pixuetu de honor, recibió el galardón de "Peña Roballera" en el 2010.

La vida sacerdotal de José la podemos biografiar en cuatro escenarios. El primero, el de párroco, estrenándose en 1949 en tierras de Castilla, en Villademor de la Vega, parroquia perteneciente al condado de Valencia de Don Juan, tierras que donó el rey Alfonso III al obispado de Oviedo y que permanecieron arturdiocesanas hasta 1955, donde iban y van "a secar" tantos de los nuestros. Tres años después vino a la parroquia gijonesa de Castiello de Bernueces en la que llamaba la atención por la pulcritud y esmero de la liturgia.

El segundo escenario es el de curial, al ser nombrado "agente de preces" y luego otras encomiendas hasta llegar a ser canciller– secretario del arzobispado–. El vestíbulo de las oficinas era como el ágora diocesana donde concurrían los sacerdotes al ir a Oviedo, una especie de Fontán eclesiástico que animaban y dispensaban aquellos curiales: Don Luciano, Astorga, Ramón Platero, José Manso, José Gabriel (Pepito)...y que se hacía silencio cuando lo atravesaba serio el vicario general Don Demetrio. Los lunes era mayoritaria la conversación sobre fútbol Oviedo-Sporting. Don José era un animoso fan del Real Oviedo, Platero, del Sporting.

El tercero es su cincuentena de años como capellán de las Hermanitas de los Ancianos. Comenzó ya cuando estaban en la plaza San Miguel y con ellas subió a la ladera del Naranco. Fue una etapa larga e intensa dedicada a los ancianos, su verdadera feligresía, cuidando su vida espiritual es tan importante en esa etapa de la vida, a la que se entregó con el mejor espíritu y donde también cuidaba con esmero la liturgia ayudado por Sor Manuela, que cuidaba de la sacristía.

El escenario cuarto fue la Catedral, como canónigo encargado de las celebraciones litúrgicas durante más de cuarenta años. El presbiterio de esa Basílica, arropado por el espléndido arte gótico del retablo, era como una estancia sagrada de su casa, dirigiendo con prestancia y discreción los ritos solemnes de la celebración. Queda una coda final, la de Don José viajero en moto-vespa por España acompañado de Alfredo de la Roza, cuando las carreteras eran las que eran, como hoy las vías de tren. No hubo catedral, monumento o rincón nominado que no visitaran y que Alfredo, aficionadísimo a la fotografía, no retratara. Con sus anécdotas podría escribirse una historia titulada "Dos curas en vespa y con sotana por España".

Los últimos años en la Casa Sacerdotal. En silencio, sin queja, sufrido, siempre con la sonrisa y el gesto de agradecimiento. Así, sencillamente por la puerta grande, entra a celebrar la gran liturgia del cielo.

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