martes, 26 de diciembre de 2023

Santoral del día: San Esteban

 El diácono que ganó con su muerte la fe de san Pablo

(Alfa y Omega) Llama la atención que la primera fiesta después del nacimiento de Cristo esté dedicada al primero de sus seguidores que derramó sangre sobre las huellas del Señor. Es como si la Iglesia nos quisiera recordar que lo de ir detrás de Jesús tiene que ver con la persecución. De hecho, Esteban es el primero de los miles y miles de testigos que han arriesgado la vida por su fe a lo largo de la historia, en todos los tiempos y en todas las partes del mundo.

Nada se sabe de Esteban más que lo que cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles. Curiosamente, su nombre griego significa «corona», como un presagio del modo en que iba a culminar su incipiente vida de fe. Por su origen se deduce que era un converso de lengua griega habitante de Jerusalén. Quizá fuera uno de aquellos 3.000 que escucharon a Pedro tras la efusión del Espíritu Santo en Pentecostés, uno de esos hombres de origen extranjero que estaban en Jerusalén y lo oyeron hablar en su propia lengua.

Sin duda participó en la vida de la primera comunidad cristiana, que lo tenía todo en común y se agrupaba en torno a los apóstoles para orar y celebrar la Eucaristía. En ella, Esteban hizo las veces de diácono; una labor que, según afirma Napoleón Ferrández, profesor de Historia del Nuevo Testamento en la Universidad Eclesiástica San Dámaso, «nace de la maternidad de la Iglesia». El origen de este ministerio se debe a unas quejas de los helenistas contra los hebreos porque en el servicio diario las viudas de los primeros no estaban atendidas. «Al constituir diáconos, la Iglesia rompió una barrera, mostrándose no nacionalista ni provinciana, sino sensible desde el principio a las necesidades de la gente, fuera cual fuera su nacionalidad», dice Ferrández.

Esteban es el protomártir, el primero de los testigos del Señor en confesarlo hasta la muerte, acaecida por lapidación hacia el año 34. Esto muestra «que la imitación de Jesús es doctrina desde el principio en la Iglesia. Sus seguidores sabían desde el inicio que el camino que seguían pasaba por ahí ineludiblemente», afirma el profesor de San Dámaso. Además, su testimonio también fue prototípico en el perdón: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado» fueron sus últimas palabras. Siguiendo su ejemplo, miles de mártires de los siglos siguientes también ofrecieron su perdón a quienes los mataban; una constante repetida a lo largo de la historia.

Por todo ello, si la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos, como aseguraba Tertuliano, es plausible que la derramada por Esteban fuera la que propició la conversión de Saulo de Tarso. Ese celoso fariseo, el futuro Pablo, guardaba las capas de los verdugos y, según Ferrández, «fue el testigo enviado por el Sanedrín para confirmar la muerte de Esteban».

El profesor de San Dámaso hace en este punto una interesante reflexión, recordando que en los primeros capítulos de los Hechos de los Apóstoles se suceden persecuciones cada vez más graves con incorporaciones a la comunidad cada vez más numerosas, hasta culminar con la muerte de Esteban tras la conversión incluso de varios sacerdotes judíos. «Cuanto mayor es la cruz, mayor es el fruto —explica—. La misteriosa relación entre el sufrimiento padecido por la fe y las conversiones es patente desde los primeros tiempos de la Iglesia. Los primeros cristianos sabían perfectamente que la cruz siempre es fecunda. La fidelidad trae cruz y la cruz trae a su vez fecundidad».

Homilía del Sr. Arzobispo en la Solemnidad de la Natividad del Señor

Las campanas al aire tañen en todo el mundo para una cita especial. Son campanas que voltean por una alegría novedosa a pesar de tener dos mil años lo que anuncian como la mejor buena noticia. Fueron los pastores los primeros en recibir el mensaje allá en sus majadas alejadas de un Belén atestado por el empadronamiento de cada uno en su lugar de nacimiento por orden de Augusto, emperador de Roma y de Cirino, gobernador de Siria. Aquellos zagales estaban allí al relente de la noche cuidando sus rebaños. De pronto se les anunció esa nueva buena: hoy os ha nacido un Salvador en la ciudad de David. Lo encontraréis como un niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre.

