sábado, 31 de mayo de 2025

Provocación que nos sana. Por Monseñor Fray Jesús Sanz Montes O.F.M.

Fueron unas palabras desconcertantes. Nunca antes habían sido pronunciadas con tanta rotundidad y con un halo provocativo que despertaba todos los interrogantes ante la sospecha de que no se entendía nada. Pero aquel Maestro dijo a bocajarro y sin anestesia: resulta que he estado en la cárcel y no habéis venido a mi encuentro, y caí enfermo sin que jamás me visitareis, y me moría de hambre y sed sin que me ofrecierais un trozo de pan o un sorbo de agua, padecí la expulsión de mi tierra, de mi cultura y de mi hogar sin el alivio vuestro en mi condición de extranjero, y sufrí los tiritones de mi desnudez en tantas intemperies. Entonces los discípulos de aquel Maestro se miraban unos a otros haciéndose cruces y no pudieron remediar su reacción: ¿cuándo te hemos visto en esa guisa? Llevamos tres años contigo y jamás te vimos errante, ni hambriento o sediento, ni detenido entre barrotes, ni adoleciendo enfermedad alguna, ni desnudo en tus cueros nobles. ¿A qué viene esa especie de reproche?

Pero fue lapidaria la respuesta, para sumir todavía más en el desconcierto a aquel grupo de seguidores que acaso cómodamente iban junto a Jesús secando lágrimas, repartiendo panes y peces, sembrando paz y proclamando bondadosamente tantas verdades que traían la libertad. Se les agolparían rostros de niños a los que el Maestro bendijo y puso como ejemplo, personas curadas de tantos males en sus cuerpos o en sus almas, pecadores con sus mentiras, sus injusticias, sus abusos, sus excesos o defectos morales. Todos ellos eran testigos de tanto bien y tanta paz repartida. ¿Por qué entonces esa reprimenda?

Es el texto que encontramos en el capítulo 25 del evangelio de San Mateo, y representa uno de los mensajes más comprometedores de los dichos por Jesús. Porque ahí se manifiesta su divina solidaridad con esas situaciones que a menudo vemos tras las pateras de cayucos que naufragan, tras las trincheras de guerras que no acaban, tras las corrupciones de escaños en los que se forran los intereses bastardos de quienes hacen de la mentira tramposa su gobernanza política, tras las caravanas de quienes deben dejar todo para salvar vergonzantemente la vida, tras el miedo en la mirada cuando te asalta una enfermedad sobrevenida, tras el hambre y la sed de verdad, bondad, belleza y de justicia.

Pero he tenido el regalo de comprobar una vez más cómo hay gente buena que se deja provocar por estas palabras de Jesús, que no escurre el bulto ni mira piadosamente para otro lado parapetándose en sus rezos que no oran al verdadero Dios. Lo he comprobado en una institución que está de celebración por sus 120 años de andadura: la Cocina Económica de Gijón. Más de un siglo donde un grupo de laicos con conciencia cristiana y las Hijas de la Caridad, han dado cauce de amor solidario al milagro que siguen ofreciendo como un reclamo precioso que a todos nos embarga. Sucede igual en la Cocina Económica de Oviedo.

No sólo es la comida y cena que allí se sirve a diario ante el hambre que se experimenta en el estómago y en la soledad, sino también el ropero con el que cubrir desnudeces varias; la clínica dental donde unos odontólogos prestan el servicio gratuito de reparar la dentadura y cambiar el semblante de quien va buscando trabajo; los talleres que ofrecen ocupación y recursos de los que experimentan el vacío en sus manos, el alojamiento urgente de tanta gente sin techo y sin futuro, la higiene cotidiana de quien viene de la calle que mancha la esperanza y arruga el alma, la posibilidad de rehacer la vida de tantas dependencias con el alcohol o la droga. Todo eso constituye el milagro cotidiano de quien se reconoce en las palabras revolucionarias de Jesús que hacen del amor algo concreto y evangélicamente solidario. Lo he visto. Doy fe de tanta gente buena que así pone sus granos de arena que son como montañas de caridad que permiten seguir creyendo en la humanidad tocada por Cristo. Gracias a todos los que hacen posible el regalo de la Cocina Económica.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

El Papa acepta la renuncia de Mons. Joan Enric Vives y Mons. Josep-Lluís Serrano es el nuevo obispo de Urgel


El papa León XIV ha aceptado hoy, 31 de mayo de 2025, la renuncia al gobierno pastoral de la diócesis de Urgel presentada por Mons. Joan Enric Vives Sicilia. Desde este momento, según indica el Código de Derecho Canónico, le sucede Mons. Josep - Lluis Serrano Pentinat que fue nombrado obispo coadjutor de esta diócesis el 12 de julio de 2024 y recibió la ordenación episcopal el 21 de septiembre. Así lo ha comunicado la Nunciatura Apostólica a la Conferencia Episcopal Española (CEE).

Mons. Serrano Pentinat, obispo coadjutor de Urgel desde 2024

Nació el 19 de marzo de 1977 en Tivissa, (Tarragona), diócesis de Tortosa. Cursó los estudios de Filosofía y Teología en el seminario mayor de Tortosa (1995-2001). Es bachiller en Teología por la Facultad de Teología de Catalunya en Barcelona (2001). Recibió la ordenación sacerdotal el 21 de abril de 2002 en la catedral de Santa María en Tortosa.

Obtuvo la Licenciatura y el Doctorado en Teología Dogmática por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Es Licenciado en Derecho canónico por la Pontificia Universidad Lateranense y diplomado en Estudios diplomáticos por la Pontificia Academia Eclesiástica.

Tras finalizar los estudios diplomáticos, ha sido secretario en las nunciaturas apostólicas en Mozambique (2012-2016), Nicaragua (2016-2017) y Brasil (2017- 2019); además de Consejero de Nunciatura en la Sección para los Asuntos Generales de la Secretaría de Estado de la Santa Sede (2019-2004).

El 12 de julio de 2024 se hizo público su nombramiento como obispo coadjutor de Urgel. El 21 de septiembre del mismo año tenía lugar la ordenación episcopal y toma de posesión.

En la Conferencia Episcopal Española es miembro de la Comisión Episcopal para las Misiones y Cooperación entre las Iglesias y del Consejo Episcopal de Asuntos Jurídicos.

Mons. Vives Sicilia, arzobispo de Urgel desde 2003

Nació en Barcelona el 24 de julio de 1949. Es Licenciado en Teología por la Facultad de Teología de Barcelona (1976) y Licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación, sección filosofía, por la Universidad de Barcelona (1982). Ha realizado los cursos de Doctorado en Filosofía en la Universidad de Barcelona (1990-1993). Fue ordenado sacerdote el 24 de septiembre de 1974, quedando incardinado en la archidiócesis de Barcelona. 

Fue nombrado por Juan Pablo II obispo auxiliar de Barcelona el 9 de junio de 1993 y recibió la ordenación episcopal el 5 de septiembre del mismo año. El 25 de junio de 2001 fue nombrado obispo coadjutor de Urgel. El 12 de mayo de 2003, con la renuncia por edad del arzobispo Joan Martí Alanis, pasó a ser obispo titular de Urgel y copríncipe de Andorra. Benedicto XVI le concedió también el título de arzobispo «ad personam» el 19 de marzo de 2010. El 10 de julio del 2003 juró constitucionalmente como nuevo copríncipe de Andorra, en la Casa de la Vall, de Andorra la Vella.

En la Conferencia Episcopal Española es miembro de las Comisiones Episcopales para la Liturgia y para el Clero y Seminarios. 

viernes, 30 de mayo de 2025

SINODALIDAD, ¿de verdad cabemos todos?

