viernes, 19 de junio de 2020

Sagrado Corazón de Jesús

(Catholic.net) Hoy la Iglesia celebra la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. Fiesta del símbolo de su amor salvífico y de la gracia divina y de la gratuidad. Todo el mes de junio está, de algún modo, dedicado por la piedad cristiana al Corazón de Cristo.

El fundamento del culto al Corazón de Jesús lo encontramos en el misterio de la Encarnación del Verbo, quien, siendo “consustancial al Padre”, “por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre”.

Adoramos el Corazón de Cristo porque es el corazón del Verbo encarnado, del Hijo de Dios hecho hombre, de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad que, sin dejar de ser Dios, asumió una naturaleza humana para realizar nuestra salvación. El Corazón de Jesús es un corazón humano que simboliza el amor divino.

La humanidad santísima de Nuestro Redentor, unida hipostáticamente a la Persona del Verbo, se convierte así para nosotros en manifestación del amor de Dios. Sólo el amor inefable de Dios explica la locura divina de la Encarnación: “tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo unigénito, para que el que crea en él no muera, sino que tenga la vida eterna” (Jn 3, 16).

Es el misterio de la condescendencia divina, del anonadamiento de Aquel que “a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz” (Flp 2, 6 ss).

En la vida de Jesucristo se transparenta el amor del Padre: “Quien me ve a mí, ve al Padre” (Jn 14, 9): “Él, con su presencia y manifestación, con sus palabras y obras, signos y milagros, sobre todo con su muerte y gloriosa resurrección, con el envío del Espíritu de la verdad, lleva a plenitud toda la revelación y la confirma con testimonio divino…” (“Dei Verbum”, 4).

Carta semanal del Sr. Arzobispo

Educar es un riesgo... apasionante

Estamos en una etapa en la que tratamos de recuperar el tiempo perdido inevitablemente por causa de esta circunstancia pandémica. Una de las cuestiones pendientes es la educación y su ley gubernamental, que miramos con enorme preocupación por los modos, censuras e imposiciones que apuntan sus peores maneras. Educar es un riesgo, pero algo hermoso, tal vez lo más bello que hay en la responsabilidad de unos padres, de unos maestros, de unos sacerdotes y religiosos. Educar no es domesticar, sino acompañar con respeto en el descubrimiento de la vida en todos sus factores y saberes, sugiriendo cuestiones, señalando caminos y aprendiendo de los verdaderos educadores que han sembrado semillas de bien, de belleza y de verdad, en el corazón y en la inteligencia de los que se les ha confiado por motivos familiares, escolares o religiosos.

La educación verdadera no tiene prejuicios ni pretensiones, sino el deseo humilde de transmitir respetuosamente lo que ha sido importante en la propia vida de unos padres, unos maestros, unos religiosos y sacerdotes. Esto es lo que llamamos tradición cultural que, si es verdadera, no será nunca ideológica. No sucede así con las pretensiones de quienes, desde la política más partidista, quiebran esta libertad en aras del control de las futuras generaciones viendo en ellas una herramienta torticera de perpetuación o de arrebatamiento de una prole tierna en sus convicciones, vulnerable en sus principios, y manipulable en sus sentimientos. Esto explica cómo ha habido y sigue habiendo esta intencionalidad de hacerse con el control más usurpador, la maniobra más despótica, de quienes ven en la educación un instrumento de poder cercenando la libertad sacrosanta de los padres y hasta de los mismos niños y jóvenes en cuestión.

Dentro de la educación cristiana que a través de los cauces docentes ofrecemos a nuestros niños y jóvenes, no sólo están los contenidos que abarcan las ciencias, las artes o las letras, sino que hay también una perspectiva que podemos llamar moral, que consiste en un modo concreto de mirar las cosas, de tener un juicio de lo que hay, de lo que falta, de lo que sobra; de cuanto nos fundamenta o lo que nos destruye, lo que nos separa con insidia o lo que complementariamente nos une. Este es el balcón al que nos queremos asomar desde una perspectiva cristiana. Y quien puede y debe decidir este horizonte no es el Estado, sino quienes, amparados en el derecho natural y el que emana de nuestra Constitución Española, tutelan la educación integral de nuestros hijos y nuestros jóvenes.

Porque junto a los temas científicos, artísticos o literarios, aparecen también los horizontes morales que hemos ido aprendiendo y construyendo desde el Evangelio y desde dos mil años de cristianismo a través de tantos ambientes sociológicos, políticos y culturales. Quizás no siempre ha habido coherencia entre lo que sabemos y reconocemos como verdadero y hermoso, y lo que luego nuestra vida llevaba adelante en el trasiego cotidiano. Pero, incluso, hemos aprendido también de los errores, además de custodiar con gratitud lo que de cierto y virtuoso ha adornado nuestro modo de ver las cosas importantes como son las grandes preguntas de la existencia al cuestionarnos sobre la vida y la muerte, el amor y sus sucedáneos, la mentira y sus trampas, la paz y sus traiciones, la justicia y tantos otros valores de nuestra ética cristiana.

Cuando se nos pretende arrebatar esta alta responsabilidad en aras de un estatalismo doctrinario, cuyos referentes son conocidos en países que con enorme sufrimiento y descalabro entre las dictaduras más invasoras, más excluyentes, más lesivas contra la dignidad de la persona y su legítima libertad de conciencia, religiosa y cultural, es justo que alcemos nuestra voz para reivindicar una ley de educación que no sea liberticida, sino respetuosa con los primeros depositarios de la tutela y responsabilidad educativa como son los padres de nuestros niños y jóvenes. No el ministerio de turno, ni los calendarios políticos de los mandamases, sino el bien integral que acompaña a quienes han sido instrumentos de Dios para llamar a la vida a unos pequeños que no quieren dejar su devenir y futuro en manos de cualquiera.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

jueves, 18 de junio de 2020

Un Corpus diferente en Candás

La Parroquia de San Félix de Candás vivió este año su Corpus más peculiar pero quizás el más intenso en cuanto a vida espiritual e interior. Tras la misa mayor de las doce del mediodía, dada la amplitud del templo y su estructura, el sacerdote invitó a los fieles a vivir esa sencilla procesión interior sin moverse del sitio para salvaguardar las medidas sanitarias. El párroco colocó al Señor en la custodia y tomándolo con el humeral, lo trasladó por las naves laterales del templo para que todos los fieles pudieran contemplar de cerca sin necesidad de moverse al Señor vivo y presente en la Eucaristía.

Concluida esa simbólica procesión por el interior del templo parroquial, el Santísimo quedó expuesto en la custodia sobre el altar mayor durante el resto del día sin quedar ni un momento sólo. Los fieles de la parroquia se turnaron durante todo el día en la adoración a Jesús Sacramentado en turnos de vela, visitas y ratos de oración. En especial los grupos de Adoración Nocturna se encargaron de coordinar la organización y velar por que no se perdiera el clima de silencio y recogimiento dado que fueron numerosas las entradas y salidas de fieles durante toda la jornada.

A las seis de la tarde tras el rezo del rosario el párroco procedió a la bendición y reserva del Santísimo en el Sagrario para concluir la jornada del Corpus con la última Eucaristía del día de las cinco celebraciones que tienen lugar en esa unidad pastoral cada día del Señor.

Jesús Sacramentado no pudo salir por las calles de la localidad, esta vez les tocó a los fieles ir a verle a su casa, donde siempre está esperando en el Sagrario la visita de los que le aman. Con esta jornada de oración eucarística en estos tiempos de dificultad se ha pretendido visualizar como hemos de volver a las raíces de nuestra fe, vivir de la adoración y comunión con Jesucristo Sacramentado nos llevará a saber descubrirlo en el pobre y en el que sufre.

Candás hizo suya la letra del XXXV Congreso Eucarístico Internacional de 1952 ‘’Como estás, mi Señor, en la custodia igual que la palmera que alegra el arenal, queremos que en el centro de la vida reine sobre las cosas tu ardiente caridad’’.

La lección de la pandemia. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

En estos días me comentaban que hay algunos sacerdotes que están “viéndoselas” con padres cuyos hijos tienen la fecha de su primera comunión sin fijar. Yo, personalmente, de nuevo tengo que decir que la respuesta de los de Lugones y su feligresía no sólo fue ejemplar durante el confinamiento respecto a la Parroquia, sino que lo está siendo también ahora en la llamada “desescalada”. He hablado con muchos padres y ninguno ha puesto prisa, sino que son muy conscientes de la situación y ven que los primeros que no quisiéramos estar así somos los propios sacerdotes y catequistas. Igualmente, las personas con celebraciones pendientes, bautizos, aniversarios, bodas de plata, funerales... nadie ha venido exigiendo una respuesta inmediata, sino que hasta la fecha ha imperado la comprensión y la paciencia. Quizá esa ha sido la mejor enseñanza de este tiempo. Bajar el ritmo y sentirnos humanos limitados nos ayuda a saborear la vida que tantas veces se nos escapa entre prisas y “urgencias”.

Me consta que en algunas otras parroquias sí está habiendo situaciones de “exigencia”, como si el sacerdote tuviera en su mano acelerar los cambios de fase, omitir las normas sanitarias o las directrices de la misma Conferencia Episcopal o diócesis. Esto pone de manifiesto que algunos solamente están preocupados el sastre, el restaurante, o las amigas que vienen del pueblo... Vamos, que la Primera Comunión bien celebrada no es lo importante. Al final, como dice un amigo, a la hora de la verdad muchos reciben ya el viático para la vida eterna, pues no serán uno ni dos los que por desgracia llegarán al final de sus vidas habiendo comulgado tan sólo el día de su Primera -y última- Comunión. Todos sabemos que el retraso ha generado trastornos, pero no sé qué opinarán en la inevitable comparación las familias de todos los difuntos que he tenido que despedir estos meses sin que los pudieran ver ni estar a su lado en las últimas horas, ni celebrarles el funeral, ni tan siquiera poder estar la familia en el cementerio. Eso sí que es una desgracia y mucho más que un trastorno de fechas…

Pese a todo, en nuestra Parroquia, aún habiendo tenido una Semana Santa alejados del templo, quizás se ha vivido con más intensidad que en años anteriores; ha habido verdaderas “parroquias domésticas”, pues en cada casa en la que se seguía la misa por “Facebook” o la catequesis, se rezaba o se ponía una vela, en esos hogares estaba Cristo y su Iglesia. Incluso personas aparentemente distanciadas tocados de cerca por la muerte mostraron actitudes muy positivas. Tampoco faltaron los muchos que se asomaron cada día a rezar a la puerta del templo desde la reja de la puerta principal.

La lección de la pandemia, finalmente es para todos; ha sido y sigue siendo una oportunidad para la solidaridad y la caridad y no creernos diosecillos de nuestras vidas y menos de las de lo demás, pues cuando menos lo esperamos hay que suspender -imperativamente se suspende- la agenda y todas las urgencias...

Al hilo de esta situación el Papa Francisco haló de tres "enemigos" que no nos ayudan a valorar la lección de esta pandemia: el narcisismo; preocuparse sólo de las propias necesidades indiferente a las de los demás. El victimismo; pensar que no hay nadie que nos entienda y sienta empatía por nuestros sufrimientos. Y el pesimismo; creer que todo está mal, la sociedad, la política, la Iglesia y que nada volverá a ser como antes. 

Lo peor de esta crisis solamente sería el drama de desaprovecharla sin ver que Dios también nos habla en los momentos de prueba y nos da pistas para estar más cerca de Él, de los demás y de nosotros mismos: ¿Habremos aprendido la lección?...

miércoles, 17 de junio de 2020

Sagrados Corazones


D. Jorge Juan Fernández Sangrador, Premio de Periodismo Ángel Herrera Oria

(Iglesia de Asturias) El Vicario General de nuestra diócesis, D. Jorge Juan Fernández Sangrador, ha sido galardonado con el III Premio de Periodismo Ángel Herrera Oria, por sus artículos en el diario La Nueva España, que publica semanalmente desde el año 2016. El premio ha sido otorgado ex aequo, junto con el periodista Rafael Miner, de la Revista Palabra. Además, desde hace un año colabora con la programación de radio diocesana en Cope Asturias con su sección semanal «Un alto en el camino».

Se trata de la tercera edición de este galardón, de la Fundación Cultural Ángel Herrera Oria, obra de la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP), que tiene como finalidad «reconocer y valorar el desempeño de los profesionales de los medios de comunicación en la difusión de los valores de la Doctrina Social de la Iglesia, en cuanto a su proyección en la vida pública».

Tal y como comunican desde la Fundación, en esta nueva edición «se ha producido un importante aumento de participación respecto a años anteriores y se han recibido gran diversidad de trabajos periodísticos en distintos formatos, provenientes de numerosos medios de comunicación».

El jurado ha estado presidido por el presidente de la Fundación Cultural Ángel Herrera Oria y de la ACdP, Alfonso Bullón de Mendoza y Gómez de Valugera; ha estado compuesto por la decana de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Comunicación de la Universidad CEU San Pablo, María Solano Altaba; el rector de la Universidad CEU Cardenal Herrera, Vicente L. Navarro de Luján; el presidente de la Unión Católica de Informadores y Periodistas de España (UCIPE), Rafael Ortega Benito; y el director de eldebatedehoy.es, y secretario nacional de Comunicación de la ACdP, Pablo Velasco Quintana. Actuó como secretario el director de la Fundación Cultural Ángel Herrera Oria, Fernando Lostao Crespo.