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viernes, 25 de marzo de 2022
Carta semanal del Sr. Arzobispo
Una vez más hemos oído los tambores de guerra, y cuando cabría esperar que tantos avances en el campo científico y técnico, en la comunicación interespacial y en los acuerdos que se iban firmando con carácter planetario con proclamación de derechos humanos y resoluciones entre los países, de pronto estalla de nuevo un conflicto entre dos pueblos en este rincón del Occidente oriental de la vieja Europa.
Se ve que han servido de poco esos acuerdos, esos filtros, tantas cautelas, y que hemos aprendido poco de nuestros errores de guerras civiles en las naciones o de guerras mundiales en todo el planeta. Nuevamente se tiñen de sangre nuestros campos como si florecieran las amapolas más denunciadoras de nuestros desastres. Intereses económicos, intereses de poder, intereses de vanidad personal y de supremacismo nacional, hace que se minusvalore la libertad de las personas y la soberanía de los pueblos, y el triste devenir de tantos inocentes. Unos caen en el campo de batalla cada vez más sofisticado, segando vidas jóvenes, destruyendo casas y haciendas, derrumbando la historia y el arte; otros se ven forzados a huir sin saber a dónde, teniendo como única pertenencia lo que pueden meter en una maleta mal atada o en una mochila volante. Así, entre la muerte y la destrucción, entre la huida prófuga, se dibuja con tintas gruesas y graves, el escenario terrible de una guerra más, sin razón como todas ellas, en nombre de la nada y de nadie. Te sobrecoge este macabro espectáculo, sobre todo cuando tocas de cerca esas vidas supervivientes que van a la deriva con la mirada perdida sin que ninguno pueda darles las razones de tan supremo sacrificio con sus vidas posiblemente tronchadas para siempre. Más te conmueve el ver el miedo en sus ojos, el llanto en sus rostros, y en todas sus fibras la cita cotidiana con el hambre.
No estamos en una retro escena de viejas batallas, lejanas en el tiempo de nuestra época y en el espacio de nuestros lares, sino que estamos ante la tragedia corregida y aumentada de un último delirio que, sin ningún atenuante, vuelve a sembrar la maldad más destructora en el jardín ambiguo y vulnerable de los hombres. Todo iba mediocremente bien en aquel edén primero herido por el pecado originante, hasta que la deriva de la envidia corrosiva, del egoísmo insolidario, de la ruptura con Dios y la enajenación fraterna, dará como resulta el primer asesinato humano, guerra en potencia, con la desalmada y fatal censura invasora de Caín sobre su hermano Abel. De ahí se siguen todas las demás ofuscaciones que han roto la relación con el Padre Dios y los hombres hermanos.
¿Qué podemos hacer?, me preguntan las gentes sencillas que quieren hacer algo. Y yo les respondo: rezar al Dios de la Paz y a la Reina de la Paz, para que muevan los corazones de los señores de la guerra. Acoger a las víctimas de esa desgracia con todos los recursos a nuestro alcance, como se está haciendo. Y revisarnos en conciencia, no vaya a ser que tengamos nuestras pequeñas batallas domésticas, las guerras en ese espacio de vida que a diario pisan mis pies junto a quienes tengo más cerca. Estas tres cosas podemos hacer.
Por eso, nos unimos al Papa Francisco en esa oración de consagración al Inmaculado Corazón de María, pidiendo por Rusia como Ella pidió en Fátima. Por Rusia y por Ucrania también, para que pueda nacer una verdadera paz entre hermanos. Es la conversión a la bondad primera, a la belleza del principio, cuando Dios paseaba con sus hijos al caer de cada tarde a la hora de la brisa. Son los tambores de paz, que mirando a quien la hace posible en su divino Corazón, pedimos que el nuestro tenga ese mismo latido con el pálpito de Dios. Haznos, Señor, instrumentos de tu paz.
+ Jesús Sanz Montes,
Arzobispo de Oviedo
jueves, 24 de marzo de 2022
Mensaje para la Jornada por la Vida 2022
«ACOGER Y CUIDAR LA VIDA, DON DE DIOS».
En la solemnidad de la Anunciación del Señor toda la Iglesia es convocada a celebrar el misterio más excelso de nuestra fe, la encarnación del Hijo de Dios y, unido a dicho misterio, a celebrar una Jornada por la Vida.
