jueves, 18 de abril de 2019

Carta semanal del Sr. Arzobispo

Por dentro y por fuera: esta es la cita

Se sacan del arcón los hábitos cofrades desde la última procesión. No da tiempo para que puedan apolillarse, porque la procesión verdadera no sabe de baúles, ni de recesos, dado que es la misma vida por la que los hermanos y hermanas de nuestras cofradías desfilan a diario ataviados con sus ropajes cotidianos de labor. Pero, no obstante son sabedores de que la vida en todos sus registros y guisas, es el escenario donde a diario desfilamos todos, hay un tiempo de intensidad en el que se da un testimonio sin alarde, de quiénes somos los cristianos en esta tierra de larga tradición creyente.

La Semana Santa de cada año marca una cita que acatamos con gusto, más aún, conmovidos por los misterios que en ella celebramos los cristianos. No hay tradiciones semanasanteras como las nuestras en España. He podido transcurrir épocas en otros lares de Europa, de América y de África llegando estas fechas, y puedo anotar esa notable diferencia. Correlativamente, es lo que hace resultar atractivo el festejo creyente que sacamos a las calles y plazas en esta Semana Santa especial, como hacemos igualmente con las procesiones interiores que llevan por los adentros de cada cual los pasos y los momentos en los que vamos escribiendo nuestra biografía personal, familiar, ciudadana.

Tenemos en este inmediato horizonte la doble cita que se nos hace desde la hondura de estos días particularmente intensos para la fe. Motivo por el cual queremos evitar precisamente una doble tentación que podría estropear la belleza de estos días hermosos que se nos avecinan. Por un lado, la de encerrarnos a cal y canto en nuestras iglesias haciendo de las sacristías una trinchera en la que ni dejamos que pase nadie, ni consentimos salir nosotros, como ensimismados en nuestros rezos tan de puerta para adentro que se harían impermeables ante la que está cayendo, e impasibles frente a las preguntas y las heridas de tanta gente. Unos días de Semana Santa así de solitarios e intimistas, no nos harían bien a nadie ante una especie de coartada piadosa para inhibirnos de todo y de todos haciendo de Dios nuestro pretexto o nuestro cómplice.

Por otro lado, estaría la tentación contraria, que consistiría en vivir estos días solamente en la calle, reduciendo a una piadosa manifestación de una religiosidad popular que no tiene delante a nadie más que su estética vistosa, sus pasos coordinados, sus tambores, cornetas y sus trombas, sus píos pasacalles con la vitola de una enseña cofrade que contradistingue a unas cofradías de otras. Pero, faltando la hondura del porqué y del por quién se hace tamaña exhibición, todo comenzaría y concluiría en una manifestación exterior calle arriba y calle abajo cargando con la santa imagen de María Santísima o del Hombre-Dios todo santo.

La doble cita que decía, no enfrenta ambos escenarios, sino que los reclama y complementa como una saludable síntesis de una vivencia madura de estos días especialmente cristianos. Saber ahondar en la liturgia de estas fechas, escuchando la Palabra de Dios que se proclama recordando unos hechos y acercándose a adorar el Misterio que fue el precio de amor que Dios en su Hijo pagó por todos nosotros. Y, al mismo tiempo, saber expresar con el arte, el buen gusto, la religiosidad sincera y profunda, comprometida también socialmente, como hacen nuestras cofradías y hermandades desde su impagable servicio al resto del Pueblo de Dios precisamente por su vivencia en estos días santos.

Templos e iglesias, calles y plazas, es ahí donde los creyentes vivimos por dentro y por fuera el hermoso momento de estas fechas señaladas como especiales en nuestras calendas cristianas.

