miércoles, 23 de enero de 2019

Las Dominicas de la Anunciata en Asturias (I). Por Rodrigo H. Migoya

En los últimos años la Congregación de las "Dominicas de la Anunciata" se ha visto obligada a cerrar diferentes casas, dada la falta de vocaciones. La ausencia de relevo y la elevada edad de sus miembros les viene imposibilitando continuar su apostolado y presencia en Asturias. Los últimos cierres han sido en la Comunidad que servía en el Sanatorio Adaro, de Sama, la Comunidad de Pesóz, en cooperación con la pastoral parroquial, y la del Sanatorio Covadonga de Gijón.

Este año 2018 desde la Curia Provincial de Dominicas de Santa Catalina de Siena, se ha tomado la dolorosa decisión de cerrar al mismo tiempo otras dos comunidades muy simbólicas, tanto para la Congregación como para la diócesis; las casas de Ujo y de La Cuadriella-Turón. Es por ello que como homenaje a tantos años de entrega ejemplar, he querido hacer este pequeña reseña por las huellas que las hijas del P. Coll han dejado a su paso por Asturias, en un repaso que pone de manifiesto que su siembra ha sido muy buena y su cosecha aún más copiosa.

De la Fundación de la Congregación a su llegada a Asturias

Las Dominicas de la Anunciata son fundadas por el religioso dominico catalán San Francisco de Coll el 15 de agosto de 1856, en Vic. El carisma quedó determinado por el lema que le Padre fundador les legó: “contemplar y a dar a los demás lo contemplado”. El Padre fundador fallece en 1875 y veintidós años después se establece la primera comunidad de Dominicas en Sama de Langreo bajo el pontificado de Monseñor Martínez Vigil. Las dominicas llegan a Asturias solicitadas por los propietarios de las grandes empresas de la minería y siderurgia para ocuparse de las escuelas de "Primeras Letras" orientadas a los hijos más pequeños de los obreros. Con el tiempo, se les fueron añadiendo nuevos campos de misión como el sanitario, la catequesis parroquial y un largo etc.

 En el tramo final del siglo XIX se fundan en Asturias tres comunidades de dominicas; en el siglo XX, se abren otras diecisiete teniendo cinco que cerrar, y en el siglo XXI ya llevan cuatro cerradas. Desde los comienzos las religiosas se identificaron plenamente con la sociedad asturiana, en especial con la cuenca minera donde encontraron un campo de trabajo muy semejante a la Cataluña industrial, en la que había predicado el P. Coll y en cuyo contexto había nacido la misión de la Anunciata. En apenas veinticinco años de su llegada a la diócesis ya contaban con doce comunidades funcionando a pleno rendimiento.

A continuación nos detendremos en diez fundaciones que ya han cerrado sus puertas, pero que prestaron un servicio impagable a la sociedad y a la Iglesia Asturiana, en la cual estas hermanas, con sus vidas sencillas y laboriosas, supieron predicar, alabar y bendecir.

ABLAÑA - LA REBOLLADA

Si la primera fundación de las Dominicas de la Anunciata en Asturias fue en la Cuenca del Nalón pensando en la instrucción de las hijas de los obreros de dicha zona, la segunda lo sería en la Cuenca del Caudal. Esta comunidad se constituye por varios motivos: en primer lugar era un proyecto largamente deseado por los fundadores y señores de la llamada "Fábrica de Mieres" (se empezó a denominar así en 1.879 aunque sus orígenes datan de 1844) de proveer una pequeña Escuela-Hogar, conscientes de su necesidad en una zona que estaba viviendo una expansión demográfica gracias al desarrollo industrial, y también conocedores de que las familias a menudo debían dejar a sus pequeños solos en casa o al cuidado de algún vecino o anciano de la familia. Con la primera fundación de las dominicas en Sama, la directiva de la fábrica inició contactos con la Congregación y se fueron perfilando las condiciones, detalles y todas las gestiones para la fundación de las hermanas en Mieres.

Tras algún tira y afloja entre los dueños de la fábrica y la Curia General de la Congregación, se acuerda la misión, derechos y obligaciones de las religiosas, y así llegan las seis primeras profesas el 10 de Enero de 1889 -apenas un año después de haber fundado en Sama-. Nace así el Colegio Santa Marta de Betania de Ablaña, que pronto se verá desbordado teniendo que pedir aumentar la comunidad con dos religiosas más, que llegarán en 1904. Al año siguiente la comunidad ya estaba formada por diez consagradas, pues cada vez había más niñas y más trabajo. Pronto también se encargan de dignificar las celebraciones litúrgicas que se celebraban en la capilla de la fábrica, por lo que la congregación tuvo en cuenta desde entonces que al menos una de las hermanas de Ablaña debería de estar formada musicalmente para poder acompañar con el "armonium" al coro que las hermanas preparaban para los oficios. También empezaron a dar catequesis, tanto en la fábrica como en la Parroquia, así como iniciaron la instrucción de niños y adolescentes en cuestiones de higiene, moral e historia sagrada. Igualmente instruyeron a las jóvenes en urbanidad, trabajo doméstico, corte y confección, costura y plancha, así como en economía práctica.

La primera comunidad parece que se asentó en unas humildes instalaciones de la fábrica, las cuales las religiosas acondicionaron como pudieron para comenzar las clases; así estuvieron hasta 1913 en que se iniciaron solemnemente las obras del nuevo edificio para Colegio y Casa de las religiosas, con la bendición de la primera piedra el día de la Anunciación de dicho año. El edificio se proyectó en unas fincas de la fábrica que los mecenas de las hermanas cedieron para tal fin. Las obras se concluyeron el día de reyes de 1915 iniciándose las clases al día siguiente con más de 450 niñas matriculadas. Los responsables de la fábrica, conscientes del trabajo de las religiosas, acordaron empezar a asignarles un sueldo de 600 pesetas mensuales, que en poco tiempo sería detallado a 2,50 pesetas diarias. En 1917 se solicitó una hermana más y en 1920 ya eran doce las hermanas que formaban la comunidad de Ablaña.

Todo iba en aumento: trabajo, alumnas, seglares que colaboraban con las hermanas, la pastoral en la fábrica y en la parroquia, vocaciones... Se vivía una auténtica primavera del Espíritu en torno a aquella comunidad de dominicas de las cuales podemos comentar algunos casos concretos que nos ayudarán a comprender la realidad del momento.

