jueves, 5 de julio de 2018

Descansar en el Corazón del Señor. Por Rodrigo Huerta Migoya

Por estas fechas son muchas las instituciones religiosas que nos ofrecen magníficos textos para enfocar el tiempo estival sin perder de vista la dimensión religiosa. Por ahí circulan siempre los decálogos de D. Javier Leóz, la lista de buenas lecturas de Monseñor Munilla y tantas otras publicaciones que nos enriquecen y estimulan en el tiempo de relax para dejarle a Dios no un rato que nos sobra, sino el que se merece.

Dios es amigo de las vacaciones; así descansó Él tras seis días de Creación, o al igual que en el Éxodo, al entregar las tablas de la Ley a Moisés subraya el descanso (no sólo del hombre sino también del ganado) como santificación del día del Señor. Algo que sigue vigente en el ''santificarás las fiestas'' del tercer mandamiento, tan ligado al primero de la Madre Iglesia, que incide de nuevo en los domingos y fiestas de guardar.

Y es que el día de descanso semanal, es justamente el más importante de todos, teniendo todo ese día para reponernos de la semana, reservando un momento de la mañana para participar de la asamblea dominical donde hacemos verdad el deseo de santificar su Nombre. Al acudir a la Eucaristía humildemente pidiendo perdón e implorando a Cristo nuestro sustento, se renueva también nuestra alma que en Él se reconforta: ''descansa sólo en Dios, alma mía''...

Aún muchos recordarán lo que ya otros no conocimos; aquel imperado precepto del descanso obligatorio y que multaba por trabajar no sólo ya los domingos sino también los festivos y fiestas mayores, algo que cuidaban con celo las autoridades de entonces. Hoy puede sonar hasta ridículo que se penara algo tan insignificante, sino sobretodo el que hubiera quienes quisieran faenar en día no laborable.

También vemos en el Evangelio cómo Jesús no sólo veía con buenos ojos el descanso, sino que como hombre mortal sentía sobre sí la fatiga y el cansancio. Pensemos en el pozo de Jacob, cuando el Señor se detiene cansado del camino, buscando un remanso donde reponerse y refrescarse; o cuando decide ir a pasar unos días a casa de sus amigos, los tres hermanos de Betania, en busca de otros aires tratando de encontrar la paz en un hogar familiar.

Esta puede ser también una gran propuesta para este verano, descansar en Aquél que es nuestro descanso y que nos llama siempre diciéndonos ''venid a mí los que estáis cansados''. Sólo quién sabe introducirse en el gran misterio del amor de Dios encuentra todo el evangelio en una sola lección: corazón, vida, misericordia... La vida y mensaje de Jesús de Nazaret, que hacemos nuestro y reafirmamos continuamente con esa sencilla pero definitiva jaculatoria: ''en ti confío''.

Cuando nos vayamos de vacaciones podemos acercamos al templo de la localidad a la que lleguemos, teniendo también la oportunidad de renovarnos participando de una comunidad que no es la nuestra, pero donde no somos extraños por ser parte de la gran familia del Señor, aprovechando ese tiempo para enriquecernos con ese sentimiento único de universalidad y catolicidad, viviendo nuestra fe que no puede tomar descansos y siempre necesita nutrirse para poder crecer.

Que gozada sincera y pura el acercarse a una iglesia en medio de un paseo, a la vuelta de la playa, antes de ir a comer... y sentarse un buen rato en silencio delante del Santísimo; cerrar los ojos y dejar hablar los corazones, el de Él y el propio. Cuántas profundas heridas que llevamos dentro guardadas logran así cerrarse ante el Amor de los amores que hace de bálsamo en nuestra vida. Cuántas gracias se derraman y cuántas batallas allí terminan. ¿Puede haber mejor "resort" que el mismísimo corazón de Dios? Sin duda que no. Así lo escribía San Benito Menni: ''el Corazón de Jesús es el lugar para descansar en Él''.

San Pablo también nos da dos pistas de cómo enfocar ese descanso en el Corazón de Cristo; hacerlo buscando la gloria de Dios y hacerlo agradecidos a Él. Tratando de agradarle: ''así pues, ya comais, ya bebais, hacedlo todo para la gloria de Dios'' (1 Cor 10,31). Más como es así donde caemos en la verdadera cuenta de que nada nos es debido y todo no es regalado: ''Y todo lo que hagáis, de palabra o de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios el Padre por medio de Él'' (Col. 3,17).

Por tanto, además del destino elegido, tenemos otro lugar que, aunque no físico, no debemos dejar de acudir: a la presencia del Señor, a su mesa... allí podemos experimentar la misma dicha de San Juan Evangelista, esto es, descansar en Cristo que nos ofrece su Pan, su Cáliz y su hombro donde reclinar nuestra cabeza junto a los latidos de su Sacratísimo Corazón.

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