domingo, 10 de marzo de 2019

Luis Prado, el devoto de los Mártires que siguió sus huellas. Por Rodrigo Huerta Migoya

Su Parroquia: San Martín de Laspra

Luis Raúl Prado García nació en Campiello-Piedras Blancas, Parroquia de San Martín de Laspra, el día 4 de Marzo de 1914 y se bautizó dos días después en la Iglesia del lugar, oficiando el sacramento el entonces párroco, Don José María Gomez. Como curiosidad comentar que el sacerdote a la hora de asentar la partida sólo puso ''y se llamó Raúl'', a la que añadió posteriormente el nombre de Luis, que había olvidado sobre el Raúl.

La Parroquia de Laspra era una de las grandes feligresías de la zona, aunque el pueblo de Luis, es decir Campiello, era de los más pequeños de la Parroquia por detrás de Villar, el Pontón, Castañalona, Arnao, Vegarrozadas,Valboniel, Piedras Blancas y Laspra; únicamente el barrio de las Piñeras era superado por Campiello que en la actualidad ronda unos 48 habitantes.

Con el auge industrial de la mina de Arnao -donde trabajará José, el padre de Luis- se vive un importante crecimiento de población en la zona norte de la Parroquia próximas a la explotación minera, así en 1886 se construye la Capilla de Nuestra Señora del Carmen de Salinas para facilitar el culto a los fieles de esa zona tan alejada de la sede parroquial. Tan sólo tres años después, en 1889 es creada por "Real Orden", la Coadjutoría Filial de Salinas bajo la advocación de Nuestra Señora del Carmen para atender los poblados de Salinas y Raíces. A finales del año 1900 el Obispado de Oviedo autoriza la colocación de pila bautismal en la Capilla de Salinas, aunque el primer bautizo no se celebra hasta tres años más tarde. Así permanecerá la Parroquia -como la conoció Luis- con sede parroquial en Laspra y Coadjutoría de Salinas, hasta marzo de 1959 al desmembrarse Salinas de Laspra, empezando su camino como nueva parroquia y siendo su primer párroco el entonces coadjutor de Laspra, D. Santiago Velasco Arteche.

Siendo párroco de San Martín de Laspra el recordado D. Lorenzo Álvarez Otero, se consagró la nueva sede parroquial en el centro de Piedras Blancas -el barrio más grande de la Parroquia- bajo la advocación de Santa María Madre de la Iglesia, en Agosto de 1966. Una sola parroquia, pero con dos templos: el primitivo y matriz de San Martín y la nueva sede de Santa María Madre de la Iglesia de Piedras Blancas. Pero esto ya no le tocó a nuestro héroe.

El Beato y su familia

Luis era el décimo de trece hermanos en aquel hogar cristiano. Su familia tenía ganado y algo de huerta, pues con lo que su padre ganaba en la mina no les daba para nada. Creció en una ambiente muy piadoso, en una familia que vivía con normalidad la confesión frecuente, el rosario diario y la participación en la Eucaristía.

Luis madrugaba cada día para ir temprano a tocar las campanas  ''para llamar a Misa'', así como preparar y asistir después a la celebración, antes de ir a la escuela. Por la tarde volvía a repicar las campanas en la hermosa torre de Laspra para convocar esta vez al rezo del Rosario.

También conocía Luis dónde quedaba Lugones, ya que toda su familia paterna era de esta Parroquia. Su padre José Prado Pintado, sus abuelos José Prado del Río y Josefa Pintado Villanueva; sus bisabuelos Manuel y Manuela y la tatarabuela Josefa eran una familia lugonina de pura cepa.

Sus abuelos, José y Josefa tuvieron tres hijos: Juan, Joaquín y José -el padre del mártir-. Juan se casa fijando residencia en Naón (Viella) donde nacen sus tres hijas: Valeria, Mercedes y Santa. Joaquín se casa en Lugones, quedándose en la casa paterna de Paredes donde cría a sus cinco hijos: María, Santa, Delfina y Aurora, junto a un párvulo que falleció. Finalmente José se casa fijando su residencia en Campiello (Laspra-Piedras Blancas) donde nacerán sus trece hijos.