A mi modo de ver, tres son las muestras más evidentes de su singular relevancia pastoral y formativa. En primer lugar, la Asociación de las Hijas de María que las hermanas de Ablaña fomentaron y que se extendieron por todo el Concejo con cientos de asociadas, las cuales desde los 16 años hasta que contraían matrimonio buscaban imitar a la Madre de Dios en el del día a día. En la oración constante, junto con el apostolado del hogar y la parroquia.

Otra realidad que favoreció el apostolado de las hermanas fueron los excelentes capellanes que fueron asignados para la capellanía de la fábrica y su Colegio. Aunque podríamos citar a más de uno, quiero destacar principalmente al que tuvieron los primeros años, D. Luciano Fernández Martínez. Don Luciano era un hombre de Dios; no sólo apoyó a las hermanas en todo, sino que fue el que ideó y propuso la instauración de las Hijas de María, así como el que animó a las dominicas a iniciar en la fábrica la Orden Terciaria Dominica para tantas mujeres casadas y amas de casa que se sentían tan vinculadas espiritualmente al carisma de las religiosas. Pero la prueba principal de su distinción no sólo serán los muchos testimonios positivos de su buen hacer como capellán o párroco, sino la mansedumbre con que aceptó ser martirizado por un muchacho de la Rebollada cuya madre, ya difunta, había sido atendida espiritualmente y acompañada al buen morir por el bendito de Don Luciano, que a diario le llevaba la Sagrada Comunión. Las hermanas y las alumnas que le tuvieron de capellán le seguirían recordando muchos años después de su martirio, conscientes de que sin duda habían convivido con un testigo único de la fe.

Y por derecho propio, cómo no recordar aquí a una de las mierenses más internacionales, la Sierva de Dios Práxedes Fernández, conocida familiarmente como ''la santa de Mieres''. Una mujer que vivió las virtudes teologales de forma tan extraordinaria que se convirtió en una de las primeras seglares españolas con un proceso de canonización abierto. Práxedes era de una aldea de la Parroquia de Seana, estudió con las dominicas, fué hija de María, terciaria dominica e hija espiritual de Don Luciano. La Orden de Predicadores y en concreto la Anunciata, tienen a Práxedes como algo muy propio, pues como hemos dicho, fue con las dominicas de Ablaña donde esta mierense se encontró con Cristo y aprendió a ser una perfecta cristiana, y donde se decidió a vivir encaminando sus pasos hacia la Salvación.

Con los acontecimientos de octubre de 1934 el Colegio tuvo que clausurar las clases y las hermanas abandonar la fábrica. En enero de 1935 ya más calmadas las aguas, regresan las religiosas reanudando las clases una vez acabadas las fiestas de Navidad. En agosto de 1936 -un mes después de iniciarse la guerra- las religiosas empezaron a ser vigiladas y acosadas hasta el punto de vivir en su residencia nueve registros en menos de un mes, para finalmente ser arrestadas el 31 de agosto durante cuatro horas y tras las cuales fueron puestas en libertad. El miedo afectó de pleno a la Comunidad, siendo lo que acabó con la Madre Jacinta Maciá, superiora de la misma, que vio su enfermedad agravada por los acontecimientos, falleciendo el día 4 de octubre -apenas tres días después de las detenciones-. A pesar de las guerras las hermanas permanecieron residiendo en el Colegio de la fábrica hasta septiembre de 1937 en que por el mal estado de los edificios por las bombas, se trasladaron a una vivienda propiedad también de la fábrica. En esta nueva casa se quedarán durante dos años hasta que pasan a habitar el viejo hospital de la fábrica, el cual habilitaran para reabrir allí el Colegio.

Tras años de dura postguerra donde las hermanas afrontaron todo lo que les fue llegando, parece que fue hacia 1958 cuando inauguran por fin el nuevo edificio del Colegio Santa Marta, aunque desde ese momento ya empiezan a llamarlo el Colegio de Dominicas de la Rebollada. Y es que esa zona próxima al río, su nomenclatura siempre ha sido muy discutida; muchos lo llaman Ablaña, como hoy denominan al centro geróntologico, en donde estaba el hospitalillo de la fábrica; pero otros, sin embargo, defienden que es terreno ya de la parroquia de Ablaña. El último edificio sede del Colegio, era una magestuosa casa con ventanales, corredores y un magnífico jardín con frutales, en cuyo marco las monjas y sus niñas desarrollaron la vida académica entre hermosos cerezos. Por desgracia, la vida del Colegio concluyó, dado que la directiva de HUNOSA -de quién dependía la labor docente de las hermanas- consideró oportuno centrar todo el alumnado en el Colegio de Santo Domingo de Guzmán de Mieres. El Colegio se cerró en 1970 disolviéndose al mismo tiempo la comunidad de religiosas, las cuales fueron enviadas a otros destinos de la provincia.

CABORANA

El primer día que las monjas iniciaron su apostolado en este pueblo allerano fue el 20 de Agosto de 1.900, al que acudieron al tener conocimiento de las muchas niñas de la zona que requerían de la instrucción más elemental. Por los archivos de la Congregación sabemos que las hermanas que pusieron en marcha la escuela de Caborana se apellidaban Llusá y Muñoz. Los tres primeros meses las monjas llegaban a Caborana bien temprano para empezar las clases a las nueve y no iniciaban la vuelta hacia Bustiello -donde pernoctaban- hasta las cinco de la tarde, que daban por concluidas las clases.

Fue un 14 de Octubre del año 1900 cuando se funda la comunidad de dominicas en Caborana, al instalarse tres hermanas en una pequeña casa del pueblo, dos ya conocían el lugar y a éstas se unió la hermana Pía Massana.

Parece que al poco de llegar las dominicas al Concejo de Aller, algunas familias distinguidas solicitaron a las religiosas, en 1903, que impartieran clase también para las "niñas de bien" de la zona, pero pronto el proyecto acabó decayendo.

En 1910 las religiosas se trasladan a una nueva casa, más grande, con bonita huerta y mejores condiciones, pues la casita en la que se encontraban, además de pequeña y tener mucha humedad, no ofrecía espacio alguno para poder atender a las niñas debidamente. La "Sociedad Hullera Española" acondicionó la nueva vivienda, así como las nuevas aulas, pabellones y hasta levantaron una capilla anexa a la vivienda que sirvió como capilla del colegio, oratorio para la comunidad y lugar de culto para los vecinos.

El tiempo transcurría y sólo había buenas palabras, opiniones y comentarios positivos sobre las dominicas y su dedicación en la formación. Es por ello que la dirección de la empresa apuesta por la edificación de un Colegio de mayores dimensiones que pudiera multiplicar el radio de acción de las religiosas a todo el concejo. Así nace la idea de dotar de un internado femenino para las niñas de los pueblos más distantes y alejados de la zona.

