domingo, 4 de abril de 2021

Evangelio Domingo de Pascua de Resurrección

Lectura del santo evangelio según san Juan (20,1-9):

EL primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.

Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo:
«Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».

Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró.

Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte.

Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.
Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

Palabra del Señor

sábado, 3 de abril de 2021

«!Qué Noche tan dichosa!». Por Rodrigo Huerta Migoya

El Sábado Santo en buena medida es la continuación del Viernes Santo; un tiempo de silencio para mirar a la cruz y de forma especialísima por ser el día de Nuestra Señora y esperar con Ella la noche de Pascua, queriendo acompañar sus horas de Soledad. En el Sábado propiamente, no hay ninguna celebración más allá de actos de piedad como son el rosario u otras devociones marianas, la Liturgia de las Horas con el oficio de lecturas, y poco más. Este año debido a la pandemia, pocas comunidades cristianas en España podrán iniciar la Vigilia Pascual a las doce de la noche como es costumbre muy extendida, por ello, al iniciar la celebración, el Sábado Santo ya va quedando atrás para entrar de lleno en el domingo de Pascua Florida. Sin embargo, pensando en los fieles de mayor y menor edad, se ha venido adelantando cada vez más la hora de comienzo de la liturgia de la noche santa de Pascua.

El Triduo Pascual, bien celebrado y vivido nos ayuda experimentar la alegría de forma escalonada a lo largo de los ritos del lucernario, así como de la liturgia de la palabra, la liturgia bautismal y la liturgia eucarística que nos sacarán del ambiente de austeridad vivido durante toda la Cuaresma y, en concreto, desde la noche de Jueves Santo hasta ahora. La Iglesia, en la penumbra de las últimas horas, sin flores, sin que el sacerdote nos dedique ''el Señor esté con vosotros'' (pues no lo teníamos con nosotros) y sin cantos alegres, se empieza a transformar de forma tenue una vez que el fuego bendecido es tomado con el Cirio Pascual y compartida su luz con toda la asamblea. Poco a poco las tinieblas desaparecen mientras el antiquísimo himno del "Exultet" nos hace vibrar el sentimiento que nos embarga a todos los católicos del orbe. Seguirá el "gloria" con el repique de campanas, el encendido de las velas, el adorno del altar... y todo se revestirá de solemnidad cuando el diácono al pedir la bendición al prelado para proclamar el evangelio de esta noche diga: “Reverendísimo Padre: os anuncio una gran alegría, el Aleluya”. Este es el canto de la Pascua; alabanza a nuestro Dios que por la entrega de su propio Hijo nos ha rescatado. Sólo Él ''muriendo destruyó nuestra muerte y resucitando restauró la vida''.

Jesucristo hace nuevas todas las cosas, también la Pascua es nueva; ya no nos quedamos únicamente con el recordatorio del paso de la esclavitud de Egipto a la libertad tras atravesar el Mar Rojo para encaminarse a la tierra prometida, sino que festejamos nuestra propia liberación de la esclavitud del mal, del pecado y de la muerte mediante la muerte de Cristo, que pasó por el sepulcro para alcanzarnos la vida eterna en el Reino que no tiene fin.

Decía un religioso español que en la Iglesia actual nos hacen falta más discípulos del Resucitado, y menos discípulos de María Magdalena; quitarnos los lagrimones que nos impiden ver a Cristo vivo delante de nosotros. Es triste que acudan más fieles al Domingo de Ramos, al Jueves Santo, e incluso al Viernes santo, y, por desgracia, la Vigilia Pascual y el Domingo de Resurrección -los momentos más importantes de la Semana Santa- tienen mucha menor presencia las últimas décadas. No hay que quedarse en la Cruz, sino saber dar el paso a la luz.