Su familia de Lugones nos definen al nuevo Beato como alegre, cantarín y que de parecerse a sus hermanos debía de ser muy extrovertido, de mente lúcida y preclara. Sobre su arresto también nos informaron que en casa nunca les dijeron que Luis estuviera escondido en Avilés, sino que debía de estar cerca de casa, pues el Seminario no era ya un lugar seguro. Lo que sí saben con certeza sus familiares fue que en cuanto supieron que Luis había sido llevado como prisionero a Salinas, y de aquí a Gijón, su padre y varios de sus hermanos partieron a Gijón a toda prisa, pero cuando llegaron ya estaba muerto. Los familiares que reconocerían el cadáver tiempo después asintieron que ''se habían ensañado con él''.

Sus abuelos tenían la casa familiar en el barrio de Paredes... Ahora, dando rienda suelta a nuestra imaginación podemos imaginar a aquel pequeño venir a misa a Lugones, a aquella Iglesia románica que él conocería -y que también quemaron- antecesora de la actual y donde a bien seguro vendría con su familia más de una vez a las misas de fiestas y celebraciones... qué emoción pensar que nuestro suelo lo ha pisado un amigo de Dios, al que siguió de forma tan sublime que hasta aceptó la misma Cruz que el Maestro.

También en el cambio del Seminario de Valdediós al de Oviedo encontrará la gran ventaja el saber que contaba con su familia de Lugones, tan cerca para cualquier contratiempo que le surgiera. Sin embargo, la destrucción total del entonces Seminario de Oviedo, la movilización de su "Quinta" y la propia muerte le alejarán de su anhelo de verse estudiando en la capital del Principado. 

Una beca llegó del cielo

Era un niño extremadamente piadoso, con unos sentimientos religiosos fuera de lo común. Mientras los niños de su edad buscaban momentos libres para jugar, Luis se escapaba a la Iglesia en cuanto podía y donde se pasaba horas, acudiendo más de una vez al día. Ahí se fraguó su vocación ayudando en las celebraciones como monaguillo, limpiando y cuidando del templo y hablando con los sacerdotes.

Cuando con dieciséis años, después de varios deseando dar este paso, por fin anuncia a sus paisanos que se va para el Seminario. A nadie se extrañó; es más, se alegraban con su alegría, y si no había ido primero no fue por que no lo tuviera claro, sino porque tenía tal madurez que lo último que quería era causar más rompederos de cabeza a sus padres, ya que a estos les costaba mucho alimentar a una familia tan numerosa y tampoco quedaba mucho para "estudios".

Hubo otro freno para la vocación de Luis muy importante, como para poder valorar hoy nosotros su fe y su auténtica condición de mártir. Desde el mismo momento en que Luis empezó a comentar en casa la posibilidad de ser sacerdote en el futuro, de ir al Seminario, toda la familia le manifestó que le apoyaría en su decisión -como era una familia muy católica en ningún momento se opusieron a que fuera sacerdote- pero le instaron a que se lo pensara bien, pues se acercaban tiempos difíciles para el cristianismo  y la religión. Cuando Luis sacaba el tema en casa, directa o indirectamente salía esta realidad a tener en cuenta, que él aceptaba, pues ya en la comarca avilesina se respiraba un fuerte ambiente anticlerical en el mundo proletario, que nuestro protagonista conocía muy bien por el trabajo de su padre.

Luis, tras mucha deliberación y con la ayuda de sus sacerdotes, finalmente dio el paso de ir al Seminario aún sabiendo que tenía muchas posibilidades de no llegar a ordenarse sino de encontrar la muerte, como todos los que le querían le habían manifestado. Eso sí; lo suyo fue seguir al maestro sin mirar atrás, dejando el arado y caminando firme sobre las aguas de la tormenta. Y es que cuando Dios llama sólo queda confiar y vivir las palabras del salmo: ''aunque camine por cañadas oscuras nada temo, pues tu vas conmigo''.

Luis ingresa en Valdediós en 1930; los meses previos a irse como seminarista -aunque familiares directos no querían decírselo a sus padres- ya se ponían en lo peor, pues el peligro para los amigos de Cristo era manifiesto. Sin embargo, sus progenitores no le quitaron la idea de irse al Seminario tampoco -hubiera sido un argumento- por falta de recursos; veían a su hijo tan feliz y tan decidido que hubieran estado dispuestos a quitarse la comida de la boca para poder sufragar la estancia de su hijo en Valdediós.

Pero como ''Dios aprieta, pero no ahoga'', el Párroco les comunicó que habían encontrado una beca para Luis, dado que había fallecido un señor de Avilés el cual legó en su testamento parte de sus bienes para becar a algún joven de la villa de Avilés o alrededores que quisiera ser sacerdote y que no tuviera recursos. Los sacerdotes del arciprestazgo, después de investigar qué persona podía encajar con estos deseos, decidieron que sería para el vocacionado sacristán de Laspra. La hermana de Luis, Aurora, afirmó que aquella noticia les llegó a casa "como llovida del cielo''.

 En muy poco tiempo, cuando aún no había partido de casa, otra buena noticia les llegó; un seminarista abandonaba su continuidad en el Seminario -fueron años de muchas bajas por la crispación social contra la Iglesia- y le regalaba el juego de cama. Es decir, que la familia Prado García se ahorraba los gastos del Seminario, la compra de las ropas de cama y únicamente tenía que comprarle la sotana y poco más. Les salía gratis despedirse de su hijo amado al que siempre temieron que caminara hacia su fin. No obstante el inicio de Luis en el Seminario, pese a los riesgos sólo les había traído alegrías, de momento...

Así era Luis

¿Qué adjetivos le han colocado? pues los que más se ajustaban a su forma de ser: alegre, de buen trato, agradable, apacible, caritativo, cariñoso, risueño, dulce, obediente, tranquilo...

Sus hermanos describían por ejemplo su forma de ser alegre y guasona con un adjetivo muy asturiano ''picoteru'', el picotero es el que le gusta hacer reir a los demás con pequeñas bromas, buscar la risa del otro o hacer alegre el ambiente. Le gustaba ver felices a los demás, y era atento y preocupado para con sus compañeros. Dicen que por esa atención llamativa hacia todos le designaron encargado de la enfermería del Seminario donde hizo gala de su bondad natural.

En el Seminario parece que mostraba interés por los temas de política, pero no tanto por que fuera afín a ninguna corriente, sino más bien por que le gustaba valorar dichas cuestiones en relación a lo eclesial. No olvidemos de las advertencias que le habían hecho en casa, por ello Luis no vivió sus años de Seminario en una burbuja aislada, sino muy atento a como se iba evolucionando la situación política del país y la provincia.

Era un chico corriente, que vivió siempre al ritmo del toque de campana con escrupulosa puntualidad. Jamás se dio en él muestras de rebeldía, en todo caso de plena aceptación hacia las decisiones y órdenes de los superiores. Antiguamente a los seminaristas que les tocaba en la semana la limpieza de los aseos, letrinas, baños... se les denominaba piadosamente ''los humilitarios'' es decir, los que les tocaba desempeñar las tareas más bajas y humildes. Pues Luis recordaban sus condiscípulos era un eterno himitario, pues no tenía ningún reparo en desempeñar esas tareas e incluso ayudar o cambiar el turno a los que les tocaba.

Enamorado de su vocación

Una frase con la que definieron a Luis sus compañeros de Seminario le describe plenamente: ''era un enamorado de su vocación''. Y es que todo obstáculo que le llegaba lo superaba sin miedo alguno. Ni la penuria económica, ni la escasez de comida, ni mucho menos el creciente anticlericalismo omnipresente se le ponían por delante.

En su vocación tendrá especial influencia un sacerdote de su Parroquia, D. Evaristo Quintana, con el que el chaval compartió muchos momentos de charla y reflexión. Pero a Luis aún le vendrán más pruebas por su firme decisión... La persecución de 1934 le pilló en Valdediós. Luis, que conocía algunos de los mártires con los que había coincidido en el Seminario maliayo, admiró y "envidió" desde el primer momento que tuvo noticia de sus vidas sacrificadas, la valentía y fe de estos hermanos. Es más, Luis fue de los seminaristas que voluntariamente quisieron acudir a Oviedo para participar en el Solemne Funeral que la Diócesis organizó en memoria de estos mártires.

Cuando en casa se hablaba de los asesinatos de los seminaristas, Luis comentaba que sentía sana envidia de ellos, que a él también le hubiera gustado dar testimonio de Jesús con su sangre y que aunque le entristeció mucho en un primer momento la noticia de los acontecimientos, luego se alegró de ellos sabiendo que estaban con Dios. Cuando comentaba su "envidia" por el martirio los suyos pensaban que hablaba superficialmente o incluso frívolamente. Sus hermanos recuerdan que le corregían diciendo: ''tú qué dices, ¿estás tonto?'', pero él, "tonto" -o más bien no, según demostrarán los propios acontecimientos- se reafirmaba...

Seminarista ''traperu''. En Asturias decir que un seminarista o sacerdote es un poco "traperu" se refiere -a veces coloquialmente y otras con algo de ironía-  a que le gustan los ornamentos, la liturgia y demás. Y sus compañeros así lo decían, que Luis había sido designado sacristán mayor del Seminario por lo mucho que le gustaba cuidar las ropas litúrgicas, hablar de cómo sería la casulla de su primera misa o preparar con puntilloso esmero las celebraciones solemnes de la Casa. Lo de "trapero" viene porque los asturianos cuando hablamos de telas o trajes lo simplificamos en "trapos". De ahí el adjetivo de Luis.

Cuando las aguas se calmaron tras la Revolución de Octubre, continuó el curso con total normalidad, y al año siguiente fue llamado como mozo de su quinta para cumplir con el servicio militar. Fue otro contratiempo en su vocación, y, sin embargo, lo aceptó con la mayor paz, aún sin saber si podría continuar después con sus estudios. Sus hermanas recordaban que escribió al "ministro de la guerra" suplicándole que le enviaran a un cuartel que estuviera próximo a algún seminario para no dar por perdido el año y poder así reincorporarse a la vuelta a su curso correspondiente. Sorprendentemente le concedieron la petición y le destinaron a Burgos, donde hizo todo el curso en el Seminario de San José.

 Su familia siempre insistió en que no fue un año malo al final para Luis, aunque él iba preparado ya para lo peor. En en Burgos, sin embargo, le trataron muy bien, tanto en el Seminario como en las obligaciones castrenses. Ni siquiera llevó vida de cuartel, pues vivió toda su estancia en una casa particular con una familia que lo trató como a un hijo. Igualmente, en el cuartel fueron muy considerados con su situación de futuro sacerdote, liberándole a menudo de muchos quehaceres y obligaciones de armas para que pudiera tener tiempo para sus estudios.

Dios le quería mártir, pues la generosidad que tuvieron en Burgos con él los mandos militares, colocándole primero como excedente de plantilla y licenciándole prematuramente en Junio de 1936, le permitió regresar a casa antes de tiempo. De haber tenido que cumplir a rajatabla con el Servicio habría permanecido otro año más en Burgos, lo que hubiera sido su salvación.

Prisionero a los pies de María

Al inicio de la guerra todo seguía "normal" en San Martín de Laspra. La Parroquia permanecía abierta y el sacerdote celebraba diariamente la misa;  aún no se había instalado en la localidad el miedo a las denuncias de unos contra otros.

Luis trabajaba en casa ayudando en todo lo que podía, mirando por su familia y sin faltar a la misa ni desatender su vida de piedad y oración personal. Aunque no ocurrió nada en la zona, su familia tomó la determinación de que había que alejarlo de Laspra. Unos dicen que fue un chivatazo que indicaba que ya estaban pensando atraparlo; también se habla de que fue una mera precaución, dado que toda la comarca sabía que Luis estudiaba para sacerdote. No podemos descartar que alguien de la familia les alertara del agravamiento de la situación, como por ejemplo la propia familia de Paredes (Lugones), los cuales sí presenciaron cómo la persecución religiosa que ya se había producido en 1934 se estaba repitiendo con fuerza, y que tarde o temprano llegaría hasta Castrillón. Decimos esto porque en Paredes hubo un campo de trabajos forzados donde mandaron a muchos sacerdotes represaliados.

Siempre me llamó la atención del detalle que dice que Luis se esconde en una casa del barrio de la Carriona de Avilés, donde una familia amiga de izquierdas se ofrece a ocultarle en una tenada, con el convencimiento de que al ser una casa de conocidos "rojos" sería el último lugar en el cual un seminarista se fuera a ocultar. Los actuales familiares no recuerdan con exactitud ese detalle; es más, creen que en realidad estaba escondido en su pueblo natal, pues de haber sido detenido en la Carriona no le hubieran llevado de nuevo a Castrillón para luego llevarlo a Gijón, y, por otro lado, se sabe que vecinos de Laspra le denunciaron. Parece que tiene más fuerza el hecho de ser un "escondido" en casa de "rojos", pero en su propio pueblo.

Ocurrió lo siguiente: una mujer que conocía a Luis pasaba por las inmediaciones de la casa cuando esté arrojaba desde la ventana el agua sucia de la palangana con la que se había aseado, y eso hizo que ella mirara hacia arriba y lo reconociera, yendo de inmediato a denunciarlo. Al poco se presentaron los milicianos en la casa, aunque la familia trató de negarlo y ocultarlo, pero temiendo Luis que les costara la vida a ellos mismos decidió entregarse, considerando que ya habían hecho mucho por él.

Lo llevaron detenido a la Capilla del Carmen de Salinas -hoy desaparecida- donde se encontró con un vecino suyo de Laspra llamado Enrique Cuervo, el cual que habló con él. Luis dio muestras de entereza y aceptación del final que se avecinaba, y de su absoluta confianza en Dios. Parece que también habló con otro conocido de nombre Marcelino Suárez Solís -hermano del escritor avilesino Rafael Suárez Solís- al que Luis dejó una nota manuscrita como sencillo testamento: ''Comuniquen mi muerte a mis padres y al Señor Rector del Seminario: ¡Viva Cristo Rey!; ¡Viva España Católica!''. Marcelino no pudo cumplir con la entrega de aquel escrito, pues también a él le sacaron para dar "el paseillo". Al final sería el Sr. Cuervo a quién le tocará el triste deber -al salvar milagrosamente su vida- de llevar la nota a la familia de Luis.

Murió perdonando

A las pocas horas le trasladan a "la Iglesiona" de Gijón -hoy basílica- donde continúa su arresto, hasta que finalmente es fusilado el 4 de Septiembre de 1936. Su muerte fue así: le mandaron levantar la mano y gritar viva la república, pero él dijo ¡viva Cristo Rey!, y le dispararon en la propia mano.

Le insistieron en que levantara la otra mano y gritara viva la república para salvar su vida, pero él volvió a ensalzar a Dios, y le pegaron cinco tiros en el vientre. Con todas esas balas en su maltrecho cuerpo aún balbuceó un último viva Cristo Rey, y ya le dispararon en la cabeza dejándolo en el sitio. En el reconocimiento forense se dictaminaron once tiros en su joven cuerpo (en vientre, cabeza y mano).

Primero le sepultaron en Ceares, y terminada la contienda civil pudieron exhumar sus restos, reconocerlos y llevarlos al cementerio parroquial de Laspra para que pudiera descansar a la vera de su amada Parroquia, en la que tantas horas de felicidad había vivido.

Cabe comentar que en la Causa General sobre su asesinato, archivada en Oviedo, se trata de justificar su muerte apostillando: ''afiliado a Acción Popular''; aunque en ningún sitio consta dicha afiliación más que aquí. Hay también otros datos reveladores, por ejemplo a la hora de describirle indican: ''Seminarista, 23 años, vecino de campiello...'' la primera palabra es clara "SEMINARISTA", ese era su principal y único "delito". Por suerte o por desgracia, conocemos los nombres de cinco de los que participaron en su arresto, y de otro más que unido a los ya conocidos colaboraron en su asesinato. Uno de ellos era vecino de Teboyes (Pillaro). Este conocía a la familia y sabía que Luis estudiaba para sacerdote, lo cual que quiere decir que no hubo interés político ninguno dado que sabían a la perfección a quién estaban dando muerte.

Sus familiares más actuales en Lugones han facilitado también esta descripción, lo cual es vital para comprender el entorno familiar del Beato Luis. Así lo describen: ''La talla cristiana de sus padres fue para quitarse el sombrero. Cuando acaba la guerra, a la familia que habían denunciado a Luis los meten en la cárcel; tenían hijos pequeños que malvivían y pasaban hambre, y la madre de Luis les mandaba comida todos los días; es decir, que cocinaba para su familia y para los hijos de aquellos que mataron a su propio hijo. Ella siempre decía que los chiquillos no tenían culpa de lo que hicieron sus padres...''

He aquí una prueba de que las familias de los mártires perdonaron y olvidaron. Hicieron verdad el mandato evangélico del Señor, e incluso fueron capaces de ayudar y dar alimento y auxilio a aquellos que les habían deseado la muerte y que de manera infame les arrebataron a nuestro ya Beato Luis Prado García.



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