El 21 de Junio de 1920 se coloca la primera piedra de éste, y el 18 de Noviembre se inaugura el edificio ya concluido, aunque, para ser sinceros, las religiosas se adelantaron a estrenarlo el 8 de Octubre, cuando abandonaron la anterior casona.

Con el año 1932 una fuerte oleada laicista sacude de lleno la comarca y esto también a las religiosas de Caborana. Jóvenes de extrema izquierda las acusan de incumplir lo dictado por el gobierno de la república en lo referido a la educación no religiosa y claman por la expulsión de las monjas del centro. Las hermanas, por calmar las aguas se apresuran a la retirada de crucifijos e imágenes y no vuelven a velar por el cumplimiento del precepto dominical entre el alumnado, dejando de impartir el catecismo. Por otra parte, la instrucción del catecismo será la última materia de la tarde que impartirán y a la que únicamente asistirán las alumnas autorizadas por escrito por sus familias. Así las hermanas pudieron continuar en el lugar en espera de tiempos mejores.

Al año siguiente, el colegio sería convertido de forma provisional en "Mutua Mirense", donde aún permanecerían siete dominicas, a las que respetaron a cambio de la sustitución de sus hábitos por ropas seglares. Sin embargo, en 1934 (con todo el tinte trágico que supuso para Asturias, su cuenca minera y en especial para la Iglesia Asturiana) las hermanas de Caborana hicieron absoluta vida normal, pues el pueblo entero las reconoció como propias, no ajenas, no enemigas sino de casa; buenas y muy nuestras estas monjas... Fue una excepción muy singular y loable, así como una de tantas manifestaciones de total integración entre ellas y los alleranos.

Tampoco en la guerra civil sufrieron mal mayor alguno, aunque sí se vieron obligadas a pasar por pequeñas pruebas al ser apresadas, expulsadas del colegio en los primeros días de Octubre de 1936 y llevadas a una vivienda de la Guardia Civil, donde permanecieron en semilibertad vigilada. Finalmente todo quedó en un susto... El Colegio no sufrió daños mayores al haber sido aprovechado como hospital y cárcel al mismo tiempo. En octubre de 1938 pudieron regresar al Colegio, y Enero de 1939 reanudaron totalmente la actividad académica con más de 500 alumnas.

A mediados de los sesenta empezaron las complicaciones para el Colegio de Caborana. Ya en 1965 la empresa titular del centro, ''Hullera española'', pasó a ser controlarlo por medio de un Patronato cuya primera medida sería reemplazar el nombre del centro de Colegio Santo Domingo de Guzmán de Caborana, a “Escuela del Consejo Escolar Primario de la Sociedad Hullera Española. A pesar de ello, las hermanas aceptaron la situación conscientes de que su misión estaba por encima de nombres y propiedades. Las religiosas ya no recibirán su sueldo de la empresa sino que a partir de entonces fueron asimiladas a "interinos" del "Ministerio de Educación y Ciencia", percibiendo el salario del Estado. Poco a poco parecía que se anunciaba un deseado final para una obra que había hecho tanto bien. Con el inicio de la década de los setenta las cosas se complicaron cada vez más: situación de la minería, conflictos sociales, mal talante de la empresa con la Congregación... todo repercutió en el día a día del colegio, no sólo afectando a profesores y alumnado sino también creando malestar en la comunidad religiosa. Las superioras de la Congregación, conscientes de lo mucho que había significado el pueblo de Caborana en la historia del Instituto, se negaron a cerrar su presencia allí e hicieron todo lo que estaba en sus manos para lograr la permanencia de las dominicas en el lugar. Una primera decisión fue renovar la plantilla docente y la comunidad de hermanas; sin embargo, cada vez se ponía todo más cuesta arriba. Con mucho dolor las hermanas levantan la Comunidad en 1972 esperando quizá que todo pudiera volver a la normalidad, y mantuvieron aún su presencia indirectamente durante tres años, pues tres religiosas acudían a diario desde la Comunidad de Turón a colaborar en el Colegio y en la Parroquia de Caborana. Así hasta que en 1975 se puso punto y final a la historia de la Anunciata en Caborana, todo un referente en la historia de la Congregación en Asturias, no sólo por la unión profunda que lograron con la citada localidad sino por haber sido esta uno de los mayores focos vocacionales de la Provincia. A día de hoy, las Dominicas siguen siendo recordadas con cariño, respeto y admiración entre las gentes de Caborana, más creyentes o menos, algo que dice mucho de su luminoso paso por el lugar.

BOO

Como comentamos al hablar de la anterior fundación y comunidad, el paso de las hermanas por el Concejo de Aller no pasó inadvertido. Fueron recibidas como en pocos sitios, encontraron en sus gentes una tierra fértil en la que desarrollar su apostolado, y por ende, numerosísimas vocaciones para la familia de la Anunciata. Tan sólo llevaban las dominicas poco más de quince años en tierras de Aller, cuando la priora de la comunidad de Caborana consciente del tamaño del Concejo, en el cual no podían llegar a tantas niñas, de la situación que atravesaban las familias mineras y de lo mucho que merecía esta tierra contar con una segunda casa de dominicas, empezó a estudiar la posibilidad de otra fundación en su suelo.

En 1916 se decide finalmente que la fundación sería en el pueblo de Boo, no en Cabañaquinta ni en Moreda, sino en este pequeño pueblo empinado y "olvidado" y con tantísimas familias mineras; con un párroco deseoso de contar con una comunidad de religiosas, la cuales le podrían ayudar en la tarea de evangelizar a aquella buena y numerosa gente.

El párroco, Don José María Vázquez Díaz, pronto buscará una casa en el pueblo que reuniera las condiciones necesarias para que las hermanas pudieran vivir con holgura y a la vez instalar allí su escuela. Aunque para esta fundación ayudaría de forma importante, igualmente, el gerente del grupo ''Comillas'', el Señor Santiago López. Pero lo cierto es que el primero en apostar por esta aventura fue el cura de la localidad, quién de su propio bolsillo arrendó para los primeros seis años la casona y la huerta para las monjas.

En Enero de 1918 las clases empiezan por fin a funcionar, y, tres meses después, se inicia en la Parroquia la Escuela Dominical para catequizar a las jóvenes; sólo este primer año ya tuvieron más de setenta chicas apuntadas. En 1920 la Curia de la Congregación consideró incrementar con una religiosa más la comunidad de Boo, ante el mucho trabajo que ya llevaban a cabo.

