viernes, 31 de agosto de 2018

¿Qué puede un cura hoy?. Por Rodrigo Huerta Migoya

Así se titula una de las obras de San Manuel González, pero mi reflexión va hoy por otros derroteros. Lo esencial no ha cambiado, pero lo social por completo. Hoy el sacerdote está llamado a ser más contemplativo aún de lo que lo era antaño, pues la moda del cura que iba a las casas, a los bares o a los acontecimientos sociales ha pasado ya a la historia. Hoy muchos párrocos viven la impotencia de tantas realidades que se les escapan, refugiándose en una no poco ni menos importante en la vida de cualquier cristiano y particularmente de un religioso: la espiritual.

El pastor conoce a sus ovejas, por ello sabe cuando un matrimonio pasa por malos momentos, que tal o cual joven está en paro, que aquella familia no llega a fin de mes o que en determinada casa hay un enfermo encamado... Hace cincuenta años hubiera sido tan sencillo como que el cura se presentase en la casa del matrimonio para tomar un café y tratar de buscar puntos de encuentro y mediación; o sería cuestión de levantar el teléfono para encontrarle trabajo al chaval, de mandar una cesta o vales a la familia en apuros, o simplemente presentarse en casa del enfermo sin cita previa. 

Por desgracia, eso se terminó. Si algún sacerdote intentase hoy algo similar correría el riesgo llevar un portazo y todo tipo de desagradables experiencias. "Se quiere meter en nuestra vida, qué se creerá". Y pobre aquél que vaya "recomendado" por un sacerdote; se juega que su currículum sea el primero en descartar...quizá muchos se habrán olvidado ya que su buen puesto de trabajo se lo deben al cura de turno.

Un buenazo sacerdote que conozco en Gijón, siempre advierte a los feligreses que no querían su visita que ''el cura no hace milagros, pero tampoco empeora el enfermo''. Si el ambiente laicista rampante sigue en aumento, no tardaremos en ver la expulsión de los sacerdotes de tantas realidades: hospitales, fuerzas armadas, tanatorios, centros de enseñanza... 

Algunos, en los últimos años, vienen presentando la figura del sacerdote como una especie de pieza a batir y a la que hay que sacar de la circulación, y otros si pudieran, "a la hoguera". Esto ha traído bueno y malo. Bueno, pues muchos de dentro y de fuera han empezado a valorar con más detalle su misión y sus vidas, ahí está la película "La última cima"...

Lo malo, como siempre, es la generalización del odio para los lejanos y el temor cauteloso para los cercanos. Los primeros -casi siempre descerebrados- no tienen problema en lanzar su acoso y derribo al primer "cuervo pederasta" que se crucen delante; y los más próximos, en ocasiones no se atreven a decir que son amigos de un cura, que tienen a uno en la familia o que quieren a su párroco tanto que lo sienten como familia y muchas veces come en su casa... Esto hace años era un honor, hoy casi un desprestigio. 

Es como los orígenes de la predicación apostólica, donde todo se presentaba árido, donde les daban la espalda o los tiraban por los barrancos (realmente la historia tiene una repetición casi cíclica). Ahora toca también "cruz" para que a buen seguro después vuelva la "cara". Para volver a ser primeros habiendo aceptado ser los últimos.

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