sábado, 6 de agosto de 2022

''DIOS TE AMA''. Catequesis del Sr. Arzobispo de Oviedo en la PEJ

CATEQUESIS 3ª. PEJ 2022 
DIOS TE AMA

Parroquia de San Fernando. 
Santiago de Compostela 

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm. Arzobispo de Oviedo 
6 agosto de 2022 

Queridos amigos, jóvenes peregrinos: 
paz y bien. 

1. Terminando unos días de verdadera gracia. 

Haciendo balance de unos días de ¿peregrinación?, o de ¿turismo? Ya hemos subido a Instagram todas las fotos, las hemos compartido de mil modos, hemos creado grupos de whatsapp y acrecentado los contactos en nuestro móvil. 

Ahora viene el momento de ir planteando el balance de lo vivido, más allá de los sudores, las ampollas, las noches mal dormidas, las comidas improvisadas, el cansancio acumulado tras tantos días fuera de casa. 

Nos hemos adentrado por caminos desconocidos, hemos dudado y tal vez en algún tramo nos extraviamos debiendo preguntar o consultar nuestros oráculos digitales para reencontrar la brújula que nos devolviera al camino. Tramos fatigosos cuesta arriba, tramos precipitados cuesta abajo, tramos de resuello mientras llaneábamos y hacíamos una parada para beber agua y descansar un poco. Hemos sido para los compañeros de camino un bastón, un hombro, una mano, que han puesto aliento y ánimo cuando peor ellos lo estaban pasando. Hemos bromeado y nos hemos reído de lo lindo en la más sana alegría que nadie podrá quitarnos, como nos dijo Jesús. 

Hemos conocido gente, hemos escuchado mensajes, nos hemos asomado a tantas realidades que nos han podido tocar el corazón, suscitar interrogantes, confirmarnos las certezas, abrirnos a las sorpresas con las que ese Dios que nunca aburre, nos sorprende. Y así, kilómetro a kilómetro, nos hemos plantado en Compostela como desenlace de un camino que tiene meta. La misma meta que tuvo Santiago el Apóstol, y no es otra sino Jesucristo. 

Hemos de hacer balance de esta experiencia vivida juntos, porque aquí Dios nos ha hablado al corazón recordándonos cosas que tal vez habíamos olvidado, o estrenándonos otras que reservó para estos días, o afianzando lo que se nos tambaleaba quizás de no vivirlo. Hay que poner nombre a esa gracia, a ese regalo concreto que en estos días de la PEJ 22 hemos podido recibir de parte del Señor y de María, de parte del Apóstol Santiago, amigo de Jesús. 

Vamos poco a poco finalizando este encuentro de jóvenes europeos haciendo el Camino de Santiago. Como una ayuda se nos han brindado tres catequesis ya aquí en Compostela. Campus stellae, campo de las estrellas, donde no dejan de aparecer en la noche de la historia humana esas luminarias que nos guiñan su humilde destello para no perdernos en las marañas cotidianas. 

2. Síntesis de las dos primeras catequesis: el Espíritu y Jesús. 

La primera catequesis tuvo como protagonista lo que ha protagonizado nuestro encuentro también: una plaza. La PEJ 22 la comenzamos en la Plaza del Obradoiro, como hace dos mil años fue en la plaza de Jerusalén. Unos discípulos asustados y encerrados a cal y canto por medio a los judíos, estaban al margen de todo, atrincherados en tras las barricadas de sus miedos. Pero María los convocó para orar y enseñarles a esperar el cumplimiento de la promesa de Jesús: el envío del Espíritu Santo. Su puertas y ventanas se abrieron de par en par dejando pasar un viento huracanado que ventiló sus temores. Y sobre sus cabezas se posaron unas pequeñas llamas de fuego que pusieron lumbre y luz en sus ojos y sus corazones. Y así salieron a la plaza, donde estaba el mundo mundial con todas sus lenguas y tradiciones, y a todos ellos les dijeron que Dios es maravilloso, que no es rival de nuestros sueños sino el mejor cómplice de nuestros más verdaderos deseos de bondad, de verdad y de belleza. 

La segunda catequesis, abordó una gran pregunta en torno a Jesús. Yo partí en la que di ayer en una iglesia románica preciosa llena de chavales vascos y andaluces (chicas: flash mob con una bella coreografía– chicos: partido de futbito pegando patadas -> “Nadie nace en un cuerpo equivocado” (José Errasti – Marino Pérez. Ed. Deusto). Aquellos discípulos venían de una primera experiencia apostólica, a la que fueron enviados de dos en dos. Y venía eufóricos. Habían aprendido cosas escuchadas a Jesús y las consiguieron contar en general con un éxito que les sorprendía. Entonces el Maestro les hizo la gran pregunta: ¿qué se oye por ahí de quién soy yo? Y todos ellos fueron diciendo sus cosas haciendo una especie de encuesta de pareceres y opiniones. Hasta que el Señor les formuló la gran cuestión: y vosotros, y tú, quién dices que soy yo. 