Con la persecución encubierta  de los religiosos para servir a la enseñanza, en 1933 para no desatender su labor ni tampoco afrentar al gobierno, las dominicas simularon abandonar la localidad, más en realidad sólo se fueron tres hermanas quedando las demás vestidas de calle y haciéndose pasar por señoritas seglares. Así lograron permanecer sin mayores complicaciones hasta 1936 cuando en el mes de Julio, con el inicio de la contienda civil, el Comité las obligó a abandonar el Colegio y las envió a modo de arresto al Palacio de los Arias, donde vivieron con angustias y miedos toda la guerra, en espíritu de oración.

Con el fin de la guerra pudieron volver al Colegio, aunque lo primero que tuvieron que hacer fue ponerse manos a la obra para arreglar, limpiar y adecentar la Casa que había sido expoliada y maltratada durante la contienda. Sin mucha tardanza reanudaron las clases y las demás actividades apostólicas en propia la Parroquia. Así permanecieron hasta 1964 en que las hermanas se vieron obligadas a cerrar el Colegio y la Comunidad.

COLUNGA

La fundación en la localidad y municipio de Colunga fue bastante curiosa, pues en este caso no tomó la iniciativa la diócesis, ni una empresa o entidad en particular, sino que fue el mismo pueblo el que se movilizó, se puso en contacto con la Congregación y facilitó todos los medios necesarios para hacer realidad la fundación de una escuela para la Villa y la comarca.

Se recaudaron donativos para alquilar la casa, amueblar el espacio para la comunidad religiosa y disponer las aulas para el inicio de las clases. Así, un 16 de Octubre de 1910 llegan las dominicas al lugar, estando formada la comunidad por seis profesas. Las hermanas, conscientes de que aquello era un mérito de la sociedad colunguesa, decidieron denominar la escuela como "Nuestra Señora de Loreto", como guiño a los vecinos en lugar de adjudicar un nombre más propio de la familia dominicana: Rosario, Santo Domingo, Santo Tomás de Aquino... etc.

Un año después de iniciar su andadura, el colegio comienza como enseñanza gratuita. Pronto llegarían las dificultades. Aunque buena parte del vecindario seguía esforzándose para sostener el Colegio y ayudar con sus limosnas a las hermanas, la situación se ponía muy cuesta arriba. Ante los primeros rumores del cierre del Centro, "apareció" un devoto señor llamado Maximiano Montes quien asumió las costas de la renta del edificio. Sin embargo, a pesar de tener cubierta la parte del alquiler, las hermanas siguieron afrontando estrecheces al no llegar sus míseros ahorros para los gastos de todo el Centro ni mucho menos para el sustento elemental de las propias hermanas.

En 1919 se puso ya sobre la mesa la firme decisión de cerrar la casa de religiosas allí; sin embargo, el pueblo se sublevaba pidiendo su permanencia. Así permaneció la situación con pocas mejoras y muchos problemas, pues las hermanas, condicionadas por el afecto a los colungueses, seguían sin recibir la ayuda necesaria. Y cuando la situación se volvía nuevamente insostenible y se planteaba la supresión de la Casa, los vecinos se volvían a soliviantar y prometían de nuevo ayudar. Así permanecieron como una pescadilla que se muerde la cola hasta que en 1927 finalmente, enterado el entonces Obispo de Oviedo, Monseñor Juan Bautista Luis y Pérez de la situación tan compleja que padecían las religiosas, ordenó la clausura, marchándose las hermanas del lugar el día 11 de Abril del mencionado año.

POLA DE LAVIANA

Una de las fundaciones más breves de las hermanas en Asturias fué la Comunidad de Laviana, que apenas duró dos años. 

Llegaron las hermanas en 1906 por petición del entonces párroco D. José del Rosal Areces, el cual deseaba por todos los medios dotar a su Parroquia de una comunidad de dominicas, a la vista de los evidentes frutos de apostolado que en sus clases y catequesis estaban logrando en  toda la cuenca minera.

Finalmente, la Congregación dio el visto bueno para que seis religiosas fundaran en Pola de Laviana, cumpliendo así los anhelos del celoso párroco. Desde mediados del siglo XIX, cuando nacen las dominicas de la Anunciata (1856) hasta finales del citado siglo, el Instituto crecerá de informa imparable, pero mayoritariamente en Cataluña, donde surgen las primeras vocaciones y donde a la muerte del Padre Fundador ya había cincuenta comunidades en suelo catalán. Esto explica que cuando toca fundar en Laviana, buena parte de las religiosas eran de origen catalán, como lo era también la designada priora la Hermana Josefa Torrent.

El primer curso de las religiosas en la capital de Laviana sería una época de grandes logros, pues el Párroco facilitó todo para fundar y empezar con las clases; que las hermanas tuvieran lo necesario... Pero cuando todo iba tan bien, fallece el sacerdote de forma repentina mientras impartía la catequesis, quedando desde entonces las religiosas algo desamparadas. A ello se unió la crisis local de la minería, la cual sacudió a toda la población, y también las hermanas empezaron a pasar estrecheces. La falta de recursos las empujó a solicitar ayuda económica para su pequeña escuela al Ayuntamiento del lugar, el cual se desentendió por completo. En este contexto de impotencia, penuria y minusvaloración de la labor que estaban realizando desinteresadamente, decidieron que las seis religiosas de Pola de Laviana debían abandonar la localidad, y así partirán rumbo a la Argentina para abrir una una casa al otro lado del océano.

SANATORIO ADARO

Una institución muy querida a lo largo de los años en la Cuenca del Nalón fue y sigue siendo el renombrado "Sanatorio Adaro", donde había otra comunidad de religiosas, la cual fue denominada en algún tiempo en los escritos de la Congregación como la de "Ciaño", además de la propia de Sama.

Otro campo en el que las consagradas de las diferentes familias religiosas prestaron un papel fundamental en compleja historia de la industrialización en nuestras cuencas mineras, además del de la educación y enseñanza, fue en el ámbito sanitario. Cuántos hospitalillos, sanatorios y casas de socorro fueron atendidos por las monjas desde finales del siglo XIX donde con mimo y cuidado atendieron, curaron o acompañaron a bien morir a tantos que a sus puertas llamaban. Desde heridos por accidentes laborales, enfermos crónicos, heridos de guerra o heridos en las reyertas de las huelgas mineras acababan al cuidado de las hermanas.