Entrar en este misterio del Verbo encarnado nos lleva a tomar conciencia del gran amor del Padre que «tanto amó al mundo que entregó a su Unigénito» (Jn 3, 16) para salvarnos. Si Dios envía a su Hijo es porque ama al hombre, ama la vida de los hombres, a los que ha destinado a ser sus hijos y alcanzar la santidad (cf. Ef 1, 4-5). En efecto, Dios es la fuente del ser y de la vida, que por amor creó al ser humano a su imagen y semejanza (cf. Gen 1, 27) y que ahora, viniendo al mundo, quiere alumbrar al hombre, comunicarle la nueva vida de la gracia (cf. Jn 1, 4. 9). Sin embargo, no quiso Dios restaurar la vida del hombre herida por el pecado sin contar con la colaboración humana. Así, en esta solemnidad de la Anunciación celebramos que el «sí» de la Virgen María se ha convertido en la puerta que nos ha abierto todos los tesoros de la redención.
En este sentido acoger la vida humana es el comienzo de la salvación, porque supone acoger el primer don de Dios, fundamento de todos los dones de la salvación; de ahí el empeño de la Iglesia en defender el don de la vida humana desde su concepción hasta su muerte natural, puesto que cada vida es un don de Dios y está llamada a alcanzar la plenitud del amor. Acoger y cuidar cada vida, especialmente en los momentos en los que la persona es más vulnerable, se convierte así en signo de apertura a todos los dones de Dios y testimonio de humanidad; lo que implica también custodiar la dignidad de la vida humana, luchando por erradicar situaciones en las que es puesta en riesgo: esclavitud, trata, cárceles inhumanas, guerras, delincuencia, maltrato.
Hoy más que nunca, en nuestra sociedad, los cristianos debemos ser testigos del Evangelio de la vida, defendiendo el derecho fundamental a la vida con el propio ejemplo, promoviendo leyes justas que salvaguarden la vida y buscando educar a las generaciones más jóvenes como personas íntegras que construyan una sociedad verdaderamente humana, a la luz de Dios que ama al hombre y por amor lo creó.
1. El cristiano, centinela del Evangelio de la vida
Nos encontramos en una sociedad en la que no solo se permite jurídicamente la eliminación de la vida considerada menos digna según criterios económicos o utilitarios, sino que se promueve su eliminación con razones en las que se alega «humanidad», razones que muchas veces son aceptadas desde el emotivismo. Lo cierto es que acabar con una vida humana es lo más contrario a la verdadera humanidad.
En esta situación, una auténtica sociedad progresista y humana está llamada a acoger y cuidar la vida, toda vida humana, especialmente la que se encuentra en una situación de mayor vulnerabilidad, como es el caso de los concebidos no nacidos o de los más enfermos o ancianos. Para ello, todo cristiano debe redescubrir la invitación que Dios nos hace a proteger la vida, defendiendo y promoviendo leyes justas que custodien la vida humana. El cristiano es de este modo «centinela» del Evangelio de la vida, porque es testigo de la belleza de la vida, don de Dios, y porque vigila para salvaguardarla de cualquier atentado o manipulación.
El papa Francisco recientemente nos alertaba del invierno demográfico, que es otro aspecto que tiene mucho que ver con la acogida de la vida, e invitaba a los esposos a ser generosos en este sentido diciéndoles que «quien vive en el mundo y se casa debe pensar en tener hijos, en dar la vida, porque serán ellos los que les cerrarán los ojos, los que pensarán en su futuro. Y, si no podéis tener hijos, pensad en la adopción. Es un riesgo, sí: tener un hijo siempre es un riesgo, tanto si es natural como si es por adopción. Pero es más arriesgado no tenerlos» (papa Francisco, Audiencia general, 5 de enero de 2022).
Por otra parte, ser centinela del Evangelio de la vida implica también tomar conciencia de la necesidad de formarnos y de formar a las generaciones más jóvenes para conocer y comprender la verdad del hombre, creado por Dios, llamado a amar y ser amado en plenitud. De ahí la importancia de una correcta formación de la afectividad y la sexualidad, como elementos constitutivos del ser humano que definen su identidad (cf. CCE, nn. 2331-2336).
En este sentido dice el papa Francisco en el número 280 de Amoris lætitia: «Es difícil pensar la educación sexual en una época en que la sexualidad tiende a banalizarse y a empobrecerse. Solo podría entenderse en el marco de una educación para el amor, para la donación mutua». Esta educación debe ayudar a que nuestros jóvenes comprendan cómo el varón y la mujer, en el marco de la unión matrimonial estable y plena, están llamados a colaborar con Dios en la transmisión de la vida humana, en su acogida, cuidado y educación.
