sábado, 3 de diciembre de 2016

Una voz en el desierto. Por Raniero Cantalamessa

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En el Evangelio del segundo domingo de Adviento no nos habla directamente Jesús, sino su precursor, Juan el Bautista. El corazón de la predicación del Bautista se contiene en esa frase de Isaías que repite a sus contemporáneos con gran fuerza: «Voz del que grita en el desierto: preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas». Isaías, a decir verdad, expresaba: «Una voz clama: en el desierto abrid camino al Señor» (Is 40, 3). No es por lo tanto una voz en el desierto, sino un camino en el desierto. Los evangelistas, aplicando el texto al Bautista que predicaba en el desierto de Judea, han modificado la puntuación, pero sin cambiar el sentido del mensaje.

Jerusalén era una ciudad rodeada por el desierto: a Oriente los caminos de acceso, en cuanto se trazaban, fácilmente desaparecían por la arena que mueve el viento, mientras que a Occidente se perdían entre las asperezas del terreno hacia el mar. Cuando una comitiva o un personaje importante debía llegar a la ciudad, era necesario salir y caminar por el desierto para abrir una vía menos provisional; se cortaban las zarzas, se colmaban las hondonadas, se allanaban los obstáculos, se reparaba un puente o un paso. Así se hacía, por ejemplo, con ocasión de la Pascua para acoger a los peregrinos que llegaban de la Diáspora. En este dato de hecho se inspira Juan el Bautista. Está a punto de llegar, clama, uno que está por encima de todos, «el que debe venir», el que esperan las gentes: es necesario trazar una senda en el desierto para que pueda llegar.

Pero he aquí el salto de la metáfora a la realidad: este sendero no se traza sobre el terreno, sino en el corazón de cada hombre; no se traza en el desierto, sino en la propia vida. Para hacerlo, no es necesario ponerse materialmente al trabajo, sino convertirse: «Enderezad las sendas del Señor»: este mandato presupone una amarga realidad: el hombre es como una ciudad invadida por el desierto; está cerrado en sí mismo, en su egoísmo; es como un castillo con un foso alrededor y los puentes alzados. Peor: el hombre ha complicado sus sendas con el pecado y ahí se ha quedado, seducido, como en un laberinto. Isaías y Juan el Bautista hablan metafóricamente de precipicios, de montes, de pasos tortuosos, de lugares impracticables. Basta con llamar estas cosas por sus verdaderos nombres, que son orgullo, acidia, vejaciones, violencias, codicias, mentiras, hipocresía, impudicias, superficialidades, ebriedades de todo tipo (se puede estar ebrio no sólo de vino o de drogas, sino también de la propia belleza, de la propia inteligencia, o de uno mismo ¡que es la peor ebriedad!). Entonces se percibe inmediatamente que el discurso también es para nosotros; es para cada hombre que en esta situación desea y espera la salvación de Dios.

Enderezar un sendero para el Señor tiene por lo tanto un significado concretísimo: significa emprender la reforma de nuestra vida, convertirse. En sentido moral lo que hay que allanar y los obstáculos que hay que retirar son el orgullo -que lleva a ser despiadado, sin amor hacia los demás-, la injusticia -que engaña al prójimo, tal vez aduciendo pretextos de resarcimiento y de compensación para acallar la conciencia-, por no hablar de rencores, venganzas, traiciones en el amor. Son hondonadas a colmar la pereza, la acidia, la incapacidad de imponerse un mínimo esfuerzo, todo pecado de omisión.

La palabra de Dios jamás nos aplasta bajo una mole de deberes sin darnos al mismo tiempo la seguridad de que Él nos brinda lo que nos manda hacer. Dios, dice [el profeta] Baruc, «ha ordenado que sean rebajados todo monte elevado y los collados eternos, y colmados los valles hasta allanar la tierra, para que Israel marche en seguro bajo la gloria de Dios» [Ba 5, 7. Ndr]. Dios allana, Dios colma, Dios traza la senda; es tarea nuestra secundar su acción, recordando que «quien nos ha creado sin nosotros, no nos salva sin nosotros».

viernes, 2 de diciembre de 2016

Una avilesina camino a los Altares

En el día 1 de diciembre, el Santo Padre Francisco recibió en audiencia al cardenal Angelo Amato, SDB, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos. 