"El Adaro", al que llegaron en 1915 fué testigo de todo ello, pues durante ochenta años las hermanas permanecieron contra viento y marea prestando su labor desinteresada para todos sin excepción. En los años de la guerra, que tanto se cebó con el valle del Nalón, allí quedaron las hermana para cerrar heridas físicas y espirituales de los de un lado y del otro.

Cuando a finales de 1914 se empezó a estudiar la fundación de un buen dispensario para los mineros, el presidente de la Sociedad "Duro-Felguera", hombre devoto y admirador del buen hacer de las religiosas, fue el primero en proponer a las Hijas del P. Coll para esta labor. Los amigos de las corrientes marxistas, ya muy presentes en la zona, mostraron su desacuerdo con la idea y manifestaron su deseo de que fueran enfermeras laicas. Finalmente, a comienzos de 1915 y con la entrada en vigor de la Ley de Accidentes en el Trabajo, Luis Adaro y Magro, logra convencer a todas las partes implicadas que las enfermeras no debían de ser otras que las religiosas, lo que todos acabaron aceptando por el hecho de que las religiosas trabajarían a jornada completa sin sueldo, mientras que las seglares, evidentemente, no.

Las hermanas siempre recordaron que comenzaron su labor un 19 de Febrero de 1914 cuando tuvieron que socorrer a un grupo de obreros que llegaron totalmente quemados por una explosión que se había producido en el El Valle. En 1920 se empezó a conocer aquel hospitalillo con la denominación de "Sanatorio Adaro para mineros heridos de Langreo", Patronato constituido en recuerdo al apellido de su gran impulsor y promotor, que anteriormente mencionamos.

Pronto se le suprimirá el ''para mineros heridos de Langreo'', pues todos los que llegaban ya no eran sólo mineros ni únicamente de Langreo. Vital fue el papel del Sanatorio en los sucesos de Octubre de 1934 cuando "El Adaro" acogió a más del triple de su capacidad hospitalaria, tratando de asistir a tantísimos heridos como llegaban. Tanto fué así, que las religiosas llamaron con urgencia a la comunidad de dominicas de Sama y a otras próximas de la Cuenca, al verse tan desbordadas. Lo mismo ocurrió a partir del estallido de la guerra civil; las Dominicas de la Anunciata, al no poder continuar con buena parte de la misión educativa, se concentraron en Sama donde hicieron un trabajo modélico en la atención a los heridos de guerra. Fue tanta la demanda, que se vieron obligadas a ubicar a los enfermos como podían, y así hasta la capilla y sus sencillas celdas se utilizaron para los convalecientes. Finalizada a guerra, la dirección de la Sociedad acordó por unanimidad y en pago al servicio prestado construir una capilla mayor en el Sanatorio, la cual fue inaugurada por Monseñor Arce Ochotorena el día de Santa Bárbara de 1942. Curiosamente, las dominicas no sufrieron persecución alguna en toda la contienda civil en esta zona de Asturias, donde fueron respetadas y únicamente en ocasiones de mayor peligro se les rogó que realizaron su labor vestidas de seglares. Una muestra de que incluso en la sinrazón el ser humano es capaz de distinguir al enemigo de quien no lo es, como en este caso.

No sólo se limitaron a un eficiente servicio hacia la salud, sino que además supieron dar calor al lugar para que los enfermos se sintieran en casa y en familia, y sus dolencias se hicieran así más llevaderas. Además de pioneras en catequesis de adultos, las hermanas cuidaban con verdadero esmero las celebraciones dominicales para las cuales enseñaban semanalmente los cantos y buscaban una participación lo más amplia posible de todos: personal, enfermos, y colaboradores.

Con la fundación de la llamada Sociedad Benéfico-Asistencial sin ánimo de lucro, "Fundación Adaro", con dependencias auxiliares para el hospital "Valle del Nalón", en 1995 las hermanas fueron obligadas a dejar su labor en el Centro. El Sanatorio empezaba un nuevo camino con diferente organigrama. En todo el valle fue muy sentida su salida del hospital, así como igualmente para la Congregación que había vivido en este lugar el milagro que permitió la beatificación del P. Coll. Un año después de su salida, la villa de Sama organizó un multitudinario homenaje como acción de gracias por los impagables servicios que habían prestado a la sociedad langreana.

PESOZ

La última fundación de las Hermanas Dominicas de la Anunciata en Asturias hasta la fecha fué la Comunidad de Pesoz, la cual se abrió a finales del verano de 1986. Ante la falta de Clero y el elevado número de parroquias rurales de la zona de Oscos y sus distancias entre sí, el entonces Arzobispo de Oviedo Monseñor Gabino Díaz Merchán, propone a la Congregación la apertura de una pequeña comunidad para colaborar con los sacerdotes de la zona en un campo de trabajo pastoral tan extenso como árido.

Aunque en un primer momento las hermanas empezaron a trabajar en esta coperación desde la Comunidad de Navia, pronto fueron conscientes de la conveniencia de hacerse presentes y vivir en medio del pueblo. Así, el día de San Miguel de 1986 se abre la nueva comunidad en la deshabitada casa rectoral de Pesoz.

El trabajo de las hermanas en las montañas del sur-occidente, fue no sólo hermoso sino muy importante; además de hacer a diario muchos kilómetros para poder participar diariamente de la Eucaristía, se preocupaban de llevar el viático a los enfermos y llegar a parroquias, iglesias filiales, capillas y ermitas por todos los pueblos y aldeas de su encargo. 

En 1986 las hermanas se integran en la enseñanza al obtener una hermana dominica la plaza de maestra de la escuela de Pesoz. Poco a poco las hermanas empezarona colaborar en las escuelas de la zona y en 1994 ya tenían adjudicada la clase de religión en seis colegios diferentes del entorno. 

Ensayaban cantos, preparaban las celebraciones de las fiestas, suplían a los sacerdotes con celebraciones de la Palabra, daban catequesis... Lo que empezó siendo un servicio sólo para las  parroquias de Grandas de Salime, acabó siendo un servicio que se extendió a seis concejos: Allande, Grandas, Pesoz, San Martín de Oscos, Santa Eulalia de Oscos y Villanueva.

Aunque la Comunidad vivió tiempos de grandes dificultades con el descenso de sacerdotes en la zona, el clima, las grandes distancias y otras dificultades, nunca les faltaron alegrías y compensaciones espirituales. Especialmente sonada fue la afrenta pública que el entonces alcalde de Pesoz emprendió contra las hermanas al considerarlas enemigas de su ideario político; sin embargo, fueron los propios vecinos quienes se sublevaron contra la corporación municipal en defensa del buen hacer y la humanidad de las religiosas. Años después el Ayuntamiento enmendaría aquel error dedicando el homenaje del día de la mujer rural a las propias dominicas de la localidad.

