La sangre de los Mártires no puede caer en el olvido, y en Asturias tenemos el legado precioso de numerosos sacerdotes, religiosos y laicos que dieron su vida por amor, perdonando a sus verdugos, regando y bendiciendo nuestro suelo con su sangre con la ofrenda de sus vidas. La persecución religiosa vivida en España a principios del siglo XX tiene dos momentos destacados en nuestra tierra asturiana como fueron la lamentable revolución de octubre de 1934 y, mayormente, los dos primeros años de la guerra civil española. No fue la mayor persecución religiosa de la historia ni del momento, pues ahí están las cifras de los martirizados en Rusia por el comunismo a partir del año 1918, o las ya lejanas de los primeros siglos de nuestra fe en territorio del Imperio Romano, pero nadie duda que el genocidio católico de comienzos del siglo pasado ya es reconocido -y así pasará a la historia- como una de las persecuciones más intensas de la historia de la Iglesia.
En estos días en que Asturias contempla con vergüenza cómo ciertos sectores se enorgullecen de recordar como efeméride digna de ser "memoria" la revolución de octubre, da que pensar a qué extremos puede llevar el sectarismo, hasta el punto que la Universidad de Oviedo haga actos conmemorativos en recuerdo de aquel trágico octubre de 1934 como si de una gesta épica se tratase con no sé qué beneficio reportó a esta Institución, cuando en realidad fue la etapa más triste de la historia de la Universidad de Oviedo que tuvo que ver su biblioteca y archivo pasto de las llamas y su edificio histórico totalmente arrasado. Poco importa que buena parte de la historia de Asturias se perdiera en aquellos días en templos, obras de arte, libros y documentos con siglos de historia y que esa revolución nos robó a todos los asturianos. Pero lo más grave fueron las vidas inocentes de clérigos, religiosos, fieles, miembros de cuerpos de seguridad y ciudadanos sencillos y humildes asesinados vilmente por fanáticos de cerebro troglodita al considerarlos un estorbo para el triunfo de aquel pretendido movimiento revolucionario.
A finales del pasado mes de septiembre se colocó e inauguró a bombo y platillo una placa ante la fachada de la iglesia parroquial de San José de Gijón, que recuerda a los trescientos jubilados que en 1971 se encerraron en dicho templo reclamando mejoras sociales y que fueron desalojados tras nueve días de protesta: ¿Era necesaria esa placa? Oiga, pues tal vez sí, pero llama la atención que el mayor mérito destacado fue que la malvada policía: ''los grises'', sacaran a los pensionistas de la iglesia de San José y, sin embargo, los colectivos que celebran este reconocimiento son los mismos que quitaron el nombre de Plaza de los Mártires cambiándola por Plaza del Humedal; quizás se les olvida a los amigos de la "Memoria Histórica" que la iglesia de San José no se quemó por una vela mal colocada, sino que fue profanada, saqueada y utilizada como cárcel donde los milicianos tuvieron detenidos y torturados a no pocos sacerdotes y fieles católicos que finalmente fueron asesinados. Las gentes de Gijón empezaron a llamar a aquel entorno de La Acerona la Plaza de los Mártires, pues en ese lugar fueron fusilados muchos de esos encarcelados por los republicanos. Me parece muy bien que recuerden a aquellos jubilados expulsados por la Policía, pero me pregunto: ¿No merecían también una placa los sacerdotes diocesanos Don Francisco Mayo Vega, Don Honorato Mocalvillo Mate, Don José Ron González, Don José Torres Rodríguez, Don Juan Rilla Álvarez, Don Potenciano Lesmes García y Don José Esteban García Rodriguez, que no sólo sufrieron prisión y tortura en la iglesia de San José, sino que de ella salieron para ser asesinados?...
La Iglesia no hace bandera ideológica de sus mártires, sino que no olvidando su entrega los propone como modelo de reconciliación; el mártir es el exponente de la generosidad total y absoluta, pues en ellos no había el interés partidista de ningún bando o color, dado que supieron desprenderse hasta tal punto de toda aspiración humana que ni siquiera se aferraron a su propia vida, sino que con total disposición prefirieron antes morir que apostatar de su fe y renunciar a Cristo (chantaje infame que les ofrecían sus verdugos a cambio de salvar su vida) quedando patente que ellos eligieron con mucho, lo mejor. La devoción a nuestros Mártires del Siglo XX en España crece con fuerza hoy en nuestra Iglesia; no hay seminario diocesano ni presbiterio donde no se les tenga entre sus devociones principales, ya no digamos las numerosas congregaciones religiosas que con sano orgullo llevaron la delantera en la noble causa de reconocer aquí, en esta Iglesia militante, lo que ya es un hecho de facto en la Iglesia Triunfante. Es una realidad, dado que allí ya Dios los ha coronado con la gloria de los bienaventurados. Pero necesitamos reconocerlos aquí para que nos sirvan de guía en la Iglesia peregrina de nuestro tiempo. También fuera de nuestras fronteras nuestros mártires son queridos y reconocidos, como ya en su día el Venerable Pío XII indicaba al encomendarse a diario a ellos.