Durante dicha audiencia, el Sumo Pontífice autorizó a dicha Congregación la promulgación del decreto de las virtudes heroicas de la Sierva de Dios Luz Rodríguez-Casanova y García San Miguel, Fundadora de la Congregación de las Damas Apostólicas del Sagrado Corazón.


Reseña biográfica                                                                                                                                                                                                                 
Luz Casanova, nació (en el edificio hoy desaparecido sito en el número 30 de la calle de La Cámara) en el seno de una familia de la aristocracia, su padre (que murió cuando Luz contaba con tan solo cinco años) era Gobernador Civil de Oviedo e hijo de José García-San Miguel y López (primer marqués de Teverga), su padrino, su tío Julián García San Miguel y Zaldúa  (político y escritor español, ministro de Gracia y Justicia durante la regencia de María Cristina de Habsburgo); y su madre era la Marquesa de Onteiro.

Fue bautizada en la Paroquia de San Nicolás de Bari de Avilés Avilés, el 30 de agosto de 1873, y confirmada a los cuatro años por el Arzobispo de Manila en Madrid.

Tras la muerte de su padre y de su abuelo, al que estaba particularmente unida, la familia se traslada definitivamente a Madrid en el año 1885. Poco después de su llegada a la capital de España, Luz queda impresionada por los sufrimientos que padecen los más pobres e indefensos de la sociedad, en especial las mujeres que malviven por las calles. Es por ello por lo que ya en 1888 decide dedicar su vida a ayudar a los más desvalidos. Tras una peregrinación al Santuario de Lourdes en el año 1897, decidió fundar el “Patronato de Enfermos”.

La labor de Luz no fue nunca un trabajo individualista, sino que desde sus inicios trató de involucrar en su visión y “misión” a todos aquellos que tenían una sensibilidad especial hacia los más necesitados. Por ello utilizó todos los medios a su alcance, incluidos aquellos que en su época estaban vedados a las mujeres, como los de comunicación social, para implicar a otras personas, para crear una movilización y una concienciación social que luchara por una redistribución de la riqueza más equitativa.

Luz Casanova fue una precursora del voluntariado social, su labor se veía apoyada por “auxiliares y colaboradores”, que ayudaban a desarrollar la pluralidad y a extender la obra de lo que sería más tarde la congregación religiosa de las Damas Apostólicas.

Gracias a toda esta ayuda y colaboración en el año 1902 abre su primera escuela “Obra de la Preservación de la Fe” y “Educación popular” a la que seguirán muchas otras en los siguientes años, que constituían una red de pequeños centros educativos que se ubicaban en barrios marginales para ayudar a la educación de los niños y jóvenes más pobres.

En el año 1910 se funda el “Patronato de enfermos”, proyecto que trataba de crear una red de asistencia médica y espiritual a las clases obreras más pobres. El trabajo es tal que a partir de 1924 Luz y sus compañeras deciden vivir en comunidad, mientras solicitan la creación de la congregación “Damas Apostólicas del Sagrado Corazón de Jesús”, que fue aprobada por el Obispo de Madrid en el año 1927.

En 1929 el arquitecto Crñispulo Moro Cabeza lleva a cabo las obras del "Noviciado de las Damas Apostólicas del Sagrado Corazón de Jesús" en el Paseo de la Habana 198 de Madrid. Y en el año 1930 el grupo inicial realiza su profesión religiosa.

A partir de este momento la congregación se expande geográficamente y abre casas en Granada, Barcelona ,Valencia e incluso en Roma.

La guerra civil supuso un duro golpe para la congregación, pero una vez terminada reiniciaron su labor social. En el año 1943 el Papa Pío XII aprueba temporalmente (hasta la llegada de la aprobación definitiva en el año 50) las Constituciones de la congregación.

