Avanzando nuestra singladura de fe, encontramos en el Domingo V del Tiempo Ordinario reunidos como Pueblo entre los pueblos, en la Casa entre las casas. Eso es la Parroquia: casa entre las casas; luz, hogar y punto de encuentro para escuchar su Palabra y comulgar su Cuerpo. Los textos de este día quieren ahondar y remarcar lo que hemos meditado los domingos pasados: tenemos como meta un Reino, tenemos como marco las bienaventuranzas, pero: ¿Cómo concretar lo que ha de ser nuestra condición de creyentes respecto a los demás?. Veamos qué nos dice esta Palabra de vida en este momento concreto de la nuestra.
I. Crucificados
Seguimos la lectura de la primera Carta de San Pablo a los cristianos de Corinto, la cual llevamos semanas desgranando. Ésta se mantiene un matíz que ya el domingo pasado comentamos al hablar de esa teología de la cruz que el Apóstol hace y que reitera hoy de forma solemne, dejando claro que para él no supone vergüenza alguna que su Salvador fuera crucificado, sino que afirma: ''pues nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado''. Esto nos muestra el camino del cristiano que tan sólo sigue los pasos de Cristo, que llevan al calvario. Es un camino opuesto al del mundo que busca de modo diferente el disfrute, alejarse del sufrimiento y llegar más alto que los demás. Y aquí San Pablo nos muestra su mayor descubrimiento, su mayor carrera y logro: ¡haber descubierto a Jesucristo crucificado! Él experimentó en su vida lo que significa encontrarse con el Nazareno, y partir de ahí nos predica hoy en qué consiste esta filosofía de la cruz que constituye ir en la dirección contraria que lleva nuestra sociedad. El cristiano no vive al margen de los problemas, se implica y se complica; no busca pasar indiferente por encima, sino que vive abajado como lo hizo el Señor. El cristiano que es testigo -y más hoy en día- vive crucificado, hace de su vida una oblación a Dios y a los demás. De nada sirve ser un cristiano de nombre, ni rezar mucho y luego ser un insensible ante un problema que tengo delante. Tampoco sirve de nada estar muy implicado en causas sociales cuando soy incapaz de vivir en comunión con los que tengo más cerca que los desconocidos a los que ayudo. A veces no es fácil ser testigo de la cruz; también Pablo lo hizo ''débil y temblando de miedo'', pero hasta el último aliento de su vida no dejó de gloriarse en otra cosa que en la cruz del Señor.
II. Comprometidos
La primera lectura tomada del capítulo 58 del profeta Isaías es un canto a vivir el compromiso. Es un texto muy profundo que corresponde al momento justo del retorno del exilio de Babilonia. El pueblo elegido vuelve a su tierra y se encuentra con que todo aquello que allí habían dejado lo descubren ahora arrasado y destruido. Toca empezar de cero; toca comenzar a levantar el hogar con poco o menos, y es precisamente en estos momentos cuando llega la hora no sólo de administrar lo poco, sino de saber partirlo y repartirlo con el que tiene menos aún, o directamente nada. Son en éstos los momentos en que a toda la familia toca apretarse el cinturón, pero aquí el pueblo de Israel lo hace de modo comunitario, libre y consciente, no sólo en su vivir cotidiano, sino también en la vida espiritual. Como dice el dicho castellano: ''A Dios rogando, y con el mazo dando''; esto es lo que hace el Pueblo, se comprometen a levantar lo derruido, a ayudar a los más pobres pero, sobre todo, se comprometen a rezar más, hasta el punto de dedicar un día a la semana al ayuno, la mortificación y la caridad. Es el compromiso que más necesitamos hoy: la oración. Pensamos que las cosas salen o no salen por nuestras fuerzas o ingenios, pero no es tan así; el ingrediente que más nos falta es rezar más. Cuando en una comunidad los fieles rezan mucho, esa comunidad es más sensible a los pobres, es más sensible a las vocaciones, a las misiones, a la vida consagrada, a los problemas familiares...Lo que realmente da sentido a alimentar al hambriento, a hospedar al sin techo, a vestir al desnudo, a mirar más por los otros que por los propios surge de un corazón que se ha comprometido diariamente en la oración.
III. Iluminadores
El evangelio de este domingo nos presenta las palabras de Jesús una vez enunciadas las bienaventuranzas en el Sermón de la Montaña. Nos encontramos ante una profunda reflexión del Señor que se construye a través de dos comparaciones que son el símil que busca resaltar: Ser sal y ser luz; lo hemos escuchado muchas veces, aunque quizá pocas de éstas nos hemos detenido a escudriñar qué nos quiere decir. Quizá para nosotros hoy la luz no nos llame la atención, ni tampoco la sal, pero no olvidemos que en el tiempo de Jesús la luz sólo la tenían los que se podían permitir tener lámparas de aceite, al igual que la sal era algo muy valorado hasta el punto que aún hoy llamamos ''salario'' a la nómina o pensión mensual que así se llamaba en tiempos de Cristo, pues se pagaba el trabajo no en dinero sino en cantidades de sal. La sal mantenía los alimentos, curaba, limpiaba. Por eso también era un símil de lo duradero, por eso también en la liturgia se introdujeron ritos con sal para recordar cómo la alianza de Dios con nosotros es eterna. Tanto la sal como la luz eran algo muy estimado. Cuando una persona que nunca ha visto la luz eléctrica la ve por primera vez se queda boquiabierta, le parece un milagro, y es que un problema que tenemos en nuestros días es que nos olvidamos de saborear la belleza de las pequeñas cosas. Como la sal, que sólo la valoramos cuando nos la quita el médico. ¿Pero, qué le pasa a la sal si se vuelve sosa? Pues que ya no sirve, no vale para nada y hay que tirarla. Y Jesús nos dice esto tras enunciar las bienaventuranzas. Nos estará queriendo decir que si nuestra vida de cristianos no ilumina en nuestro entorno y no da sabor, hemos perdido el tiempo. El cristiano que es sal lo aguanta todo, aunque su párroco sea un pesado, aunque su obispo sea muy serio, aunque el Papa le parezca aburrido... Le da igual; tiene una fe duradera, permanece, intenta dar sabor y trata de ser luz para las oscuridades que le llegan. Ojalá en nuestra vida de fe se hagan verdad las palabras que nos ha regalado hoy el Señor: ''Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos''.
No hay comentarios:
Publicar un comentario