Ya en su día desde mi situación entonces de miembro del Consejo del Presbiterio, comenté en alguna ocasión que nuestra Diócesis tenía una deuda espiritual, ética, moral y social con nuestros mártires; de forma concretísima con los 193 héroes de nuestra Iglesia Particular, de los que quisiera incidir aún más en los 130 sacerdotes diocesanos asesinados por odio a la fe y cuyos nombres, vidas y ejemplo no podemos permitir que caigan en el olvido. Es imprescindible recordar aquí la labor impagable y generosa del presbítero D. Ángel Garralda García (q.e.p.d.), cuya vida sacerdotal sigue viva en la obra social y pastoral que puso en marcha en su querida parroquia de San Nicolás de Bari de Avilés. Su promoción de nuestros mártires hizo posible que el único sacerdote asturiano que hoy tenemos en los altares, como lo es el Beato Genaro Fueyo Castañón, lo fuera gracias al empeño de Garralda de ir a contracorriente. Los sacerdotes asturianos deberíamos preguntarnos qué pasó para que tuviera que ser un navarro el que sacara del olvido a nuestros paisanos asturianos mártires. Don Ángel pidió por todos los medios y en todos los foros a lo largo de su vida que por favor no se olvidaran a los mártires, pues el profetizó: ''¡Pagaremos muy caro ese olvido!''. Muchos se rieron de él, pensaron que eran cosas de un cura trasnochado que no había entendido el Concilio. Hoy que D. Ángel Garralda ya no está entre nosotros y habiendo pasado ya años desde su partida, podemos hacer balance de los hechos y podemos asegurar con tristeza que tenía toda la razón cuando muchos no le escucharon.
La Iglesia de Asturias ha pagado muy caro el olvido de los suyos; sí, aquellos curas y aquellos obispos que creyeron que el futuro de la Iglesia asturiana estaba en las asambleas, manifiestos y concentraciones, huelgas ideológicas y barricadas, se equivocaron: ¿Qué ha quedado de todo aquello? Ni piedra sobre piedra... Para vergüenza de aquel presbiterio diocesano, y en especial para vergüenza de la historia del arciprestazgo de Gijón, ahí consta para la posteridad la solicitud de sacerdotes de dicha ciudad exigiendo al entonces arzobispo de Oviedo y presidente de la Conferencia Episcopal Española, Don Gabino Díaz Merchán, que se paralizaran todas las causas de ''mártires de la guerra'', dado qué, según ellos, eran muertos como los demás y se debía evitar reabrir viejas heridas. El pobre Don Gabino, que nadie sabe muy bien si estaba de acuerdo o si tenía miedo a aquel grupo de sacerdotes que le presionaban o utilizaban su nombre en ocasiones como escudo, llegó a presentar dicha petición a principios de los ochenta a la Congregación para las Cusas de los Santos, y en presencia de numerosos testigos el Cardenal Pietro Palazzini le respondió al Arzobispo de Oviedo y también al clero "progresista" de Gijón: ''Señor Arzobispo, los socialistas en España, ¿no exaltan a sus héroes? Y la Iglesia, ¿se va a olvidar de sus mártires?''... En cierta ocasión en una reunión del arciprestazgo de Avilés un sacerdote preguntó y pidió a Don Ángel Garralda una prueba de que le hubiera afectado en algo a la Diócesis el haber olvidado a los Mártires, tal como él decía. Don Ángel fue tajante: ''puedo dar muchos, pero sólo uno basta: fueron 193 los que entregaron su vida por su fe en Dios, y ya hemos superado sólo en el presbiterio diocesano la cifra de 200 sacerdotes que han abandonado su ministerio como claudicación gratuíta", lo que provocó que aquel cura tuviera que agachar la cabeza ante los números del buen cura de San Nicolás.
