jueves, 7 de octubre de 2021

Biografía olvidada de un sacerdote. Por Juan Luis Álvarez del Busto

Crónica vital de Sergio Fernández-Ahúja y Agudín, religioso pixueto ligado a los marineros locales que fue asesinado durante la Guerra Civil

Pronto se cumplirán 83 años del final de la Guerra Civil española, que tuvo, como es lógico, trágicas consecuencias para la nación. No voy a entrar en las causas que desencadenaron aquel enfrentamiento fratricida, porque, aunque tengo las ideas muy claras al respecto, no es mi misión. Para eso están los estudiosos en la materia.

No obstante, considero necesario recordar que durante la contienda sólo en Asturias unas 650 iglesias fueron destruidas total o parcialmente, junto con las imágenes que en ellas se veneraban; una gran parte, de incalculable valor artístico. Lo que es más grave, 193 sacerdotes, religiosos y seminaristas fueron, tras sufrir martirio, brutalmente asesinados. Uno de ellos fue el pixueto don Sergio Fernández-Ahúja, de cuya ejemplar vida, martirio y asesinato me ocupo, sin acritud, a continuación.

Osmundo Román Sergio Fernández-Ahúja y Argudín nació en Cudillero a las cinco de la tarde del 27 de febrero de 1870 y fue bautizado al día siguiente en la iglesia de Cudillero por don Andrés del Campo. Hijo de Cipriano-Romero Fernández-Ahúja y de Felisa Argudín, fue el tercero de nueve hermanos, dos de los cuales fueron religiosas carmelitas. Don Sergio sintió desde muy niño una clara vocación sacerdotal. Cursó estudios en los seminarios de Covadonga y de Oviedo y celebró su primera misa a los 22 años.

Cuenta de don Sergio su sobrina, y a la vez mi abuela, Elvira Bravo Fernández-Ahúja, que acaso porque su padre Cipriano era armador, dueño de dos embarcaciones, se desarrolló en el joven presbítero la inclinación marinera, el amor entrañable a la marinería. Por otra parte, don Cipriano era dueño de la finca denominada «El Centenal», en las proximidades de El Pito, que suministraba a la casa y al pueblo frutos, productos de la huerta, leche... Y las puertas de la casa siempre estaban abiertas, a cualquier hora, fuese de día o de noche, para que las mujeres pudiesen abastecerse de las provisiones necesarias que los pescadores llevaban en sus baldas cuando se hacían a la mar.

Todo ello servía para poner más en comunicación al entusiasta pixueto con los marineros. En 2006, al fallecer don Santos González Prida, fue nombrado ecónomo don Sergio, activándose aún más sus trabajos en la parroquia y en otras labores sociales, como el Círculo Católico de la Marina, la Casa de Ventas, la lonja de pescados o la Junta de Instrucción Popular de Cudillero, a fin de fomentar la enseñanza. También fue profesor de Religión y Latín.

La distracción favorita de don Sergio era salir en lancha a la mar, hacer «saleas» con algún marinero y con amigos, para lucirse un poco, ejerciendo de patrón y llevando el barco por zonas de cierto peligro, como pasar el «carreiro» (paso estrecho entre dos peñas).

Andando el tiempo, se empezó a recibir en La Rula propaganda atea, y en 1911, al poco de terminar las obras de restauración del interior de la iglesia, fue nombrado otro párroco para Cudillero, lo que a él lo llenó de dolor. Tenían además los marineros el derecho de patronato, o sea, de nombrar ellos al párroco que quisiesen, puesto que la «Catedralina» había sido construida a sus expensas. Por tanto, hubo malestar y jaleo en la villa. Aunque le aconsejaron que no cediera, no quiso resistir una oposición que le ponía en pugna con el obispo.

Fue después ecónomo en Villapedre, Pillarno y Puerto de Vega, para regresar posteriormente a Cudillero sin cargo alguno.