Lamentablemente, Luz Casanova murió antes de la aprobación definitiva de las Constituciones, el 8 de enero de 1949, siendo enterrada en la iglesia de la casa fundacional de Santa Engracia.

Referencia: Luz R. Casanova: El amor dijo sí. Iturbide, E. Ediciones Marianas. 1961. 22 cm. 360 p

Orar con el Salmo del Día

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Sal 26,1.4.13-14

R/. El Señor es mi luz y mi salvación.

V/. El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién me hará temblar? R/.

V/. Una cosa pido al Señor,
eso buscaré:
habitar en la casa del Señor
por los días de mi vida;
gozar de la dulzura del Señor,
contemplando su templo. R/.

V/. Espero gozar de la dicha del Señor
en el país de la vida.
Espera en el Señor, sé valiente,
ten ánimo, espera en el Señor. R/.

Intenciones del Apostolado de la Oración: diciembre 2016

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Universal:
Para que en ninguna parte del mundo existan niños soldados.

Por la evangelización: Para que los pueblos de Europa redescubran la belleza, la bondad y la verdad del Evangelio que dan alegría y esperanza a la vida.

Conferencia Episcopal Española: Por todos los fieles cristianos, para que la venida del Hijo de Dios en nuestra carne aumente la esperanza en la venida gloriosa del Señor y fortalezca en todos, un mayor aprecio por la vida naciente y la armonía en la familia.

jueves, 1 de diciembre de 2016

Carta semanal del Sr. Arzobispo













Diálogos intrauterinos


Estamos inmersos en toda una red que nos captura tantas cosas: el tiempo, la atención, los intereses. A diario recibimos una catarata de mensajes, memes, whatsapps, sms, facebook, twitter, mails… y estamos rodeados por todo un sistema que nos sigue, nos persigue y nos impone un modo de vivir y relacionarnos del que no siempre es posible escapar, ni tampoco siempre nos hace bien. Pero esto no significa que estas herramientas de comunicación sean malas en sí, todo lo contrario. Depende cómo las usemos, para qué las usamos y qué es lo que realmente nos aporta o lo que con ellas aportamos. Hace unos días yo recibí un correo electrónico de alguien conocido y apreciado. Me mandaba algo que “había pescado” en la red. Y lo quiso compartir conmigo. Me pareció tan bello, tan simpático y tan inteligente, que lo quiero también yo compartir. Se trata del diálogo de dos bebés gemelos que esperan en el seno de su mamá el día del nacimiento. Ellos hablan de ese día alumbrador, pero su ingenioso debate es el mismo debate que nos hacemos sobre Dios o la eternidad. Helo aquí:

«En el vientre de una mamá había dos bebés. Uno preguntó al otro: –¿Tu crees en la vida después del parto?

El otro respondió: –“Claro que si. Tiene que haber algo después del parto. Tal vez estamos aquí para prepararnos para lo que vendrá más tarde”.

–“Tonterías”, dice el primero. “No hay vida después del parto. ¿Que clase de vida sería esa?”.

El segundo dice: –“No lo sé, pero habrá más luz que la hay aquí. Tal vez podremos caminar con nuestras propias piernas y comer con nuestras bocas. Tal vez tendremos otros sentidos, que no podemos entender ahora”.

El primero contestó: –“Eso es un absurdo. Caminar es imposible. Y ¿comer con la boca?¡Ridículo! El cordón umbilical nos nutre y nos da todo lo demás que necesitamos. El cordón umbilical es demasiado corto. La vida después del parto es imposible”. El segundo insistió: –“Bueno, yo pienso que hay algo y tal vez sea diferente de lo que hay aquí. Tal vez ya no necesitemos de este tubo físico”.

El primero contesto: –“Tonterías. Además, de haber realmente vida después del parto, entonces ¿porqué nadie jamás regresó de allá? El parto es el fin de la vida y en el post parto no hay nada más allá de lo oscuro, silencio y olvido. Él no nos llevará a ningún lugar.

–“Bueno, yo no lo sé”, dice el segundo “pero con seguridad vamos a encontrarnos con Mamá y ella nos cuidará”.