El empeño que muchos quisieron dar al ritmo de vida de la Diócesis nos ha llevado al barbecho donde ahora estamos: décadas despreocupados de la vida espiritual y sacramental, de aceptación de todo en los abusos litúrgicos y la predicación de herejías, y de tratar de convencer a los fieles que lo único importante era la justicia social, el buenismo ideológico y las causas mundanas, olvidando el mandato del Señor: ''buscad primero el Reino de Dios y su justicia''; es decir, primero prepararse para la vida y justicia del cielo qué, a fin de cuentas, es la única que tendrá valor. Lógicamente, como las cosas divinas y trascendentes no eran bien valoradas -hasta el punto de mandar al trastero el cuadro de los seminaristas mártires- el mismo edificio del Prau Picón se convirtió un tiempo, paradójicamente, en un punto de referencia para el comunismo asturiano del tardofranquismo; es decir, que los entonces responsables del Seminario Metropolitano pusieron alfombra roja -valga la expresión- a aquellos que décadas atrás incendiaron el viejo seminario, profanaron su capilla y arrestaron y martirizaron a sus alumnos, profesores y superiores. Así se vació con velocidad un edificio que llegó a albergar casi mil vocaciones. Un cura dijo en los setenta: ''nunca estuvimos mejor que ahora'', a lo que otro añadió: ''¡en cuanto a espacio, sin duda!... Jamás la asistencia a la eucaristía ha sido tan baja, y en ningún caso seminarios, noviciados, conventos y casas de ejercicios han estado tan vacíos... Si esto es la Primavera deseada de la entonces pretendida Iglesia, no cabe imaginar cómo será el invierno... Ante lo que está sucediendo en la pobre Nicaragua uno piensa: ¿no deberíamos pedir perdón los a los nicaragüenses por haber sido cómplices algunos asturianos al provocar de algún modo el nacimiento del régimen dictatorial comunista que hoy sufre ese pueblo y que persigue en aquella bendita a la Iglesia?. Aquel reducto del clero asturiano -hoy prácticamente extinguido- que proponían como ejemplo a imitar y seguir la figura del guerrillero Gaspar García Laviana, el cual muy lejos de su ministerio en lugar de promover la paz promovió y ejerció la violencia, haciendo del Sandinismo mayor barbarie que el Somozismo. Qué paradoja, -¡de aquellos polvos, estos lodos!- ahora somos nosotros los que acogemos como huídos y represaliados a sacerdotes, seminaristas y cristianos nicaragüenses.
Los Mártires, por su parte, jamás promovieron lucha alguna, enfrentamiento o discordia; son el modelo de la paz hasta el extremo de llegar a amar, perdonar y orar por los que les perseguían y les quitaban la vida. Nadie como un mártir es ejemplo de amor a la verdad hasta las últimas consecuencias. Nadie como un mártir es ejemplo de amor a los demás en tan grado superlativo, ni nadie como un mártir es ejemplo de amor a Dios hasta el derramamiento de su propia sangre. En el siglo de los derechos humanos, de la democracia y de la pretendida libertad religiosa, nuestros hermanos en la fe dieron su vida generosamente, y ni queremos ni los podemos olvidarlos. Desconozco la situación económica de la Archidiócesis de Oviedo, pero estoy seguro que no sería un gasto inútil, excesivo ni desacertado asumir los costes que pudiera suponer la apertura de una causa para la posible y futura beatificación de nuestros muchos y olvidados sacerdotes diocesanos mártires. Tenemos mucho trabajo adelantado gracias a tantos datos recopilados por D. Ángel Garralda. Cuenta la Diócesis con más de un sacerdote conocedor a fondo en el marco del Derecho Canónico de la promoción de las Causas de los Santos, así como tenemos asturianos muy entendidos en materia de teología martirial, como lo es el obispo auxiliar de Madrid, Monseñor Juan Antonio Martínez Camino, o como el religioso comboniano P. Fidel González García. Diócesis más pequeñas en España y más pobres seguramente que la nuestra han abierto sus causas recientemente, y la Diócesis de Oviedo, a mi juicio, tiene en su historia esta deuda espiritual, ética, moral y social como reconocimiento de sus mártires, aún en la lista de "pendiente"...
Te felicito Joaquín. Un artículo valiente, veraz, justo y espero que mueva ese acto de justicia que es el comienzo del proceso de Canonización de nuestros Santos mártires asturiano. Su sangre derramada por Cristo debe ser la semilla de la nueva Evangelización de Asturias. La Santina nos guarde
ResponderEliminar