 

Mons. Argüello se muestra optimista ante la posible beatificación de la Reina Isabel

(InfoCatólica) Durante su intervención en la cuarta conferencia del seminario permanente Isabel la Católica, organizado por el Instituto CEU de Humanidades Ángel Ayala, el arzobispo de Valladolid y presidente de la Conferencia Episcopal Española, monseñor Luis Argüello, confirmó que la causa de beatificación de la reina Isabel no se encuentra cerrada. Según explicó, desde Roma se les anima a proseguir en la promoción de las virtudes y figura de la monarca.
Quizás este Papa

Argüello recordó una conversación con el Papa Francisco, en la que este comentó: «Ánimo, seguramente yo no sea, pero quizá el siguiente», dejando entrever que podría ser su sucesor quien impulse decisivamente el proceso. Esta expectativa recae ahora sobre el actual Pontífice, León XIV, quien, en palabras del arzobispo, muestra una sensibilidad especial hacia la figura de Isabel, en parte por su origen como obispo de Chiclayo, en Perú, y su vínculo con la historia evangelizadora hispanoamericana.

Obstáculos ideológicos

El prelado expuso además los nuevos obstáculos que enfrenta la causa, señalando que las actuales críticas ya no se centran únicamente en episodios históricos como la expulsión de los judíos, sino que provienen de corrientes contemporáneas como el indigenismo y la llamada «teología de la descolonización». Estas corrientes, derivadas de la teología de la liberación y teorías historiográficas de corte decolonial, cuestionan la labor evangelizadora impulsada por Isabel en América y rechazan el mestizaje como realidad constitutiva del continente.

Argüello advirtió que estos planteamientos suponen «un riesgo muy grande» para la causa, al pretender «arrancar la piel de la carne» de América, negando el encuentro entre culturas y la encarnación del Evangelio. A pesar de que estas posturas no son mayoritarias, subrayó que tienen una influencia considerable en las iglesias de América Hispana, Portugal y Norteamérica.

Papel de los fieles

Asimismo, mencionó la importancia del estudio, la documentación y la elaboración de propuestas alternativas para afrontar estas corrientes ideológicas. Destacó también el papel de los fieles, a quienes animó a perseverar en la oración, la fidelidad a la vocación y la promoción de la caridad social y política, tal como lo ejemplificó la reina Isabel.

Finalmente, Argüello señaló que el proceso de beatificación representa una oportunidad para reivindicar la dimensión espiritual e histórica de Isabel la Católica, en un momento clave marcado por el liderazgo del Papa León XIV y la conmemoración de acontecimientos significativos como el V centenario de las apariciones de la Virgen de Guadalupe.

jueves, 29 de mayo de 2025

El Vaticano confirma la especial devoción del Papa por el beato Anselmo Polanco

(Infovaticana) El Papa León XIV ha recibido una nueva cruz pectoral de manos del Círculo de San Pedro, que contiene, entre otras, una reliquia del beato Anselmo Polanco, mártir español. El gesto refuerza una devoción que ya se había manifestado anteriormente, al saberse que el Pontífice portaba otra cruz con reliquias del mismo obispo de Teruel.

En una publicación oficial difundida por Vatican News, se ha confirmado que la nueva cruz pectoral entregada al Papa el día de su elección contiene reliquias de San León Magno, San Agustín, San Tomás de Villanueva y del beato Anselmo Polanco. El regalo proviene del Círculo de San Pedro, una institución laica romana de apoyo a la Santa Sede, que quiso obsequiar al nuevo Pontífice con este gesto simbólico y espiritual.

La noticia no hace sino reforzar la evidencia de que el Papa siente una especial devoción por el beato Anselmo Polanco. Ya era conocida la presencia de una reliquia suya en la cruz ceremonial que León XIV ha utilizado en actos litúrgicos importantes. Ahora, el propio Vaticano confirma que el nombre del mártir español está también en la nueva cruz de uso cotidiano, mostrando imágenes en las que se aprecian claramente las reliquias insertadas.

Dos figuras españolas en el corazón del Papa

El detalle de que dos de las reliquias provengan de santos españoles no pasa desapercibido. Santo Tomás de Villanueva, arzobispo de Valencia en el siglo XVI, fue un destacado predicador y reformador, ejemplo de caridad y austeridad. Junto a él, el beato Anselmo Polanco, obispo de Teruel martirizado en 1939 por odio a la fe, representan el testimonio español en el corazón mismo del pontificado.

Que León XIV quiera llevar consigo sus reliquias —tanto en la cruz ceremonial como ahora en la de uso diario— confirma una elección espiritual deliberada. No se trata de una coincidencia ni de una inclusión protocolaria, sino de un gesto lleno de significado pastoral y afectivo.

El Papa no olvida a los mártires de España

Con esta doble presencia española en sus insignias episcopales, el Papa transmite un mensaje claro: conoce profundamente la historia de la Iglesia en España, valora el testimonio de sus santos y mártires, y mantiene viva su memoria en lo más cercano a su ministerio petrino.

Es una llamada a toda la Iglesia a recordar con gratitud a quienes dieron su vida o vivieron heroicamente su fe, y una muestra evidente de que el Papa honra sus nombres no solo con palabras, sino llevándolos consigo día a día.





El famoso Cristo de Marcelino, pan y vino sigue obrando conversiones en el Carmelo de Don Benito

(Rel.) La película Marcelino, pan y vino, de la que se cumplen 70 años fue uno de los grandes fenómenos del cine religioso español. ¿Pero dónde fue a parar luego el famoso Cristo que hablaba con el niño? Nos cuenta la historia la priora de las Carmelitas de Don Benito (Badajoz), la Madre María Guadalupe de Santa Teresita.

¿Qué importancia tuvo en su tiempo la película de Marcelino pan y vino?

Para mí, en el ambiente que se vivía entre los jóvenes de nuestro tiempo, fue una película muy bonita, con muchos valores espirituales y morales, de la cual se podían destacar muchas cosas entre otras la bondad de los frailes, el interés y cariño con que acogieron a Marcelino. La amistad del niño con Jesús y la esperanza en la vida futura y eterna, en el cielo volveremos a encontrar a nuestros seres queridos y todo lo bueno que aquí no logramos alcanzar como Marcelino encontró a su mamá.

Pero al fin y al cabo tampoco sabía mucho el alcance o importancia que tenía la película fuera de nuestro entorno parroquial, acción católica o Hijas de María, etc. Los jóvenes de nuestro tiempo no teníamos tanto acceso a la comunicación y ni siquiera sabía que ese Cristo admirado y famoso se encontraba a tan poca distancia. Soy de un pueblo extremeño muy cerca de Don Benito.

¿Cómo surgió la idea de que el famoso Cristo viniera al convento de Don Benito?

Fue idea, intención y cariño de Don Miguel López Cabrera, ingeniero de sonido de la película y hermano de nuestra Hermana de comunidad Isabel de Jesús (Catalina López Cabrera) muy santa por cierto. Este señor era de la localidad extremeña de Guareña, muy cerca de Don Benito, y conocía bien las necesidades de la comunidad en aquel tiempo, cuya iglesia había sido devastada y destrozada durante la guerra civil.

El convento sirvió de cuartel, de cárcel y de todo… Desde la fundación, la iglesia tenía un retablo muy sencillo pero bonito, presidido por nuestra Santa Madre Teresa como titular del monasterio, y a ambos lados Nuestro Padre San Juan de la Cruz y San Elías profeta. Pero fue sacrílegamente destruido. Don Miguel, viendo que las Madres solo tenían unas telas como dosel en el ábside del altar mayor de su pequeña iglesia, pidió al director Don Ladislao Vajda el Cristo “para las monjas de su hermana”. Y así, la imagen fue una donación de los estudios cinematográficos de CHAMARTÍN, hoy estudios BUÑUEL de TVE en Madrid. Don Miguel nos decía con alegría y cierto orgullo: “Fue mía la idea de traer el Cristo de Marcelino Pan y Vino a esta iglesia del convento de Don Benito. Y en el desembalaje estuve dentro del convento y tuve la gran suerte de abrazar a mi hermana Isabel de Jesús, a quien no veía hacia años sino a través de rejas en el locutorio conventual”.