Porque la vida cristiana no se resuelve en un simple barniz de ideas aprendidas en lo que aprendimos de pequeños, o en algunas reuniones de grupo en la parroquia o el movimiento, o lo que hemos escuchado en una charla. Sería una respuesta prestada si hablamos lo que otros nos han contado simplemente, pero no el testimonio de una experiencia, la de un encuentro con alguien que ha cambiado mi vida. Hay que tener cuidado con los “préstamos” porque terminan siendo insuficientes para que mi vida tenga un nuevo significado. 

3. Tercera catequesis: Dios me ama. 

El amor de un Dios cercano como un Padre Esta catequesis remata las dos anteriores para presentarnos hoy un tema que no nos puede resultar extraño: saber que Dios nos ama. Os cuento una anécdota de los primeros momentos cuando llegué a Oviedo como Arzobispo en 2010. Visitaba yo un hospital en Oviedo ( el Centro Médico). Me dijeron que debía pasar a ver a una chica de 18 años, llamada Sandra, que estaba en fase terminal por la anorexia que la estaba matando. Pasé a la habitación y al verme me rechazó con violencia: vete, márchate, yo no creo en tu Dios, déjame en paz. 

Sorprendido, hice ademán de salir de la habitación. Pero antes le dije: tú no crees en Dios, pero Él cree en ti y te ama. Él quisiera acompañarte y sacarte adelante, porque tu vida le importa. No es un intruso, no es alguien que se aprovecha de ti o que te miente, es quien mejor te conoce y más puede ayudarte. Pero si tú quieres que me vaya, salgo. 

Entonces me dijo: … pero es que yo nunca lo he visto, no sé cómo es su rostro, ni como habla. A lo cual, viendo que había un pequeño resquicio para poder hablar con ella, le pedí permiso para quedarme con gratitud y con respeto. 

¿Has estado enamorada alguna vez? Sí, me respondió. 

Y ¿de qué color es el amor, qué forma tienen sus ojos, cómo acarician sus manos, qué palabras susurran sus labios y qué experimentas cuando te besan? Ella se ruborizó, y apareció la belleza de una chica joven, más allá de la desfiguración que el chantaje de la anorexia le había impuesto de mala manera.

 Mira, le dije, estoy seguro que no sabrías decir cuál es el color del amor, ni tampoco su forma, pero si has estado enamorada tú sabes que te has encontrado con algo real, no con un fantasma. Y los ojos de la persona amada no son dos globos cristalinos detrás de unas pestañas, así como sus palabras no son para ti sonidos en un idioma sino la poesía que te hacía temblar por el tono de la voz única que tú amabas, y sus manos no son dos paletas extremas que tienen dedos con nombre de índice, meñique y pulgar, sino las que saben acariciarte con una ternura inolvidable, y sus labios con son dos músculos que sirven para tragar, sino los que te acercan el mensaje que tu naciste para escuchar. Todo eso tiene para ti un nombre, y ese nombre que tiene manos tiernas, labios con secretos, ojos de enhechizo, y un timbre de voz inolvidable… es el nombre único de quien tú amas. Es él, frente a todos los demás. Por él sueñas, por él haces cosas y las compartes, por él tiemblan tus entrañas y se emociona el corazón hasta verter con alegría las lágrimas. 

Dios es así: no sabemos cómo es su color, ni su forma tantas veces, no alcanzamos a escuchar su voz, y sin embargo ha habido gente que se ha encontrado con Él, que ha vivido para Él, que lo ha dejado todo por Él o que no ha sabido hacer nada sin Él. Por eso los místicos que han tenido esa experiencia de Dios terminan diciendo lo que dicen los enamorados amantes: se dicen lo mejor en silencio, cuando saben que las palabras se hacen pobres y siempre son insuficientes para expresar lo que el corazón siente con verdad y los ojos vislumbran sin equívoco. 

No es un problema que Él sea invisible, sino que yo estoy ciego. No es un problema que Él sea mudo, sino que yo estoy sordo. 

Dijo la chica: dame la bendición. Quiero encontrarme con ese Dios que abrace mi vida, que la llene de su luz y que me salve sacándome de este infierno que me está matando. Aquella chica salió adelante. Dios fue para ella alguien tan real como lo fue el chico de sus amores de adolescente. Una mala experiencia en la vida, una insuficiente vivencia de la fe, hace que tengamos prejuicios, que no vivamos con Dios como quien se encuentra con un amigo que me respeta y me quiere, me acompaña y sostiene. Con ese Dios cómplice de mi bien y no rival de mi felicidad. No es una quimera, sino alguien que dejándole entrar en la vida, te la cambia. No porque luego a ti no te sucedan las mismas cosas que les suceden a todos los demás. Sino porque aún dentro de las mismas circunstancias (cansancio, incomprensiones, fracasos, miedos y temores, desilusiones, enfermedades, muertes de seres queridos, así como también los momentos buenos, los éxitos, los parabienes, las alegrías vividas con la gente que te quiere, el gozo de la vida vivida cristianamente…), sí en medio de las mismas circunstancias, hay una novedad que introduce la presencia de Cristo, la certeza de su amor hacia mí y su discreta compañía. Es una novedad que no cambia la circunstancia, sino mi modo de mirarla, de abrazarla y de vivirla.