En el año 2011 la Curia Provincial tomó la dura decisión de poner fin a este apostolado que tanto bien hacía en aquella zona y la que la diócesis y la feligresía agradecerán siempre. 

SANATORIO COVADONGA

En los comienzos del siglo XX Gijón aún era una localidad bastante atrasada en todos los órdenes, y de forma especial en el campo de la salud, por este motivo tres prestigiosos médicos de la ciudad (Arturo Toral, Aquilino Urlé y César Alonso Martínez) que sentían una seria preocupación por mejorar la atención médica de la villa, se embarcaron en un ambicioso y novedoso proyecto de crear por su cuenta y riesgo un nuevo centro sanitario para los gijoneses. Al ser hombres de Iglesia y conocedores de que las hermanas habían desempeñado en Turón primero, y recientemente en Sama servicios en este campo, quisieron contar con ellas para esta empresa que se iniciaba.

El primer día del mes de Marzo de 1920 llegan las primeras seis profesas, entre ellas la Madre Provincial, Jacinta Maciá, que quería ser supervisora en primera persona de esta fundación, pues no lo iba a ser al uso, ni les había llamado un párroco, ni el obispo, ni una institución, sino tres reconocidos médicos seglares que confiaban a la Congregación tamaña empresa. La primera Superiora de la comunidad será la Madre Dolores Ayats.

Muy pronto se extendió con una fama inmejorable el nombre del centro, de forma que lo que empezó tímidamente tuvo que ampliar rápidamente su campo de acción. La Congregación envió más religiosas y la ciudad sintió enseguida como algo muy suyo y familiar el lugar. Tanto los médicos como las hermanas trabajaron en perfecta armonía. Tras ocho años de un trabajo inmejorable, la Congregación cae en la cuenta que el Sanatorio se ha convertido ya en un buque insignia propio en una de las ciudades principales de Asturias y estudian comprar el Centro a los fundadores. De esta forma, en 1928 eran ya las titulares del Sanatorio, pero este ya se quedaba más que limitado para el número de enfermos, consultas y esperas a las que debían hacer frente. De 1929 a 1932 se ejecutaron las obras de ampliación y se construyeron nuevos pabellones. En 1936 se vuelven a acometer obras para poder dotar a las hermanas de un espacio más digno para la propia Comunidad, con su oratorio. Poco duraría la alegría de estas novedades, pues el estallido de la guerra obligaría a cerrar el Centro y las religiosas tuvieron que trasladarse al pueblo gijonés de Deva, donde permanecieron durante todo un mes esperando pasar allí inadvertidas. Entre finales de Agosto y comienzos de Septiembre las hermanas abandonaron la zona rural para retornar a la ciudad donde se dispersaron de dos en dos ocultándose en casas de familias amigas vinculadas al Sanatorio, que les dieron cobijo. Mientras tanto el Centro fue saqueado, bombardeado e incendiado, lo que parecía suponer el fin de aquella gran obra de caridad. Terminada la guerra, la Congregación se convence de la necesidad de reconstruir el Sanatorio -ahora más que nunca- pues la población lo requería mucho más que antes por los enfermos y heridos de la contienda. Las hermanas se pusieron manos a la obra y afrontaron las primeras obras de resconstrucción con un préstamo de cien mil pesetas, como así recogen las crónicas de la fundación.

En el año 2017 la Congregación se vio obligada a tomar la dura decisión de poner punto y final a casi un siglo de presencia activa y casi ininterrumpida -excepto por la guerra- de las dominicas en el Sanatorio Covadonga. La Comunidad fue cerrada y las hermanas enviadas a otros destinos de la Provincia de Dominicas. Su marcha fue muy sentida en la ciudad, y, en especial, en el barrio de "El Coto", donde ya eran parte del paisaje y paisanaje. Sin embargo, no era el adiós definitivo de las hijas del Padre Coll ni para Gijón ni para la zona, ya que la comunidad del Colegio Virgen Mediadora 
-prácticamente pegado al Sanatorio- continúan en la Villa de Jovellanos ''tejiendo de amor una canción''.

*BUSTIELLO - MIERES

Uno de los intentos fallidos de fundación que las Dominicas vivieron en Asturias fue el caso de Bustiello. A menudo en escritos, publicaciones e interpretaciones del contexto histórico que vivió Mieres en la transformación industrial, citan a las dominicas de Bustiello, su escuela, su casa etc. Pero esto no es del todo exacto.

De todos es sabido y conocido el magnífico proyecto que el Marqués de Comillas dispensó en Mieres con la construcción en terrenos de la Parroquia de Santa Cruz, del poblado minero de Bustiello. Un enclave único dotado de escuela de niños y de niñas, hospitalillo, iglesia, convento para los religiosos que educaran a los muchachos, convento para las religiosas que atendieran a las chicas, capellanía para un sacerdote diocesano, economato, etc... Era, ciertamente, lo nunca visto para aquella Asturias que entraba aún a ciegas en un siglo XX que aún sonaba lejano. Esta colonia industrial ideada por DonClaudio Lopez Bru, respondía al anhelo social reivindicado por el Papa León XIII en su encíclica ''Rerun Novarum''. Por Bustiello representaba una de las mejor aplicaciones "in situ" de la encíclica del  Pomtífie, la cual reclamaba ante todo el trato como seres humanos de los obreros.

Para ocupar la comunidad preparada para religiosas se invitó y requirió en un primer momento a las dominicas de la Anunciata, las cuales llegaron Bustiello el día 10 de Julio. Eran seis dominicas acompañadas de la Madre General y la Consultora, pero, finalmente, se vieron obligadas a declinar su fundación allí, al no permitirles atender a todas las niñas de la comarca que lo desearan.

Por este motivo se resolvió la situación se resolvió con dos nuevas fundaciones: una en Caborana (Aller) y otra en Ujo (Mieres); y para hacer frente a la escuela de niñas y hospitalillo minero de Bustiello se recurrió a las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, quienes se ganaron ciertamente el apelativo de las monjas de Bustiello. De esta forma las Dominicas se posicionaron una vez más a favor de los últimos, de los que ni siquiera escuela tenían, a pesar de que a ellas les habían ofrecido una nueva con todas la comodidades de la época.

