domingo, 28 de marzo de 2021

Vivamos la Semana Santa. Por Rodrigo Huerta Migoya

Celebrar la Semana Santa no es cualquier fiesta ni fecha, sino la principal. Nos adentramos en el corazón del año litúrgico, en el eje de la vida eclesial, en el cimiento sobre el que se asienta nuestra fe. Con el alma purificada queremos acompañar al Señor en el convencimiento de saber detrás de quién vamos, al igual que aquel grupo de personas que con el corazón encendido salieron a su paso entre aclamaciones y vítores de júbilo.

Hemos superado ya la Cuaresma, y hemos de aprovechar con mayor intensidad el espíritu mortificado y penitencial de esos días para adentrarnos en el Triduo Pascual con el interior y el exterior debidamente preparados para entrar a formar parte del cenáculo. Este año no ha sido un domingo de ramos tan triste como el anterior, aunque tampoco con una completa alegría al no haber retomado aún la normalidad previa a la crisis sanitaria. Si la pasada Semana Santa fue "doméstica", ésta será para vivir sólo lo central.

Será una Semana Santa desnuda, despojada de todo aquello que es secundario, limitándonos únicamente a lo esencial; días de paz para hacer nuestra la actitud de María olvidándonos de las inquietudes qué, como le pasaba a Marta, nos hacían más mirar a las cosas del Señor que al Señor de las cosas. Extendamos nuestros mantos al paso del Señor que viene a nosotros una vez más -como cada día- y sepamos descubrirle de nuevo fijándonos sólo en Él. Arrodillémonos como María en su presencia al vernos indignos de tenerlo por Maestro, Huésped y Amigo. Derramemos a sus pies lo mejor de nosotros mismos sin reservarlo sólo para nuestro bien e intereses y compartamos la alegría de su encuentro.

En Navidad quizás cuidamos de forma notable las relaciones familiares por el dicho de las abuelas de que "en navidad no se puede discutir ni reñir". Con mayor motivo hemos de hacer un esfuerzo especial en estas jornadas por sembrar paz, perdón y esperanza entre los nuestros. Abundan por desgracia en demasía los recelos, enfados y disputas en nuestras comunidades parroquiales, religiosas, familia de sangre, hermandades y cofradías por visiones, gustos, sensibilidades y pareceres diferentes olvidando a veces que todos somos una familia plural. Detrás de todo ello siempre anda el maligno, muy satisfecho de distraer nuestra atención y devoción del Señor: no caigamos en su trampa y esforcémonos en favorecer todo lo que sume y no reste; construyamos puentes y tendamos manos a los más lejanos y también a los cercanos, los cuales no dejan de ser hermanos en la fe. Que no puedan decir los de fuera que estamos divididos, sino que desconcertados comenten: ''mirad como se aman''.

Al ver como se presentan estos días siento que estamos ante una gran oportunidad de redescubrir el tesoro que llevamos en las manos. Es como cuando a una imagen bella de Nuestra Señora le empezamos a quitar la aureola, la corona, el rostrillo, el delantal, el manto, las joyas, la peana, los adornos etc. Y bajo todo ello descubrimos la preciosidad de una talla románica que deja a uno aún más deslumbrado que antes. Dejémonos pues emocionar por la esencia de los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, que también quiere morir y resucitar en nosotros.

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