domingo, 7 de abril de 2024

Domingo de la Misericordia. Por Joaquín Manuel Serrano Vila


Celebramos el segundo domingo de Pascua, también llamado de la Divina Misericordia, y es que sólo por la Misericordia del Padre tiene lugar la Resurrección de su Hijo de la muerte, solemnidad que desde la noche santa de la Pascua celebramos en este eco que se ha prolongado de forma evidente en esta Octava que hoy clausuramos y que de un modo más austero seguiremos celebrando e interiorizando en las próximas semanas de esta cincuentena, que nos han de llevar a la Pascua del Espíritu Santo. Antaño se llamaba este día el Domingo in Albis, pues los catecúmenos que habían sido bautizados la noche de Pascua dejaban ya de vestir el alba -la túnica blanca del bautismo- para empezar a vestir sus ropas de diario.

Las lecturas de este día nos hablan de este tema de la misericordia, y es que no es un tema cualquiera, sino lo que da sentido a todo el plan de salvación del Señor para nosotros. A veces decimos con frecuencia que Dios es bueno o que es misericordioso, y nos quedamos cortos pues es mucho más que eso: Él es amor y misericordia. Por esta misericordia divina el pecado y la muerte han sido vencidas por Jesucristo; como experimentamos, seguimos siendo tentados cada minuto por el pecado y en él podemos morir, pero lo afrontamos esto de un modo nuevo sabiendo que el Señor nos ofrece su mano para levantarnos por medio del Sacramento de la Reconciliación. También cuando la salud se siente frágil los creyentes miramos el final de un modo distinto, seguros de que también nuestro Redentor nos sacará de la fosa en la que nuestro cuerpo o nuestras cenizas habrán de reposar en espera de su resurrección.

Esta querida devoción que cada vez se está extendiendo más por todo el orbe católico es una revelación del mismo Cristo a una mística polaca: Santa María Faustina Kowalska, religiosa de la Congregación de Hermanas de Nuestra Señora de la Misericordia, la cual experimentó la primera revelación el 22 de febrero de 1931 en su celda según relata ella misma en su diario: cuenta como el mismo Jesucristo le pidió que se pintase una imagen suya idéntica a como se le mostraba con vestido de blanco, y de su corazón emanaban haces de luz roja y blanca. Tal imagen debía contener la inscripción «Jesús, en Ti confío». Jesús también le dijo que quería que la imagen de la Divina Misericordia fuera "solemnemente bendecida el primer domingo después de Pascua; aquel domingo será la fiesta de la misericordia". Esta devoción está formada hoy por el mensaje de la Divina Misericordia, el rezo de la Coronilla de la Divina Misericordia, el cuadro-icono de la Divina Misericordia, la fiesta de la Divina Misericordia y la Hora de la Misericordia (las 3 p. m.).

Al recordar en estos días que con la muerte y Resurrección del Señor nace la Iglesia, nos ponemos ese reto no sólo de reconocer al Señor como misericordioso, sino a vivir mirando a todos los que nos rodean, especialmente aquellas personas que más nos cuesta aceptar con ojos misericordiosos. Es un escándalo que los cristianos vivamos enfrentados cuando somos llamados a vivir en comunidad la comunión. Es triste ver que haya personas que acuden a la eucaristía sin que les sirva de nada, si acaso para su propia condena, pues a veces salen del templo igual o peor que como entraron: qué triunfo del mal cuando un fiel tras haber participado de la eucaristía y haberse acercado a comulgar las primeras palabras que pronuncia a su salida de la iglesia son para críticas o juicios, o manifestar su odio-repulsa hacia otra persona de la misma comunidad parroquial ''ese es un demonio, menudo elemento''... Ya lo advirtió San Pablo, que quien en pecado comulga el Cuerpo de Cristo está tragando su propia condenación.

En esta celebración de la Divina Misericordia somos llamados a no juzgar con nuestra mirada, a huir del odio y las apariencias, a volver al Señor que nos aguarda en el confesionario para regalarnos la gracia de su Misericordia infinita. El Señor se nos presenta Resucitado, nos deja tocarle como a Tomás; somos llamados a renacer en esta Pascua, a abandonar la vida del pecado y abrazar la senda de la santidad. Jesucristo es el que viene con agua y con sangre, así lo veneramos en los iconos de la divina misericordia como el Cristo vivo de cuyo costado y corazón brotan los sacramentos que nos dan la vida. En su agua somos purificados, en su sangre somos redimidos. El regalo del Resucitado es la Paz, así se presenta deseando ''Paz a vosotros''. Son muchos los corazones que necesitan ser tocados y convertidos para dejar de odiar y empezar a amar. Regalemos misericordia y seamos apóstoles de la Divina Misericordia, devoción tan querida de San Juan Pablo II que tuvo la dicha de morir en las primeras vísperas de su fiesta. Del evangelio de este día nos quedamos con una enseñanza preclara del Señor: ''dichosos los que crean sin haber visto'': ¿estamos nosotros entre esos o no?. Ojalá con Santo Tomás exclamemos también humildes: ''Señor mío, y Dios mío''...

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