sábado, 15 de abril de 2017

Reflexión entorno al Sábado Santo. Por Rodrigo Huerta Migoya

1 Pregoneros de la Pascua

Con el canto del Pregón Pascual o Exultet, no sólo hemos inaugurado el tiempo Pascual, sino que hemos actualizado la historia de la Salvación a través del antiguo testamento con Adán y el mar rojo hasta en el momento en que Cristo concluye su misión: nuestro rescate.
Muchas cosas nos presenta este antiquísimo texto del que ya tenemos noticias de su uso a finales del siglo IV: pedimos el gozo y la alegría en especial para la Iglesia; invocamos la misericordia de Dios, pero, sobre todo, proclamamos solemnemente que las ataduras de la muerte han sido destruidas. Claro y conciso, el pregón recapitula lo que Dios regaló a la humanidad la noche de Pascua:

¡Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros!
¡Qué incomparable ternura y caridad!
¡Para rescatar al esclavo, entregaste al Hijo!

Necesario fue el pecado de Adán,
que ha sido borrado por la muerte de Cristo.
¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!

2 Hemos dejado atrás la esclavitud

Igual que el pueblo de Israel huyó al desierto en la noche pascual, también nosotros hemos dejado atrás nuestra vieja vida para asumir la nueva por el bautismo, que nos incorpora a Cristo. Bautismo que no es un lastre como algunos creen, sino una gracia única que como nos recuerda San Pablo, no nos da un espíritu que nos vuelve hacer esclavos bajo el sol sino que nos permite clamar: Abba, Padre.

Vivir tanto tiempo atados a algo no es fácil de cambiar de la noche a la mañana, por eso el pueblo de Israel, aunque soñaba con la libertad, una vez que la tuvo llegó a añorar la vida anterior. Nunca nos podemos quitar del todo esa tentación que nos empuja a conformarnos con las cebollas de Egipto por delante de la leche y la miel de la tierra prometida.

3 Tuyo es el tiempo y la eternidad. 

Con la bendición del Cirio se nos recuerda que Dios no tiene un tiempo, sino todo el tiempo del mundo porque todo el tiempo es de Dios. El Génesis nos dice cómo «en el principio», en nuestro principio... Él estaba ahí considerando que ese era nuestro momento. Jesús, al tomar la condición de hombre, aceptó todo lo que ello conllevaba, incluido el volverse temporal. Sin embargo, con su resurrección puso fin a esta realidad como indica el Apóstol en la epístola de hoy: «La muerte ya no tiene dominio sobre él». San Pablo ya había incidido en este tema de la atemporalidad de Jesús al indicar que Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre. También el mismísimo Señor nos lo afirmó por sus propios labios: «yo soy el alfa y la Omega, el principio y el fin». Al celebrar la Pascua no cumplimos con una efeméride de algo que ocurrió en el pasado y que es digno de recordar sino que festejamos de forma presente aquella noche santa de la resurrección, pudiendo mirar sin temor alguno a la lejana mañana de los tiempos. ¡Feliz y santa noche!

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