Cuando estalló la Guerra Civil, don Sergio, muy frágil de salud, se encontraba en Madrid, en casa de una hermana. Muy preocupado, a pesar de que intentaron convencerlo de que no lo hiciera, decidió irse para Cudillero, donde fue detenido y preso. Contaba 66 años. Estaba enfermo, en cama y casi ciego (padecía de diabetes), cuando fueron a buscarlo para prenderlo. Para llevar a cabo esta operación y evitar la presencia de los vecinos, las autoridades prohibieron el acceso al casco urbano desde las seis hasta las ocho de la noche. No obstante, la escena fue contemplada por algunas mujeres que residían en las proximidades. No pudiendo reprimir su pena, se acercaron a verlo, siendo testigos de sus últimas palabras en su Cudillero del alma: «Sé adónde me lleváis y os perdono a todos».

De su casa lo llevaron a un hospitalillo establecido en Las Dueñas, a unos tres kilómetros de la villa, donde permaneció incomunicado, salvo excepciones, como el caso del peluquero de Cudillero, Serafín Berciano, que acudía habitualmente a afeitarlo. Y a él le dijo que presentía que le quedaban pocos días de vida, como así fue.

Al tener conocimiento de esto, el 12 de agosto de 1936, su sobrina Elvira Bravo, acompañada por Josefa Álvarez, consiguió un salvoconducto para poder desplazarse ambas a Avilés, con la intención de que un vecino de la villa del Adelantado, Polo, mandamás rojo en la zona, que le estaba agradecido a don Sergio, influyera para que no lo asesinasen. Salieron por la tarde, caminando, pero al enterarse en Cudillero de la intención de su sobrina, no esperaron, anticipándose a que su gestión pudiese fructificar, y esa misma noche lo mataron. No se sabe a ciencia cierta dónde lo martirizaron, pero el rumor más extendido fue que lo llevaron al puente de Muros de Nalón, lo ataron a un caballo por los testículos y lo empujaron al río. Antes de precipitarse, parece que tuvo fuerzas para agarrarse al borde del puente, pero le cortaron al menos una de las manos, precipitándose entonces al río, consumando así el asesinato. Se cuenta que uno de los presentes, hermano de un reconocido rojo de la villa, tuvo la «hombría» de recoger la mano, mostrándola y presumiendo de ello durante cierto tiempo, como si de un trofeo se tratase.

Existen otras dos versiones, respecto a su muerte, recogidas por don Ángel Garralda en el libro «La persecución del clero en Asturias, 1934 y 1936-1937» (tomo I), que transcribimos:

1. «Vivía en su propia casa con su hermano, médico en Cudillero. Yo vi cómo lo sacaban de su casa en una camilla. Lo llevaron con otros a un chalet de El Pito y de allí los sacaron para el martirio. Se dice con bastante verosimilitud que lo metieron en un saco y lo arrastraron tirándolo al río Nalón» (informó César Marqués, canónigo de Covadonga y director de la Casa Sacerdotal de Oviedo).

2. «Estaba casi ciego. Según referencias, le estrangularon los testículos, lo mataron y por el puente de Muros lo arrojaron al río» (informó Manuel Méndez Díaz, párroco de Pravia).

Por otra parte, aún hay testigos que escucharon contar a una pixueta, Josefa , la «Curusina», que al día siguiente del suceso, sobre las seis de la madrugada, estando en su casa, vio a un hombre (cuyo nombre no viene a cuento) muy comprometido con la causa roja, bajar muy nervioso y con el pelo alborotado. «Paez que vian de faer un crimin», comentó. Volvió a acostarse, pero como no podía conciliar el sueño, a eso de las ocho fue a la plaza de la iglesia a comprar, como era habitual, la leche y observó que las mujeres estaban reunidas en «paulinus» (corros), gesticulando exageradamente e incluso llorando. Se interesó y enseguida supo lo que se comentaba: por la noche habían sacado a don Sergio del hospitalillo y lo habían asesinado». El caso es que su cuerpo jamás apareció.

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