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martes, 4 de octubre de 2016
¿Por que ya no salen las Misas como antes en el Blog?

Seguimos publicando las Misas como siempre.
Sólo que desde hace unos meses ya no colgamos las Misas en la Página central sino en un espacio que hemos creado exclusivamente para estas consultas.
Para poder ver las intenciones de Misa del mes, días que aún están libres para apuntar y demás debes pinchar en el apartado que pone MISAS E INTENCIONES.
Ante cualquier duda ponte en contacto con nosotros.
lunes, 3 de octubre de 2016
Lo que a Dios le importa o le deja de importar. Por Jorge González Guadalix

Lo de estudiar historia de la Iglesia, leerse el catecismo, no digamos aprender un poquito de teología de la buena, consultar el Denzinger o los textos de los padres de la Iglesia supone esfuerzo y una buena dosis de humildad para reconocer que uno puede estar equivocado.
En esta Iglesia nuestra gente hay tan llena del Espíritu de Dios, tan agraciada con sus dones, tan privilegiada en las revelaciones recibidas, que de vez en cuando baja de sus alturas místico espirituales para solventar cualquier cuestión con una frase tan inteligente, teológicamente precisa y moralmente exacta ante la cual el mismo doctor angélico caería mudo de asombro: “¿Tú crees que a Dios le importa mucho?”, que desemboca impepinablemente en el corolario “lo que a Dios le importa es…”
Espantado y atónito se queda uno ante tamaña realidad. Uno que es más bien cortito y en consecuencia se fía de sí mismo lo justo y menos, se siente incapaz de conocer por sí mismo lo que a Dios le gusta, no le gusta, le importa o le deja de importar. A lo más que uno llega es a una cosa trasnochada, conservadora, limitada y a todas luces insuficiente como es leerse la Dei Verbum, porque aquí lo primero es ser conciliar, eso sobre todo, para aprender que Dios se revela en la naturaleza, que cuando llegó el tiempo se reveló en su propio Hijo, que la revelación de Dios se nos transmite por la escritura y la tradición y que es el magisterio auténtico de la Iglesia quien tiene el poder de interpretarla correctamente.
A partir de aquí, y con el concilio en la mano, el Vaticano II, el chachi guay, el fetén, no como esa antigualla de Trento, lo que a Dios le importa, le deja de importar, le gusta o le disgusta, una forma de hablar y sin entrar en lo de su impasibilidad, que eso sería leer más y la gente no está por la labor, está en la escritura, en la tradición, sancionado por el magisterio y, en definitiva, recogido en la doctrina de la Iglesia.
Pero claro, aquí te llegan Maripuri, Paco, Teresina y fray Gaudencio y mira por dónde se ciscan en el concilio, la doctrina sobre la revelación y el valor del magisterio, para construir una nueva teología que tiene como base lo que a Dios le importa según la libérrima interpretación de la Biblia de los cuatro referidos. Más aún, los cuatro susodichos, que desde su infinita superioridad intelectual y moral se han carcajeado solemnemente de todo documento del magisterio, de toda aparición, revelación privada y similar, no tienen empacho en proclamar públicamente que ellos sí saben perfectamente lo que Dios quiere, que normalmente suelen ser cosas disparatadas, insostenibles con la doctrina te pongas como te pongas, y que no hay otra manera de apalancar que no sea apelando a lo que a Dios le importa, según ellos, claro.
Vamos, que veinte siglos de vida eclesial, los padres de la iglesia, los concilios, los grandes santos, la mejor espiritualidad son papel mojado. Menos mal que en estos últimos tiempos el Señor nos envió a los últimos profetas, Maripuri, Paco, Teresina y fray Gaudencio, para rectificar la vida eclesial de veinte siglos y conducirnos definitivamente a la verdad.
Lo curioso es la cantidad de gente encantada con las doctrinas de los referidos y otros como ellos y mira que abundan. Es lo que se lleva: una religiosidad sin Dios, sin profundidad, sin más norma que mi apetencia personal, que no lleva a la santidad, pero entretiene y además es una cosa muy de ahora.
P.D. Me dicen que santa Teresa de Calcuta era mucho más partidaria de lo que decía San Juan Pablo II que de las cosas de las Maripuris. Pero ya saben lo carca que era…
Oración de San Juan Bechmans