+Fray Jesús Sanz Montes O. F. M.
Arzobispo de Oviedo

miércoles, 17 de abril de 2019

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EL VERDADERO ROSTRO DE CRISTO. Por Fernando Llenín Iglesias

Dice la voz popular que la mujer que enjugó el rostro de Jesús camino del monte Calvario se llamaba Verónica. En su velo de nieve blanquísima habría quedado impreso el Rostro del Redentor. “Estandarte de compasión” que contiene la imagen del amor puro, como un espejo de la absoluta inocencia del que es manso y humilde, en el que se refleja la aceptación bondadosa del Amor que no es amado.

Aquella santa mujer, impaciente por cumplir su obra de misericordia, se abrió paso entre la multitud y llegó hasta Jesús y le ofreció el lienzo de la compasión. Su fuerza es la de la ternura. 

«Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro » (Sal 26, 8-9). El velo de la Verónica encarna este anhelo. En el rostro humano de Jesús, lleno de sangre y heridas, ella ve el rostro de Dios y de su bondad, que nos acompaña en el dolor más profundo. Únicamente podemos ver a Jesús como lo vio la Verónica: con el corazón. Porque sólo el amor nos deja ver y nos hace puros. Sólo el amor nos permite reconocer a Dios, que es el amor mismo.

Danos, Señor, la inquietud del corazón que busca tu rostro. Danos la sencillez y la pureza que nos permita ver tu presencia en el mundo. Graba tu rostro en nuestros corazones. 

Ese Rostro no tenía figura ni belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado por los hombres, como varón de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros.
¿Quién tendrá valor para acercarse? ¡Una mujer! Una mujer se adelanta llevando en sus manos el velo de la ternura y de la compasión. Verónica, en el Rostro del Siervo sufriente, ve al más bello de los hombres.

El acto de piedad de la Verónica se convierte para nosotros en una provocación urgente: en la petición, dulce pero imperiosa, de no volver la cabeza hacia otra parte, de mirar también nosotros a los que sufren.

¡Cuántas personas sin rostro hay hoy! Cuántas personas se ven desplazadas al margen de la vida, en el exilio del abandono, en la indiferencia que mata a los indiferentes. Sólo está vivo quien arde de amor y se inclina sobre Cristo que sufre y que espera en quien sufre, también hoy. ¡Sí, hoy! Porque mañana será demasiado tarde.

En nuestra vida, a veces hemos enjuagado las lágrimas y el sudor del que sufre. Tal vez hemos atendido a un enfermo terminal, tal vez hemos ayudado a un inmigrante o a un desocupado, o hemos escuchado a un recluso. En cada uno de nuestros hermanos te escondes tú, Hijo de Dios. En todo ser humano, desde el primer instante en el vientre de su madre o en el final de su vida ya anciana, está Jesús y nos muestra su verdadero Rostro. 

Señor Jesús, bastaría un paso y el mundo podría cambiar. Bastaría un paso y podría volver la paz en la familia; bastaría un paso y el mendigo ya no estaría solo; bastaría un paso y el enfermo sentiría una mano que le estrecha su mano ... para que ambos se sanen. Bastaría un paso y los pobres podrían sentarse a la mesa alejando la tristeza de la mesa de los egoístas que, solos, no pueden hacer fiesta.
Señor Jesús, ¡bastaría un paso! Ayúdanos a darlo, porque en el mundo se están agotando todas las reservas de la alegría. Señor, ¡ayúdanos! Te pido, Jesús, que me des la fuerza de acercarme a los demás, a cada persona, joven o anciana, pobre o rica, querida o desconocida, y de ver en esos rostros tu Rostro. Ayúdame a socorrer con prontitud al prójimo, en el que tú habitas, como la Verónica corrió hacia ti en su camino del Calvario.

Oigo en mi corazón: «Buscad mi rostro». Tu rostro buscaré, Señor. No me escondas tu rostro. No rechaces con ira a tu siervo, que tú eres mi auxilio; no me deseches, no me abandones, Dios de mi salvación.

