viernes, 27 de marzo de 2015

“Bocas con halitosis” . Por Rodrigo Huerta Migoya


Recuerdo con humor el relato de un cura y su reflejo en la realidad al que un día escuché tras unas confirmaciones en la parroquia, versaba sobre un joven sacerdote que, además, se daba la circunstancia que en una celebración similar se despedía de sus feligreses: Acabada la Eucaristía los muchachos se acercaron a la puerta de la sacristía reclamando al que hasta ese día había sido su pastor, pues querían entregarle un detalle para que nunca se olvidara de aquellos felices años de su estancia entre ellos. El obsequio fue un reloj de pulsera, bonito dónde los hubiera y, además, no tenía pinta de ser del “top manta”. El cura exclamó: ¡chicos me voy a enfadar!, más como no podía ser de otra manera, el obsequiado, vencido por la emoción del momento, rompió a llorar y se abrazó agradecido a sus chicas y chicos. También se arrimaron las madres y padres de los confirmados y para ellos también hubo abrazos y besos. Y, como tampoco podían resistirse, el equipo “Radio Patio” de abuelas, beatas y cotillas adjuntas, allá fueron corriendo también a dejarle al curilla la cara como la rodilla del Niño Jesús en la Misa de Navidad a base de pintalabios del “Masymas”.

Ya en el pórtico, y ante la mirada de todos, el cura saliente se quitó su reloj “de los 20 duros”, lo guardo en el bolso y se puso su nuevo “peluco”. La gente aplaudió al unísono mientras un hombre le decía: si a dónde vas no te merecen, vuelve que aquí te queremos.

El reloj había sido cosas de los chavales, más los adultos tampoco se quedaron con las ganas y decidieron regalarle un viaje de cuatro días a Ibiza. Sabían muy bien que era un sueño no cumplido de su párroco conocer el lugar dónde había nacido su abuela, allá en una vieja casa payesa de Puig den Valls, así como la Iglesia de Santa Eulalia del Río dónde le bautizaron.

Circunstancias de la vida, su padre que llevaba años en cama y ya había estado “más para allá que para acá”, fue a morirse esa noche, en un día que hasta entonces había salido redondo. La semana fue terrible de papeles, abogados, notarios, bancos…y encima el domingo tomaba posesión de su nueva parroquia y aún no sabía que decir. Su difunto padre era un apasionado del mundo del motor, tal era así que en la cochera les dejó una moto y dos buenos coches. A la hora de arreglar las cosas con sus hermanas, éstas insistieron en que al menos de uno de los coches se hiciera cargo el primogénito.

El jueves, ya más bien tarde noche, el sacerdote empezó la mudanza ayudado de sus dos cuñados y del bueno de Pepe, que había sido su sacristán en sus años en la Parroquia. Apenas lo que tenía eran libros, su ropa y poca cosa más. Pero al tener una biblioteca tan grande, sólo las cajas de libros ocupaban tanto como la mudanza de los “Beckham”.

Así pasó el jueves y el viernes; y el sábado, cuando la cosa ya estaba encarrilada, metió en el maletero del coche que le dejó su padre (y hermanas) las últimas cosas; se despidió del sacristán y salió para su nuevo destino. Poco antes de la hora de comer llegaba y aparcaba frente a la que desde ese momento sería su nueva Parroquia y hogar con su nuevo coche, con el estrenado reloj y el billete para Ibiza sobre el asiento del copiloto. Entró en la casa para ver cómo estaba y comer algo, y, mientras tanto, las fuerzas vivas del lugar (las hay en todas partes y no todas se distinguen a primera vista) Petra, Mari Puri, Conchi la panadera y su hijo, “marujo cum laude” (de todos conocido) se acercaron a fisgar el cocido. Mari Puri dijo: la rubia que vino el otro día con él debe de ser la querida. Conchi, por su parte, opinó: Me da mala espina, ¿no veis que viste de negro?... ¡Eso ya no se lleva!... Petra sentenció: nada, nada, no me gusta la pinta; dónde esté el que nos marchó que se quiten todos; a mi darme curas modernos y no estos cuervos. Mientras la “Salsa Rosa” del barrio se ponía a tono, “el marujo cum laude” fue a echar un vistazo al coche del cura (en el fondo tenía envidia) y vio en el asiento el billete para Ibiza. En esto, el nuevo párroco que salía de casa, al verlos -inocente- se acercó amable para saludarles y presentarse. En cuanto Petra se fijó en el reloj, para qué más; ¡ya todo estaba muy claro!… Después de irse el cura, comenzaron a coro las conocidas “comadrejas”:

Habéis visto que reloj, ¿de dónde lo sacaría?; ¿y el cochazo,…para mucho da el cepillo, eh?. Pues tiene un billete para Ibiza (dijo el marujo). Seguro que se va con la rubia del otro día (matizó su madre) aunque diga que es su hermana…

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