¿Hasta qué punto destacaría la generosidad del director de la película?

El director de la película era húngaro, Don Ladislao Vajda, con el cual trabajó Don Miguel en otros rodajes como técnico de sonido más veces. La Imagen de Jesús Crucificado, una vez terminada la película de Marcelino no tenía ningún valor para los estudios: la hubieran desechado y llevado a otro sitio. Como hemos dicho, fue Don Miguel quien la pidió y trasladó a nuestra casa. Como no hay casualidades, sino providencias de Dios, Cristo mismo quiso quedarse en esta imagen para siempre con nosotras. ¡Jesús es el tesoro del Carmelo! Es la perla preciosa de la que habla Él mismo en el evangelio. Una perla que, como nos decían las Madres de entonces, se nos dio sin tener que vender nada, se nos entregó como Regalo sin pedirlo, como una de tantas gracias que Nuestro Señor y Nuestra Madre Santísima han hecho a este Carmelo desde su fundación en el año 1883 por las Madres Carmelitas Descalzas de Medina del Campo (Valladolid), segunda fundación de nuestra Santa Madre Teresa de Jesús, en 1567.

¿Qué más nos puede decir de Don Miguel?

Creo están dichas muchas cosas de Don Miguel… Primeramente era un hombre de Dios. Procedía de una familia muy cristiana, y muy piadosa. Su padre murió durante la guerra civil, precisamente por dar testimonio de su Fe; él tenía una familia numerosa, la cual traía con su esposa tres o cuatro veces al año a ver a su hermana y a la comunidad, de la cual siempre fue gran amigo y bienhechor. Nos contaba que la película podía dar lugar a un capítulo inacabable de anécdotas con Pablito Calvo y otros actores; y como fue tan exitosa, él acompañó al niño Pablito en el recorrido por toda América. Y en Berlín donde la película obtuvo el primer premio de oso de oro. En el viaje de regreso le tenían por el padre de la criatura y le daban felicitaciones.

¿Cuáles han sido las principales gracias y conversiones que ese Cristo ha traído al convento? ¿Podría destacar alguna?

Muchas gracias ha traído, y el poder orar ante Él es ya una gracia muy grande. Recuerdo cuando siendo novicia y la Madre Maestra nos llevaba a la iglesia, nos señalaba el frontal donde está puesto el Cristo que tiene un letrero grande que dice así en latín: “SALUS NOSTRA IN MANU TUA” y la crecía el fervor y entusiasmo diciendo: “Hijas, nuestra salud está en Sus manos, miradlo”. Y volvía a repetir una y otra vez el versículo en latín.

Tuvieron mucho acierto las Madres al poner ese versículo del salmo 30 junto a la imagen del Cristo. Da mucha devoción. Una de las Hermanas se vino a este convento por una gracia concedida por el Cristo de Marcelino. Y otra de nosotras cuenta que cuando leyó el cuento le impactó tanto que quería saber dónde estaba ese Cristo y lo buscaba afanosamente sin lograr encontrarlo, y cuando entró en el convento sin saber nada, se llevó la sorpresa de que estaba aquí. (Esta hermana es del Perú y desde allí vino y encontró al Cristo en este Carmelo).

Otra de las conversiones que contaba Don Miguel era que dos años después del estreno de la película, estando un día en los estudios con el director Vajda, estele enseñó una carta del padre de una familia japonesa, que se había convertido toda ella al catolicismo por la visión de la película. La carta, escrita en japonés y traducida al inglés, era emocionante. Yo he conocido peregrinaciones de polacos y de otras partes de Europa, incluso de Rusia, que han venido por alguna gracia que les ha concedido el Cristo y porque querían conocerlo. Hay que tener en cuenta que el cuento de Marcelino Pan y Vino ha sido traducido a 26 idiomas y en español es ya la 141 edición.

¿Por qué impacta tanto el Rostro sufriente del Cristo?

Estoy convencida que el éxito que ha tenido y tiene esta película, es por el bien espiritual que ha hecho. Y la parte fundamental de ella es el Rostro del Cristo que, a pesar del tremendo dolor de la crucifixión, habla de la dulzura y paz que requiere el argumento… Jesús clavado en la cruz, ese Amigo entrañable a Quien el niño, necesitado como Él de Amor, se preocupaba, preguntándole: ¿Tienes hambre? ¿Tienes frío? … Y Le daba de comer todos los días a escondidas de los frailes del convento… Ese Marcelino llevaba a Jesús lo que Jesús nos da, su Cuerpo y su Sangre, un trozo de pan y un poco de vino, que es también una alegoría de la Eucaristía, que siempre está unida a la cruz. Los diálogos de Marcelino con Jesús son conmovedores.

¿Evoca un poco al Cristo llagado ante el que se convirtió su Santa Madre Teresa?

El Cristo llagado de la Santa Madre es impresionante, y ella que era una gran enamorada de la humanidad de Jesús, cambió su vida experimentando una profunda sensación de culpa y arrepentimiento por la falta de agradecimiento a su sufrimiento y amor infinito.

Por ello es una gran defensora de la Humanidad Sacratísima de Jesús, porque lo ve como presencia divina, viva y cercana; un modelo de perfección a seguir, resaltando siempre su amistad, su ayuda en la tribulación. “Aunque es Dios es verdadero Hombre y se compadece de nuestras flaquezas”. No cabe duda que si la Santa Madre hubiera tenido cerca a este Cristo habría orado con la misma intensidad y devoción que ante el “Cristo muy llagado” que ayudó a su conversión, o ante el “Cristo de los lindos ojos” que hizo pintar en una ermita de su primer conventico de San José de Ávila, y al que tanto le gustaba mirar…

¿Por qué no quiere que se banalice como un mero objeto de turismo? ¿Por qué merece la pena visitar al Cristo y con qué actitud hay que hacerlo?

Sería una pena que solo por curiosidad o ruta turística se visitara el Cristo. Es una imagen del Señor que tenemos que ver como lo que es y lo que representa. Según la actitud que tengamos sacaremos más o menos provecho para nuestra vida espiritual. En cuanto a las visitas, nosotras somos una comunidad contemplativa de clausura, y no tenemos una persona fija para ocuparse de la puerta de la iglesia, por lo que el Cristo solo se puede visitar a las horas de la Santa Misa de la comunidad, y cuando está abierta la iglesia en las fiestas que tenemos exposición del Santísimo Sacramento: como la Santísima Virgen del Carmen, el 16 de julio; nuestra Santa Madre Teresa, el 15 de octubre, y otras. También por medio de la Casa de cultura, pidiendo una cita. Gracias a Dios los que lo visitan suelen ser familias piadosas o personas que lo hacen por devoción.

¿Tiene algo más que decir sobre el Cristo o la película?

Al ser este año el 70 Aniversario del estreno de la película de “Marcelino Pan y Vino”, como curiosidad puedo decir que los exteriores de la iglesia que salen en la película se hicieron en el Cristo del Caloco en San Rafael (Sierra de Guadarrama), y es curioso el parecido con la capilla de nuestro convento de Don Benito, sobre todo antes de los arreglos de traer el Cristo, con su dosel actual, que más bien le quita la belleza y sencillez primitiva. El tema o historia de la película está fundamentado en el cuento del escritor y periodista Don José María Sánchez Silva. Este señor tenía tres hijas, y a cada una regaló, dedicándoselo, un cuento escrito por él. El de “Marcelino Pan y Vino” se lo dedicó a su hija Sara. Esta se hizo religiosa y nos visitó en nombre de su padre, trayéndonos saludos suyos muy efusivos y cariñosos. En el archivo de la comunidad se conserva un ejemplar de “Marcelino Pan y Vino” dedicado y firmado por él, y alguna carta de otra ocasión.

