Gracias a Camilo José Cela y a sus Papeles de Son Armadans se pudieron reunir y editar en 1966 los versos de Manuel Fernández Sanz, conocido en el universo de los poetas breves y luminosos como «Manolito el Pollero» . Escribía en las barras de las tabernas y mesones del Madrid de los Austrias y tiraba al suelo, entre cáscaras de gambas y colillas de cigarrillos, sus epigramas. Los amigos recogían los papelillos y poco a poco fue recopilándose el «Corpus» fundamental de su obra bohemia, sonriente y bienhallada. Como recuerda Cela en su introducción a su poemario «Silva, Grillera y Cigarral de Manolito el Pollero», Manuel Fernández Sanz, Manolito, había nacido en Madrid en la pollería de sus bisabuelos, Manuel Sanz y Juana Matas, en la calle de Tetuán 30, antes Negros, el 11 de septiembre de 1909; en realidad, la primitiva pollería estaba en el 28.
Y Manolito fue a morir en el hospital de Oviedo, octava planta, habitación 4, el 29 de junio, día de San Pedro y San Pablo. Fue enterrado en el cementerio de Cornellana, y cargaron con el ataúd que contenía su cadáver cuatro amigos. José Antonio Medrano, Manuel Alcántara, Mariano Povedano y Dionisio Gamallo.
Manolito derrochó los beneficios de su pollería, y terminó siendo declarado por el juez, a petición de su familia, pródigo. Nada le gustaba más que compartir con sus amigos cenas y tertulias. Gran comilón, sólo rechazaba el foie gras. «Para foie gras, el mío». En las reuniones poéticas matutinas que organizaba Conrado Blanco, los aplausos más cerrados se lo dedicaban a él, que recitaba con una gracia especial, un donaire antiguo, y más aún, si el poema elegido era el del niño y las ranas.
Al pasar junto a la charca
El niño me preguntaba:
–¿Qué son las ranas?
–Pues mira, niño, las ranas…
–¿Y por qué cantan?
–Pues mira, niño, las ranas…
–¿Y por qué saltan?
–Pues mira, niño, las ranas…
–¿Y por qué nadan?
¡Y no tuve más remedio
Que tirar al niño al agua!
Y fue capaz de escribir una nana al pie.
Ala nana, nanita, nana,
Duérmete, chiquitirrín,
Dentro de tu calcetín…
De lana.
A un poeta ampuloso, decimonónico y altanero, Rosendo Ruiz Bazaga, le dedicó un doblete. Ruiz Bazaga defendía –él sólo–, la teoría de representar en el siglo XX a don Luis de Góngora y Argote. Y Manolito el Pollero procedió a ponerle en su sitio.
Este poeta tremendo
A Góngora le va en zaga.
¡Cojo,,, con don Rosendo
Ruiz Bazaga!
Dicen que don Rosendo
Es poeta. Es un infundio.
Don Rosendo es gerundio.
En su Jardín de las Víboras, Jaime Campmany escribe del Pollero que era un gordo coñón, complaciente, nocherniego, bebedor, buen poeta, cocinero, culto, pletórico de sangre y rebosante de amistad.
La Navidad se acercaba.
Manolito era un cristiano bueno, sencillo y creyente. Como Tip, todas las noches se arrodillaba al pie de su cama y rezaba lo que le hubo enseñado su madre cuando era niño. Me contaba Amparo, la mujer de Tip, que éste se transformaba, que llevaba hasta tan dentro de su corazón la oración infantil que ella, que tantas veces lo había presenciado, no dejaba de emocionarse cada vez que se lo encontraba genuflexo ante la cama, con las manos juntas, los ojos cerrados y su voz temblona recitando «Jesusito de mi vida, eres niño como yo, por eso te quiero tanto y te doy mi corazón. ¡Tómalo, que Tuyo es, y mío, no!».
Manolito el Pollero escribió un villancico, siempre original, no al Niño Dios recién nacido en el Portal de Belén. Dejó que el Niño Dios creciera unos años, jugara con sus amigos en las calles de Belén, volviera a casa con la ropa sucia y alguna rodilla dañada por un resbalón o una zancadilla. El niño que hemos sido todos los niños. Y con esa edad le escribió el villancico, de una brevedad, síntesis y belleza emocionantes.
Cuando con los otros niños
En Belén jugabas Tú,
¿ Sabías, o no sabías
Que eras el Niño Jesús?
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