2. María, modelo de acogida y cuidado del don de Dios
Todo cristiano está llamado a vivir el Evangelio de la vida y a ser así testigo del amor y constructor de una sociedad más humana; sin embargo, muchas veces experimentamos la duda y la propia debilidad. Necesitamos entonces de «centinelas» que nos ayuden a vivir nuestra vocación a la vida y vida eterna.
En la solemnidad de la Anunciación volvamos la mirada del corazón a la Virgen María, aquella que supo acoger y cuidar el que es la vida y la luz del mundo que viene para llevar a plenitud los deseos más profundos del ser humano. En ella contemplamos una acogida incondicional de la vida. Ella engendró al Verbo eterno de Dios por obra del Espíritu Santo, «lo esperó con inefable amor de Madre» (cf. Prefacio II de Adviento) y lo dio a luz en una situación nada fácil, «lo recostó en un pesebre porque no había sitio para ellos en la posada» (Lc 2, 7), como nos refiere el evangelio. Ella, junto a san José, alimentó la vida de Jesús en su infancia y la defendió ante el peligro de la persecución experimentando también el destierro. En el hogar de Nazaret Jesús creció y aprendió (cf. Lc 2, 40; 2, 52). También nos muestra el Evangelio cómo María tuvo que padecer la angustia ante el Hijo que se quedó en el templo (cf. Lc 2, 41ss) o también cómo padeció junto al Hijo en la cruz, acogiendo la suprema donación del que se entregó por nosotros hasta la muerte para darnos vida eterna. Se convirtió así en mujer que acompaña la vida del que sufre en la esperanza de la victoria de la resurrección y modelo de todo aquel que cuida de los hermanos enfermos o en precariedad.
Por eso, acudamos espiritualmente en esta jornada a Nazaret, donde tuvo lugar la Anunciación, donde el Hijo de Dios se hizo carne y donde Jesús creció como hombre. Allí, también podemos nosotros volver a nacer y crecer y experimentar la sanación de nuestras almas. Allí estamos invitados a aprender de la Sagrada Familia a ser centinelas del Evangelio de la vida, defensores y testigos de esta Buena Noticia para el mundo y constructores de una sociedad verdaderamente humana, la «civilización del amor, el reino de Cristo en el mundo».
✠ José Mazuelos Pérez
Obispo de Canarias
Presidente de la Subcomisión Episcopal
para la Familia y la Defensa de la Vida
✠ Juan Antonio Reig Pla
Obispo de Alcalá de Henares
✠ Ángel Pérez Pueyo
Obispo de Barbastro-Monzón
✠ Santos Montoya Torres
Obispo de Calahorra y La Calzada-Logroño
✠ Francisco Gil Hellín
Arzobispo emérito de Burgos
miércoles, 23 de marzo de 2022
La Iglesia en Asturias se une a la consagración de Rusia y Ucrania al Inmaculado Corazón de María
(Iglesia de Asturias) El Arzobispo de Oviedo, Mons. Jesús Sanz, ha dirigido una carta a «todos los sacerdotes, personas consagradas y fieles cristianos laicos de nuestra Archidiócesis de Oviedo», en la que declara que «acogemos filialmente y nos unimos a la iniciativa del Santo Padre, el Papa Francisco, de consagrar al Inmaculado Corazón de María esos dos países actualmente en guerra, Rusia y Ucrania». Con este motivo, anima a los párrocos a «tocar las campanas de nuestras iglesias el viernes 25 de marzo a las 17 horas», y a «rezar la oración que ha preparado el Papa Francisco uniéndonos a su plegaria en Roma, y a la que simultáneamente se hará en el Santuario de Fátima».
Mons. Sanz recuerda en su carta que «En las apariciones de la Virgen de Fátima fue la petición que hizo María a los pastores». Por ello, como Archidiócesis de Oviedo, explica que «nos unimos a la plegaria de toda la Iglesia en este doloroso y dramático momento. Elevamos al Señor nuestra súplica y pedimos a la Reina de la paz que interceda por nosotros, que ponga luz en las mentes y caridad en los corazones de quienes pueden decidir la vida o la muerte, en una guerra que se lleva la vida de tantos inocentes, que destruye la historia y el arte, que arrasa casas y ciudades».
