miércoles, 17 de agosto de 2022

Reseña de la Cueva de Covadonga hasta hace 245 años. Por Francisco José Rozada Martínez

Por los testimonios recogidos sobre cómo era y qué guardaba en su interior el templo de madera que -simultáneamente- era una creación natural, una obra humana y un lugar de gran devoción, puede decirse que esta iglesia primitiva en la que se concentraba todo lo que era Covadonga hasta el gran incendio del 17 de octubre de 1777, pudo ser estudiada y conocida gracias a los testimonios documentales -manuscritos e impresos- que nos aportaron descripciones de notable precisión de su fábrica.

Tomando notas del “Viaje Santo” de Ambrosio de Morales (1572), memorial de Gregorio de Leguimazón (1604), las averiguaciones de Jerónimo de Chirivoga (1613), las “Antigüedades” de Luis Alfonso de Carvallo (1695), el “Patrocinio” de Manuel Madrano (1719) y la anónima “Claríssima explicación” (1755), entre otros, puede asegurarse que:

Se cumplen ahora exactamente 450 años del viaje que el cronista Ambrosio de Morales hizo por orden del rey Felipe II a los reinos de León, Galicia y Principado de Asturias para reconocer reliquias, sepulcros reales, documentos y libros manuscritos de interés.

En ese relato anotó que la imagen de la Virgen la consideraba “de obra nueva y bien hecha, a la que se le tiene gran devoción en septiembre”.

De todos los testimonios antes citados puede comentarse con gran detalle la descripción del templo de madera que se había construido en la cueva, así como los objetos e imágenes que componían esta iglesia rupestre.

Esta vieja construcción estaba diseñada para cerrar por completo el hueco de la cueva, pero como la profundidad de la gruta es muy escasa, se había diseñado un conjunto de vigas encajadas en la peña para que soportasen una estructura volada.

La construcción causaba una sensación de gran fragilidad, por lo que a los peregrinos les daba la sensación que el mecanismo constructivo se sostenía sin apenas apoyos, lo cual provocaba admiración y asombro, no es de extrañar que le conociesen como el “templo del milagro” e -incluso- había quienes llegaban a Covadonga esperando ver un “templo en el aire”, como escribió Madoz.

De ahí a asegurar que podría haber sido una fábrica salida de manos angélicas no faltó nada.

Así se hicieron reproducciones en las que aparecen ángeles portando vigas de madera para su construcción, porque -como bien sabemos- la fe mueve montañas.

Lo que sí es cierto es que el interior del rústico templo de madera tenía dos niveles o alturas, con una longitud de unos 19 metros (68 pies) y una altura de 5 metros (18 pies), medidas éstas ya del siglo XVIII, pues las originales del siglo XVI dejan reducidas a la mitad las de su longitud.

La parte superior del templo constaba de presbiterio, sacristía, nave, coro y órgano.

En la sacristía había una ventana en la que se había instalado una polea para poder aprovisionarse de agua de la fuente, en la parte baja exterior de la cueva.

La capilla mayor tenía 3 metros, con un arco labrado en piedra muy antiguo y en el retablo mayor había una imagen de talla de la Virgen, “con una estatura de tres cuartas, rostro moreno y serio, y el del Hijo que tiene en sus preciosas manos, muy alegre y blanco”.

El cuerpo de la iglesia se iluminaba por medio de cuatro ventanas y estaba compartimentado por barandillas de madera para favorecer la circulación interior.

Desde la entrada había una pequeña escalera de piedra que daba acceso al templo bajo, el cual tenía tres espacios separados por rejería de madera.

En el primer espacio estaban los sepulcros de Pelayo y Alfonso I con sus esposas Gaudiosa y Ermesinda, respectivamente.

Mientras el sepulcro de Pelayo estaba en un hueco en la roca, el de su yerno Alfonso I estaba excavado en la peña.

En este templo bajo se hallaba otra imagen de la Virgen diferente a la del templo alto. Era una imagen sedente de María con el Niño sobre sus rodillas, rodeados de seis ángeles, imagen que unos decían proceder de la Cámara Santa y otros llamaban la Virgen del Sagrario.

El acceso a las dos plantas de este templo de madera se hacía por una escalera de piedra y todo cuando contenían las dos plantas del mismo pereció en un gran incendio en la madrugada del día 17 de octubre de 1777.

Nada se salvó: ni las imágenes, ni los numerosos objetos de culto, regalos y donaciones, etc. todo se redujo a cenizas.

Nueve meses después y a petición del abad y Cabildo de Covadonga, el Cabildo de la Catedral de Oviedo acordó enviar al Real Sitio una nueva imagen que tenían reservada en la catedral, sin veneración pública, para sustituir a las dos desaparecidas; la misma imagen que se conserva en la actualidad, junto con otras más modernas.

A partir de ese momento comenzaron a proponerse soluciones para un santuario que había entrado en ruina y que permaneció en la misma durante muchísimos años, tras fracasar -quince años después del incendio- la construcción del templo monumental que tenía previsto levantar Carlos III ante la cueva, de la mano de don Ventura Rodríguez, su arquitecto de cámara.

Habría que esperar 124 años hasta que se pudiese asistir a la consagración del hermoso templo neorrománico que hoy conocemos como Basílica de Santa María la Real de Covadonga, el día 7 de septiembre del año 1901.

La foto adjunta reproduce el más famoso de todos los grabados antiguos de Covadonga. Año 1759.- Se trata del grabado en cobre, aguafuerte y talla dulce/seda blanca de 322 mm. x 417 mm. Dibujado por Antonio Miranda Cuervo y grabado por Jerónimo Antonio Gil. En la reproducción se recrean la imagen de la Virgen con Pelayo y Favila, ángeles que portan las maderas para construir el templo, la casa de novenas, el molino, la casa de los músicos, el mesón, la fuente, el huerto del ermitaño, el camino a la casa de los canónigos, etc. Viene a ser una especie de recreación que se muestra en tres campos de significación: el religioso, el legendario y el dinástico.

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