La Verónica te ha buscado en medio de los hombres. Te ha buscado y te ha encontrado. Señor Jesús, buscamos tu rostro. Señor, haz que te encontremos en los pobres, en tus hermanos pequeños, para enjugar las lágrimas de los que lloran, para hacernos cargo de los que sufren y sostener a los débiles.
Señor, tú nos enseñas que una persona herida y olvidada no pierde ni su valor ni su dignidad nunca, y que permanece como signo de tu presencia oculta en el mundo. Ayúdanos a lavar de su rostro las lágrimas de la pobreza y la injusticia, de modo que tu Rostro se revele y resplandezca en ella.

martes, 16 de abril de 2019

La Parroquia de San Félix, al alza. Por José Antonio Coppen

El impulso que ha propiciado el Cura Joaquín Serrano

Esto ya nos lo advirtió, 300 años después de Cristo, Cipriano de Cartago, clérigo y escritor romano: ''No hay que hacer las cosas para que telas agradezcan, pero trata de hacerlas para gente agradecida''.

Desde el 26 de octubre de 2008, hace más de diez años, tomó posesión como párroco don Joaquín Manuel Serrano Vila, no hay que dudarlo, la Parroquia de San Félix de Lugones ha cobrado un impulso considerable, como nunca se había visto.

Es natural de Candás, hijo de Manuel (siderúrgico) y de Teresa (conservera). Los estudios de educación básica los realizó en el Colegio San Félix de Candás, y sus estudios de bachillerato en el IES Santo Cristo del Socorro de Luanco. Ha sido miembro de la Escolanía del Santísimo Cristo de Candás, de la que llegaría a ser director.

En el discurrir de su vida, a los 17 años, Joaquín ingresa en el cuerpo de la Guardia Civil, tras aprobar entre los primeros la oposición. Inicia su formación en la Academia de Guardias Auxiliares, primero en Úbeda, como auxiliar, y luego, en Baeza, como guardia civil profesional. Fueron varios los destinos en el cuerpo: desde Cangas de Onís (1983-1984); Liérganes (Cantabria), Arriondas (donde hace un curso de tráfico); Pamplona, Sevilla, Soncillo (Burgos). Aquí es condecorado por el rescate en la nieve de un enfermo con insuficiencia renal en situación límite.

Entre 1992 y 1994 está en Mieres, donde obtiene la consideración de suboficial, y pasa a Gijón, en diferentes especialidades de Tráfico.

Y es en septiembre de 1995, siendo director de la Escolanía del Santísimo Cristo de Candás, y animado por su párroco D. José Manuel García Rodríguez, cuando solicita la excedencia como funcionario para ingresar en el Seminario Metropolitano de Oviedo. Cursó sus estudios de filosofía y teología en él, como centro afiliado a la Universidad Pontificia de Salamanca. Después de realizar colaboraciones religiosas, el 9 de mayo de 2002 fue ordenado diácono por Monseñor Carlos Osoro Sierra, ejerciendo el diaconado en varias parroquias. Y es el 8 de junio de 2003 (Domingo de Pentecostés) cuando es ordenado sacerdote.

Hasta su llegada a Lugones ejerció en varias parroquias de Asturias, siendo nombrado en 2005 arcipreste de El Acebo, territorio que comprende los concejos de Tineo, Cangas de Narcea, Allande, Degaña e Ibias.

No nos olvidemos que además de la parroquia de Lugones, Don Joaquín se ha hecho cargo de la Parroquia de Santa María de Viella desde 2013. Y hemos de añadir, por último, que es vocal de la Delegación Episcopal de Peregrinaciones. Hasta aquí la vida de un sacerdote sui generis (género o especie muy singular y excepcional).

