sábado, 31 de mayo de 2025

Provocación que nos sana. Por Monseñor Fray Jesús Sanz Montes O.F.M.

Fueron unas palabras desconcertantes. Nunca antes habían sido pronunciadas con tanta rotundidad y con un halo provocativo que despertaba todos los interrogantes ante la sospecha de que no se entendía nada. Pero aquel Maestro dijo a bocajarro y sin anestesia: resulta que he estado en la cárcel y no habéis venido a mi encuentro, y caí enfermo sin que jamás me visitareis, y me moría de hambre y sed sin que me ofrecierais un trozo de pan o un sorbo de agua, padecí la expulsión de mi tierra, de mi cultura y de mi hogar sin el alivio vuestro en mi condición de extranjero, y sufrí los tiritones de mi desnudez en tantas intemperies. Entonces los discípulos de aquel Maestro se miraban unos a otros haciéndose cruces y no pudieron remediar su reacción: ¿cuándo te hemos visto en esa guisa? Llevamos tres años contigo y jamás te vimos errante, ni hambriento o sediento, ni detenido entre barrotes, ni adoleciendo enfermedad alguna, ni desnudo en tus cueros nobles. ¿A qué viene esa especie de reproche?

Pero fue lapidaria la respuesta, para sumir todavía más en el desconcierto a aquel grupo de seguidores que acaso cómodamente iban junto a Jesús secando lágrimas, repartiendo panes y peces, sembrando paz y proclamando bondadosamente tantas verdades que traían la libertad. Se les agolparían rostros de niños a los que el Maestro bendijo y puso como ejemplo, personas curadas de tantos males en sus cuerpos o en sus almas, pecadores con sus mentiras, sus injusticias, sus abusos, sus excesos o defectos morales. Todos ellos eran testigos de tanto bien y tanta paz repartida. ¿Por qué entonces esa reprimenda?

Es el texto que encontramos en el capítulo 25 del evangelio de San Mateo, y representa uno de los mensajes más comprometedores de los dichos por Jesús. Porque ahí se manifiesta su divina solidaridad con esas situaciones que a menudo vemos tras las pateras de cayucos que naufragan, tras las trincheras de guerras que no acaban, tras las corrupciones de escaños en los que se forran los intereses bastardos de quienes hacen de la mentira tramposa su gobernanza política, tras las caravanas de quienes deben dejar todo para salvar vergonzantemente la vida, tras el miedo en la mirada cuando te asalta una enfermedad sobrevenida, tras el hambre y la sed de verdad, bondad, belleza y de justicia.

Pero he tenido el regalo de comprobar una vez más cómo hay gente buena que se deja provocar por estas palabras de Jesús, que no escurre el bulto ni mira piadosamente para otro lado parapetándose en sus rezos que no oran al verdadero Dios. Lo he comprobado en una institución que está de celebración por sus 120 años de andadura: la Cocina Económica de Gijón. Más de un siglo donde un grupo de laicos con conciencia cristiana y las Hijas de la Caridad, han dado cauce de amor solidario al milagro que siguen ofreciendo como un reclamo precioso que a todos nos embarga. Sucede igual en la Cocina Económica de Oviedo.

No sólo es la comida y cena que allí se sirve a diario ante el hambre que se experimenta en el estómago y en la soledad, sino también el ropero con el que cubrir desnudeces varias; la clínica dental donde unos odontólogos prestan el servicio gratuito de reparar la dentadura y cambiar el semblante de quien va buscando trabajo; los talleres que ofrecen ocupación y recursos de los que experimentan el vacío en sus manos, el alojamiento urgente de tanta gente sin techo y sin futuro, la higiene cotidiana de quien viene de la calle que mancha la esperanza y arruga el alma, la posibilidad de rehacer la vida de tantas dependencias con el alcohol o la droga. Todo eso constituye el milagro cotidiano de quien se reconoce en las palabras revolucionarias de Jesús que hacen del amor algo concreto y evangélicamente solidario. Lo he visto. Doy fe de tanta gente buena que así pone sus granos de arena que son como montañas de caridad que permiten seguir creyendo en la humanidad tocada por Cristo. Gracias a todos los que hacen posible el regalo de la Cocina Económica.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

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