En esta Fiesta de las fiestas, y Solemnidad de solemnidades, renovamos las promesas de nuestro bautismo, conscientes de que unidos a Cristo en su muerte vivimos la esperanza de ser algún día adheridos a su Gloria. El Señor, resucitando, nos concede una nueva vida; nos permite renacer y llenarnos de esperanza, dado que nuestras cadenas han sido rotas y la muerte ya no tiene la última palabra. Jesucristo ha vencido sufriendo, muriendo y resucitando. Él ha bajado a la fosa, ha descansado en el sepulcro y ha descendido al lugar de los muertos para desde ahí alzarse victorioso. En estos días reina la alegría cuando caemos en la cuenta de qué es lo que estamos celebrando: ''porque en la muerte de Cristo nuestra muerte ha sido vencida y en su resurrección hemos resucitado todos'' (Prefacio Pascual II)

''Exulten por fin los coros de los ángeles, exulten las jerarquías del cielo, y por la victoria de Rey tan poderoso que las trompetas anuncien la salvación''. Cristo es nuestra Luz, nuestra Palabra, nuestra Agua, nuestro Alimento, nuestra Salvación. Sólo Él es primicia de los que se durmieron, primogénito de entre los muertos, Alfa y Omega. Su cuerpo herido, torturado, deshecho, no llegó a conocer la corrupción de la muerte, sino que el Padre lo resucitó revistiéndolo de  inmortalidad; con la resurrección corporal dejó el sepulcro vacío haciendo visible que ese templo destruido es resucitado al tercer día como anunció. Gracias a ello podemos nosotros también ahora andar en una vida nueva, resucitar espiritualmente y ponernos en camino para dar a conocer al mundo la verdad: ¡Qué noche tan dichosa! Sólo ella conoció el momento en que Cristo resucitó de entre los muertos.

La Madre de todas las Vigilias. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

La vida y la muerte están se debaten siempre en la esperanza. La resurrección del Señor nos abre a todos las puertas de la vida. Nada será ya igual. Lo que ocurrió esta noche ocurre también en las personas de sus seguidores. No se nos ha regalado la vida para arrebatárnosla en la muerte. Se nos ha dado para experimentarla en su plenitud. Dios que no tiene límites de espacio y de tiempo. En el bautismo hemos muerto y resucitado con Él para vivir por Él, con Él y en Él venciendo a la muerte.

Tras la proclamación del pregón pascual, varios pasajes del Antiguo Testamento nos introducen en la historia de los gestos de Dios que preparan un mundo nuevo para nosotros. La historia, pese a tanta desgracia que guarda en su seno, es una historia de salvación.

Con el Génesis y el relato de la creación. Para disgusto y contrariedad de quienes creen que solo las "ciencias humanas" penetran la realidad, el Génesis desarrolla el sentido que todos los seres tienen para Dios. Donde hay vida es porque allí está Dios dándole origen, densidad, sentido y dimensión...Y vio Dios que cuanto había hecho era muy bueno. 

En el Éxodo se narran las acciones del Dios libertador que acompaña a la suyos en las luchas por la libertad y alimenta su esperanza de lograr una tierra nueva en la que habite la justicia. Después los profetas sostienen la fe y la esperanza de una nueva Alianza: “Arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne”. 

Ya en la liturgia de la Palabra, el relato de Marcos comienza recogiendo el noble sentimiento de los corazones rotos de aquellas piadosas mujeres de conservar el cuerpo de Jesús y la confianza en que alguien les ayude en las tareas a efecto: "¿quién nos ayudará a correr la piedra?". Pero cuando llegan la piedra ya está corrida y el sepulcro está vacío. Un joven -ángel- ataja les asegura que el Resucitado irá por delante de los discípulos a Galilea: ¡Que vayan a Galilea!; allí lo verán.

La muerte no es un triste final, sino el tránsito de la resurrección; la Pascua, el paso gigante a la vida. 
Celebrar la Pascua es sabernos vencedores de la muerte por puro amor, y comprometernos con la fuerza del Espíritu Santo a la defensa y dignidad de la vida -de toda vida- como el puro regalo que por medio del Hijo Dios Padre nos ha entregado... ¡Vayamos a Galilea!...

¡Feliz Pascua Florida!

viernes, 2 de abril de 2021

''I thirst''. Por Rodrigo Huerta Migoya

 El día silencioso del Viernes Santo, jornada austera que no quiere ser puramente luctuosa, sino de tristeza esperanzada, la lectura de la Pasión -según San Juan- no debe dejarnos indiferentes; el gran esfuerzo que tenemos que hacer en este día es quizás recuperar la sensibilidad. En un mundo que parece vivir anestesiado e indolente, hemos de tratar de recuperar el sentimiento, la lágrima y la emoción. Lloremos como lloraban los santos al releer todo lo que tuvo que padecer nuestro señor Jesucristo por nosotros; San Francisco de Asís se sorprendía de que a muchos de sus frailes no les conmoviera la proclamación de la Pasión. Tantas veces la hemos oído: ¿la habremos escuchado con el corazón alguna vez?.