¿Querría decir algo más para finalizar?

Me gustaría dirigirme a los jóvenes que puedan leer esto, diciéndoles que no tengan miedo de entregarse al Señor. Si quieren ser felices, síganle, es muy buen pagador: Él da, no el ciento, sino el mil por uno. Una entrega a Jesús para siempre, en el sacerdocio o en la vida religiosa, es el colmo de la dicha. La Regla del Carmelo nos exhorta a “vivir en obsequio de Jesucristo”. Ser un regalo para Él, y para los hermanos, siempre es la mejor bienaventuranza y recompensa de vida eterna. A las jóvenes que estén llamadas a la vida contemplativa, quisiera decirles que en nuestro Carmelo, junto al Cristo de “Marcelino, pan y vino", hay 3 o 4 plazas disponibles…

Por Javier Navascués

Nota del autor: Les recomiendo ver la película, tanto a los que no la hayan visto nunca como a los que quieran volver a verla. Merece la pena, es muy edificante.

miércoles, 28 de mayo de 2025

La impresionante vida del cardenal Van Thuan

(Omnes) Francois Xavier Nguyen Van Thuan nació el 17 de abril de 1928 en una pequeña ciudad de Vietnam. Era el mayor de 8 hermanos. Los Van Thuan eran católicos desde varias generaciones y vivían en un ambiente de fe inconmovible, por eso no resultó extraño que el joven Nguyen decidiese ingresar en el seminario.

Fue ordenado sacerdote en 1953 y, viendo que tenía cualidades intelectuales, sus superiores le enviaron a Roma para ampliar conocimientos. Finalizados sus estudios volvió a Vietnam, donde fue profesor del seminario y posteriormente rector y vicario general de su diócesis. Su trabajo pastoral fue muy eficaz. En 1967 fue nombrado obispo de Nha Trang.

Un año después, las tropas comunistas ocuparon muchas ciudades de Vietnam del Norte. El 24 de abril de 1975, pocos días antes de que el régimen se hiciera con el poder de todo el país, Pablo VI lo nombró arzobispo coadjutor de Saigón. Tres semanas después fue arrestado y encarcelado. Comenzaba así un larguísimo periodo de cautiverio que duró trece años, sin juicio ni sentencia, nueve de los cuales los pasó incomunicado.

Van Thuan ante la adversidad

Quedó entonces aislado y sin contacto con su pueblo, pero buscó el modo de ponerse en comunicación con ellos. Una mañana le dijo a Quang, un niño de siete años: “Dile a tu madre que me compre blocs viejos de calendarios». Por la noche el niño le trajo los cuadernos, y así «escribí a mi pueblo mi mensaje desde la cautividad”. El obispo devolvía los escritos al niño que se los entregaba a sus hermanos. Éstos se encargaban de copiar y distribuir a los católicos que debían actuar clandestinamente.

De estos breves mensajes nació un libro, «El camino de la esperanza». Lo escribió con rapidez -en mes y medio- pues tenía miedo de no poder terminarlo si lo trasladaban a otro lugar. Del mismo modo fueron saliendo posteriormente nuevos libros.

Misas en la cautividad

Van Thuan, sabía que la fuerza que precisaba para mantener su alma y su estado de ánimo sólo le podía venir del encuentro con el Señor. “Cuando me arrestaron, tuve que marcharme enseguida, con las manos vacías. Al día siguiente me permitieron escribir a los míos, para pedir lo más necesario: ropa, pasta de dientes… Les puse: ´Por favor, enviadme un poco de vino como medicina contra el dolor de estómago`. Los fieles comprendieron enseguida. Me enviaron una botellita de vino de misa, con la etiqueta: ´medicina contra el dolor de estómago`, y hostias escondidas en una antorcha contra la humedad. La policía me preguntó:

–¿Le duele el estómago?

–Sí.

–Aquí tiene una medicina para usted.

Nunca podré expresar mi gran alegría: diariamente, con tres gotas de vino y una gota de agua en la palma de la mano, celebré la misa (…). La Eucaristía se convirtió para mí y para los demás cristianos en una presencia escondida y alentadora en medio de todas las dificultades”.
Apostolado con los guardias
Luego le vinieron momentos todavía más dramáticos. Fue trasladado a otro lugar en un penoso viaje en barco con otros 1.500 prisioneros famélicos y desesperados. Allí fue nuevamente encarcelado, pero ahora además en una celda de aislamiento. Comenzaba una nueva y larga etapa todavía más penosa que la de los años anteriores. Su insólita actitud de respeto ante los guardias encargados de controlarlo permitió una relación que podríamos calificar como sorprendente.

En un principio, el trato con ellos era inexistente; no le hablaban, respondían sólo “sí” o “no”; era imposible ser amable con ellos. Empezó entonces por sonreírles, intercambiar palabras amables y contarles historias de sus viajes, de cómo viven en otros países: Estados Unidos, Canadá, Japón, Filipinas, Singapur, Francia,…; y les habló de economía, libertad, tecnología, etc., incluso les enseñó lenguas como el francés y el inglés: “¡mis guardianes se convierten en mis alumnos!” Mejoró así las relaciones con ellos y el ambiente de la prisión, y aprovechó entonces para hablarles también de temas religiosos.

Un viaje a Lourdes

El amor a la Virgen lo había recibido de su familia. En su casa rezaban el rosario a diario y vivían muchas devociones marianas. En sus años de seminario vivió también, con profunda unción, muchas prácticas dirigidas a la Madre de Dios. Durante su estancia en Italia viajó a varios países europeos; en agosto de 1957 estuvo en Lourdes y allí sintió­ una fuerte presencia de la Virgen. Arrodillado ante la cueva, donde una vez hizo lo mismo Bernardette, escuchó en su corazón las palabras que María habí­a dirigido a aquella joven: “No te prometo alegría y consuelo en la tierra, sino más bien adversidades y sufrimiento”.

Comprendió que estas palabras también estaban dirigidas a él. Era una premonición de lo que le vendría después. Durante su largo cautiverio la Virgen María tuvo un papel esencial en su vida y recordando su estancia en la prisión escribió: “¡Hay días en que, al límite del cansancio, de la enfermedad, no puedo ni recitar una oración!” entonces rezaba el Ave María y la repetía muchas veces. La Virgen fue para él su continua compañera durante aquella penosa cautividad.

Van Thuan liberado

La libertad le llegó de improviso el 21 de noviembre de 1988, y supuso un enorme gozo para los cristianos vietnamitas, pero no pudo permanecer mucho tiempo en su tierra. Muy pronto fue exiliado a Occidente. En el Vaticano se valoró enseguida su presencia y fue llamado para participar en diferentes misiones. Fue en estos años, fue curándose de las penalidades sufridas durante tanto tiempo, pero continuó hasta el final de sus días llevando una vida sobria.

En el 2000 llegó un momento conmovedor en su vida: fue llamado a predicar los ejercicios espirituales de Cuaresma a Juan Pablo II y a la curia romana. Cuando el Papa le recibió para felicitarle y mantener con él una entrañable conversación, el cardenal Van Thuan respondió: “hace 24 años estaba celebrando misa con tres gotas de vino y una de agua en la palma de mi mano. Nunca hubiera pensado que el Santo Padre me recibiría de esta manera… Qué grande es nuestro Señor, y que grande es su amor”. En el año 2001 el Papa le nombró cardenal de la Iglesia católica. El 16 de septiembre del 2002, tras padecer un cáncer durante años, dio el paso definitivo a la vida eterna.

