(COPE) Tras la persecución a los cristianos en el año 313, cobró más relevancia la celebración del Nacimiento de Cristo. Un Misterio que se vivió profundamente desde el principio de la Iglesia, también en los momentos de mayor martirio. En este viernes de la Segunda Semana de Adviento, conmemoramos a Santa Leocadia, que entrega su vida por el Señor, como Él vendría para darla por todos los hombres.
Su vida transcurre entre finales del siglo III y principios del IV. Esto nos lleva a los tiempos del Emperador Diocleciano, donde tras un periodo de flexibilidad se recrudece la persecución hacia los cristianos. El gobernador Daciano, procedente de las Galias, entra en Hispania, dispuesto arrasar la Fe. Diversos lugares serán saqueados cruelmente por seguir lo que Roma condena y considera una superstición.
Tal y como refieren las Actas Martiriales, en Toledo, Leocadia es una niña conducida hasta el Prefecto por ser discípula de Cristo. Su dulzura y valor le hacen resistir a los halagos del tirano que le invita con promesas meramente humanas para intentar que sucumba a la tentación. La firmeza con que se muestra, hace que descarguen sobre ella mayor dureza cuando la conducen a una cárcel donde morirá en condiciones infrahumanas, entre los años 303 y 305.
Junto a la tumba, en la vega del Tajo, comienza a tomar cuerpo el culto a la Santa, erigiéndose una Basílica, y poniéndose bajo su protección todo tipo de apostolados que se realizaban. Los restos de Santa Leocadia, reposan actualmente en el Ochavo de la Catedral, en un arca, que hizo el artista y platero Merino. Este Templo da fe del culto a la Santa en la antigüedad, a pesar de que el poeta cristiano más antiguo, Prudencio, no la mencione en sus odas ni en sus escritos.
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