El Señor es traicionado, negado, apresado, burlado, escupido, interrogado, desnudado, flagelado, torturado, crucificado, atravesado... Meditemos en detalle toda esta Pasión teniendo presente que cada uno de sus sufrimientos fue para sanarnos a nosotros, pecadores: ''sus cicatrices nos curaron''. 

Es jornada para sacar ratos de contemplación, para clavar nuestra mirada en la imagen de Jesús crucificado, muerto, yacente... Le vemos reinar en un trono de madera con corona de espinas que cumple en sí mismo el cantar del salmo: ''han taladrado mis manos y mis pies, y puedo contar todos mis huesos''. En sus manos extendidas, bien abiertas y clavadas, le vemos abrazar a la humanidad como sumo y eterno sacerdote que hace del árbol de la cruz templo, altar y patena donde ofrecer el único y verdadero sacrificio que nos libró del pecado. Por esto desde antiguo vinieron a denominar al nazareno como ''el nuevo adán'', pues ''si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida''.

Hay un detalle precioso en la escena del Gólgota; el primero en profesar su fe, en creer, en gritar a los cuatro vientos que aquello superaba los límites de lo mortal, no fue una de las mujeres que seguía a Jesús, ni un discípulo, ni ninguno de los que creían en Él y se escondían entre los curiosos y los verdugos. La primera persona "tocada" por la pasión y muerte del Señor fue un romano; ni siquiera un judío como Jesús, sino un centurión: Longinos, el que en su mano sostenía la lanza y de cuyo corazón brotó el acto de fe que nos regalaron sus labios: ''verdaderamente este hombre era Hijo de Dios''. 

Siempre me ha ayudado a vivir el Viernes Santo la espiritualidad de la Santa Madre Teresa de Calcuta repitiendo tantas veces al mirar a Cristo clavado en la cruz, esa "quinta palabra" de Jesús que me agrada recordar en inglés, como lo repetía la religiosa albanesa: ''I thirst'' -tengo sed-. La vida de Madre Teresa fue una respuesta constante en saciar la sed del Señor; fue lo que cambió su vida, por eso ella reflexionaba: "Jesús es Dios, por lo tanto Su Amor y Su Sed son infinitos. Él, Creador del universo, pidió el amor de sus criaturas. Tiene sed de nuestro amor.... Estas palabras: "Tengo sed; ¿Tienen algún un eco en nuestra alma?"

El Señor tiene sed de Amor, pues como gritaba el Poverello ''el Amor no es amado''. ¿Cómo saciar esa sed? ¿cómo ayudar al crucificado? Amando; regalando amor y caridad, siendo "juanes" y "marías" a los pies del Sagrario, que es donde siempre late el corazón traspasado de nuestro Salvador. Y dando a conocer este tesoro que brota de su costado a tantos que no saben que sólo Él la fuente de la cuál quién bebe nunca más vuelve a tener sed. 

Los ojos puestos en la cruz, junto a la que ser hoy esos discípulos fieles que no le quieren dejar sólo y acompañar a su Santísima Madre, que permanece silenciosa y doliente abrazada al madero. Nos unimos al drama del sufrimiento y la muerte provocada por el pecado, pero confiados de saber que mientras todos los estandartes, torres y símbolos caen, la Cruz permanece firme y erguida para recordarnos que hay esperanza, pues ella constituye la puerta de nuestra salvación. María, discípula primera y modelo del seguimiento auténtico del Maestro Divino, se encuentra en esa meta de dolor habiendo recorrido tras el Hijo paso a paso de cada estación del Vía Crucis. No estaba Ella ajena; su vida, camino de rosas plagado de espinas, en un silencio meditabundo que conservaba todo en su corazón. Quiere ser también Ella como Cristo, signo de contradicción, permaneciendo próxima a la agonía de su Hijo, al contrario de todos los que huían despavoridos. La vemos dolorosa, pero la vemos ''Madre'' que acoge a la sombra del leño a todos los hombres que por la expiración de Jesús vuelven a ser Hijos de Dios y hermanos entre ellos. El Señor nos regala también a nosotros la maternidad de su Madre: ''ahí tienes a tu Madre''. Y si Cristo es en la cruz el nuevo Adán, María es a su vera la nueva Eva; la que no ha conocido el pecado y cuyo corazón inmaculado es fecundado en esta tarde por el dolor de la espada que la atraviesa.

Viernes Santo, de Pasión y Muerte. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

Esta noche pasada hemos velado junto a las Hermanas del Santo Ángel orando ante el Señor, conscientes de la angustia que para Él suponen las horas previas al desenlace final. En ese contexto de tristeza mortal en el que llega a sudar sangre; nosotros hemos querido ser ese ángel que quiere sostener, consolar y acompañar al Señor. 

En ese Huerto de los Olivos el Señor experimenta nuestra humanidad, asume nuestro pecado y sufrimiento para subir con así al Calvario. Acepta la voluntad de Dios sin reservas, por eso no quiere violencia cuando llegan a prenderle, sino que hace suyo el cántico de Isaías: ''Angustiado él, y afligido, no abrió la boca; como cordero fue llevado al matadero, como oveja delante de sus esquiladores''.

Jesús acepta libremente el amor redentor del Padre. En el cuarto cántico del siervo de Yahveh leemos: “Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca”. Queda patente pues la libre decisión del siervo de ofrecerse en rescate por sus hermanos. Jesús, prefigurado en el Cántico, acepta de modo libre y voluntario la misión que le corresponde para la salvación de los hombres. Podemos decir que hay un perfecto “acuerdo” entre el amor del Padre, su designio redentor, y el amor de Cristo y su plena disponibilidad para el sacrificio.

Jesús, al aceptar en su corazón humano el amor del Padre hacia los hombres, "los amó hasta el extremo",  porque "nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos". Tanto en el sufrimiento como en la muerte, su humanidad se hizo el instrumento libre y perfecto de su amor divino, que quiere la salvación de los hombres: "Nadie me quita la vida; yo la doy voluntariamente". De aquí la soberana libertad del Hijo de Dios cuando Él mismo se encamina y asume la misma muerte.

El cristiano está invitado a aceptar libremente la voluntad de Dios sobre él como un camino de redención y salvación. Es necesario mirar a Cristo y ver su hoja de ruta, su ejecutoria, para darse cuenta que la voluntad de Dios no es fácil de comprender, ni de vivir con fidelidad; sin embargo, no cabe duda que es una voluntad salvífica. “Dios quiere que todos los hombres se salven”. Cuando nos resistimos a aceptar la voluntad de Dios, sobre todo cuando ésta supone sacrificio, dolor y muerte, nos resistimos también a aceptar su amor. Cristo nos enseña que en la humilde, pero gozosa y fiel sumisión a la voluntad del Padre, se encuentra el camino pleno del amor. Cristo mismo experimentó la sensación de abandono por parte del Padre en la cruz: "Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?...

“El grito de Jesús en la cruz -nos dice Juan Pablo II- no delata la angustia de un desesperado, sino la oración del Hijo que ofrece su vida al Padre en el amor para la salvación de todos. Mientras, se identifica con nuestro pecado: "abandonado" por el Padre, El se "abandona" en las manos del Padre. Fija sus ojos en el Padre. Precisamente por el conocimiento y la experiencia que sólo Él tiene de Dios; incluso en este momento de oscuridad ve claramente la gravedad del pecado y sufre por esto. Sólo él, que ve al Padre y lo goza plenamente, valora profundamente qué significa resistir con el pecado a su amor. Antes aun, y mucho más que en el cuerpo, su pasión es sufrimiento atroz del alma. La tradición teológica no ha evitado preguntarse cómo Jesús pudiera vivir a la vez la unión profunda con el Padre, fuente naturalmente de alegría y felicidad, y la agonía hasta el grito de abandono. 

Jesús es entregado según el designio de Dios, pero Jesús, al mismo tiempo hace oblación de sí mismo. Nadie le quita la vida, él la da por sí mismo. He aquí el “acuerdo” pleno de voluntades: la voluntad del Padre, la voluntad del Hijo.

Es preciso que cada cristiano descubra en su propia vida el “designio preciso de Dios”, que lo medite en su corazón, que se adentre en la voluntad salvífica del Padre y que, como Cristo, preste su pleno consentimiento a la misión que se le encomienda. Cada uno tiene su tarea en la vida, tiene su misión que debe cumplir. Misión ardua, pero que si se realiza mirando a Cristo e imitándolo, se convierte en misión fecunda y plena de satisfacciones. No temamos la cruz que el Señor nos regala, pues es una cruz de amor. No temamos los golpes de Dios, pues  son solo "golpes de amor".

jueves, 1 de abril de 2021

''Pro eis''. Por Rodrigo Huerta Migoya

Al abrir los ojos en este Jueves Santo he querido hacer mía la oración de Jesucristo al Padre, pensando en los sacerdotes que celebran su día: ''te pido por ellos''; nuestros presbíteros ''al entregar su vida por tí y por la salvación de los hermanos van configurándose a Cristo''. A imagen del Buen Pastor gastan sus vidas por el bien de las almas, haciendo de su existir una víctima, inmolación y ofrenda diaria en sus altares, en sus "Getsemanís" y en sus cruces. Aliéntalos, confórtalos y acompáñalos Señor dado que están en el mundo sin ser de éste: ''por eso te pido que los cuides''.

En el cenáculo de Jerusalén el Señor cumple lo que había anunciado en Cafarnaúm cuando les recordó: ''Vuestros padres comieron el maná en el desierto, y murieron. Este es el pan vivo que ha bajado del cielo, para que el que come de él, no muera''. Ni sus discípulos ni los presentes allí en la sinagoga habían entendido nada; sin embargo, eso de la eternidad sonaba bien, por eso dijeron: ''danos siempre de ese Pan''. Más es aquí, en la tarde del Jueves iniciando el principio del fin, cuando lega a la Iglesia el Sacramento del Amor, instituyendo la eucaristía como prenda perenne de amor. Sobre la mesa de la cena con los apóstoles nos anticipa la entrega total que se llevará a cabo sobre el leño de la Cruz.

Pero antes de partir el pan y entregarles el cáliz, nuestro salvador quiso predicar con el ejemplo mostrándonos en primer lugar que para participar de su mesa hemos de habernos purificado previamente. Aunque, sin duda, lo más impactante es que el mismo Cristo es quien se arrodilla, lava los pies y los besa en un gesto de humildad, sumisión y abajamiento total para elevarnos a todos hacia el Padre. El amor entre las tres santas personas de la Trinidad se traslada a todos los hombres en esta escena. Aquí se vislumbra la vocación de servicio a la que está llamada la Iglesia, que quiere levantar a los caídos limpiando las manchas que obscurecen la vida del hombre. Por eso los sacerdotes viven su vocación de servicio conscientes de que siguen las huellas del Maestro, "que siendo de condición divina no hizo alarde de su categoría de Dios", sino que se hizo esclavo y siervo de todos.

En esa sala adornada con divanes, también el Señor nos lega el sacerdocio ministerial, el cual instituye dándole un sentido mayor que el que tenía aquel viejo sacerdocio del Antiguo Testamento que no acaba de lograr la salvación de sus coetáneos, y por ello se veían obligados a repetir de forma constante sacrificios en favor de todos. Sólo el sacerdocio de Cristo será el que realmente nos obtenga la liberación de nuestros males y nuestra adhesión plena por la fe a la salvación mediante su propia inmolación. No minusvalora la Iglesia aquel primitivo sacerdocio, consciente de que -como señala el pontifical romano- ''nombraste príncipes y sacerdotes y no dejase sin ministro tus santuario'', pero teniendo claro que sólo en Jesucristo se cumplen tantas antiquísimas prefiguraciones sacerdotales. Tan sólo Él es el mediador entre Dios y los hombres; sin embargo, ha querido adherir a su ministerio a hombres frágiles y pecadores, a los cuales que sigue confiando esta misión de ser ''alter Christus, ipse Christus''.

Como colofón a la cena santa, el Señor dice "Mandatum novum do vobis" (Jn 13,34) -os doy el mandato nuevo-; es decir, la ley del amor. Jesucristo mostrado como Amor, nos llama a la caridad, a esforzarnos por hacer posible la fraternidad entre los que compartimos el mismo pan. Como así clamará el Hijo al Padre en su oración sacerdotal en el Huerto de los Olivos: ''Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado''. Dios se nos muestra como aquello que es: Amor; y éste no es interesado o egoísta, sino generoso. Todos los bautizados somos también enviados ''para dar la buena nueva a los pobres''...

En esta bendita tarde y este Santo día, elevemos una oración profunda y sentida por nuestros sacerdotes. Así como en las visitas que realicemos al Santísimo en diferentes templos, pongámoslos a los pies de Jesucristo Eucaristía. Esta es la petición para esta tarde-noche: ''rogo et sanctifico meipsum... santifica eos in veritate''. 

