sábado, 26 de enero de 2019

Se cumplen 60 años del anuncio del Concilio Vaticano II

(Infovaticana) El 25 de enero de 1959, el Papa Juan XXIII comunicó a los cardenales presentes en la sala capitular de la Abadía de San Pablo Extramuros su decisión de convocar un Concilio Ecuménico. Un anuncio que fue recibido con un “impresionante y devoto silencio” de los presentes, tal y como señala el historiador Roberto de Mattei en el pasaje de su libro Concilio Vaticano II. Una historia nunca escrita que dedica a este momento histórico y que por su interés reproducimos a continuación:

«La bomba estalló a sólo tres meses de su elección. El 25 de enero de 1959, en la sala capitular de la Abadía de San Pablo Extramuros, Juan XXIII comunicó a un grupo de Cardenales presentes y al mundo entero su propósito de convocar un Concilio Ecuménico. El Papa permaneció desconcertado por “el impresionante y devoto silencio” de los presentes, expresión de perplejidad e interrogantes. La misma reacción tuvo el Cardenal Giuseppe Siri, Arzobispo de Génova, que recibió la noticia por la radio, mientras realizaba una visita pastoral a un pueblecito de la diócesis ligur. “Sólo a su regreso, en el palacio arzobispal, manifestó a sus secretarios sorpresa y preocupación. (…) Su perplejidad nacía del temor de que las tendencias teológicas innovadoras, surgidas en el área francesa y alemana después de la guerra, junto con los fermentos en el campo bíblico, pudiesen desarrollarse sacando provecho del evento conciliar.”

En este punto se impone una consideración. En los últimos cinco siglos del segundo milenio se habían celebrado solamente dos Concilios, el Tridentino y el Vaticano I. La convocatoria de una asamblea de tan vasto alcance es una decisión que no puede tomarse precipitadamente y a la ligera, sino que presupone profundas reflexiones y amplias consultas. Así había sucedido cuando Pío XI y Pío XII habían pensado en la posibilidad de retomar el Concilio Vaticano I, hipótesis que ambos terminaron por descartar. No es fácil para el historiador comprender cómo Juan XXIII pudo asumir tan enorme responsabilidad de una manera tan fulminante, sólo tres meses después de su elección, a no ser que se imagine una especial iluminación del Espíritu Santo, de la que no hay constancia, sin embargo, en el Diario del Alma, ni en las agendas privadas del Pontífice. No sorprende, por tanto, la reacción de desconcertado silencio de los Cardenales frente a la tranquila seguridad con la que el recién elegido Papa les anunciaba un acontecimiento destinado a cambiar la historia. El asombro fue tal que encontró eco hasta en el mismo Juan XXIII, quien, en un apunte del 16 de septiembre, llegó a escribir: “El primer sorprendido de mi propuesta fui yo mismo”.

El mismo secretario de Estado, el Cardenal Tardini, se enteró de la noticia sólo algunos días antes, presumiblemente el 20 de enero, aunque, en las agendas del Pontífice, el mismo episodio figura dos veces, en dos días diferentes, el 15 y el 20 de enero. Lo cierto es que Tardini aprobó con decisión la iniciativa, quizás con la ilusión de sujetar las redes, pero sobre todo por el espíritu de servicio que lo animaba. Juan XXIII lo recuerda así:

En la audiencia con el Secretario de Estado Tardini, por primera vez y, diré, como casualmente, me acaeció pronunciar el nombre Concilio, como quien habla de aquello que el nuevo Papa podría proponer como invitación a un movimiento vasto de espiritualidad para la Santa Iglesia y para el mundo entero. En realidad, temía que su respuesta fuese una mueca sonriente y de desánimo. Sin embargo, a la simple mención, el Cardenal –pálido, y apagado- saltó con una exclamación inolvidable y una chispa de entusiasmo: ‘¡Oh! ¿Oh?¡Qué idea! ¡Qué gran idea’.”

Domenico Tardini, que había pasado la mayor parte de su vida en la Secretaría de Estado, en la que había entrado en 1921 como “minutante” – el encargado de escribir las “minutas”, los primeros borradores de notas oficiales o actas- era “sacerdote romano” hasta la médula, pragmático y agudo, pero no exento de un auténtico espíritu sacerdotal. Hasta su muerte, el 30 de julio de 1961, mantuvo con el Pontífice una relación franca y leal, claramente expresada en un apunte suyo personal: “Lo que Vuestra Santidad quiera. No me esconda nada.” Pero Tardini no era un ingenuo y no se puede excluir que con sus palabras intentase sacar adelante lo que él mismo había acordado con los Cardenales de la Curia Ottaviani y Ruffini.»


No hay comentarios:

Publicar un comentario