Este es el argumento festivo de nuestras campanas a través de todos los siglos. Con ese adverbio de tiempo que emplea San Lucas varias veces en su Evangelio: hoy. Esto quiere decir un hoy que no tiene fecha concreta porque las tiene todas. Cada tramo de la historia de la humanidad, cada fragmento de nuestra biografía, tiene un hoy que pone la edad de mis años y la situación de mi circunstancia. Y para poder entender el sentido de la auténtica Navidad cristiana, hemos de colocarnos en ese encuentro en el que también por mí suenan las campanas en el hoy que me embarga con toda su luz o toda su penumbra, con todas las dudas y todas las certezas, con todos los conflictos y toda la paz que se hace sitio en ellos.

¿Cómo habríamos ideado nosotros la salvación de la humanidad si Dios nos hubiera pedido parecer? Efectivamente, para entender esa escena de un Dios naciente ¿cómo nos podríamos imaginar la llegada de Dios a nuestra vida? Quizás como una imponente rueda de prensa en la que se comunicase con detalle los pormenores más curiosos. O, tal vez, como una gran parada de fuerzas multinacionales donde se exhibiesen con tronío y alharaca todo su poder. Para otros, acaso, tan solemne advenimiento debería llegar en medio del “glamour” de una escenografía del famoseo bien cuidada, de esas que no alumbran la oscuridad de nadie, pero que deslumbran la vanidad de tantos incautos. Quizás habría quien se imaginase ese evento en la guisa de un acaudalado financiero que todo lo subvencionara como banquero ilimitado. O en la cultura de un sabihondo sabelotodo que para todo tuviera ideas y soluciones, dejándonos a todos la boca abierta.

Tal vez no se nos habría ocurrido mejor método para ayudar a Dios a salvarnos. Martín Descalzo escribió magistralmente en su biografía sobre Jesús, aquello de que «los hombres, siempre aburridos y seriotes, se habían imaginado al Mesías anunciado de todos modos menos en forma de bebé… Esto tenía más aspecto de broma que de otra cosa. ¡No era serio! Y sin embargo aquel bebé, que iba a comenzar a llorar de un momento a otro, era Dios, era la plenitud de Dios. Y se había hecho enteramente hombre. El mundo que esperaba de sus labios la gran revelación recibió como primera palabra una sonrisa y el estallido de una pompa en sus labios rosados» [J.L. Martín Descalzo, Vida y misterio de Jesús de Nazaret (Sígueme. Salamanca 1990) 123].

Sí, Dios tuvo una idea mejor. De las muchas maneras con las que Dios hace las cosas al hablarnos, nos ha querido narrar la historia de nuestra felicidad haciéndose un pequeño bebé para comenzar a contárnosla. Palabra acampada, palabra hecha tienda en medio de nuestras contiendas. El Verbo de Dios que se hace palabra nuestra. Escogió un niño, haciéndose niño Él. Todo el poder, toda la sabiduría, todo el arcano del eterno Dios, hecho lágrima de bebé, llanto de hambre y frío de un niño divinamente común, al amparo de una mujer joven que fue tan especial madre, de un joven varón que, sin haberla tomado aún por esposa cumplidamente, se fio de Dios y actuó de amoroso protector de ella y de su pequeño infante. Una historia humana y divina, asombrosa y misteriosamente única.

La Navidad llama de nuevo a nuestra puerta y nosotros nos dejamos deslizar al gran misterio de un Dios que quiso contarnos su entraña de amor aprendiendo nuestras lenguas y nuestros gestos, para palpitar su eterno corazón con nuestros latidos humanos. Así lo celebramos cada año llegando estas calendas tan señaladas. Es verdad que tenemos sobrados motivos para una mueca de preocupación casi en la frontera desesperada por el panorama que se dibuja en este mundo contradictorio. Las guerras que no cesan, los fanatismos que nos atenazan, la mediocridad que nos gobierna, mientras el miedo de los buenos se enroca en cobardías disfrazadas de prudencia dando pie a que desalmados hagan de las suyas por doquier.

Pero esta negrura tan gris y cenicienta se disipa cuando el destello siempre perenne de un Dios que viene para abrazar nuestra malherida humanidad, enciende en nuestras noches oscuras su luz resplandeciente. Lo decía el gran escritor francés Charles Péguy: Jesús no vino para pelearse con la tiniebla sino para ser luz en medio de ella. Así fue hace dos mil años, y así sucede cada día: en cuanto Él se enciende en nosotros y entre nosotros, la oscuridad no tiene nada que decir ya, ni nada que esconder en sus penumbras.

