sábado, 4 de julio de 2020

Homilía en la despedida de las Dominicas de la Anunciata de la Casa Sacerdotal de Oviedo

Querido D. Gabino, arzobispo emérito; D. José Antonio G. Montoto, director de la Casa Sacerdotal; hermanos Sacerdotes; queridas Dominicas de la Anunciata, hoy aquí invitadas como Priora Provincial, Vicaria Provincial y Secretaria Provincial, Hermanas Isabel, Rosario y Floren; queridas Hnas. Ascensión, Conchita y Angelita. Hermanos y hermanas en el Señor. Paz y Bien. 

La mística suiza-alemana Adrienne von Speyr habla del camino cristiano como de un viaje en el tren de la vida. Partimos de la estación en la que nos subimos a través de quienes nos suben a ese vagón. Mientras dura la andadura se van bajando algunos al igual que otros subirán compartiendo con nosotros el éxodo de la existencia. Esta mujer, que fue médico psiquiatra, laica y de profunda espiritualidad junto a su maestro el gran teólogo Hans Urs von Balthasar, dirá que hasta que nos llegue a nosotros la estación de bajada, iremos contemplando con nuestros compañeros de marcha, los distintos paisajes que desde la ventana se contemplan: paisajes nevados cuando arrecia el invierno, floridos cuando explota vivaracha la primavera, paisajes tranquilos durante la placidez del estío, o mágicos al llegar el otoño y su romanticismo. Toda una vida, con sus cuatro estaciones que irán dibujando no sólo el paisaje exterior, sino que irán cincelando el paisaje interior de nuestro corazón y su libertad. Nuestra casa sacerdotal es también una aventura viajera, en la que subieron y subimos tantas personas, bajaron y marcharon no pocos. El viaje continúa su recorrido con los distintos vaivenes que toda la experiencia humana entraña. 

A instancias de las gestiones del que fuera arzobispo de Oviedo, Mons. D. Vicente Enrique y Tarancón se decidió que la casa sacerdotal debería estar en Oviedo. Pero la inauguración la presidirá su sucesor, nuestro querido Mons. D. Gabino Díaz Merchán. Estamos en el lejano 1973 cuando se abre este lugar para acogida de los sacerdotes. Una dificultad con la que se toparon aquellos comienzos era la de encontrar una comunidad de religiosas que pudieran asistir con su carisma la preciosa ayuda de acompañar a los sacerdotes ancianos o enfermos que pudieran vivir en la nueva casa.

D. Gabino acudirá a las Dominicas de la Anunciata. Se adujo que era la Congregación en la Diócesis que contaba con más vocaciones propias de nuestra tierra asturiana, y que ello explicaba su implantación aquí a través de distintas obras apostólicas que las hacía conocedoras de esta hermosa región y de la religiosidad popular, además de conocer y tratar a tantos sacerdotes, por los que eran queridas y a los que ellas querían también. Al menos provisionalmente se aceptó esta ayuda primordial hasta nuevo aviso o mientras no se encontrase una solución más adecuada.

El paso del tiempo ha demostrado con creces lo acertado y adecuado de aquella ayuda tímida que poco a poco se fue consolidando desde que un 24 de abril de 1973 llegaron las dos primeras dominicas: Hna. Margarita Llamazares y Josefa Rodríguez. Fueron las primeras moradoras de la casa. Sólo cinco días después entrarán los dos primeros sacerdotes. Decisiva fue la gestión y el talante que marcó la Hna. Margarita. El 29 de abril se incorporarán otras dos hermanas: Teresa Sanz y Lourdes González.

Fue una pequeña familia al inicio: en la navidad de aquel año había 4 religiosas, treinta sacerdotes, diez empleadas, un operario y varios enfermeros. Y tan claro iba siendo el camino que se estaba escribiendo, con tanta satisfacción por todas las partes, que el 24 de junio de 1976 se formaliza la ayuda de las Dominicas de la Anunciata y la Diócesis de Oviedo, firmando el primer convenio de colaboración estable: coordinar a los trabajadores en sus oficios, celebraciones litúrgicas, sacristías, citas médicas acompañadas, control de dietas y medicaciones varias. Finalmente, hasta el propio Arzobispo trasladó aquí su residencia desde el Palacio Arzobispal de la Corrada del Obispo, y así hemos seguido los que nos hemos incorporado después: D. Carlos Osoro en 2002 y un servidor en 2010.

Todo un viaje compartido, con distintos paisajes desde la ventana de la vida, con un sinfín de nombres de hermanas y sacerdotes que por aquí han ido pasando dejando constancia de tantas cosas. Los sacerdotes han visto siempre en las hermanas ese inmerecido regalo que supone la maternidad fraterna de unas religiosas consagradas por entero al Señor, que ponen su acento femenino tan precioso y tierno, junto a la diligencia de su trabajo bien hecho en la buena marcha de esta casa. No han sido un adorno superfluo, sino parte intrínseca de un proyecto, donde su delicadeza propia de Dominicas de la Anunciata, han hecho gala del bello carisma de la palabra predicada más con la vida que con los labios. Santo Domingo de Guzmán y San Francisco Coll pueden estar bien orgullosos en el cielo en el que nos aguardan junto al Señor, de estas sus hijas predilectas que han querido compartir con nosotros todos estos años.