El primero respondió: –“Mamá… ¿tu realmente crees en Mamá? Eso es ridículo.

Si Mamá existe, entonces, ¿dónde está ella ahora?”.

El segundo dice: –“Ella está alrededor nuestro. Estamos cercados por ella. De ella, nosotros somos. Es en ella que vivimos. Sin Ella, este mundo no sería y no podría existir”.

Dice el primero: –“Bueno, yo no puedo verla, entonces, es lógico que ella no existe”. El segundo le responde a eso: –“A veces, cuando tu estás en silencio si te concentras y realmente escuchas, tu podrás percibir su presencia y escuchar su voz amorosa allá arriba”».

Su autor es un escritor húngaro. Es una preciosa manera de explicar a Dios y la eternidad con la misma lucidez o el mismo absurdo de tantos de nuestros argumentos y conversaciones. Tiene toda la ironía que deja a la intemperie a quienes creen firmemente que no creen en nada ni en nadie. Pero, se sepa o no, se acepte o no, no podemos dejar de esperar a Dios, y Él viene a nuestro encuentro.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

CONTUNDENTE DEFENSA DEL OBISPO EIJO GARAY


¿Es normal aspirar a lo perfecto? Sí, pero… Por Guillermo Juan Morado



A todos nos gusta, creo, lo perfecto. Pero lo “perfecto” es escaso. Es muy difícil que alguien, o algo, tenga el mayor grado posible de bondad o excelencia. Habitualmente no es así. La experiencia nos dice que no conocemos, apenas, nada perfecto. Nuestra vida no es “perfecta”. Ni nuestros amigos lo son, porque, entre otras cosas, a nuestro juicio, “pasan”, más de la cuenta, de nosotros.

Ni nada, en realidad, lo es. Salvo Dios. Dios sí es perfecto y, en la medida en que pueden serlo, lo son, perfectos, aquellos que se han dejado modelar por Dios. En primer lugar, y en único lugar, en muchos sentidos, la Virgen, la Madre de Jesús.

Que deseemos lo perfecto testimonia la huella que Dios ha dejado en nuestro ser. Nos han creado, eso podemos constatarlo cada uno de nosotros, con unas enormes aspiraciones. Nos han creado con el deseo de lo perfecto. Pero la realidad es que solo Dios puede colmar ese deseo. Solo Dios. Nadie más.

Pero constatar que lo que no es Dios no es perfecto es, también, al menos hasta cierto punto, liberador. Yo aprendo mucho cuando constato que las personas más cercanas, a mi juicio, a la perfección no lo están tanto. Yo he pensado, pongamos por caso, que algunas personas respondían a un ideal mío de amistad o así. Y no se corresponden, de hecho, con ese ideal.

No debo enfadarme. Debo ser, a la vez, más humilde y más indulgente. Más humilde, porque es evidente que yo no merezco ser amado o apreciado incondicionalmente, salvo por el amor y el aprecio incondicional de Dios.

Y, también, más indulgente. No puedo pedirles a otros lo que yo no soy. Debo ser indulgente con las indiferencias y los olvidos de los otros. Yo debo aceptar que, para otras personas, me he vuelto irrelevante. Como quizá, para mí, otras personas pasan a ser, sin mala voluntad por mi parte, irrelevantes.

En resumen, nos gusta lo perfecto. Pero lo perfecto es, de hecho, muy raro. Y casi nunca hay “proporción”. Amamos más de lo que nos aman. O somos amados más de lo que amamos.

No hay proporción. En realidad, el Cristianismo es muy desproporcionado. Dios se hace hombre. El Hijo de Dios se hizo hombre. Y nosotros estamos llamados a ser, por gracia, hijos de Dios.

La perfección puede ser una condena o un don. Una condena, si dejamos de valorar lo que razonablemente es bueno argumentando, con razón, que aun no es perfecto. La perfección puede ser un don si reconocemos que, en un sentido absoluto, solo la podremos encontrar en Dios.

Y no sé decir más. La fe es posible, aunque no sea fácil. Y nos abre, la fe, la puerta a la perfección de Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre.