viernes, 22 de marzo de 2019

Don Celestino Castañón, el apóstol de "los Coreanos". Por Rodrigo Huerta Migoya

Se nos ha ido Don Celestino, un hombre al que siempre ví como todo un sacerdote modélico y al que conocí cuando tenía trece años. (Creo que fue el primer cura asturiano al que vi vestido de clerygman).

En el primer saludo que intercambié con él le pregunté que cómo estaba -pues su hermana me había dicho que no gozaba de buena salud- a lo que me respondió: ''estupendamente, ¿cómo voy a estar? Si ser cura ye lo más grande que hay en el mundo''.

Era un sacerdote feliz, es cierto. El pasado día 9 le eché en falta en la Beatificación de su primo el Beato Juan José, aunque finalmente el Señor le permitió no dejar este mundo sin escuchar a la Iglesia incluir a su admirado "Juanjo" entre el número de los dichosos. Lo puso de manifiesto el Sr. Arzobispo en su homilía de despedida: ''Como Simeón, esperó toda su vida este momento para llegado a él, entonar Ahora Señor según tu promesa puedes dejara tu siervo irse en paz''.

Y es que la vocación de "Don Celes" -como cariñosamente le llamaron tantos que le quisieron- estuvo íntimamente ligada al martirio de su primo. Cuando Juanjo iba a Santa Cruz y jugaba a decir misa y predicar, el pequeño Celestino siempre hacía de monaguillo con él tocando la campanilla. Cuando la noticia del martirio llegó a su casa, él mismo recibió la llamada de Dios a seguir los pasos de su heroico primo, ya beato.

Contaba "Don  Celes" la anécdota de que un día unos milicianos a las puertas del colegio les habían dicho: ''Guajes, cuando oigáis abajo clero, responder ¡abajo!''... Aquello le había parecido hasta simpático, más cuando llegó a casa y le preguntó a su madre: "má, que ye el clero?, y ella le explicó que los señores curas, le cambió la cara y ya no le hizo ninguna gracia eso de "abajo", pues era lo que él quería ser, y cayó en la cuenta de que lo que él quería y sentía era justo lo contrario de lo que sentían y querían algunos de aquel tiempo. Tengo para mí que no han cambiado mucho las cosas...

Finalmente fue al Seminario, se ordenó sacerdote y cantó misa. Y su primo mártir estuvo muy presente tanto en sus años de formación, en el recordatorio de su ordenación como en las palabras de acción de gracias de su Primera Misa.

En su estancia en el Seminario de Oviedo llevó consigo a su hermana que tenía en mente ingresar en las Hijas de la Caridad, más él le propuso pasar una temporada en el Prau Picón con las religiosas del lugar y las chicas que de tantos lugares de la diócesis venían a servir. Fue sin duda el Seminario de Oviedo una de las mayores obras vocacionales también para las Franciscanas del Buen Consejo, pues fueron muchas las jóvenes que acabaron ingresando en la Congregación, al convivir con ellas. Así les ocurrió a dos de las hermanas de Don Celestino .

Su vida ministerial se estrenó en Avilés en los años de expansión industrial y de crecimiento demográfico y urbano. Eran los años en que centenares de andaluces, extremeños y castellanos llegaban en masa a la Villa del Adelantado buscando un porvenir, lejos de sus pueblos. Los asturianos, recelosos de que les quitaran el trabajo, pronto los apodarían de forma despectiva como ''coreanos''. Don Celestino fue consciente entonces de que su misión sacerdotal no podría limitarse al ambiente señorial del casco histórico e iglesia basilical, sino que había que prestar una atención desde la Parroquia a esta pobre gente que venía con una mano delante y otra detrás.

La Parroquia habló con la ENSIDESA para abrir un comedor social, y los sacerdotes de Avilés trabajaron con ahínco por tratar de estar a la altura de la situación que tenían ante sus ojos e integrar a los que iban llegando. Las parroquias de Avilés fueron cabeza de lanza en las necesidades sociales y asumieron la escolarización, educación y atención de los más pequeños en guarderías y colegios, a lo que se sumarían las congregaciones de religiosas: hermanas del Santo Ángel, Salesianos, Doroteas... Ahí queda para la historia de progreso siderúrgico -un tanto olvidada- aquellos llamados "campaneros" que murieron haciendo posible éste, para los cuales no hubo otro apoyo que las Cáritas Parroquiales o los albergues de acogida que Don Celestino -entre otros- impulsó para dar cobijo a tantos que llegaban a Avilés cautivados por la “fiebre del oro siderúrgico”.

Una de las últimas veces que vi a Don Celestino le dije: le veo igual de enérgico que en sus comienzos en Sabugo con Don Mateo Valdueza, cuando decían que usted era el apóstol de los "coreanos''; él se rió comentando que no había llovido ni nada desde aquello... De sus años mozos en Sabugo cabe citar que de entre los muchos niños que bautizó en la pila bautismal de la insigne Parroquia avilesina, uno de ellos fue Don Adolfo Mariño Gutiérrez  -actual Abad de Covadonga-.

Le proponen ampliar estudios, ya que con su talante y dotes para la oratoria, podría llegar a ocupar algún puesto en la Curia, alguna canonjía o alguna renombrada plaza de "párroco de término"; más él rechaza la invitación a doctorarse afirmando que no le motivaba absolutamente nada esa visión. Él quería ser un cura social de verdad, no de los que hablan tonterías y luego llevan una vida burguesa, sino un cura pobre para los pobres sin ideologías ni siglas políticas.

Así llega el segundo destino en su amada cuenca minera del Caudal, donde trabajará con mineros y familias mineras. Aquí ejercerá de capellán de la Hullera, del poblado de Bustiello y confesor de las dominicas de Caborana,  a la vez que atiende la Parroquia de San Román de Carabanzo, en Lena, la cual, curiosamente, era el pueblo natal de su abuela.

Cuando la salud del entonces párroco de San Salvador de Santa Cruz de Mieres -el recordado D. Jesús Muñiz- empieza a fallar, desde el Arzobispado le plantean a éste la posibilidad de su renuncia al título de párroco; Don Jesús les responde que sólo veía una opción, que Celestino Castañón, su feligrés y discípulo, fuera destinado a Santa Cruz con vista a ayudarle sus últimos años y relevarle luego en el cargo. El Sr. Obispo valoró positivamente la petición del venerable sacerdote y así fue destinado D. Celestino a su parroquia natal, primero como Ecónomo, llegando luego a ser el cura de su propio pueblo; es decir, un ''párroco pilón'', una vez fallecido su valedor antecesor.

Se puede decir que en el caso de Don Celestino nunca tuvo problema alguno; su forma de ser le permitió hacerse profeta en su tierra y cosechar abundantes frutos. Así tenemos a un joven sacerdote oriundo de esa parroquia y de nombre también Celestino, que ejerce en la actualidad en la Unidad Pastoral del Bajo Aller (Moreda, Caborana, Boo...) cuya familia y él mismo, mucho nos podría contar del paso de Don Celestino Castañón por su pueblo. Y, qué curiosidad que el segundo Don Celestino, que sale de Santa Cruz de Mieres con una diferencia exacta de sesenta años entre la primera misa del uno y del otro, tenga ahora por dirección postal: ''Calle Calestino Castañón. Moreda de Aller''... Nuestro difunto y recordado protagonista fue también Consiliario de la Hermandad Ferroviaria de Ujo.

Su último destino fue Oviedo, donde se dejó el alma en dar forma a la misión que la diócesis le encargó para crear la Parroquia de San Lázaro, un barrio de gentes de la cuenca, de jubilados y prejubilados del carbón... por tanto un destino que en criterio de Monseñor Tarancón, le venía como anillo al dedo.

Hoy la Parroquia de San Lázaro está constituida en Unidad Pastoral con Santiago de la Manjoya y San Esteban de las Cruces; sin embargo, ya en sus años de Párroco de San Lázaro le tocó más de una vez atender, por ejemplo, la parroquia de la Manjoya en los cambios de sus responsables, e incluso hasta tres años con nombramiento de Administrador Parroquial.

Le tocó algún cargo "extra" como ser Arcipreste de Oviedo "Centro" y "Sur" por votación de sus compañeros y, aunque nunca fue labor de su agrado, hay que reconocer en su favor que supo hacerlo con fidelidad a la Iglesia, con prudente sigilo y buscando lo mejor para los sacerdotes, entre los que nunca dejó enemistades sino amigos sinceros. Todo lo arreglaba como lo hacemos los asturianos, tomando algo, aunque puntualizando ''yo soy más sidreru que cafeteru''.

Algo que no se puede omitir de Don Celestino Castañón fue su defensa, promoción y divulgación del Camino de Santiago en Asturias. Ya en los finales de los años sesenta y comienzos de los setenta, cuando nadie hablaba en Asturias de estas cosas, él insistía en que no podía ser que Asturias se mantuviera al margen de la peregrinación Jacobea. Algunos al principio le tacharon de "rancio" por defender algo que sonaba anacrónico o lejano, y otros "poco asturiano", pues eso del Camino de Santiago sonaba a Gallego, leonés, navarro... pero, ¿asturiano?...

Empezó a escribir artículos, revistas y publicaciones; se reunió con políticos e historiadores y logró empezar a mover -no sin dificultad- la conciencia de que Asturias y su historia pasaba por el Camino de Santiago. Hoy parece que todos nos sabemos de memoria el dicho de que quién va a Santiago y no a Salvador... pero cuando Don Celestino empezó a pelear estos temas, los había que hasta pensaban que se lo había sacado él de la chistera.

Cuando por fin se toma más conciencia de este patrimonio del "Camino'', la diócesis le designa como Delegado Episcopal para dicho fin; el Ayuntamiento de Oviedo empieza a señalizar el Camino, y hasta coloca una estatua del Apóstol peregrino en las inmediaciones del barrio de San Lázaro. Incluso diferentes personalidades del Principado hablan con el cura de San Lázaro para ver cómo encauzar este tema. Don Celestino era tajante, pues había estudiado a fondo el asunto y a más de un político le recordó lo sangrante que era ver cómo Asturias, la tierra en la que nació el Camino de Santiago con el rey Alfonso II, fundador de la diócesis ovetense y primer peregrino a la tumba del Apóstol, no cuidaba adecuadamente de este legado histórico. Su lucha pasó también por la creación de instituciones como la Cofradía de Santiago en Oviedo, la Delegación Episcopal y un sin fin de actividades para dar a conocer la relación del Principado con la cultura jacobea.

El Camino pasaba por su Parroquia y, tras rastrear su historia consultando a la vez a los fieles, se acordó solicitar al Arzobispado de Oviedo el cambio de nombre de la Parroquia de San Lázaro del Otero por San Lázaro del Camino, recuperando así el nombre que ya el barrio tenía en el siglo XVIII. El cambio de nombre se formalizó en el año 1990 y para celebrarlo, Don Celestino organizó una peregrinación de tres días a pie desde León a Oviedo por el llamado Camino del Salvador, que algún atrevido llegó a decir que había sido una ocurrencia suya.

Hoy, gracias a Dios, la sensibilidad en Asturias hacia el Camino de Santiago en relación al culto de las Santas Reliquias en la "Sancta Ovetensis" va en aumento, y éste ha sido un mérito pleno de este hombre bueno y sencillo. La Parroquia de San Lázaro, su templo, sus gentes, fueron su vida todos estos últimos años. Cuando por fin se edifica la Casa Parroquial junto a la Iglesia, él renuncia a vivir en ella en favor del entonces Vicario General,  al cual cedió esta vivienda para que pudiera fijar su residencia allí junto a sus ancianos padres mientras él siguió viviendo en su humilde piso de la calle San Lázaro.

Los días que anualmente tomaba de vacaciones se iba a Bembibre del Bierzo con su familia, donde descansaba cambiando de clima, en plena encrucijada del Camino. Allí celebraba la misa en tiempos del párroco Don Pedro Centeno Vaquero -con el que forjó una gran amistad- en cuyo templo berciano de su responsabilidad entonces se conserva la Imagen del Corazón de Jesús que -paradójicamente- los rebeldes de Octubre de 1934 salvaron de la quema y profanación con un letrero que decía: "Te respetamos por que eres rojo como nosotros". El resto de tallas y obras del templo fueron rociadas de gasolina y devoradas por las llamas. Aquí empezó su buena relación con la diócesis de Astorga, luego más consolidada con el destino de sus hermanas y el episcopado del actual prelado de dicha diócesis con el que tan bien se había portado, primero facilitando su domicilio y después atendiendo espiritualmente a su madre hasta el final.

En 2011 una vez jubilado, continuó colaborando en la Parroquia como adscrito mientras las fuerzas se lo permitieron. Cuando la salud le empezó a flaquear ingresó en la Casa Sacerdotal de Oviedo, aunque sería por poco tiempo pues sus hermanas Sor Berta y Sor Ángeles, ambas destinadas en Astorga, optarían por trasladarle a la Casa Sacerdotal maragata para poder estar más cerca y cuidarle con mimo sus últimos años.

No quisiera omitir a sus buenos vecinos de la Calle San Lázaro; recuerdo en concreto a Isabel y a muchas otras personas del edificio que le cuidaron ya en sus últimos años de Párroco, después de jubilado, y, cuando desde Astorga, se venía a Oviedo a pasar unos días. Recuerdo en concreto aquellos años en que estando la familia lejos -una hermana en Pravia y otra en Astorga- con cuanto amor cuidaban de este sacerdote estos fieles como si fuera de sus propias familia, y es que, sin duda, se había hecho ya de la familia.

Si alguien le preguntaba: Don Celestino, ¿usted dónde vive?; el decía: ''donde Adelina'', y es que quién en Oviedo no iba a conocer una de las fruterías más renombradas que también eran de su casa. A Don Carlos Osoro le presentó la renuncia, y tiempo después le dijo que cuando él considerara se jubilaría, pero Osoro le pidió continuar. Él tenía un "as" en la manga, pues era consciente que su presencia una vez jubilado podría suponer un inconveniente al sacerdote que viniera, por tanto ya había comentado en el Arzobispado y propuesto en la Congregación del Santo Ángel quedarse como capellán de la Comunidad de religiosas de la Calle Velasquita Giraldez, y así tener un altar donde celebrar a diario cerca de casa. Cuando se supo en el barrio que Don Celestino se jubilaba y le iban a destinar una encomienda distinta a la Parroquia de San Lázaro casi "arde Troya"; hubo una defensa absoluta del que había sido su cura, y la diócesis teniendo en cuenta de que el pobre cura no tenía culpa de que le quisieran y que era loable que la feligresía reconociera su labor, optó por dejarle como adscrito en la propia Parroquia.

Conviviendo con los dos nuevos párrocos, como el caballero que era, aceptó desde el primer momento su segundo plano guardando silencio cuando éstos actuaban con criterios distintos tras casi medio siglo de vida en la Parroquia que él mismo fundó.

Cabe mencionar que desde su llegada a la comunidad parroquial de San Lázaro, D. Andrés Fernández, el Párroco actual, siempre tuvo un trato exquisito con el emérito párroco, llegando a organizarle dos sentidos homenajes; el primero en el año 2016 al poco de trasladarse Don Celestino a tierras maragatas, fletando autobús con numerosa gente de la Parroquia para participar una misa de homenaje en la Catedral asturicense; y el segundo en el pasado adviento, cuando al conmemorar la efeméride parroquial, se descubrió una placa en su recuerdo a la entrada del templo. La familia me comentaba en el velatorio: ''nunca podremos pagar a Don Andrés lo bueno y atento que ha sido con nosotros''.

Personalmente creo que Don Celestino Castañón se merecía una calle, incluso toda una plaza, pues su trabajo y entrega por San Lázaro y la ciudad de Oviedo podrían acreditarlo todos los que le conocieron. Recorrió el barrio como nadie, se involucró en lo que le competía y en lo que no; en las mejoras para la Parroquia y para la zona; conocía cada familia, cada situación, cada nombre... Recuerdo su mesa de trabajo y de despacho abarrotada de papeles, libros y notas, todo relacionado con el barrio de sus amores y el camino de Santiago. En sus ratos libres se dedicó a investigar el culto a San Lázaro en Asturias, buscando ermitas y capillas dedicadas a su patrono, todas vinculadas históricamente con las leproserías y malaterías medievales. Hoy, sin duda, se puede decir que los nombres de San Lázaro del Camino y de Don Celestino Castañón han quedado unidos para siempre.

La mañana de su funeral no se hablaba de otra cosa en el barrio; creyentes y no creyentes lamentaban la muerte no sólo del que había sido su primer cura, sino de aquel que se hizo del lugar y amó al barrio como pocos. Él quitó el estigma de que San Lázaro era un barrio marginal al recuperarle su apellido ''del Camino''. Parroquia y barrio que han hecho camino, como dijo su sobrina ''remando y caminando''.

También en su último viaje de San Lázaro a Santa Cruz le acompañó sobre su féretro una estampa de su primo Beato.

Descanse en paz este sacerdote bueno y fiel que quiso entregarse por completo a su vocación como el de su mismo apellido y sangre que se entregó por entero a Dios dejándose quitar la vida por querer ser sacerdote, cumpliéndolo su primo en Él.

Que el Beato Juan José interceda por usted, D. Celestino, y le reciba en el gozo de su Señor.

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