jueves, 29 de junio de 2017

CARTA SEMANAL DEL SR. ARZOBISPO



Estamos con las altas temperaturas propias de un verano ya comenzado, y rodeados de incendios que asolan nuestras tierras y abrasan nuestros predios, entre las fatalidades naturales de los fuegos que se declaran por sí mismos y los que se deben a la mano humana provocados con diversas intenciones. Así andamos en estas fechas con el curso escolar y pastoral ya terminado. Las calendas veraniegas traen el tiempo de descanso, o al menos un pequeño respiro que nos permite recobrar fuerzas para retomar el curso a la vuelta de agosto, con una ilusión y ganas que nos lanzan a escribir mes tras mes la vida con todos sus momentos.



Hay muchas maneras de enfocar el descanso, modos distintos de entender y vivir un breve tiempo de vacación. No me refiero al presupuesto para una evasión que dejaría boquiabierto al más fantasioso. Porque hay vacaciones que te dejan para el arrastre de cansancio y el bolsillo completamente esquilmado hasta con créditos bancarios impagables. Pero también hay vacaciones al alcance de todos, para sosiego de la gente sencilla y sin muchos recursos económicos pero con gran creatividad en su modo de descansar de veras, de enriquecerse en valores que no pasan, de gozar de las cosas cotidianas con las que la vida nos guiña y enamora.

Estando zambullidos a menudo en una realidad que dificulta el ser humanos y vivir como cristianos, las vacaciones pueden ser un buen momento para recuperarnos y fortalecernos en este sentido. Doy algunas sugerencias que sugieren este tipo de descanso:

1. La prisa, tan frecuente en nuestra sociedad, puede dificultar unas relaciones cálidas y de calidad entre nosotros. Es un aspecto hermoso a incluir en nuestro programa veraniego: cuidar las relaciones con los más nuestros, que no por el hecho de ser cercanos siempre les damos la debida atención. Compartir unos días con nuestra gente, con la familia y los amigos, en los que descubriremos perfiles nuevos que no hemos logrado hallar en el roce diario, especialmente si éste está condicionado por el vértigo que nos hace superficiales y distraídos.

2. También es un buen momento para realizar excursiones en las que gozar del espectáculo de la naturaleza, la obra buena del Buen Dios, en la que encontraremos el reflejo de su belleza, su armonía y su paz. Igualmente, es ocasión para visitar lugares en los que la mano artista del hombre ha sabido plasmar su creatividad y su fe, percibiendo el mensaje elocuente que las piedras, los lienzos y la música nos traen, sacándonos de la frivolidad banal que nos imponen las telebasuras. El arte es la expresión de la grandeza de corazón y también un camino que a ella nos acerca.

3. Dios supo descansar al séptimo día. Las vacaciones son también una ocasión extraordinaria para dedicarnos un poco más a Quien no deja de dedicársenos un solo instante a nosotros. Nos ayudará en este sentido la lectura de un buen libro de temática religiosa, un rato de oración más distendida, incluso retirarnos algunos días para hacer ejercicios espirituales, o realizar algún cursillo o encuentro que nos ayude a ahondar la vida cristiana encontrando razones para nuestra esperanza.

El barbecho es un momento activo dentro de su aparente inactividad. Cuando de nuevo caiga en la tierra la semilla de la vida, la encontrará descansada no sólo para seguir dando el fruto esperado, sino más fruto todavía. Qué hermoso si al regresar de las vacaciones, no lo hacemos con morriña ni con cansera, sino con un cuerpo y un corazón preparados para acoger la simiente que en un tiempo de nueva sementera, nos ofrecerá quien es siempre el Sembrador. Felices vacaciones.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo


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