lunes, 22 de mayo de 2023

Carta a un dibujante. Por Jorge Juan Fernández Sangrador

Estimado amigo,

He tenido noticia de que, cuando explorasteis, en Mérida, el interior de una antigua cisterna que formaba parte de una casa romana y encontrasteis en ella los trazos de un crismón, testimonio de que, en aquel lugar, hubo culto cristiano, echaste mano del rosario que llevabas contigo y te pusiste a desgranar padrenuestros, avemarías y gloriapatris.

El arqueólogo jefe no supo qué decir: «Al volverme vi al dibujante de las excavaciones que estaba rezando un rosario y se me pusieron los pelos de punta. Entonces entendí el valor que tenía para mucha gente». Ese que rezaba el rosario en aquella cavidad, en la que parece que se escondieron los cristianos durante las persecuciones, eras tú, que, con toda naturalidad, sin ocultar tus creencias religiosas, le expusiste el motivo de tu devota actuación: «Para mí es importante estar rezando en donde se rezaba hace casi dos mil años».

No creo que haya muchos como tú, confesantes de su fe cristiana, en los equipos de arqueólogos. Sé de alguien que se presentó un día en los trabajos de excavación de una iglesia y depositó allí una vela encendida. Los investigadores de campo, expectantes, seguían con la mirada lo que hacía el hombre, habitante en las inmediaciones, que se había desplazado en coche desde su casa hasta aquellas ruinas, abandonadas desde hacía sabe Dios cuánto tiempo y de las que los arqueólogos trataban de extraer toda la información posible. «Es el sitio en el que rezaban mis antepasados», les dijo el lugareño, dando así razón de su presencia y de su religioso y libre comportamiento.

La sacralidad de un espacio, en el que un día se experimentó el gozo de la oración, de la adoración a Dios y de la comunidad de fe no desaparece jamás. Una de las notas características de nuestro tiempo es la de intentar profanarlos siempre que se presente la ocasión por medio de la blasfemia, la burla, la indiferencia, el uso indebido, la resignificación o la reutilización con fines sórdidos. Lo único que consigue el sujeto que acomete estos intentos es denigrarse a sí mismo, pues Dios es siempre mayor y está por encima de esas ocurrencias excretadas por los bajos instintos.

Tengo casualmente un libro sobre el teólogo suizo Hans Urs von Balthasar (1905-1988) encima de la mesa. Refiere cómo fue su Camino de Damasco en 1927, siendo estudiante de Germánicas, durante un retiro espiritual en Whylen: «Aún hoy, después de treinta años, podría encontrar en un sendero perdido de la Selva Negra alemana, no lejos de Basilea, el árbol bajo el cual fui alcanzado de improviso como por un rayo… pero no fueron ni la teología ni el sacerdocio lo que entonces vislumbré ante mí. Era únicamente: ‘Tú eres llamado, tú no servirás, alguien se servirá de ti; no debes hacer proyectos, pues no eres más que una pequeña tesela de un mosaico preparado desde hace tiempo’». En 1929 ingresó en la Compañía de Jesús.

Junto a un árbol, en la cima de una montaña, en una oquedad abierta en la roca, en un cruce de caminos, a la vera de una fuente o de un río, en una iglesia, ante un cuadro o una imagen, en el desierto o en un hospital… vete a saber en dónde estará aguardándonos Dios, que siempre nos sorprende. Incluso en el interior de una cisterna excavada para recoger el agua de lluvia, como fue en tu caso.

He de decirte, no obstante, que el arqueólogo jefe se sintió tocado al ver ese gesto tuyo, espontáneo, de tirar inmediatamente de rosario y de ponerte a rezar sin importarte lo que pensasen tus colegas de trinchera, entre los que pudiera haber alguno con corazón impermeable ante cualquier cosa que provenga de la fe religiosa. «A mí, como arqueólogo, me interesa la historia, el patrimonio, pero ese lugar toca la parte trascendental de las personas», le confesó a un periodista.

Cuando tengamos ocasión de vernos, y espero que sea pronto, te hablaré de situaciones muy parecidas a la que has protagonizado tú, pues han constituido el inicio de una nueva vida para quienes supieron vislumbrar en ellas una Presencia, real, amorosa y con una irresistible potencia transformadora.

Nada más por ahora. Cuídate. Tuyo afectísimo en Xro (Cristo) (por lo del crismón).

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