Cinco años después de su fallecimiento el Papa Benedicto XVI dispuso que se iniciase en Roma el proceso de su beatificación. Sin llegar a sufrir físicamente el martirio, se le puede considerar un verdadero mártir del catolicismo vietnamita y a la vez, un modelo de fidelidad a la Iglesia en situaciones difíciles y comprometidas.

Obras:







«Pidamos al Corazón de Cristo la gracia de tener cada vez más sus mismos sentimientos»

Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. II. La vida de Jesús. Las parábolas 7. El samaritano. «Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió» (Lc 10).

Queridos hermanos y hermanas:

Continuamos meditando sobre algunas parábolas del Evangelio que nos ofrecen la oportunidad de cambiar de perspectiva y abrirnos a la esperanza. La falta de esperanza, a veces, se debe a que nos quedamos atrapados en una cierta forma rígida y cerrada de ver las cosas, y las parábolas nos ayudan a mirarlas desde otro punto de vista.

Hoy me gustaría hablarles de una persona experta, preparada, un doctor en la Ley, que sin embargo necesita cambiar de perspectiva, porque está concentrado en sí mismo y no se da cuenta de los demás (cf. Lc 10,25-37). De hecho, le pregunta a Jesús cómo se «hereda» la vida eterna, utilizando una expresión que la considera como un derecho inequívoco. Pero detrás de esta pregunta, quizás se esconde precisamente una necesidad de atención: la única palabra sobre la que pide explicaciones a Jesús es el término «prójimo», que literalmente significa «el que está cerca».

Por eso, Jesús cuenta una parábola que es un camino para transformar esa pregunta, para pasar del «¿quién me quiere?» al «¿quién ha querido?». La primera es una pregunta inmadura, la segunda es la pregunta del adulto que ha comprendido el sentido de su vida. La primera pregunta es la que pronunciamos cuando nos situamos en un rincón y esperamos, la segunda es la que nos impulsa a ponernos en camino.

La parábola que cuenta Jesús tiene, de hecho, como escenario un camino, y es un camino difícil y áspero, como la vida. Es el camino que recorre un hombre que baja de Jerusalén, la ciudad en la montaña, a Jericó, la ciudad bajo el nivel del mar. Es una imagen que ya presagia lo que podría ocurrir: efectivamente, sucede que ese hombre es asaltado, golpeado, despojado y abandonado medio muerto. Es la experiencia que se vive cuando las situaciones, las personas, a veces incluso aquellos en quienes hemos confiado, nos quitan todo y nos dejan tirados.

Pero la vida está hecha de encuentros, y en estos encuentros nos revelamos tal y como somos. Nos encontramos frente al otro, frente a su fragilidad y su debilidad, y podemos decidir qué hacer: cuidar de él o hacer como si nada. Un sacerdote y un levita bajan por ese mismo camino. Son personas que prestan servicio en el Templo de Jerusalén, que viven en el espacio sagrado. Sin embargo, la práctica del culto no lleva automáticamente a ser compasivos. De hecho, antes que una cuestión religiosa, ¡la compasión es una cuestión de humanidad! Antes de ser creyentes, estamos llamados a ser humanos.

Podemos imaginar que, después de haber permanecido mucho tiempo en Jerusalén, aquel sacerdote y aquel levita tienen prisa por volver a casa. Es precisamente la prisa, tan presente en nuestra vida, la que muchas veces nos impide sentir compasión. Quien piensa que su viaje debe tener la prioridad, no está dispuesto a detenerse por otro.

Pero he aquí que llega alguien que sí es capaz de detenerse: es un samaritano, es decir, alguien que pertenece a un pueblo despreciado (cf. 2 Re 17). En su caso, el texto no precisa la dirección, sino que solo dice que estaba de viaje. La religiosidad aquí no tiene nada que ver. Este samaritano se detiene simplemente porque es un hombre ante otro hombre que necesita ayuda.

La compasión se expresa a través de gestos concretos. El evangelista Lucas se detiene en las acciones del samaritano, al que llamamos «bueno», pero que en el texto es simplemente una persona: el samaritano se acerca, porque si quieres ayudar a alguien, no puedes pensar en mantenerte a distancia, tienes que implicarte, ensuciarte, quizás contaminarte; le venda las heridas después de limpiarlas con aceite y vino; lo carga en su montura, es decir, se hace cargo de él, porque solo se ayuda de verdad si se está dispuesto a sentir el peso del dolor del otro; lo lleva a una posada donde gasta su dinero, «dos denarios», más o menos dos días de trabajo; y se compromete a volver y, si es necesario, a pagar más, porque el otro no es un paquete que hay que entregar, sino alguien que hay que cuidar.

Queridos hermanos y hermanas, ¿cuándo seremos capaces nosotros también de interrumpir nuestro viaje y tener compasión? Cuando hayamos comprendido que ese hombre herido en el camino nos representa a cada uno de nosotros. Y entonces, el recuerdo de todas las veces que Jesús se detuvo para cuidar de nosotros nos hará más capaces de compasión.

Recemos, pues, para que podamos crecer en humanidad, de modo que nuestras relaciones sean más verdaderas y más ricas en compasión. Pidamos al Corazón de Cristo la gracia de tener cada vez más sus mismos sentimientos.

martes, 27 de mayo de 2025

Francisco Javier Gay Alcain, administrador diocesano de Astorga

El Colegio de Consultores de la diócesis de Astorga ha elegido, el domingo 25 de mayo, como administrador diocesano al hasta ahora vicario general, Francisco Javier Gay Alcain. La sede estaba vacante tras el traslado de Mons. Jesús Fernández González a la diócesis de Córdoba, sede de la que tomó posesión el 24 de mayo.

El administrador diocesano tiene la potestad ordinaria y propia sobre la diócesis desde el momento de su elección, con las excepciones previstas del derecho, hasta que el Papa nombre un nuevo obispo y tome posesión.

Vicario general de Astorga desde 2022

Nació el 9 de Enero de 1.964 en Ponferrada (León) y fue ordenado sacerdote el 26 de Marzo de 1.988 en Astorga (León). Es licenciado en Estudios Eclesiásticos (Facultad de Teología de Burgos) 1988
 y licenciado en Filosofía (Universidad Pontificia de Comillas) 1991.

DESTINOS:
Encargado de las parroquias de San Pedro de Dehesas y Santa Martina de La Martina (1988)
Colaborador en la Parroquia de San Fernando de Madrid (1988-1991)
Formador del Seminario Menor de Astorga  (1991-1998)
Profesor de Filosofía Seminario Mayor y Menor de Astorga  (1991-2013)
Secretario de Estudios del Seminario Mayor y Menor de Astorga (1994-2006)
Vicerrector y Formador del Seminario Mayor de Astorga (León) (1998-2003)
Profesor de Filosofía en el Instituto Superior de Ciencias Religiosas de León (2000-2010)
Párroco de San Esteban de Luyego, El Salvador de Quintanilla de Somoza y La Natividad de Villa de Golfer y Rector del Santuario de Nuestra Señora de los Remedios de Luyego (2003-2006)
Párroco de San Lorenzo de Val de San Lorenzo (2006)
Director de la Librería Diocesana de Astorga (León) (2003-2015)
Rector del Seminario Mayor de Astorga (León) (2006-2013)
Delegado de Pastoral Vocacional, diócesis de Astorga (2006-2013)
Director del Centro de Estudios Eclesiásticos de Astorga (2006-2013)
Párroco de Santa Marina de Manzanal del Puerto, La Visitación de Quintanilla de Combarros, San Claudio de Ucedo, San Benito de Rodrigatos de la Obispalía y San Martín de Veldedo (2009-2010)
Consiliario Diocesano de Cursillos de Cristiandad (2014-2018)
Delegado Episcopal de Ecumenismo y Relaciones Interconfesionales (2017-2019)
Administrador de la S.A.I. Catedral de Astorga (2014-2019)
Canciller-Secretario General del Obispado (2013-2022)