En el espacio de tiempo en el que la empresa buscaba otras monjas y las dominicas asentaban sus nuevas fundaciones de Ujo y Caborana, se les permitió residir de forma provisional en Bustiello, donde permanecieron únicamente un total de cuarenta días.

UJO

En pleno verano del año 1900 llegaron las dominicas a la localidad de Ujo, en la que abrirán casi de forma improvisada sus clases en un sencillísimo local junto a la carretera general. Los primeros años fueron duros, pues cada vez más niñas de familias mineras o ganaderas del pueblo y de los alrededores llamaban a la puerta de las hermanas.Vienen en un primer momento tres profesas, a las que se uniría una cuarta procedente de Cataluña. 

La primera superiora de la comunidad será la Madre Ramona Gonfaus, la cual había conocido muy cerca al Padre Coll, llegando a testificar en la causa de su beatificación. La Madre Ramona hizo una de las descripciones que se hicieron más populares sobre el Padre fundador cuando dijo sobre él: «Su corazón era un volcán de amor que siempre ardía…»

Tras muchas gestiones, con ayudas y donativos de un sitio y de otro se pudieron empezar las obras para levantar un colegio en condiciones y poder repartir a las niñas en aulas, por cursos. Les solicitaban con insistencia que abrieran internado, pues no todas las niñas podían ir a clase como externas debido a las distancias, por lo que trataron de atender con la mayor presteza esta necesidad.

Cumplidos dos años de su llegada a Ujo, el entonces obispo de Oviedo, el dominico Monseñor Martínez Vigil, conocedor de la ejemplaridad con que las hermanas habían sobrellevado las estrecheces y el buen hacer de los primeros pasos de esta fundación, las autoriza por medio del Párroco a poder contar con la presencia de Jesús Sacramentado en el pequeño oratorio de la Comunidad. Fue un día gozoso aquel en el que "el Esposo" vino a la Casa de las dominicas. Era el día 27 de Julio de 1902.

En aquellos años las niñas eran ciertamente las últimas, no había una mentalidad que entendiera la hubiera obligación de instruirlas, pues parecía que su único cometido en la vida era casarse para servir al esposo que trajese de la mina el sustento. Las dominicas, en buena medida, fueron una pioneras en el campo de la igualdad, sin más ideología que el mismo Evangelio. En 1917 fundaron en la Parroquia una escuela dominical a la que acudirán durante décadas jóvenes -chicos y chicas- de todo el entorno, a los que formarán como buenos cristianos en la vocación a la que Dios llamara a cada cual.

Las obras del Centro avanzan y se concluyen en 1922; se bendice entonces el nuevo colegio puesto bajo el patrocinio de Santa Catalina. Las hermanas no se limitaron solamente a sus clases y a su colegio. Supieron insertarse en la vida del pueblo, de la parroquia e incluso en las complejas situaciones que con la minería vivió y experimentó la zona.

Los primeros años en Ujo, también dedicaron parte de su tiempo a la instrucción de los niños, algo que hicieron gustosas hasta la llegada de los frailes en 1922.

Cuando las dominicas inauguraron su Centro tras más de dos décadas de entrega en el lugar, una nueva comunidad de religiosos llega a Ujo para ocuparse de la formación católica de los niños: los Hermanos de las Escuelas Cristianas de la Salle. Desde ese mismo momento religiosas y religiosos estuvieron siempre muy próximos entre sí, colaborando ambas comunidades entre ellos y las dos familias religiosas con la propia parroquia de Santa Eulalia de Ujo. Jamás se mostraron rivales ni desconocidos, sino que supieron testimoniar ante el pueblo que monjas y frailes no eran independientes sino que buscaban llevar a todos a Cristo.

En 1933 comienza una mala época para la Comunidad; el gobierno de la República les comunica oficialmente que el Estado ha roto toda relación con los institutos religiosos, por tanto ya no podrán enseñar en Ujo. Las religiosas fueron repartidas por las casas de la provincia y las clases empezaron a ser impartidas por otras hermanas que vinieron vestidas de seglares para así evitar el cierre del Colegio sin mostrar afrenta abierta al gobierno. Aún así, los vecinos de la zona recuerdan que durante un tiempo se mantuvo el ideario religioso sin el mayor problema, e incluso se siguieron celebrando cultos en el Colegio los días de fiesta.

Con el estallido de Octubre de 1934, la Comunidad vivió allí días de mucho miedo y preocupación por las alumnas y por ellas mismas. Las noticias de martirios de sacerdotes y religiosos en el municipio llegaban a las hermanas por diversos medios, y estas ya se temían lo peor. La Casa fue asaltada, pero ninguna hermana perdió su vida dado que durante quince días el Colegio hizo las veces de hospitalillo de sangre, y las religiosas ejercieron de esmeradas enfermeras para todos los heridos que llegaban. Luego el edificio hizo las veces de fortaleza, y, finalmente, viendo la buena disposición de las hermanas les encargaron como pago por sus vidas (culpables de ser religiosas) la transformación del Colegio en un comedor social y economato improvisado para dar sustento principalmente a los niños de padres en paro, sumidos en la mayor de las miserias por la situación de la minería y que había agravado la Revolución. Daban a diario más de 170 comidas, por lo que, tranquilizada la situación en la zona, permitieron a las hermanas reanudar su apostolado educativo en 1935. En Septiembre de este año, conscientes de que ya no son tenidas por enemigas y que la paz parecía reinar tímidamente, dejan de vestir como seglares y retoman su hábito dominicano blanco y negro, con el Santo Rosario como compañía.

En el tiempo que duró la guerra civil sólo se ausentaron de Ujo por prevención durante el curso 1936-1937, volviendo la comunidad al pueblo para las navidades de este último año, y retomando las clases en enero de 1938. El tiempo restante de la guerra la comunidad desempeñó sus actividades prácticamente con normalidad, pues se habían ganado el respeto de todos por los muchos servicios prestados desde la mayor prudencia y generosidad.

En la década de los setenta las dominicas empiezan a colaborar como profesoras en el Colegio Mixto de la Salle, hasta que la Anunciata deja la enseñanza debido al descenso poblacional. En 1974 la Comunidad abandona el Colegio y pasa a residir a una sencilla casa que la Congregación adquiere.

Desde entonces, las dominicas de Ujo se centrarán en la colaboración pastoral en la Parroquia, la catequesis, atención de familias, trabajo social en Cáritas, Cruz roja, Proyecto hombre, etc. Acompañan a las hermanas el numeroso grupo de "Antiguas Alumnas de la Anunciata" que viven desde el laicado el espíritu de la Congregación, así como coordinan un grupo llamado "El TADEMISA", donde un grupo de señoras se reúne semanalmente para realizar sencillas labores de costura como beneficio de las misiones en Brasil.