La Navidad es este misterio de esperanza que llena el corazón y las calles de la más sana y verdadera alegría, derramando su villancico inocente entre nuestros cansancios agoreros por tantas cosas que nos suceden. Y para memoria viva de este regalo continuamente presente, ya San Francisco de Asís previó hace ahora ochocientos años en una Navidad inolvidable en la ciudad italiana de Greccio. En aquel 1223 se tuvo una iniciativa inaudita por parte de aquel santo frailecillo. Quiso celebrar durante la Misa de medianoche un Belén viviente. La joven mamá que había dado luz unos días antes, prestó su misma ternura junto a la del padre de la criatura que de ambos nació. Ya teníamos un primer esbozo del cuadro que en el portalín belenista aconteció en la primera Nochebuena de verdad. Todos en el pueblo se hicieron pastores y zagales en aquella Misa del gallo, mientras San Francisco oficiaba como diácono proclamando el Evangelio que narraba el nacimiento de Dios.

Por este motivo, nuestros belenes y nacimientos son una preciosa remembranza de lo que sucedió en Belén hace dos mil años y de lo que se recordó en Greccio hace ochocientos. En llegando estas fechas memorables, para mantener el recuerdo vivo de lo que verdaderamente sucedió y sucede cada día, en cada hogar, en cada iglesia y cada comunidad, en tantas plazuelas y calles, en escaparates adornados para la ocasión, se ven nuestros pequeños o grandes belenes que nos actualizan con ternura y esperanza la alegría que se nos regaló con el nacimiento de Dios entre nosotros. Es un gozo recordarlo, un deber agradecerlo y con sencillez compartirlo con un esmero admirado. Es el aroma de estos días, con sabor a mazapán navideño, estrofa de villancico popular y música de la esperanza que no defrauda jamás.

En un día como hoy hacemos memoria de algo que sucedió hace dos mil años, y que sucede cada día si dejamos que el mensaje de aquel pequeño nacido de la Virgen María, encienda su luz en nuestra oscuridad y derrame su paz en nuestras trincheras. Hemos dejar que crezca en nuestra vida aquel Pequeño Dios humanado, que aprenda nuestros lenguajes para que nosotros entendamos su Palabra, que haga suyos nuestros andares para que nosotros caminemos por sus sendas. Así lo celebramos cada año llegando estas calendas tan señaladas. Es la Navidad cristiana que de corazón os deseo a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, mientras con los ángeles y pastores de todos los tiempos entonamos nuestro canto de gloria a Dios, siendo bendición para los hermanos. Amigos y hermanos: Feliz Navidad cristiana.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

lunes, 25 de diciembre de 2023

Feliz Navidad por la puerta de atrás. Por Joaquín Manuel Serrano Vila


"La pregunta del millón" tantas veces repetida en estas fechas es: ¿Cómo pudo llegar el Mesías y no enterarse tantísimos como lo esperaban?... Tal vez pensaron que haría una entrada triunfal y apoteósica cuando en verdad llegó sin hacer ningún ruido. Esto nos pasa a menudo; construimos una idea predeterminada y luego cuando llega la hora de la verdad no tiene nada que ver lo uno con lo otro. Así fue la llegada de nuestro Salvador, que como ha dicho estos días el obispo de Orihuela-Alicante entró en nuestro mundo por la puerta del servicio. Esta realidad la conocen casi todos cuando en casas importantes, negocios o restaurantes, dependiendo de si eres el que paga o el que sirve, el rico o el pobre, el esperado o el no, te indican que puerta de acceso deberás usar. 

Jesucristo al venir a nosotros, ya con su nacimiento rompió todos los esquemas naciendo sin posada ni lujos, sino en una pobre gruta con animales. Así se cumplió la profecía de Isaías que algunos supieron ver en aquel alumbramiento: "El buey conoce a su amo, | y el asno el pesebre de su dueño; | Israel no me conoce, | mi pueblo no comprende». ¡Ay, gente pecadora, | pueblo cargado de culpas, | raza malvada, | hijos corrompidos! | Han abandonado al Señor, | han despreciado al santo de Israel, | le han vuelto la espalda" (Is 1, 3-4). Esto mismo ocurre hoy; nuestro mundo le da la espalda, no le espera, no le abre la puerta de su hogar, sino que buscamos otros mesías menos exigentes que no nos interpelen sobre preguntas esenciales que obliguen a implicarnos y complicarnos en el arduo camino de la santidad. 

