domingo, 25 de diciembre de 2022

''El Verbo se hizo carne''. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

Hoy las primeras palabras deben de ser de mutua felicitación, de compartir la alegría: ¡Feliz Navidad hermanos! este es el sentido de estos días. El nacimiento del Redentor, su Natividad, es lo que nos permite estar felices. No la felicidad hueca de unos días vacíos de contenido y que puedan servir de excusa para la fiesta, la comilona y el jolgorio que no identifica el motivo; nuestra felicidad es tomar conciencia de que Cristo viene a nosotros, a salvarnos del pecado y la miseria en que vivimos, a poner fin a nuestras penas y horizonte a nuestra vida. Solo si nos dejamos maravillar por el misterio del Verbo hecho carne seremos en verdad felices descubriendo el secreto de la Navidad.

I. El mensaje de Dios nos llega por su Hijo

San Pablo nos regala una reflexión muy directa: ''somos unos privilegiados'', pues comienza diciendo: ''En muchas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a los padres por los profetas. En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo''. Así es, nosotros no tenemos que interpretar oráculos, ni vivir de profecías esperando signos del cielo. Dios ha querido hablarnos directamente hasta el punto de enviarnos a su Hijo. Antes parecía que Dios no hablaba a cualquiera, sino tan sólo a los profetas, y éstos transmitían sus mensajes al pueblo, pero se han acabado los intermediarios; el Señor nos ha querido hablar directamente, nos ha constituido sus profetas. Ahora bien, jamás los profetas hubieran imaginado la forma en que el Mesías esperado llegaría a nosotros, marginado ya antes de nacer; "vino a los suyos y estos no le recibieron"; viene a nosotros y no le recibimos. El Padre nos envía a su Hijo, quien nos hablará del Padre y nos enseñará a hablar con Él y el camino que conduce a Él. 

II. Anuncia la Paz

Las navidades no son días para hacer muchos gastos, para abusar del lujo y las buenas marcas, sino más bien para saborear con calma la vida cotidiana y familiar que durante el resto del año vivimos entre prisas imparables. Salimos de misa y nos detenemos a felicitarnos, terminamos las comidas y disfrutamos las sobremesa con recuerdos pasados y anécdotas entrañables en buen ambiente. Todo en estos días cobra un matiz especial, y esto lo hace posible recordar la noche santa en que un recién nacido cambió el curso no sólo de la historia de la humanidad, sino nuestra historia personal. Todas las navidades se nos han presentado con algún sinsabor: el terrorismo, el paro, los incendios...Este año en la mente de todos el pueblo ucraniano, a tantas familias que han perdido a sus seres queridos, sus hogares, su mañana; también al pueblo ruso silenciado, represaliado y obligado a llevar adelante una invasión de tierra hermana que sólo está en la mente del sátrapa innombrable... Qué bien nos vendría implicarnos y asumir la Pablara de Dios: "¡qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que proclama la paz, que anuncia la buena noticia, que pregona la justicia, que dice a Sión: ¡Tu Dios reina!". Sí, el Príncipe de la Paz llega a nosotros; si fuéramos capaces de dejarle nuestro corazón por cuna y morada todas lar armas del planeta sobrarían. Como aquella noche del 24 de diciembre de 1914 cuando los soldados británicos y alemanes salieron sin armas de sus trincheras unidos ambos por el canto del villancico "noche de paz", identificado desde entonces como ''la canción que paró una guerra''. No fue exactamente la canción, esta fue sólo el nexo de unión, pero en el fondo era el sentimiento mutuo de todos aquellos hombres, del sin sentido de estar en tales fechas lejos de casa en una la noche oscura que quería ser buena y en paz. Cansémonos de andar para que nuestros pies anuncien que llega el único que en sí mismo es la paz. 

III. Y habita entre nosotros 

El evangelio de esta solemnidad no nos gusta tanto como el evangelio de la misa del gallo, el cual es más gráfico: los pastores que van a adorar al niño, pero el evangelio de la misa del día de navidad nos cuesta más interiorizarlo, pues al tratarse del prólogo de San Juan es mucho más elaborado y teológico, pero tenemos que hacer el esfuerzo de sumergirnos en su riqueza. En este evangelio tenemos la mejor presentación de lo que Dios: Palabra, Verbo... Pero no palabra sin más, sino la única, la que no pasa, la que se hace carne de nuestra carne y permanece: "Dios con nosotros". Dejémonos inundar por la luz de esta escena de la natividad del Señor en la que vemos no sólo el resultado del misterio de la encarnación, sino el principio de la mismísima redención. Si vivimos aceptando el misterio de la Navidad, viviremos en clave de eternidad y no de caducidad. Sólo con Dios nuestra existencia tendrá sentido, nuestra Navidad tendrá motivo importante y solemne para ser celebrada; nuestros vínculos familiares, sociales y laborales tendrán una mirada de altura, alegre y sin caducidad. No seamos nosotros de los que no le esperan, ni le acogen, ni quieren, sino que se haga verdad en nosotros lo que nos ha dicho San Juan: ''Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios''. Disfrutemos la alegría de la Natividad del Señor, pero no para quedárnosla tan sólo para nosotros y los nuestros, sino para llevarla con pies de mensajero a los tristes, a los pobres, a los que sufren cualquier motivo para sonreír: ''El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria''.

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