CARGOS ÚLTIMOS:
Profesor de Filosofía en el Instituto Superior de Ciencias Religiosas de Ponferrada (desde 2007)
Profesor de Filosofía en Centro Superior de Estudios Teológicos San Froilán de León (desde 2015)
Canónigo de la S.A.I. Catedral de Astorga (desde 2013)
Miembro nato del Consejo Pastoral (desde 2025)
Miembro nato del Consejo de Presbíteros (desde 2025)
Miembro del Consejo Episcopal (desde 2013 como Canciller y desde 2022 como Vicario General)
Miembro de la Junta Directiva de la Confederación Nacional de Cabildos Catedrales y Colegiales de España (desde 2014 y renovado en 2018 y en 2022)
Miembro del Colegio de Consultores (desde 2016)
Miembro de la Comisión Técnica de Obras (desde 2017)
Director de la Casa Sacerdotal (desde 2018)
Deán de la Santa Apostólica Iglesia Catedral de Santa María de Astorga (desde 2019)
Párroco de San Andrés de Astorga (desde 2022)
Consiliario de la Cofradía del Bendito Cristo de los Afligidos (desde 2022)

PRIMERAS COMUNIONES 2025

 

Grupo 1º Domingo IV de Pascua (11 de Mayo)



Grupo 2º Domingo V de Pascua (18 de Mayo)



Grupo 3º Domingo VI de Pascua (25 de Mayo)

lunes, 26 de mayo de 2025

Parece que se retrasa el panadero. Por Jorge González Guadalix

(De profesión cura) Son historias de nuestros pueblos, porque ustedes, mis amables lectores, salvo rarísimas excepciones, son gente de ciudad o, al menos, de pueblo grande. Ustedes se organizan y no tienen problema para hacer la compra, tomarse un café y llevar el pan a casa. Afortunados que son. En mis pueblos no tenemos esas cosas. Un bar en Braojos y poquito más.

Aquí la vida comercial funciona a golpe repetido de claxon y según una programación que todo el mundo conoce. Los jueves, lo que llaman los congelados, que viene a ser la tienda de ultramarinos de toda la vida. Los viernes, el frutero. Y el panadero a diario, que con el pan no se juega, y con horario, digamos, semi fijo.

Por La Serna del Monte pasa entre 10:30 y 10:45 h. Los domingos, que tenemos misa a las 11, cuando abro la iglesia, generalmente entre 10:15 y 10:30 h., ya están sentadas en un banco, en la plaza, esperando, la señora Juana y algunas vecinas más. Mientras un servidor prepara la misa, ellas esperan. Parece que todo está medido:

- Buenos días, aquí esperando al panadero. En cuanto venga, que estará al caer, llevamos el pan a casa y nos venimos para misa.

- Muy bien. Ahora nos vemos.

Y nos dieron las diez, y las diez y media, menos cuarto, las once… y el panadero sin venir.

- ¿Y ahora qué hacemos? Porque no vamos a quedarnos sin misa. Ni sin pan.

El resultado fue establecer un servicio de guardia consistente en las bolsas juntas, el dinero a mano, celebrar con las puertas del templo abiertas y una de las señoras al tanto para que, en cuanto llegara, pudiera salir a por el pan de todas, y es que el panadero tampoco puede esperar porque tiene que hacer el recorrido.

No me vengan los puristas ahora con la historia de que la misa es lo primero y que si hay que quedarse sin pan pues es un sacrificio, y que a ver hasta qué punto cumple con el precepto quien abandona la celebración a la mitad para salir corriendo a por dos barras y una pistola. Nosotros somos diferentes. Quizá menos perfectos, posiblemente más básicos, pero tratamos de apañarnos para la misa y para que no falte el pan. Se hace lo que se puede.

Comenzamos la celebración dominical. El panadero que nada de nada. Los ojos y los oídos en lo que estábamos, aunque pendientes del claxon. Tranquilidad. Para mis adentros me decía que a ver si había suerte y por lo menos se respetaba la consagración. Hubo suerte. Y en el momento de pronunciar la oración de post comunión un claxon mil veces repetido anunciaba por fin que teníamos pan reciente para el domingo.

Somos automáticos. El perro de Pavlov en serrano. Pitido repetido igual a salir corriendo. Incluída la señora Juana. Y servidor con un pequeño resto culminando el santo sacrificio con la bendición final.

Me esperaron, claro. Y daba gusto ver las sonrisas, las bolsas de pan y sentir ese olorcillo que alimenta. Cosas de estos pueblos. Ni mejores ni peores. Simplemente, nuestras.

Homilía del Santo Padre León XIV en su Toma de Posesión de la Cátedra Romana de Obispo de Roma en San Juan de Letrán

Dirijo un atento saludo a los señores cardenales que están aquí presentes, en particular al cardenal vicario, también a los obispos auxiliares y a todos los obispos, a los queridos sacerdotes —párrocos, vicarios parroquiales y a todos aquellos que de distintas maneras colaboran en el cuidado pastoral de nuestras comunidades—; asimismo a los diáconos, a los religiosos, a las religiosas, a las autoridades y a todos ustedes, amados fieles.

La Iglesia de Roma es heredera de una gran historia, consolidada en el testimonio de Pedro, de Pablo y de innumerables mártires, y tiene una misión única, perfectamente indicada por lo que está escrito en la fachada de esta catedral: ser Mater ómnium Ecclesiarum, Madre de todas las Iglesias.

Frecuentemente el Papa Francisco nos invitaba a reflexionar sobre la dimensión materna de la Iglesia (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 46-49. 139-141: Catequesis, 13 enero 2016) y sobre las características que le son propias: la ternura, la disponibilidad al sacrificio y esa capacidad de escucha que permite no sólo socorrer, sino a menudo prever las necesidades y las expectativas, antes incluso de que se formulen. Son rasgos que deseamos que vayan creciendo en el Pueblo de Dios en todas partes, también aquí, en nuestra gran familia diocesana: en los fieles, en los pastores y, antes que nadie, en mí mismo. Las lecturas que hemos escuchado nos pueden ayudar a reflexionar sobre estos atributos.

En los Hechos de los Apóstoles (cf. 15,1-2.22-29), en particular, se narra cómo la comunidad de los orígenes afrontó el desafío de la apertura al mundo pagano para el anuncio del Evangelio. No fue un proceso fácil, requirió mucha paciencia y escucha recíproca; esto se verificó en primer lugar dentro de la comunidad de Antioquía, donde los hermanos, dialogando —incluso discutiendo— llegaron a solucionar juntos la cuestión que los ocupaba. Después, Pablo y Bernabé subieron a Jerusalén. No decidieron por su cuenta, sino que buscaron la comunión con la Iglesia madre y fueron a ella con humildad.

Allí encontraron a Pedro y a los Apóstoles, que les escucharon. Se entabló un diálogo que finalmente llevó a la decisión adecuada: reconociendo y teniendo en cuenta el esfuerzo de los neófitos, convenía no imponerles pesos excesivos, sino limitarse a pedir lo esencial (cf. Hch 15,28-29). De ese modo, lo que podía parecer un problema, se convirtió en una ocasión en la que todos pudieron reflexionar y crecer.

El texto bíblico, sin embargo, nos dice algo más, superando la ya rica e interesante dinámica humana del evento.

Nos lo revelan las palabras que los hermanos de Jerusalén dirigen, en una carta, a los de Antioquía, comunicándoles la decisión que han tomado. Ellos escriben: «El Espíritu Santo, y nosotros mismos, hemos decidido» (cf. Hch 15,28). Precisando que, en todo el proceso, la escucha más importante que hizo posible todo lo demás fue la de la voz de Dios. De ese modo, nos recuerdan que la comunión se construye ante todo “de rodillas”, en la oración y en un continuo compromiso de conversión. Sólo en esa tensión, en efecto, cada uno puede sentir dentro de sí la voz del Espíritu que grita: “Abba, Padre” (cf. Gal 4,6) y consecuentemente escuchar y comprender a los demás como hermanos.