Muy a nuestro pesar, y muy a pesar también de ellas, hay una circunstancia que impone un desenlace temido que en esta mañana se expresa en la despedida de esta presencia entre nosotros después de 47 años de historia compartida desde el primer momento. El último Capítulo Provincial de las Dominicas de la Anunciata decidió su reestructuración interna de casas y una distribución de religiosas, ante la creciente problemática de carencia de vocaciones. Y en esa decisión se concluyó que debían dejar la Casa Sacerdotal de Oviedo. 

Por mi parte, como Arzobispo y como religioso franciscano, toda mi comprensión y el máximo respeto ante esta dolorosa -pienso que para todos- decisión. Pero nuestra condición cristiana, eclesial y también consagrada, nos ayuda a poner el corazón en el Señor, pues es a Él y sólo a Él a quien hemos entregado nuestra vida. Sea cual sea el paisaje de la ventana de esa vida que tiene los años de nuestra edad, sean quienes sean los que en este tramo del viaje comparten nuestro camino, propiamente nuestra vida no le pertenece ni a la ventana ni a quienes están inmediatamente sentados junto a nuestra butaca. Nuestra vida es del Señor, no de la ventana que nos muestra paisajes ni de la butaca en la que se sientan los transitorios acompañantes, y sólo a Él retorna nuestra entrega y nuestra disponibilidad total.

La primera lectura que hemos escuchado, nos habla de una oración de entre las más bellas de la Biblia, cuando David se conmovió ante las ofrendas de su pueblo para construir a Dios un templo y morada: “¿quién soy yo y quién es mi pueblo para poder ofrecerte estos donativos? Todo viene de ti y te damos lo que hemos recibido de tus manos. Ante ti somos forasteros y huéspedes, como nuestros padres... Bien sé, Dios mío, que sondeas el corazón y te agrada la rectitud. Te he ofrecido todo esto con un corazón recto y veo con alegría a tu pueblo aquí reunido ofreciéndote voluntariamente sus dones”.

De la mano del buen Dios tomamos lo que le ofrecemos. Es un acto de devolución: no le damos al Señor lo que a Él le falta, pues las Dominicas son suyas, sino lo que de sus manos providentes tomamos para vivir nuestra misión y ofrecerlo cuando, donde y como debemos hacer la ofrenda. Si nos apropiásemos de lo que ha sido un regalo, estaríamos robando a su dador, como decía San Francisco de Asís llamando ladrón a quien se adueña de lo que Dios hace y dice en los hermanos.

Nuestra vida está en esas manos, que como hemos escuchado en el salmo responsorial, nos asemeja a un pequeño que se duerme en el regazo de su madre, dejando ahí nuestras ansias, nuestras sonrisas y nuestras lágrimas. Sólo así la vida, aunque a veces nos duela, no nos destruirá jamás hasta hacernos daño. Vivir las cosas desde Dios, es lo que nos permite ser libres de veras, sin temer ningún revés y sin buscar ningún aplauso.

Hemos sido llamados a la amistad de Dios, como nos ha recordado Jesús en el Evangelio. Es el amigo que está antes de que nosotros subamos al tren de la vida, el que siempre nos acompaña, y el que representa la meta de nuestra aventura existencial. En su amistad nuestra vida crece, se mueve, y nos permite llegar al destino de nuestra andadura, esa para la que nacimos cuando Él nos llamó a la vida.

Queridas hermanas Dominicas de la Anunciata, sólo cabe dar gracias por estos años con nosotros. Ponemos sobre el altar los nombres de tantas de vosotras que por aquí fuisteis pasando, y los de los sacerdotes a los que acompañasteis con verdadera entrega fraterna y maternal. Nada de lo vivido se perderá, cuando con tanto amor se ha escrito cada día en el gran libro de la vida que tiene a Dios por autor.

Nuestra gratitud se hace también plegaria y rezamos por vosotras, por vuestra querida Congregación y por el momento que vivís en el nacimiento de esta nueva Provincia fruto de la fusión de varias. Aquí seguimos, y estéis donde ahora la Providencia os envíe para vivir vuestra vocación como religiosas dominicas, que sepáis que tenéis en esta Casa Sacerdotal unos hermanos y unos amigos, que lo seguiremos siendo con todo nuestro afecto lleno de gratitud. Y… nos seguiremos viendo en este viaje inconcluso, aunque ahora no compartamos el mismo vagón. 

Por cada una de vosotras, por vuestras hermanas que os precedieron, nuestro más rendido gracias al Señor. Y que las cuentas del rosario que a diario desgranamos, nos permitan vivir como verdaderos amigos del Señor, con una alegría que nadie ni nada podrá arrebatarnos, los gozos que dibujan sonrisas, los dolores que nos purifican, los instantes gloriosos y los momentos luminosos. En el rosario de cada día, estas son nuestras cuentas llenas a agradecimiento y de memoria viva. 

Hnas. Ascensión, Conchita y Angelita, en vosotras nuestra gratitud a vosotras y a todas vuestras hermanas. El Señor os guarde y os bendiga.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Capilla mayor de la Casa sacerdotal
Oviedo, 4 julio de 2020

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