Sin olvidar el drama de tantas personas que han tenido que huir de su país a causa de este conflicto, el Arzobispo de Oviedo manifiesta que «queremos acoger a los refugiados que nos van llegando desde Ucrania, con actitud cristiana y solidaria a través de Cáritas Asturias. Y tratamos de ser instrumentos de paz allí donde a diario vivimos y convivimos, porque pueden darse pequeñas batallas en la relación más inmediata en ese espacio que a diario pisan nuestros pies».
En el Santuario de Covadonga, esa misma tarde a las 17 h tendrá lugar el rezo del Rosario en la Santa Cueva, y a continuación se rezará la oración de consagración preparada por el Papa Francisco. Podrá seguirse en directo a través de su canal de YouTube.
ACTO DE CONSAGRACIÓN AL CORAZÓN INMACULADO DE MARÍA
Oh María, Madre de Dios y Madre nuestra, nosotros, en esta hora de tribulación,
recurrimos a ti. Tú eres nuestra Madre, nos amas y nos conoces,
nada de lo que nos preocupa se te oculta. Madre de misericordia, muchas veces
hemos experimentado tu ternura providente, tu presencia que nos devuelve
la paz, porque tú siempre nos llevas a Jesús, Príncipe de la paz.
Nosotros hemos perdido la senda de la paz. Hemos olvidado la lección de
las tragedias del siglo pasado, el sacrificio de millones de caídos en las guerras
mundiales. Hemos desatendido los compromisos asumidos como Comunidad
de Naciones y estamos traicionando los sueños de paz de los pueblos y las
esperanzas de los jóvenes. Nos hemos enfermado de avidez, nos hemos encerrado
en intereses nacionalistas, nos hemos dejado endurecer por la indiferencia
y paralizar por el egoísmo. Hemos preferido ignorar a Dios, convivir con
nuestras falsedades, alimentar la agresividad, suprimir vidas y acumular armas,
olvidándonos de que somos custodios de nuestro prójimo y de nuestra
casa común. Hemos destrozado con la guerra el jardín de la tierra, hemos herido
con el pecado el corazón de nuestro Padre, que nos quiere hermanos y
hermanas. Nos hemos vuelto indiferentes a todos y a todo, menos a nosotros
mismos. Y con vergüenza decimos: perdónanos, Señor.
En la miseria del pecado, en nuestros cansancios y fragilidades, en el misterio
de la iniquidad del mal y de la guerra, tú, Madre Santa, nos recuerdas
que Dios no nos abandona, sino que continúa mirándonos con amor, deseoso
de perdonarnos y levantarnos de nuevo. Es Él quien te ha entregado a nosotros
y ha puesto en tu Corazón inmaculado un refugio para la Iglesia y para la
humanidad. Por su bondad divina estás con nosotros, e incluso en las vicisitudes
más adversas de la historia nos conduces con ternura.
Por eso recurrimos a ti, llamamos a la puerta de tu Corazón, nosotros, tus
hijos queridos que no te cansas jamás de visitar e invitar a la conversión. En
esta hora oscura, ven a socorrernos y consolarnos. Repite a cada uno de nosotros:
“¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu Madre?”. Tú sabes cómo desatar
los enredos de nuestro corazón y los nudos de nuestro tiempo. Ponemos
nuestra confianza en ti. Estamos seguros de que tú, sobre todo en estos momentos
de prueba, no desprecias nuestras súplicas y acudes en nuestro auxilio.
Así lo hiciste en Caná de Galilea, cuando apresuraste la hora de la intervención
de Jesús e introdujiste su primer signo en el mundo. Cuando la fiesta
se había convertido en tristeza le dijiste: «No tienen vino» (Jn 2,3). Repíteselo
otra vez a Dios, oh Madre, porque hoy hemos terminado el vino de la esperanza,
se ha desvanecido la alegría, se ha aguado la fraternidad. Hemos perdido
la humanidad, hemos estropeado la paz. Nos hemos vuelto capaces de
todo tipo de violencia y destrucción. Necesitamos urgentemente tu ayuda materna.
Acoge, oh Madre, nuestra súplica.
Tú, estrella del mar, no nos dejes naufragar en la tormenta de la guerra.
Tú, arca de la nueva alianza, inspira proyectos y caminos de reconciliación.
Tú, “tierra del Cielo”, vuelve a traer la armonía de Dios al mundo.
Extingue el odio, aplaca la venganza, enséñanos a perdonar.
Líbranos de la guerra, preserva al mundo de la amenaza nuclear.
Reina del Rosario, despierta en nosotros la necesidad de orar y de amar.