Mejoras realizadas desde su llegada a la Parroquia

Hay que reconocer y valorar que Joaquín, para algunas de las mejoras, contó siempre con la colaboración de hombres y mujeres de la Parroquia., todo hay que decirlo. Allá vamos con algunas de las mejoras:

Recuperación de la Fiesta de San Félix, que no se celebraba desde los años ochenta; electrificación de las campanas e instalación del reloj de la torre; entrada de la parroquia en las redes sociales; creación de la página - blog oficial de la parroquia, realce de la fiesta del Corpus con alfombras florales y recuperación de la procesión; recuperación de la fiesta de Santa Bárbara; creación de un retablo nuevo para entronizar a la Santina de Covadonga (imagen que también se adquirió); recuperación de la Misa de Gallo, el 24 de diciembre a medianoche; pintura de la fachada de la iglesia, reposición de canalones y limpieza del tejado y retejado; asfaltado de la explanada del entorno de la Iglesia; restauración del muro perimetral, que primero se pintó y tiempo después fue revestido en piedra; iluminación de la torre de la iglesia durante la noche, con cargo a la parroquia; formación del coro juvenil de guitarras para la misa de niños; bendición de los animales por San Antón y participación de estos en la misa de niños,; instauración del pregón de Semana Santa, teniendo yo el privilegio de ser el primero que lo pronuncia; instalación de rampas para minusválidos en la puerta principal y lateral, además de construcción de aceras y canalones y restauración de drenajes en el cementerio parroquial y de la restauración de la capilla; adquisición de la imagen del Cristo yacente para la Semana Santa; fundación de la Cofradía del Cristo de la Piedad y la Soledad de Lugones, promocionando de manera muy plausible la Semana Santa local; adquisición de un nuevo órgano y restauración del armonio (el armonio antiguo se traslada para el uso en la Parroquia de Viella); y la instalación de cámaras de seguridad en el templo y en el recinto.

Homilía de la Misa Crismal 2019

Hermanas y hermanos: Paz y Bien. 

Llevaban ramos en sus manos y como banderas de una paz sin engaño, también salió nuestro pueblo a la procesión del domingo pasado que abre la semana grande del año cristiano. Se alfombraba como hace dos mil años el paso simbólico de Jesús en su permanente entrada en nuestra historia sin triunfalismos de corceles guerreros sino en el humilde trote de una mansa borriquilla que alguien le prestó como se presta un gesto de pequeñez no fingida.

Nosotros con ellos, cada cual con su comunidad cristiana confiada a nuestro ministerio, entramos así en la Semana Santa. ¿Cuántas llevamos ya en el recuento de nuestra memoria? ¿Cuántas pesan como un fardo de cansancio de tanto repetir lo consabido año tras año con el riesgo de dejarnos arrastrar por una inevitable inercia sin que nos mueva el alma y sin que nos conmueva lo que cada uno vive en su lugar en este momento presente? Pero también ¡cuántas sorpresas gratas al comprobar que no somos de piedra, que el Evangelio nos sigue asombrando con sus rincones inéditos en los que nos esperaba el buen Dios ahí desde siempre, para gritarnos o susurrarnos una palabra suya tantas veces oída antes y que por primera vez nos arranca la sordera distraída para poderla escuchar! ¡Cuánta alegría a comprobar que nuestro sacerdocio sigue vivo, y como una metáfora viviente somos esa borriquilla humilde que trasporta al Dios humillado que en esa guisa viene a salvarnos uno por uno, y como pueblo, sin hacerlo contra nadie!

Aquí estamos en esta mañana todo ese pueblo de Dios. Los laicos cristianos con vuestra intemperie viviendo a cielo abierto la aventura de creer en un mundo neopagano. Los consagrados con vuestros carismas que representan el recuerdo de lo que en vuestros fundadores volvió a decirnos Dios lo que ya nos dijo en los labios de su Hijo. Los sacerdotes que hemos acogido como obispo, presbíteros y diáconos, la llamada de servir ministerialmente a los hermanos dando gloria al solo y único Dios. Un pueblo peregrino que todos los días del año, con sus cuatro estaciones y con todos sus climas, queremos seguir escribiendo nuestra página cotidiana mientras describimos con la vida ante todos cuantos nos ven y escuchan a diario, nuestro modo de ser cristianos veinte siglos después de que Jesús nos hiciera el nuevo pueblo que nació en su vida, su muerte y su resurrección.

