sábado, 15 de abril de 2017

Reflexión en torno al Viernes Santo. Por Rodrigo Huerta Migoya

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1 La postración

El Viernes Santo es el día de mayor penitencia del año, por eso mantenemos la abstinencia que veníamos guardando en cuaresma; el sacramento de la penitencia es de los pocos que se puede celebrar en este día junto a la unción de enfermos y toda la liturgia del día hace hincapié en la austeridad, como por ejemplo en los cantos, la limitación instrumental o el ornato del templo.

Quisiera fijarme tan solo en el inicio de los oficios de la Pasión que comienzan con la postración del celebrante cuerpo en tierra; primer gesto penitencial que tiene lugar una vez realizada la inclinación profunda ante el Altar. Con este acto se nos quiere acercar a dos realidades clave, primero que el hombre se "humilla" ante Dios como hizo también el profeta Job al asentir lo poco que era: ''Pero yo soy gusano, y no hombre; oprobio de los hombres, y despreciado del pueblo'' (Sal 22,6).

Y en segundo lugar la actitud de luto, pero a la vez orante de la Iglesia que espera en silencio -como María- que se cumplan las palabras de Jesús: "Destruid este templo, y en tres días lo reconstruiré" (Jn 2, 29).

También cada día del año la Iglesia Universal se despierta sintiendo y expresando esa necesidad de Dios que tenemos por nuestra fragilidad y "nada", así, en el invitatorio matutino cantamos: ''venid, postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor creador nuestro''. Y es que, ¿cómo no postrarnos cuanta tanta es la culpa que arrastramos sobre nuestro hombros?. Igualmente al comienzo de la cuaresma hemos recordado este deseo que hace suyo el profeta Joél: ''Lloren los sacerdotes entre el atrio y el altar; digan los servidores del Señor: Perdona, Señor, a tu pueblo...''


2 Los judíos en nuestra oración

En la oración universal hacemos nuestra, como siempre, pero en esta ocasión de una forma más solemne y amplia, las necesidades de nuestro mundo. Se trata de poner de relieve que por todos pide la Iglesia, incluidos los que no profesan nuestra fe o incluso la aborrecen. En este día en que actualizamos la entrega redentora del Salvador pedimos no sólo misericordia para nosotros, sino para tantos que no le conocen ni reconocen. Pedimos por toda la Iglesia, por la humanidad redimida, por los gobernantes, y, como no, por los que sufren en su cuerpo o en su espíritu compartiendo así los padecimientos del Hijo de Dios. Como tantas veces se nos ha dicho, con ello subrayamos el carácter universal de la pasión.

Una petición muy curiosa es la que hacemos por los judíos. Muchos ya ni lo recordarán, pero hasta el Concilio Vaticano II  la Oración Universal proclamaba en el Misal de Juan XXIII lo siguiente: Oremus et pro perfidis Judæis (oremos los pérfidos judíos). Hay una amplísima discusión sobre esta tema, unos opinan que era una falta de caridad mientras que expertos en lengua hebrea consideran que en su origen el apelativo "pérfidos" no tenía el sentido peyorativo que le daríamos años más tarde. Al restablecerse la Misa Tradicional fue el mismísimo Benedicto XVI quién modificó este detalle de la liturgia del Viernes Santo, de forma que la Liturgia Tradicional pudiese ser celebrada sin dañar al trabajo ecuménico. En concreto, en el reciente libro "Conversaciones con Peter Seewald" detalla de dónde se inspiró para el nuevo texto. Ahora bien, en el Misal de Pablo VI hace ya muchos años que se refería al pueblo judío como ''el primero a quién Dios habló desde antiguo por los profetas''. Guste o no, son nuestros hermanos mayores en la fe y eso no lo podemos negar.

3 El Evangelio de la Cruz 

El Papa Francisco a lo largo de este año nos ha regalado preciosas reflexiones en torno a esta realidad. Únicamente traigo tres a colación:

*La salvación solo viene de la Cruz, pero de esta Cruz que es Dios hecho carne.                                    
  Nos dice que el madero santo se nos presenta como llave, puente y camino para el cielo.

*La cruz es una llamada al amor con la que Jesús se ha sacrificado para salvarnos.

 Esto es el amor que supone darse, que cuesta, que implica olvidarse de uno.              

*La única salvación está en Cristo crucificado, porque solo Él, como la serpiente de bronce ha sido      capaz de tomar todo el veneno del pecado que nos ha sanado.

 La Cruz es el estandarte de la victoria de la batalla más grande de nuestra historia; la batalla que  condicionó nuestro destino ya encaminado a la gloria.

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