También el Evangelio nos reitera este mensaje (cf. Jn 14,23-29), diciéndonos que, en las decisiones de la vida no estamos solos. El Espíritu nos sostiene y nos indica el camino a seguir, “enseñándonos” y “recordándonos” todo lo que Jesús dijo (cf. Jn 14,26).

En primer lugar, el Espíritu nos enseña las palabras del Señor grabándolas profundamente en nosotros, según la imagen bíblica de la ley que ya no está escrita en tablas de piedra, sino en nuestros corazones (cf. Jr 31,33); don que nos ayuda a crecer hasta transformarnos en “una carta de Cristo” (2 Co 3,3) los unos para los otros. Y es efectivamente así: nosotros somos tanto más capaces de anunciar el Evangelio cuanto más nos dejamos conquistar y transformar por Él, permitiendo a la potencia del Espíritu purificarnos en lo más íntimo, haciendo que nuestras palabras sean simples y sin doblez, nuestros deseos honestos y limpios, nuestras acciones generosas.

Y aquí entra en juego el otro verbo, “recordar”, es decir volver a dirigir la atención del corazón a lo que hemos vivido y aprendido, para penetrar más profundamente en el significado y saborear su belleza.

Pienso, a este respecto, en el comprometido camino que la diócesis de Roma está recorriendo en estos años, estructurado sobre varios niveles de escucha: hacia el mundo que le rodea —para acoger los desafíos—, y al interno de la comunidad —para comprender las necesidades y promover sabias y proféticas iniciativas de evangelización y de caridad—. Es un camino difícil, aún en curso, que intenta abrazar una realidad muy rica, pero también muy compleja. Es, sin embargo, un camino digno de la historia de esta Iglesia, que muchas veces ha demostrado que sabe pensar “a lo grande”, entregándose sin reservas en proyectos valientes, y arriesgándose incluso frente a escenarios nuevos y complejos.

De esto es signo el gran trabajo con el que toda la diócesis, precisamente en estos días, se ha prodigado para el Jubileo, en la acogida y en el cuidado de los peregrinos y en tantas otras iniciativas. Gracias a muchos esfuerzos, la ciudad le parece a quien viene —a veces desde muy lejos— como una gran casa abierta y acogedora, y sobre todo como un hogar de fe.

Por mi parte, expreso el deseo y el compromiso de entrar en este vasto proyecto poniéndome, en la medida de lo posible, a la escucha de todos, para aprender, comprender y decidir juntos: “cristiano con ustedes y Obispo para ustedes”, como decía san Agustín (cf. Sermón 340,1). Les pido que me ayuden a realizarlo mediante un esfuerzo común de oración y de caridad, recordando las palabras de san León Magno: «que en todas las cosas que hacemos rectamente, Cristo es quien realiza la obra de nuestro ministerio. No nos gloriamos en nosotros, que nada podemos sin Él, sino en Aquel que es nuestro poder» (Serm. 5, de natali ipsius, 4).

A estas palabras quisiera agregar, para concluir, las del beato Juan Pablo I, que el 23 de septiembre de 1978, con el rostro radiante y sereno que ya le había valido el apelativo de “el Papa de la sonrisa”, saludaba así a su nueva familia diocesana: «San Pío X, al entrar como Patriarca en Venecia, exclamó en San Marcos: “¿Qué sería de mí, venecianos, si no os amase?” Algo parecido digo yo a los romanos: puedo aseguraros que os amo, que solamente deseo serviros y poner a disposición de todos mis pobres fuerzas, todo lo poco que tengo y que soy» (Homilía en la toma de posesión de la cátedra de Roma, 23 septiembre 1978).

También yo quisiera expresarles todo mi afecto, con el deseo de compartir con ustedes, en el camino común, alegrías y dolores, fatigas y esperanzas. Del mismo modo, les ofrezco “todo lo poco que tengo y que soy”, y eso, lo confío a la intercesión de los santos Pedro y Pablo y a la de tantos otros hermanos y hermanas cuya santidad ha iluminado la historia de esta Iglesia y las calles de esta ciudad. La Virgen María nos acompañe e interceda por nosotros.

domingo, 25 de mayo de 2025

''Y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él''. Por Joaquín Manuel Serrano Vila


Nos reunimos como comunidad peregrina en este domingo VI ya del tiempo de Pascua, donde al igual que en el pasado domingo hay dos evidencias muy presentes: la cercanía de la Ascensión y de Pentecostés, la marcha del Resucitado al cielo y la venida del Espíritu Santo. No son recordatorios baladíes, son constataciones que nos llevan a prepararnos interiormente para esos días grandes que celebraremos en la próxima semana y la siguiente. En esta línea se presentan las lecturas, la primera del libro de los Hechos de los Apóstoles, nos habla precisamente de cómo actuaba el Espíritu Santo tras volver Jesús al Padre y después de la efusión del Espíritu. La Iglesia se pone en marcha en su misión de evangelizar, pero se encuentran problemas, dudas e interrogantes. Y así tiene lugar el primer concilio de la historia: el de Jerusalén, en que los apóstoles abordaron esa incógnita de la circuncisión que en realidad era algo más que una duda sobre un rito, sino la novedad que se les presentaba con la conversión de los paganos ya que hasta entonces todos los bautizados venían del judaísmo. Es una escena bellísima de cómo la Iglesia se reúne en comunión presididos por Pedro, discerniendo a la luz del Espíritu Santo. También hoy en la Iglesia seguimos experimentando esta realidad, la más reciente en el cónclave pasado donde todos auguraban muchos días para poner de acuerdo a tantísimos cardenales desconocidos entre ellos la mayoría, con la dificultad de que un alto porcentaje de los mismos ni siquiera hablan italiano, inglés ni español y, sin embargo, en apenas 24 horas estaba elegido el Papa esperado y deseado por todos. 

El tiempo de Pascua es un tiempo de gracia muy especial en que somos llamados los creyentes a acercarnos con el corazón dispuesto a los sacramentos, ya que por medio de estos nos asociamos al triunfo de Jesucristo resucitado. En estos días se celebran en muchos lugares la "unción de enfermos", y es que en este sexto domingo del tiempo pascual tiene lugar la llamada Pascua del enfermo. Son los que sufren tanto en el cuerpo como en el alma los que más necesitan consuelo y fortaleza, los que más saben de vivir la fe, la Pascua y la esperanza. Son los que postrados con sus cruces no les preocupa la muerte, sino la vida eterna. La unción de enfermos no es el principio del fin, es bálsamo para dar fortaleza y el sacramento de vida. La Iglesia siempre ha tenido una sensibilidad muy especial hacia todo sufriente, por eso quiere acompañarlos siempre al tiempo que ellos oran y enriquecen a la Iglesia con el ofrecimiento de sus dolores. Todos estamos llamados a vivir a la luz del resucitado, a la luz de la Pascua, la luz de la nueva Jerusalén de la que nos ha hablado esa visión de San Juan en la segunda lectura del Apocalipsis. Una luz que no viene de otro, sino del mismo Cristo: ''Y la ciudad no necesita del sol ni de la luna que la alumbre, pues la gloria del Señor la ilumina, y su lámpara es el Cordero''. Una luz que se nos ofrece para llevarla a los demás y se cumpla así la súplica del salmista ''que todos los pueblos te alaben''. 

