sábado, 27 de agosto de 2022

La Visitación en palabras de nuestro Arzobispo

Hemos escuchado en el Evangelio de este día que María subió con prisa a la montaña, igual que nosotros vamos apresurados saliendo cuanto antes de lo que puede apagarnos, lo que puede secuestrar nuestra esperanza. María hizo aquel viaje arriesgado para una joven que además estaba encinta, pero no se quedó en el calculado interés de su comodidad o de sus componendas egoístas. Aceptó el reto y se dejó empujar en la aventura de salir de su pequeño Nazaret para ir al encuentro de quien la estaba necesitando, yendo gozosa al encuentro de Isabel, su prima. 

Ambas eran testigos de un milagro: recibir la vida cuando ésta no había llamado a la puerta, o cuando pasó de largo cada día. María jovencita, Isabel anciana, madres de aquel milagro de un Dios que tiene recursos e iniciativas, y es capaz de ofrecer en el momento más oscuro una luz que no declina, poniendo horizonte de esperanza en donde sólo había callejones sin salida. El arcángel Gabriel se lo dijo: asómate a la vida, y deletrea lo que allí Dios escribe, porque lo que parece imposible para tus posibilidades, Él lo hace posible con la gratuidad más gratuita.

Habría que poner nombre a nuestra prisa, a nuestros imposibles, cuando vemos cómo se cierran puertas, se conculcan derechos, se acumulan violencias y planean nubarrones de incertidumbre en nuestras vidas. Porque la fe cristiana no consiste en una evasión piadosa torciendo nuestros ojos a mundos irreales. La fe cristiana afronta la realidad pidiéndole prestada a María la mirada para ver que Dios hace milagros en nuestros imposibles posibilitando lo que es justo y bello, verdadero y bondadoso… en medio de tanta injusticia, mentira y malicia. María e Isabel se encontraron, y lo mejor de sus senos maternos, saltó de alegría. Dios hizo el resto.

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