En la Catedral esta mañana hay ánforas con óleos y aromas que van a ser consagrados. Forma parte de la liturgia de esta Misa Crismal que toma su hombre por el aceite santo que se consagrará. Remedando la sabiduría antigua, tomaremos los aceites tratados con los que se restañaban las heridas de tantos enfermos y se fortalecían los músculos a quienes darían la batalla como púgiles o soldados. Con estos óleos saldremos al encuentro de los hermanos que están de tantos modos aguardando un bálsamo para sus vidas. La salud de nuestros enfermos y ancianos, la vida cristiana de nuestros catecúmenos, las manos y la cabeza de nuestros ministros ordenandos o la frente de nuestros confirmandos, los altares de nuestros templos, todo esto es puesto bajo la plegaria de este bálsamo que se hace sacramento. Oremos por los que serán ungidos en el bautismo, en la confirmación, en la ordenación sacerdotal, en la ancianidad o enfermedad grave. Detrás de estas ánforas anónimas hay hermanos que esperan el bálsamo de un óleo santo, ellos tienen nombre, edad y circunstancia que Dios conoce bien y sale a su encuentro con la gracia que les salva.

Hoy las heridas que ponemos bajo estos sagrados óleos son muchas más que las que el cuerpo reclama, y son también muchos más los lechos en los que se postra una humanidad enferma de tantas cosas. Nos duele el mundo con tantas brechas, con tantas guerras, con corrupciones y tiranías en algunos pueblos. Nos duele nuestra tierra patria que de nuevo se debate entre la intolerancia fratricida y el rechazo insolidario, de quienes pagan cínicamente con moneda de violencia, extorsión, insidia, mentira y engaño, su torpe modo de medrar en la ebria carrera del poder codiciado con inconfesable codicia.

Los santos óleos vienen a poner en nuestras manos y en nuestros ojos, el bálsamo con el que Dios nos fortalece y consuela, para que con esa fortaleza -la suya-, y con ese consuelo -el que de Él procede- vayamos al encuentro de todos los hermanos que la Providencia nos confía, aportando a la sociedad esta cristiana manera de convivencia.

Pero en esta Misa Crismal hay una cita especial que no se hace celebración privada: los sacerdotes renovaremos nuestras promesas ante Jesús Buen Pastor y ante el pueblo santo de Dios al que servimos en su nombre. Van pasando los años sin una pausa que los detenga, y subidos en la nave del tiempo surcamos mares de bonanza o aguas turbulentas. A veces las brumas nos impiden atisbar con gozo y claridad el puerto hacia el que navegamos. Acaso las fuerzas se debilitan y encontramos fatigoso seguir remando en la brega que al inicio parecía gratificante y festiva. Experimentamos no pocas veces esa soledad que nos acorrala con nostalgias imposibles, con temores venideros y con un presente cansado que nos desfonda y astilla.

No ha cambiado la llamada, no es distinta la misión ni extraño el ministerio, pero cada uno de nosotros va transformando poco a poco su vida creciendo en el Señor o decreciendo hacia lo mundano, madurando con adulta sensatez o volviendo a una caprichosa inmadurez de tiempos pasados. La vida es susceptible de ese vaivén que ante los ojos de Dios que todo lo ve, absolutamente todo, nos miran con la entraña bondadosa de la parábola del Padre bueno que cada mañana se atisba si volvemos de nuestra última aventura pródiga de los caminos a ninguna parte.

Renovamos nuestras promesas sacerdotales sabiendo que no es la repetición insulsa de lo que hacemos todos los años llegando esta fecha. De hecho, algunos hermanos nuestros por los que luego rezaremos, concelebrantes el año pasado en esta Misa, no han llegado. Así, ante la misma llamada que hoy volvemos a escuchar, ante el mismo ministerio que se nos vuelve a confiar, decimos un sí que sabe a estreno porque yo que lo pronuncio tras un año después tengo motivos para pronunciarlo como nuevo. Ha habido momentos, circunstancias, pruebas, holganzas y denuedos que a través de estos doce meses han puesto en mis años ese cúmulo de novedades que me hacen distinto. Soy otro, por todos estos motivos, aunque el Buen Pastor me llame a lo mismo. Y se pide de nosotros, de cada uno de nosotros, que de modo personal y en comunión con este presbiterio fraterno presidido por el obispo, digamos nuevamente un sí: A unirnos más fuertemente a Cristo configurándonos con Él, renunciando a nosotros mismos y viviendo por amor al Señor cuanto con gozo aceptamos el día de nuestra ordenación para el servicio de la Iglesia.

Sí a dispensar a los hermanos los misterios de Dios: la santa Eucaristía celebrada y adorada, la Palabra de Dios escuchada en todos sus púlpitos donde Él nos habla, el perdón como verdadera reconciliación que nos devuelve a la casa del Padre como hijos tras los devaneos huérfanos por nuestros pecados. No sólo damos a los otros la Eucaristía, sino también nos nutrimos nosotros de ella. No sólo predicamos a los demás nuestros comentarios bíblicos, sino que también somos oyentes de la Palabra que nos salva. No sólo perdonamos a los hermanos en nombre de Dios y como la Iglesia señala, sino que también nosotros somos pecadores que necesitan ser esperados y abrazados por la misericordia de Dios.

Añade esta promesa renovada algo que no es secundario: sin pretender bienes temporales, sino movidos únicamente por el celo de las almas. Porque habría muchas maneras de poner precio a nuestra entrega, alejándonos de la gratuidad cristiana con la que debemos vivir nuestro ministerio. El precio de una codicia monetaria o el precio de un carrerismo clerical inconfesado. Lo hemos recibido gratis, y es gratuito nuestro tiempo entregado por amor al Señor como bendición a los hermanos. Este es el bien máximo, bien eterno que comienza ya aquí en esta tierra.

Este sí, que en esta mañana renovamos ante Dios y ante este pueblo al que pediremos que rece por nosotros, nos acompañe y nos sostenga, tiene una coyuntura en nuestros días que añade un cierto dolor por cuanto nos puede estar aconteciendo con la malhadada acusación de abusos de menores y el encubrimiento de algunos de estos casos. Se han dado, siempre se han dado, porque siempre la tentación hacia el mal ha sido urdido el maligno. Cada vez que esto acontece es un terrible pecado, un gravísimo delito que tiene como víctima a los más inocentes. Así se entiende la severa advertencia de Jesús cuando hablaba del escándalo hacia los más pequeños: que más le valdría a quien esto hace, que le colgasen al cuello una piedra de molino y lo echasen al mar (cf. Lc 17, 2). Lo ha recordado el papa Benedicto XVI hace unos días en su escrito sobre este problema en la Iglesia, que vale la pena leer, porque explica que estos lodos tienen su origen en algunos polvos no tan lejanos. Señala él que los “pequeños” no son solamente los niños, sino todo aquel al que impedimos que crezca, a todo aquel a quien hurtamos la posibilidad de que su vida madure en la verdad, en la belleza, en la paz, en la gracia y la justicia.

Dicho esto, hay un chantaje que con cálculo estratégico se está orquestando contra la misma Iglesia. Los casos que se dan (y aquí en nuestra diócesis se ha dado un caso que inmediatamente abordé hasta su condena y expulsión del ministerio por parte del papa Francisco, que no titubeó en firmar), se han de acometer con la seriedad responsable como intentamos hacer (sólo nosotros, por cierto). En la última Asamblea Plenaria de la CEE nos hemos dado un importante vademécum como protocolo fehaciente para acompañar a las víctimas (que pueden ser los menores o los calumniosamente acusados), para proceder canónicamente y con transparencia ante los tribunales civiles.

Pero si los casi 45000 casos que en los últimos 60 años se han dado en España, que han acabado en condena de los abusadores, sólo unos 40 casos han sido perpetrados por sacerdotes, estamos ante una desproporcionada atención mediática, cuya focalización pretende imputar tan sólo a la comunidad cristiana. Siendo pocos casos estos cuarenta entre los 45000, son demasiados. Y esto es cierto. Pero también es cierto que hay que salir en defensa de los sacerdotes y obispos que viven con sencillez su ministerio, que atienden a los ancianos, a las familias, a los niños y jóvenes, a los enfermos, a todos los pobres de todas las pobrezas, que viven con fidelidad su ministerio cuidando la liturgia, la caridad y la catequesis. Si alguno de los sacerdotes comete este horrible pecado y cae en este execrable delito, es algo terrible, pero no es la tónica ni la praxis de una Iglesia que sigue escribiendo entre gozos y penas su página histórica en nuestros días.

Por eso hago mías las palabras del papa Francisco al final del encuentro en Roma sobre los abusos, recientemente: “Permitidme ahora un agradecimiento de corazón a todos los sacerdotes y a los consagrados que sirven al Señor con fidelidad y totalmente, y que se sienten deshonrados y desacreditados por la conducta vergonzosa de algunos de sus hermanos. Todos —Iglesia, consagrados, Pueblo de Dios y hasta Dios mismo— sufrimos las consecuencias de su infidelidad. Agradezco, en nombre de toda la Iglesia, a la gran mayoría de sacerdotes que no sólo son fieles a su celibato, sino que se gastan en un ministerio que es hoy más difícil por los escándalos de unos pocos —pero siempre demasiados— hermanos suyos. Y gracias también a los laicos que conocen bien a sus buenos pastores y siguen rezando por ellos y sosteniéndolos”.

Queridos hermanos sacerdotes, queridos hermanos todos, vivamos este momento de gracia en el triduo pascual que celebraremos juntos. Y que la gracia del Resucitado ponga en nuestras almas el deseo de una fidelidad renovada, con la esperanza que llena de alegría nuestro mundo. Que María nos bendiga con su compañía materna y nuestros beatos mártires seminaristas intercedan por todos nosotros.

+Fr. Jesús Sanz Montes, ofm 
Arzobispo de Oviedo

lunes, 15 de abril de 2019

Foto del Pregón de Semana Santa de Lugones 2019


Entrevista a Mons. José Domingo Ulloa, arzobispo de Panamá

(Iglesia de Asturias)  Para muchos españoles esta JMJ fue un tanto atípica, pues coincidió en pleno invierno, este pasado mes de enero, y eso dificultó que muchos jóvenes pudieran viajar para vivir semejante experiencia. ¿Qué ha supuesto para ustedes y para su diócesis esta jornada?

Realmente no ha sido sólo para la diócesis, sino para toda la región de Centroamérica. Y sí, ha habido un antes y un después. En el antes, con la gran sorpresa y gratitud a Dios por la elección que el Papa Francisco realizó para esta pequeña zona del continente americano. Al principio sentimos temor, pero después vino la confianza en que cuando Dios nos elige, también nos capacita para que podamos realizar el proyecto que tiene para cada uno de nosotros. Después, vino la preparación inmediata de toda la logística y finalmente, el gran evento que fue marcando la vida dentro de la Iglesia. Ahora, nos toca replantearnos esos retos que nos marcó el Papa Francisco, que suponen todo un proceso de evangelización, tomando en cuenta especialmente a los jóvenes, no sólo como destinatarios, sino como protagonistas.

Fueron unos días plagados de símbolos. El recuerdo de Venezuela, el Papa con los presos, el encuentro de jóvenes indígenas, o fotos para el recuerdo como esa imagen del chico en la silla de ruedas alzado sobre la multitud, ¿con qué imagen se quedaría usted?

Son tantos los signos y símbolos de esta Jornada… Yo me quedaría con el rostro de esperanza de la gente, no sólo debido a la presencia del Papa Francisco, sino también gracias a la oportunidad de poder descubrir en cada peregrino a un hermano. Yo creo que para la Iglesia centroamericana esta Jornada Mundial de la Juventud supuso un reencontrarnos con la Iglesia universal en toda su diversidad, y ver que a pesar de las diferentes culturas, lenguas y costumbres, somos uno. Yo creo que esto fue para mí lo más impactante: comprobar la diversidad dentro de la Iglesia, pero también la unidad. Nos une una misma experiencia de Jesús, y además esta jornada ha tenido algo especial, que ha sido la presencia de María.

La JMJ de Panamá tuvo, como no podía ser de otra manera, un marcado sabor latinoamericano, algo que se comprobaba mismamente viendo a los diferentes santos y patronos que ha tenido: santa Rosa de Lima, san Óscar Romero, san Juan Diego…

Sí, algo que ha invitado a los jóvenes a cuestionarse cómo responder en cada momento a esa llamada a la santidad. Hay un gran santo patrono que, además, robó el corazón de la juventud que asistió, que fue el niño José Sánchez del Río, que murió con apenas 13 años gritando “Viva Cristo Rey”. También Óscar Romero ha sintetizado el caminar de la Iglesia latinoamericana, una Iglesia que ha vivido el martirio. Además tuvimos una experiencia muy bonita con él, ya que comenzamos a preparar la JMJ siendo beato, y la culminamos siendo ya santo. San Martín de Porres nos hablaba de la realidad afro y el indio Juan Diego, nos recordaba la presencia de los indígenas.

En una JMJ se reúnen en un mismo sitio jóvenes llegados desde todos los rincones del mundo, algo especialmente enriquecedor. ¿Tuvo la oportunidad de charlar con ellos?

Sí, y pudimos vivir muchas anécdotas. Las prejornadas fueron el momento de reencontrarse con la Iglesia real, con la gente llegada desde diferentes lugares: jóvenes que venían de Filipinas, de Palestina, de Jordania, de África, de Europa etc. Una de las grandes riquezas de estas jornadas es poder descubrir a estos jóvenes expresando su fe con naturalidad. Toda una gran bendición de Dios. Nosotros también pudimos descubrirnos como pueblo acogedor.

El Papa pronunció numerosos discursos a lo largo de los cuatro días en los que permaneció en Panamá. ¿Qué mensaje cree que dejó en la JMJ?

Yo creo que el Papa vino a confirmar eso que en la Iglesia hoy tenemos que asumir y aceptar: el joven no es el futuro, sino que es el hoy. Eso nos compromete a todos a darles a los jóvenes verdaderos espacios. A no solo hablarles, sino escucharles y que puedan estar presentes en todas las estructuras de la Iglesia. Para mí este es el gran reto que tenemos con la JMJ, que para algunos va a ser difícil pero sólo hay una forma y yo estoy convencido: el cambio que la Iglesia y el mundo necesita sólo podrá venir si los jóvenes asumen responsablemente su papel hoy, y si los adultos les damos esa oportunidad. Es aquello que el Papa tan hermosamente nos dijo: “Necesitamos jóvenes soñadores y ancianos visionarios; no ancianos que sean pesas, sino ancianos que puedan impulsar a los jóvenes a abrir caminos, aunque no sepamos a dónde van esos caminos”.

Las JMJ suelen ser especialmente fructíferas: es frecuente que grupos, iniciativas o asociaciones nazcan al amparo de las mismas, una vez finalizadas. ¿Ha pasado lo mismo en esta ocasión?

Yo lo estoy sintiendo. Y no sólo en Panamá, sino también en otros países. Creo que esta jornada fue un buen planteamiento vocacional, donde los jóvenes se cuestionaron qué quiere Dios de ellos, y como decía nuestro lema, debemos responder: “He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu Palabra”. Creo que ese fue el gran mensaje de esta JMJ. Hay que definirse, no podemos estar eternamente en duda. Dios tiene un proyecto para nosotros, y ese proyecto será el que permitirá que transformemos la Iglesia y el mundo.