Reina de la familia humana, muestra a los pueblos la senda de la fraternidad.
Reina de la paz, obtén para el mundo la paz.
Que tu llanto, oh Madre, conmueva nuestros corazones endurecidos. Que
las lágrimas que has derramado por nosotros hagan florecer este valle que
nuestro odio ha secado. Y mientras el ruido de las armas no enmudece, que
tu oración nos disponga a la paz. Que tus manos maternas acaricien a los que
sufren y huyen bajo el peso de las bombas. Que tu abrazo materno consuele
a los que se ven obligados a dejar sus hogares y su país. Que tu Corazón afligido
nos mueva a la compasión, nos impulse a abrir puertas y a hacernos cargo
de la humanidad herida y descartada.
Santa Madre de Dios, mientras estabas al pie de la cruz, Jesús, viendo al
discípulo junto a ti, te dijo: «Ahí tienes a tu hijo» (Jn 19,26), y así nos encomendó
a ti. Después dijo al discípulo, a cada uno de nosotros: «Ahí tienes a tu
madre» (v. 27). Madre, queremos acogerte ahora en nuestra vida y en nuestra
historia. En esta hora la humanidad, agotada y abrumada, está contigo al
pie de la cruz. Y necesita encomendarse a ti, consagrarse a Cristo a través de
El pueblo ucraniano y el pueblo ruso, que te veneran con amor, recurren a
ti, mientras tu Corazón palpita por ellos y por todos los pueblos diezmados a
causa de la guerra, el hambre, las injusticias y la miseria.
Por eso, Madre de Dios y nuestra, nosotros solemnemente encomendamos
y consagramos a tu Corazón inmaculado nuestras personas, la Iglesia y la
humanidad entera, de manera especial Rusia y Ucrania. Acoge este acto nuestro
que realizamos con confianza y amor, haz que cese la guerra, provee al
mundo de paz. El “sí” que brotó de tu Corazón abrió las puertas de la historia
al Príncipe de la paz; confiamos que, por medio de tu Corazón, la paz llegará.
A ti, pues, te consagramos el futuro de toda la familia humana, las necesidades
y las aspiraciones de los pueblos, las angustias y las esperanzas del mundo
Que a través de ti la divina Misericordia se derrame sobre la tierra, y el
dulce latido de la paz vuelva a marcar nuestras jornadas. Mujer del sí, sobre la
que descendió el Espíritu Santo, vuelve a traernos la armonía de Dios. Tú que
eres “fuente viva de esperanza”, disipa la sequedad de nuestros corazones. Tú
que has tejido la humanidad de Jesús, haz de nosotros constructores de comunión.
Tú que has recorrido nuestros caminos, guíanos por sendas de paz.
Amén.
Carta del Santo Padre a todos los obispos del mundo
Querido Hermano:
Ha pasado casi un mes desde el inicio de la guerra en Ucrania, que está causando sufrimientos cada día más terribles en esa martirizada población, amenazando incluso la paz mundial. La Iglesia, en esta hora oscura, está fuertemente llamada a interceder ante el Príncipe de la paz y a estar cerca de cuantos sufren en carne propia las consecuencias del conflicto. En este sentido, agradezco a todos aquellos que están respondiendo con gran generosidad a mis llamamientos a la oración, al ayuno y a la caridad.
Ahora, acogiendo también numerosas peticiones del Pueblo de Dios, deseo encomendar de modo especial a la Virgen las naciones en conflicto. Como dije ayer al finalizar la oración del Ángelus, el 25 de marzo, Solemnidad de la Anunciación, deseo realizar un solemne Acto de consagración de la humanidad, particularmente de Rusia y de Ucrania, al Corazón inmaculado de María. Puesto que es bueno disponerse a invocar la paz renovados por el perdón de Dios, el Acto se hará en el contexto de una Celebración de la Penitencia, que tendrá lugar en la Basílica de San Pedro a las 17:00, hora de Roma. El Acto de consagración está previsto en torno a las 18:30.
Quiere ser un gesto de la Iglesia universal, que en este momento dramático lleva a Dios, por mediación de la Madre suya y nuestra, el grito de dolor de cuantos sufren e imploran el fin de la violencia, y confía el futuro de la humanidad a la Reina de la paz. Por esta razón, lo invito a unirse a dicho Acto, convocando, el día viernes 25 de marzo, a los sacerdotes, religiosos y demás fieles a la oración comunitaria en los lugares sagrados, para que el Pueblo santo de Dios eleve la súplica a su Madre de manera unánime y apremiante. A este respecto, le transmito el texto de la oración de consagración, para poder recitarla durante ese día, en fraterna unión.
Le agradezco la acogida y la colaboración. Lo bendigo de corazón a Usted y a los fieles confiados a su cuidado pastoral. Que Jesús los proteja y la Virgen Santa los cuide. Recen por mí.
Fraternalmente,
San Juan de Letrán, 21 de marzo de 2022
FRANCISCO
martes, 22 de marzo de 2022
Es hora de repensar el mundo actual
(Religión Confidencial) Aquí hay mucha lectura, pausada, reposada, y mucha batalla. Es decir, mucha conversación a pie de calle, en los despachos, por las calles. Así son los curas jóvenes de Madrid, que lo mismo se remangan y te hacen una serie sobre el catecismo en youtube, que se convierten en streamers, que te escriben un libro de renovada apologética, que también es propedéutica. Bueno los de Madrid y los de otras partes de España y del mundo.
Tengo que decir que el autor me ganó ya solo con la dedicatoria: “A Alfonso Pérez de Laborda, que me enseñó a filosofar. Sin su influencia este libro nunca habría nacido”. Pues me sumo con un sentido recuerdo como homenaje a la memoria de uno de los pensadores más lúcidos que ha tenido la Iglesia reciente. Su filosofía del “Hay” no heideggeriano así lo certifica. Pensador tan atractivo como desconocido para el gran público. En este sentido hay que reconocer que hasta su jubilación en San Dámaso, su presencia en esa institución dio importantes frutos. Quizá no se agradezca suficiente a quienes hicieron posible esa presencia lo que significó y significa.
Respuestas a los jóvenes
Una nota breve sobre el autor de este libro, el joven sacerdote Jesús María Silva Castegnani, párroco de San Isidoro, san Pedro Claver y Virgen del Castillo, que me parecen muchas parroquias juntas en un Madrid de recursos. Licenciado en teología patrística, ha acompañado a grupos de jóvenes. Muestra de esta especialidad es su libro sobre sexo, “Sexo, cuándo y por qué. La sexualidad al desnudo”. Es decir, un cura que no tiene problemas al ahora de llamar a las cosas por su nombre.
Y esto se percibe cuando propone una serie encadenada de respuestas tanto a las ideas que están influyendo en nuestro tiempo, particularmente entre los jóvenes, como a las preguntas que subyacen detrás de fenómenos como el ateísmo, el agnosticismo y la indiferencia.
Valentía argumental y explicativa no le sobra. Quizá, en algunas partes, haya querido decir tanto, haya querido dejarlo todo tan claro, que exige un esfuerzo añadido al lector. Pero merece la pena.
Cultura posmoderna y fe razonable
Interesa también sobre este libro, subtitulado “Cultura posmoderna y fe razonable”, cómo el autor pone sobre la mesa el pensamiento de un serie de autores, filósofos, sociólogos, literatos y lo va relacionando con las formas de vida dominantes en la actualidad.
Pongamos por caso. Todo el mundo sabe que Nietzsche es uno de los filósofos que más influyen en nuestra mente contemporánea. Pero de lo que se trata es de localizar sus afirmaciones y ligarlas a la manera como vivimos.
Cuatro momentos principales de este libro: el mundo en el que nos movemos; las preguntas fundamentales; la refutación del ateísmo y la coherencia del teísmo tras las pistas de Dios.
Individualismo, relativismo....
Temas, en abundancia. Desde los iniciales análisis sobre el individualismo, el relativismo, el narcisismo, el emocionalismo, el inmediatismo, el cientificismo, el pesimismo, entre otros, a la deslegitimación de lo que nos queda de los padres de la sospecha, al análisis de los nuevos ateos hasta llegar a un capítulo final que me recordó al esfuerzo de Tomás de Aquino con sus vías clásicas de mostración y demostración de la existencia de Dios.
Y una guinda, o varias. Un capítulo dedicado al problema del mal, otro a “Cristianismo y catolicismo”, para aclarar algunas ideas, y un apéndice dedicado a Chesterton, por eso de que necesitamos mucha de la flema de Chesterton en estos tiempos. Algo así como confesar porqué el hecho de ser sacerdote no le exime de pensar y repensar lo esencial de la vida.
Si usted, querido lector o lectora, tiene un grupo de jóvenes a los que les gusta leer, y quiere que se formen bien en estas materias, éste es, sin duda, su libro.
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