Jueves Santo que brilla. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

Estamos en ese primer día que brilla más que el Sol; jornada muy especial para todos los católicos al inaugurar el Solemne Triduo Pascual centrando hoy nuestra mirada en esa Santa y Última cena, con todo lo que conlleva y seguidamente acontece. Nos hemos venido preparando durante cuarenta días conscientes de que incluso es poco tiempo para lo grande que es lo que nos ocupa. Sólo el que vive en plenitud la liturgia de la Semana Santa alimenta todo su ser para el año completo. Pero si no vivimos estos días vitales para nosotros de verdad y con entrega, ningún sentido tendrá asistir al resto de celebraciones dominicales. 

Hoy queremos tomar conciencia del Amor de Dios que se manifiesta en ese "lavatorio de los pies" -que este año no hemos podido representar- como llamada a servir y no a ser servidos; en la "institución de la Eucaristía" como  alimento de salvación, y en la "institución del sacerdocio" como invitación a ser otros Cristo entre los hombres. También en esa cena pascual el Señor regala su testamento espiritual, el mandamiento del amor y la invitación a la fraternidad. Es un día con especial mirada hacia los que sufren, los enfermos a los cuales por motivo de la pandemia no podemos acercarles la sagrada comunión como en años anteriores, y una jornada para tener muy presentes en nuestra oración a los más pobres, también por las mismas razones han aumentado considerablemente y se manifiestan en las llamadas "colas del hambre" de muchas de nuestras parroquias e instituciones eclesiales y sociales.

Estamos llamados a alimentarnos del Amor de los Amores, pues sólo desde Él podremos dar amor a los conocidos y desconocidos, podremos servir y construir fraternidad. Pero todo empieza en el Altar, en el Sagrario; sólo a partir de que nos alimentamos y nos llenemos del Señor podremos llevarlo también en nuestra vida y sus obras a los demás. La realidad del cristiano es un constante equilibrio entre lo espiritual y lo social, conscientes de que algo no va bien cuando se desatiende o decae una de esas partes. 

No hemos tenido el tradicional lavatorio de los pies, pero en nuestro interior queremos ver al Señor como Él mismo se definió; como el que no ha venido a ser servido sino a servir, y dar su vida en rescate por muchos. Y aquí estamos invitados a su banquete con todo dispuesto en torno a su mesa, ante la que nos sentimos indignos pero dichosos. El Señor no disimula sus sentimientos; tiene el corazón roto ante una próxima traición, una triste negación y una cruel pasión que le llevará a la muerte. Preguntémonos: ¿le niego? ¿le traiciono? ¿Quién soy yo en esa mesa?... 

Al terminar la celebración saldremos del templo de forma recogida, en estricto silencio, y nos iremos a nuestros hogares. Pensemos en el camino de vuelta que el Señor también está caminando, se dirige al Huerto de los Olivos para retirarse en oración. Es lo que siempre hemos tratado de vivir en el traslado al Monumento (que este año no hemos podido tener), la hora santa y el escaso tiempo de vela que las restricciones sanitarias nos permiten esta vez. Pero podemos ayudar al Señor velando con Él desde casa, desde la conexión con el Oratorio de las Hermanas del Santo Ángel en Lugones, y luchar contra la pereza y el sueño como los propios discípulos, buscando colocar nuestro corazón muy cerca del suyo que ya está empezando a sufrir. 

Os invito también en esta fecha tan especial para todos los sacerdotes, que encomendéis mucho ante Él las vocaciones sacerdotales, a los seminaristas, a los sacerdotes que estamos en activo, a los jubilados y enfermos, sin olvidar a los difuntos. Es un día para tomar conciencia de los tesoros que tenemos en la Iglesia; el primero y principal a Cristo mismo que se queda entre nosotros y nos espera siempre en el tabernáculo; el tesoro del ministerio ordenado, de tener sacerdotes que cedan sus manos para ser las del mismo Señor que acoge, perdona, alimenta, bendice... Y el tesoro del mandamiento nuevo, enseñanza que tantos siglos después sigue siendo novedad para los hombres de todo tiempo y cultura. He aquí el deseo de Cristo: que demos amor trabajando por la fraternidad y viviendo la caridad. 

Feliz día Eucarístico - Sacerdotal y del Amor Fraterno