sábado, 1 de octubre de 2016
Evangelio XXVII del Tiempo Ordinario

En aquel tiempo, los apóstoles le pidieron al Señor: «Auméntanos la fe.»
El Señor contestó: «Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: "Arráncate de raíz y plántate en el mar." Y os obedecería. Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor; cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: "En seguida, ven y ponte a la mesa"? ¿No le diréis: "Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú"? ¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: "Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer."»
Palabra del Señor
Aumenta nuestra fe. Por Raniero Cantalamessa

La fe tiene distintos matices de significado. Esta vez desearía reflexionar sobre la fe en su acepción más común y elemental: creer o no en Dios. No la fe según la cual se decide si uno es católico o protestante, cristiano o musulmán, sino la fe según la cual se decide si uno es creyente o no creyente, creyente o ateo. Un texto de la Escritura dice: «El que se acerca a Dios ha de creer que existe y que recompensa a los que le buscan» (Hebreos 11,6). Éste es el primer escalón de la fe, sin el cual no hay otros.
Para hablar de la fe a un nivel tan universal no podemos basarnos sólo en la Biblia, porque ésta tendría valor sólo para nosotros, los cristianos, y, en parte, para los judíos, no para los demás. Por fortuna, Dios ha escrito dos «libros»: uno es la Biblia, el otro la creación. Uno está formado por letras y palabras, el otro por cosas. No todos conocen, o pueden leer, el libro de la Escritura, pero todos, desde cualquier latitud y cultura, pueden leer el libro que es la creación. De noche tal vez mejor, incluso, que de día. «Los cielos cuentan la gloria de Dios, la obra de sus manos anuncia el firmamento... Por toda la tierra se extiende su eco, y hasta el confín del mundo su mensaje» (Salmo 19). Pablo afirma: «Lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras» (Romanos 1, 20).
Urge disipar el difundido equívoco según el cual la ciencia ya ha liquidado el problema y ha explicado exhaustivamente el mundo, sin necesidad de recurrir a la idea de un ser fuera de él llamado Dios. En cierto sentido, actualmente la ciencia nos acerca más a la fe en un creador que en el pasado. Tomemos la famosa teoría que explica el origen del universo con el «Big Bang» o la gran explosión inicial. En una millonésima de millonésima de segundo, se pasa de una situación en la que no existe aún nada, ni espacio ni tiempo, a una situación en la que comenzó el tiempo, existe el espacio y, en una partícula infinitesimal de materia, existe ya, en potencia, todo el sucesivo universo de miles de millones de galaxias, como lo conocemos hoy.
Hay quien dice: «No tiene sentido plantearse la cuestión de qué había antes de aquel instante, porque no existe un "antes" cuando aún no existe el tiempo». Pero yo digo: ¡cómo no plantearse ese interrogante! «Remontarse a la historia del cosmos --se afirma también-- es como hojear las páginas de un inmenso libro, partiendo del final. Llegados al principio se percibe que es como si faltara la primera página». Creo que precisamente, sobre esta primera página que falta, la revelación bíblica tiene algo que decir. No se puede pedir a la ciencia que se pronuncie sobre este «antes» que está fuera del tiempo, pero ella no debería tampoco cerrar el círculo, dando a entender que todo está resuelto.
No se pretende «demostrar» la existencia de Dios, en el sentido que damos comúnmente a esta palabra. Aquí abajo vemos como en un espejo y en un enigma, dice san Pablo. Cuando un rayo de sol entra en una habitación, lo que se ve no es la luz misma, sino la danza del polvo que recibe y revela la luz. Así es Dios: no le vemos directamente, sino como en un reflejo, en la danza de las cosas. Esto explica por qué a Dios no se le alcanza más que dando el «salto» de la fe.
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