El Boletín Oficial del Arzobispado de Oviedo comunicaba el 15 de Abril como fecha del cierre de la Comunidad de Ujo. No será el final de todo, pues, ciertamente, una luz enciende otra.

TURÓN - LA CUADRIELLA

Las primeras hijas del P. Coll llegaron a tierras de Turón en 1943; eran siete religiosas acompañadas de la Madre Provincial, y siendo la primera Superiora de esta Comunidad la Madre Luisa Arrufat. El primer Colegio de las Hermanas Dominicas tuvo su sede en ''El Bazar'', inserto en el barrio viejo de San Francisco, también llamado "de los Cuarteles". En un primer momento las religiosas dependieron del Patronato, el cual les asignó ya para el primer curso cerca de 200 alumnas.

La crisis económica de 1941 preocupa a las hermanas, que temen por la continuidad de su misión, por lo que optan por dejar de depender del Patronato y continuar su labor al amparo de la "Sociedad Hullera de Turón" que les ofrecía mayores garantías y seguridad.

Hospitalillo de la Felguera de Turón
 (1947-1968)

Sin dejar esa primera Escuela, la Congregación funda una nueva misión en Turón, esta vez en el campo sanitario con un hospitalillo que empiezan a atender en el barrio de la Felguera de Turón, y que ya llevaba casi tres décadas abierto, siendo atendido por enfermeras seglares. La empresa concedió la dirección y atención del pequeño ambulatorio a las hermanas dominicas. Para abrir esta nueva fundación, la Congregación envió a dos religiosas que estaban ejerciendo un trabajo semejante en el Sanatorio de Sama, y así empezaron tímidamente un día de la Virgen del Rosario de 1947.

Al principio las hermanas trabajaban en el hospitalillo, incorporándose para los rezos y el descanso a la comunidad del Colegio por no haber espacio para ellas aún. La demanda sanitaria crecía, por lo que las hermanas solicitaron a la Congregación más religiosas para este destino. Así se duplicó la comunidad, siendo ya cuatro religiosas: la priora, dos profesas y una hermana lega. Más de año y medio tardaron en ampliar el pequeño hospital para poder acoger bajo el mismo techo a las religiosas, las cuales pudieron pasar a vivir al dispensario en 1949. Tras veintiún años de magnífico servicio aquí, se suspendió la cesión en 1968 al desaparecer la "Sociedad Hullera" con el nacimiento de "HUNOSA". Las religiosas cerraron en este punto el capitulo del servicio sanitario en el valle de Turón, quedando únicamente la comunidad del Colegio.

En 1957 el Colegio de las Dominicas de Turón se traslada a un nuevo edificio que se denominaría "Colegio Isabel la Católica", ubicado en la llamada "Cuesta de Lago" donde permanecerá hasta su derribo en 1975. Pasan después a un chalet de la Cuadriella, en el barrio y parroquia de "Santa Bárbara" donde impartieron los cursos primeros, y en 1978 formarán el llamado "Colegio Mixto Covadonga-Isabel la Católica" donde trabajarían en equipo las Dominicas y los Hermanos de la Salle, en el colegio que los religiosos tenían en la localidad. En 1981 tienen que abandonar La Cuadriella al pretender el gobierno reconvertir dicha propiedad en viviendas sociales, por lo que las religiosas se trasladan a vivir encima de la antigua tienda del economato de esta localidad.

En 1990 el Principado de Asturias expropia el edificio en el que vivía en ese momento la Comunidad, que en realidad era propiedad de "HUNOSA" para la ampliación de la carretera. La Congregación opta por adquirir una casa de nuevo en La Cuadriella, apodada "Los Jardines". En 2011 se pone sobre la mesa la posibilidad de cerrar la Comunidad de Turón; sin embargo, a pesar de quedar ya muy atrás los años de apostolado educativo, se pensó en que la Comunidad se mantuviera sirviendo en la pastoral parroquial y social del Valle. La última comunidad la formaron  Sor Ángeles (de Turón) , Sor Rosario (de León) y Sor Concepción (de Burgos); las cuales abandonaron el Valle minero el pasado 26 de Septiembre de 2017 aunque sería ya en 2018 cuando se hiciera oficial el definitivo cierre. Justamente ahora les tocaba celebrar 75 años de entrega y servicio a este pueblo, al que han dado lo mejor que en sus manos ha estado.

EL COTO - GIJÓN

En la Calle Zorrilla S/N, con autorización del entonces Arzobispo de Oviedo Monseñor Díaz Merchán se fundó en 1985 una Comunidad con el nombre de ''Residencia Anunciata'', pensada para acoger a las hermanas mayores y más delicadas de salud de la "Provincia de Santa Catalina de Dominicas de la Anunciata". En breve pasarán de veinte las hermanas que formaban la comunidad.

Pronto la Casa se quedaría pequeña, pues la edad media de la Congregación seguía creciendo y exigía habilitar un espacio digno donde atender a las hermanas que habían dado su vida por Cristo en el seno de la Congregación, y que ahora requerían ser asistidas en su decrepitud natural. Se eligió León, y a sus afueras se empezó a acondicionar el nuevo complejo residencial para la Provincia de Santa Catalina.

En el año 2003 la Priora Provincial de la Congregación comunicó oficialmente al entonces Arzobispo de Oviedo la decisión que junto al equipo de gobierno se había tomado de cerrar esta Casa, fijando la nueva comunidad de Hermanas Mayores en la localidad de Valverde de la Virgen (León) a donde se trasladadaron todas las religiosas que habían residido en Gijón. La nueva casa se fundó muy cerca del Convento de los Padres Dominicos que atienden el Santuario de la Virgen del Camino.

Aquí, las hermanas más mayores de la Congregación son cuidadas, atendidas y mimadas en sus últimos años de vida. Además de la vida propia de oración con los cuidados de una moderna residencia de la "Tercera edad", las hermanas reciben atención médica, mantienen la vida comunitaria y siguen cuidando  la formación permanente en teología.

Las que gozan de mejor salud prestan también su servicio en la Parroquia, donde colaboran en la catequesis, la "Vida Ascendente" y la atención a los peregrinos del Camino de Santiago. Mantienen una relación muy fluida con la comunidad de Dominicas que atiende el Colegio y que la Congregación tiene en la ciudad de León. La Comunidad actual está formada por casi medio centenar de hermanas.


CONTINUARÁ...

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