domingo, 17 de noviembre de 2024

''En cuanto al día y la hora, nadie lo conoce''. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

Ya en los albores del año litúrgico que concluimos D.m. la próxima semana con la Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, nos congregamos de nuevo para celebrar el día del Señor en este Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario. Hoy la palabra de Dios viene a nosotros dura, tajante y en tono apocalíptico, como es propio al final del año cristiano reflexionar sobre el término de esta vida y también del mundo. Nos viene muy bien coincidiendo con este de mes de noviembre: tiempo de oración por los difuntos y las ánimas del purgatorio; que consideremos dónde está nuestra meta y cómo va nuestro camino:  ¿Soy un seguidor de Jesús de apariencia, o me esfuerzo cada día por mejorar acudiendo a la confesión y tratando de ser coherente entre lo que creo y lo que hago?... A propósito, no podemos olvidar que la Iglesia celebra en este día la "Jornada mundial de los Pobres" bajo el lema ''la oración del pobre sube hasta Dios''. Estamos seguros de ello, que Señor está especialmente presente estos días en tantas personas de nuestro país que lo han perdido todo -muchos la propia vida- a causa de la DANA. Que no se apague nuestra solidaridad ni les olvidemos en nuestra oración; no podemos decirnos seguidores de Jesús de Nazaret y ser indiferentes ante el que pide y necesita auxilio al borde nuestro camino.

No hay ya cabida para las medias tintas en los aspirantes al Reino de Dios, de nada sirve aquí poner una vela a Dios y otra al diablo, o escudarnos en que como Dios es amor todo vale. El Señor es rico en misericordia, sí; pero eso no significa que el "temor de Dios" (reconocimiento y presencia) esté ya superado, sino que sigue siendo un don preciado que hemos de implorar con insistencia al Espíritu Santo. Ojalá jamás perdamos este Santo temor gracias al cual podemos colocarnos en la fila para recibir la Sagrada Comunión sabedores que aunque indignos, nos hemos reconciliado recientemente con Dios. Es ese "temor" que nos hace vivir teniendo presente que cada palabra, obra, pensamiento u omisión en nuestra vida, y que por secreto que creamos que sea no escapa a los ojos y oídos del Señor. 

Muchas personas no creen en Dios e incluso obran en su contra continuamente con ofensas, blasfemias o profanaciones; libremente han elegido ese camino y optado por la senda de su condenación. Pero es muy triste, igualmente, que personas que se dicen creyentes y practicantes acudan tantas veces con el corazón endurecido a la eucaristía, y en lugar de ver la mano de Dios en cada gesto, en cada detalle en cada palabra, tan sólo encuentran en la misma un pretexto para luego durante la semana criticar, juzgar y protestar por todo... Me decía un sacerdote amigo que tenía un grupo de mujeres en un pueblo que atendía, que algunas iban a misa únicamente para encontrar motivos para después criticarle durante toda la semana. En lugar de estar rezando con el corazón ensanchado, ellas estaban pendientes de todo para luego dar rienda suelta a su afilada espada: ''que si cantó eso, que si predicó aquello, que si no pidió por tal, o pidió por fulano que no venía a cuento..." Yo le dije: no te preocupes hermano, eso es que lo estás haciendo bien, y como el demonio se pone nervioso te manda sus espías versión "Sálvame Deluxe'', y cuando comulgan orgullosas, tragan su condenación.

Hay personas que se condenan por rechazar a Dios formalmente, y otras personas que se creen muy católicas, apostólicas y romanas, y tienen ya sin saberlo mayor sentencia que la del ateo más laicista y beligerante contra el Creador. Cuando no se va a la eucaristía con un alma limpia y un corazón puro, ya se está firmando la aceptación de la condena. Cuando llega un sacerdote nuevo a una parroquia y en lugar de acogerle, ayudarle y hablar con él de las dudas o situaciones, algunos se dedica a ponerle zancadillas, levantar calumnias y organizar conspiraciones por la espalda, ya queda probado no sólo la catadura moral de los protagonistas, sino el público rechazo de Cristo en la persona del Pastor que no va a su destino a quitarle la silla a nadie, sino en nombre de Dios y obediencia a su Iglesia para hacer presente a Cristo en su misma persona con sus manos y sus labios. Quien rechaza a un enviado, rechaza al que lo envió... 

Nuestra vida se acabará, como también acabará este mundo, así nos lo ha recordado el evangelio de este día: ''el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y gloria; enviará a los ángeles y reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo''. San Marcos nos relata en este pasaje del capítulo 13 este discurso de Jesús en el que no revela ni qué día ni a qué hora se acabará nuestro mundo, más también nos regala la parábola de la higuera a modo de respuesta: ''Aprended de esta parábola de la higuera: cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis vosotros que esto sucede, sabed que él está cerca, a la puerta''. Es una invitación a la vigilancia, a la preparación y a estar alerta, así como saber discernir los signos de los tiempos. Coloquialmente decimos que nuestra vida aquí termina cuando ya estamos maduros, cuando nuestra siembra empieza a dar brotes, aunque cada cual tiene diferente tiempo de maduración: los hay que en unas horas ya dan brotes verdes, mientras que otros necesitan noventa años. Es algo que nos supera y desconocemos, y en gran modo agradecemos que sólo Él conozca nuestra fecha de caducidad. El evangelista es claro en esto: ''En cuanto al día y la hora, nadie lo conoce, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, solo el Padre''. Pero ni nuestra muerte ni la del fin del mundo es importante; lo fundamental es tenerlo presente para nuestra preparación y crecimiento interior de día en día. Al final todo lo que conocemos desaparecerá: ''En verdad os digo que no pasará esta generación sin que todo suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán''... 

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