La cita la sabemos de memoria: "vino a los suyos y los suyos no le recibieron", pero eso no es argumento para que yo no le reciba, no le espere, o no le abra mi corazón anhelando que un día oiga de su propia voz: "bendita tú, bendito tú, que sí me diste posada en tu alma, y no abandonaste ningún domingo, ni pasaste de largo cuando me viste en el que sufre"... En estos días de Navidad brota la generosidad de forma espontánea; ojalá el espíritu navideño nos durara todo el año en cuanto a la alegría, la caridad y la facilidad para estrechar la mano de la gente y generar empatía, incluso con la persona más opuesta a mi forma de pensar. El Señor se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza, y es que nos hace mucho bien descubrir que la felicidad no lo da el tener mucho, sino el necesitar poco y poder compartir viviendo ligeros de cargas terrenas. 

En esta Navidad tampoco puede faltar un recuerdo para la figura de San Francisco se Asís, al cumplirse 800 años de aquel primer belén viviente que él mismo organizó con los frailes que le acompañaban en la localidad italiana de Greccio. Allí el Poverello, que regresaba a pie de Roma hacia Asís de haberse entrevistado con el Papa, tuvo esta feliz ocurrencia al contemplar que a las afueras de aquel pueblo italiano del valle de Rieti había unas cuevas naturales en la roca. San Francisco había estado poco antes en Tierra Santa donde quedó cautivado por la gruta de Belén, que debía ser muy parecida. El Santo propuso llenar la cueva con hierba y animales y celebrar allí la "misa del gallo" en lugar de la iglesia del pueblo. Todos los habitantes del pueblo incluido el párroco aceptaron su propuesta, pues San Francisco les había librado de una plaga de lobos que atemorizaba la localidad, por lo que aunque no gustara del todo la idea de celebrar una misa en pleno invierno en la montaña italiana se sentían en deuda con Francisco. El santo quería que aquel gesto ayudará a contemplar la pobreza, el frío y la vulnerabilidad humana entre la que nació el rey de reyes. 

También hoy nosotros necesitamos vaciar la Navidad de tantos aditivos que han deformado su verdadero sentido, mensaje y significado. Hoy en la tierra nace Dios, que se abaja para elevarnos a nosotros y darnos la vida, para librarnos del pecado y hacernos partícipes de su gloria que los ángeles aquella noche cantaron. Feliz y Santa Navidad; ¡sí!, no "felices fiestas" que hay muchas y eso se puede decir en otras ocasiones. Los católicos en estos días decimos sin contaminaciones ni pudores extraños: ¡Feliz Navidad!.

Felicitación de Navidad del Sr. Arzobispo y Mensaje navideño con bendición “Urbi et Orbi” del Santo Padre

 

domingo, 24 de diciembre de 2023

Feliz Navidad

 



Calendario de Navidad



Llamados a anunciar. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

Nos vemos ya en el IV domingo de Adviento que este año tiene más proximidad que otros años a la Navidad; apenas sean las tres de la tarde de este día 24 de diciembre se empezarán a celebrar en muchos lugares las vespertinas de la Natividad del Señor. Ante esto hay que explicar que se recomienda participar en ambas celebraciones, algo que explicaran los sacerdotes hoy para que nadie tenga dudas de si con la misa de la mañana ya no hace falta ir a otra: la misa del domingo es hasta el mediodía; a partir de las tres de la tarde es como si estuviéramos ya en otro estadio que será el de primeras vísperas de Navidad; por tanto, hacemos bien en acudir a la misa dominical como cada semana, y haremos bien en esta noche (00´00h -Misa de Galllo-) en que recordaremos el nacimiento del Señor participando de la eucaristía con gozo y comulgando aunque ya lo hubiéramos hecho por la mañana, pues como decimos son celebraciones distintas. Antiguamente cuando en cada parroquia había párroco y coadjutor, había misa de gallo a medianoche, misa de aurora de madrugada y la misa del día a mediodía, y los sacerdotes solían invitar a los fieles que acudieran a las tres y a que comulgaran a ellas... Pero ahora centrémonos en este último domingo del Adviento. 

La protagonista de este día es Nuestra Señora, a la que hemos acompañado todo el Adviento queriendo estar a su lado en su estado de buena esperanza. Así el evangelio de la Anunciación nos ayuda a valorar cómo por María y por su Sí hizo posible que Dios llegara a nosotros, y esto se debió a la enorme fe que tenía nuestra bendita Nazarena. Su prima Santa Isabel se lo dijo sin rodeos: ''Dichosa tú porque has creído'', y hoy nosotros se lo decimos también: ¡Qué grande es tu fe, María!... En Ella encontramos el modelo perfecto de creyente; nadie vivió el Adviento como Santa María, nadie esperó al Señor con tanto amor y con tanta docilidad ante el incierto futuro como Ella. En muchos lugares de España se la ha celebrado estos días atrás como la Virgen de la Expectación, de la O, de la Esperanza... Así está la Madre buena, expectante ante la llegada al mundo del eternamente esperado. El Señor quería llegar a nosotros, y encontró un corazón que de veras le esperaba. Este es el deseo al que se nos invita al terminar el adviento y a punto de iniciar el tiempo navideño: que vivamos anhelantes, en clave de fe e ilusionados porque llega el que nos dará la fuerza para gritar a nuestro mundo desesperanzado que Él, y sólo Él, es la respuesta a nuestras zozobras. 

No dejemos pasar otra navidad sin pena ni gloria; pongamos en alza la esperanza para no despreciar sino recibir a manos llenas los dones que Dios nos regala. El Señor no nos obliga a recibirle, ni va pasar lista, ni habrá castigo para quien no le reciba; si algo respeta Él es nuestra libertad, y no lleva a cabo un plan de salvación imperado. Nosotros supuestamente le esperamos, aunque quizá no nos hemos preparado en profundidad para ello, y nos puede ocurrir lo de la lectura del segundo libro de Samuel que hemos escuchado: «Mira, yo habito en una casa de cedro, mientras el Arca de Dios habita en una tienda»... Esto va a pasar mucho en todo el mundo durante estos días, se va a gastar mucho dinero en luces, fiestas, comida y regalos para disfrute de uno mismo y su entorno, mientras que el Señor quedará de nuevo sin posada en nuestro corazón. No dejemos que nos roben la Navidad; no descuidemos el plano espiritual de estos días, pues el carro hace tiempo ha pasado ya delante de los bueyes, como se suele decir, y lo que surgió como añadido ha eclipsado ya a lo esencial. Preparemos al Señor no una tienda pobre de tela en nuestro corazón, sino una morada digna donde se sienta cómodo. 

El que busca al Señor lo encuentra, e incluso a menudo ocurre que el que lo esquiva se acaba dando de bruces con Él, y ese "tropiezo" convierte el corazón para descubrir cara a cara que Dios es totalmente distinto al que pensaba. Hay un libro muy conocido titulado ''Dios existe, yo me lo encontré'', donde su autor André Frossard, uno de los más grandes intelectuales franceses del siglo XX, relata en ese texto escrito en 1969 su conversión. Resultó que pasaba por la calle Ulm de París, cuando había un templo abierto donde estaban en plena adoración del Santísimo. André entró ateo y por curiosidad en aquella iglesia y salió creyente, sobre lo cual afirmaría:  «Me hubiera sorprendido tanto verme católico a la salida de esta capilla, como verme convertido en jirafa a la salida del zoo». Y así fue que aquel hombre que rechazaba la religión, criado en el ateísmo, hijo del primer secretario general del Partido Comunista Francés con el que viajó a Rusia para felicitar a Lenin tras el triunfo de la revolución bolchevique, que se vuelve el más ferviente creyente. Dios, con el que "tropezó" hecho pan eucarístico lo deslumbró, y partir de ese momento el que atacaba a la Iglesia a todas horas llegaría a publicar numerosos libros y artículos de prensa sobre la fe católica, pues el que descubre a Cristo ya no sabe guardárselo para sí, sino que lo grita y anuncia a los cuatro vientos... A esto somos llamados nosotros en este día y en toda nuestra vida, a buscar a Dios o tropezarnos con Él para tras encontrarlo poder anunciarlo sin descanso.