 4. El Monte Tabor y el Monte del Gozo 

Hoy el Evangelio nos permite asomarnos a una escena preciosa en la fiesta de la Transfiguración del Señor. Andaban Jesús y sus discípulos por la zona de la Galilea. Allí se alza una montaña no muy alta, desde la que se vislumbra toda una campiña impresionante. El escogió a los tres discípulos más cercanos a los amigos con los que había hecho el camino compartido con todos los demás. 

a) ¡Qué bien se está aquí! En primer lugar, la iniciativa la tomó Jesús: les dijo a Pedro, a Juan y a Santiago: venid conmigo y subamos al monte Tabor. De muchas maneras el Señor se hace encontradizo, se nos cuela en la vida diaria para hacernos una propuesta distinta que nadie nos hace. Ellos aceptaron la indicación. Como nosotros en estos días, ellos compartieron la fatiga que tiene caminar en una montaña. Compartirían la andanza, la comida, el cansancio, la alegría de la llegada y tal vez también el gozo de lo que allí se vislumbró. Más adelante tendrán que compartir también los tres mismos discípulos justamente el reverso de la escena del Tabor, cuando en la noche de Getsemaní, en la oscuridad de aquel huerto, vean a Jesús completamente apagado y temeroso por lo que se le avecinaba. Tres testigos de la luz y de la sombra del Maestro.

 b) Una luz siempre nueva: Dios te ama En segundo lugar, hubo una sorpresa. No estamos ante algo que nos sabemos de memoria, que de tantas veces visto y oído ha dejado ya de conmovernos y nos hace simplemente bostezar de aburrimiento. Ellos, entonces llegando a la cima de pronto quedaron bloqueados: vieron a Jesús resplandeciente, que estaba acompañado por dos personajes que inicialmente quizás no reconocieron. Eran Elías y Moisés. Y Pedro comenzó a decir cosas extrañas, como si estuviera fuera de sí, como si hubiera bebido o fumado algo extraño. La expresión de Pedro fue sincera cuando le dijo al Señor: ¡qué bien se está aquí! Y ciertamente estaban bien, pero el destino de aquel viaje no era quedarse allí sino continuar. 

c) Bajar del Tabor hasta el valle Nos esperan en el lugar donde los dejamos tantas cosas y personas. Nos esperan tal y como las dejamos. Ellos no han hecho la PEJ. Nosotros nos llevamos la experiencia que aquí hemos vivido y compartido como gracia del Señor. Y como hicieron aquellos discípulos en la plaza de Jerusalén, como hicieron los que volvieron de sus andanzas apostólicas, hemos de contar que a Jesús nos lo hemos encontrado, que Él se hizo encontradizo brindándosenos no sólo como alguien que indica el camino, sino alguien que lo quiere recorrer a mi lado. 

Es mejor no hacer muchos propósitos, cuando tienen la medida de nuestro cálculo y no la medida de un Dios que siempre nos sorprende. Más que empeñarnos en fijar lo que nos queremos proponer, hagamos como María: guardar en el corazón lo que Dios nos dice y lo que Él nos calla también. Ella guardó en su corazón las palabras y los silencios del Señor. Y así, en estos días de la PEJ 2022, Dios nos habrá dicho cosas de mil modos, que es necesario reconocer. Eso es lo más importante que nos llevamos. Lo que deberemos vivir incorporándolo a nuestra vida de jóvenes cristianos. Sería un ejercicio sencillo de concreción, para evitar que lo que hemos vivido en estos días se vaya poco a poco diluyendo terminando siendo abstracto. d) La gracia de la vocación En una experiencia como esta del Camino de Santiago como la PEJ 22, se suscitan las tres grandes vocaciones cristianas básicas: 

• Llamada a formar una familia cristiana, entre un hombre y una mujer, abiertos a la vida, con ternura y respeto, para siempre-siempre, habiendo encontrado o afianzado una relación con otra persona que me corresponde amorosamente. El laico cristiano tiene también su profesión y quehacer en la sociedad y desde ahí se construye un mundo permeado por lo que significa la presencia cristiana.

• Llamada a la vida sacerdotal, cuando un chico intuye que el Señor le quiere no tanto para formar una familia sino para cuidar la entera familia de Dios, dando la vida ministerialmente a imagen del Buen Pastor en su Iglesia, cuidando la liturgia de la alabanza, la adoración y los sacramentos, la catequesis de la formación cristiana según las edades diversas de la gente, y la caridad como expresión del amor cristiano que se hace gesto cotidiano.

 • Llamada a la vida consagrada, reconociéndonos en alguno de los carismas de tantas familias religiosas. Un carisma siempre es un grito del Espíritu en el tiempo de los hombres, cuando una generación ha olvidado una palabra de Jesús o ha traicionado alguno de sus gestos. Entonces Él suscita en un hombre o una mujer la atención y la adhesión para vivir esa palabra olvidada o gesto traicionando dando lugar al nacimiento de una nueva familia religiosa con su propio carisma.

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