El evangelio de este domingo continuación del llamado "discurso de despedida de la última cena", que como todos los textos joánicos tiene un contenido totalmente teológico. Si la semana pasada nos deteníamos en los versículos previos donde nos hablaba de la ley nueva del amor, hoy la temática continúa en la misma línea: ''El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él''. No se puede amar a Jesús y despreciar su Palabra, no se puede amar al Padre y no reconocer a Jesús... Se nos está diciendo que el Padre y el Hijo son el mismo junto con el Espíritu Santo que será quien asista al pueblo de Dios, una vez que Jesucristo regrese a la diestra del Creador. Y afirma Jesús nos dice algo duro: ''El que no me ama no guarda mis palabras''. ¿Quiénes son los que no le aman? Pues los que viven según las normas del mundo y no según el evangelio, dado que la enseñanza de Jesús va por otros derroteros: amar siempre, incluso a los enemigos; tender la mano incluso a los que no nos quieren bien, bendecir a los que nos maldicen y calumnian... Y puntualiza el Señor que este es el sentir de Dios, que esto es lo que espera de nosotros: ''Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió''. El evangelio de hoy un espejo al que asomarnos y donde auto examinarnos de cómo amamos a Dios, de cómo guardamos su Palabra y qué morada ofrecemos a Dios en nuestro corazón. 

Y he aquí que Jesús avisa sobre su marcha: ''Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado'', para más adelante pedir: ''Que no se turbe vuestro corazón ni se acobarde''... Cuántas veces nos da la impresión de que el Señor se esconde en nuestra vida; no es que se haya ido, sino que quiere que le busquemos con más atención. Ahí tenemos esas palabras enigmáticas:  “Me voy y vuelvo a vuestro lado”, que es como decir ¡me voy, pero quedándome para siempre! Esto lógicamente entristece y disgusta a los suyos que pensarían que con su marcha se acababa todo, por eso Jesús les dice: ''Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo, os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis''. ¿Qué les está diciendo? Pues que nada se acabará con la Ascensión, sino al contrario, empieza su peregrinar sin Jesús físicamente pero más presente que nunca, pues desde el cielo junto el Padre podrá ayudarles más que estando con ellos. Y para terminar de tranquilizarles les promete la venida del Espíritu Santo: ''pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho''. Aunque el Espíritu Santo no puede venir a nosotros si no estamos en condiciones de recibirlo, pues sólo podrá hacer morada en nosotros si de verdad guardamos sus palabras. Nos vemos, por tanto, ante el misterio de la Santísima Trinidad que se nos revela, y cuya solemnidad celebraremos también dentro de poco. Podríamos preguntarnos: ¿en qué nos afecta saber que Dios es Uno y Trino? ¿para que nos ha revelado estas cosas el Señor? Pues para que sean un referente para nosotros, pues si Dios mismo es una comunidad de amor: ¿cómo no vamos a colaborar con nuestra actitud a construir una parroquia, una diócesis, una Iglesia donde el amor no sea el signo de nuestra identidad?... En la cultura oriental es propio saludar y despedirse con deseos de paz, como así hace Jesús resucitado: ''La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo''. ¿Qué diferencia hay entre la paz del mundo y la que nos da Jesús? Pues que para nosotros la paz es ausencia de violencia, de luchas y guerras, pero la paz de Jesús va más allá; no es una paz únicamente física, sino espiritual, una paz en plenitud que es la que pedimos para nuestro mundo dividido. No deseemos tan sólo que Rusia y Ucrania, Israel y Palestina, y tantos lugares enfrentados dejen las armas, sino que además de esto lleguen a amarse unos a otros. Empecemos nosotros llevando la luz de la pascua, la paz del resucitado y el evangelio del amor a aquellos a los que no amamos y el Señor nos reclama empezar a querer. 

Evangelio Domingo VI de Pascua

Lectura del santo Evangelio según San Juan 14, 23-29

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.

El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió.

Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.

La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: “Me voy y vuelvo a vuestro lado”. Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo, Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis».

Palabra del Señor

sábado, 24 de mayo de 2025

Hogar de acogida en nuestras intemperies. Por Monseñor Fray Jesús Sanz Montes O.F.M.

La historia de la humanidad es el relato de un largo éxodo, una inacabada peregrinación hacia una tierra nueva en donde la bondad y la belleza que perdimos en aquel primer edén, puedan ser otra vez acogidos para siempre sin traición ni sobresalto. Según el viejo y ancestral relato de la creación en el libro del Génesis, el hombre y la mujer fueron expulsados, o mejor, autoexpulsados de un jardín en el que la armonía, la paz y la concordia presidían todas las miradas, latían en todos los pálpitos, y fundamentaban las relaciones con el mismo Dios Creador, con quien paseaban a la hora de la brisa cada atardecer. Pero también entre Adán y Eva existía esa relación amable y amorosa de saberse iguales en su diferencia, complementarios en sus anhelos y necesidades. E, incluso, la misma vida se hacía cómplice de esta serena convivencia entre todos los seres cuya presidencia el Señor había querido asignar precisamente al hombre y a la mujer. El punto de quiebra, verdadera inflexión en esa historia, lo introduce lo que llamamos “pecado original”, por ser el primero y el originante de todos los demás que han venido después como torpe comentario de la trasgresión de la inocencia del principio.

Dios ya no será el amigo con el que compartir paseo vespertino y participación en su obra poniendo nombre a cada cosa, como Él confió a Adán. Será más bien el rival y enemigo de quien hay que huir y esconderse, tapándose las vergüenzas con una hoja de parra. El otro, se llame Adán o se llame Eva, tampoco será ya la “ayuda adecuada” que nos corresponde complementando lo que cada uno no puede o no sabe o le viene a faltar. Más bien el otro será el objetivo de un señalamiento para poder imputar a los demás acusándolos como culpables de los males que nos puedan acechar. Y la vida misma se tornará hostil, de modo que habrá que trabajarla con el sudor de la frente, o habrá que parirla con los dolores del parto. Así, en síntesis, se describe esa deriva que nos dejó a la humanidad al pairo de los sobresaltos, contradicciones, miedos y violencias diversas en una convivencia tocada y hundida de modo fatal.

Sin embargo, esta historia ha tenido otro punto de inflexión que no se ha seguido de la insidia de quien engaña con sus mañas consabidas como diablo de marras. El Creador quiso recrear su obra y restañar las heridas de sus hijos proponiéndoles con calma y sin prisa un camino de vuelta a la inocencia original. Así nos fue hablando por sus enviados como padres y profetas que nos alertaban en cualquier circunstancia, nos animaban con anuncios bondadosos o nos reprendían con sus denuncias sanadoras. Pero a un cierto punto, ese acompañamiento a través de tantos desiertos y avatares varios, se hizo especialmente intenso, definitivo y cierto, mandándonos a su propio Hijo el bienamado, que sin dejar su condición divina se hizo hombre como nosotros naciendo virginalmente de una doncella nazarena llamada María.

Cuanto Jesús nos dijo con sus palabras y nos mostró con sus gestos, quedó en las manos de su comunidad, en la memoria viva que es la Iglesia. Dos mil años de camino atravesando todos los espacios de un sinfín de geografías, y abrazando todos los escenarios de cada historia en nuestros sucesos escrita. La Iglesia es el hogar del encuentro con el Dios samaritano que venda y cura mis heridas, es el ventanal al que asomarse cuando hay horizontes que nos secuestran la libertad detrás de sus mentiras, es la casa encendida en la que siempre luce una luz que no se apaga en nuestras oscuridades y arden las brasas para compartir la mesa de la esperanza. No hay afueras humanas que no hallen en la Iglesia la puerta de entrada, ni tampoco desviación o fuga que no encuentren en ese hogar el punto de regreso para volver a la casa nutricia donde nos esperan cada día. Un auténtico refugio que nos ofrece la acogida en nuestras intemperies y la esperanza que no defrauda como un alba pascual que amanece para mi dicha.

Es bueno recordar estas idas y venidas, estos aledaños y periferias, para redescubrir el hogar que representa la comunidad cristiana en el día de la Iglesia diocesana.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo