jueves, 17 de mayo de 2018

Tortícolis mala, tortícolis buena. Por Jorge González Guadalix

(De profesión cura) Es la forma de vivir de hoy y que a tantos alcanza. Ya decía el otro día que no sé qué estamos esperando para canonizar a Poncio Pilato, y perdón por si estoy dando ideas.

Todo es vivir en un permanente depende, cosa perfectamente aceptable en algunos casos, pero solo en algunos. El paraguas lo tomo, depende de si está prevista lluvia o no, y el coche sale del garaje depende de dónde tenga que ir. En fin, que vamos a lo que vamos.

Hace ya algunos años se hizo famosísima la frase del cardenal Tarancón, cardenal etiquetado de manera prácticamente unánime como del sector más progresista, en la que nos decía que “los obispos españoles tienen tortícolis de tanto mirar a Roma”. Todo el mundo la interpretó de la misma o semejante manera: los obispos tienen su autonomía y no pueden estar todo el día pendientes de Roma. Muy bien, parecía la hora de descentralizar la Iglesia, de dar más peso a cada diócesis y a las conferencias episcopales.

Eran los tiempos de san Juan Pablo II, papa no conservador, sino super conservador para algunos, y, evidentemente, ante esta situación, las campanas tocaban a arrebato y a “sufrir” lo menos posible las “nefastas” influencias del papa marcando cierta distancia.

Nadie ha negado la autonomía de cada diócesis ni que cada obispo sea en su diócesis el sucesor de los apóstoles. Precisamente si alguien lo ha afirmado y machacado ha sido la progresía eclesial, que siempre ha pedido incluso que las conferencias episcopales tengan autoridad doctrinal. De hecho, en la práctica, es lo que va a pasar en Alemania con la cuestión de la comunión eucarística a los protestantes: que se pongan de acuerdo los obispos.

Pues nada, todos de acuerdo. Menos centralizar, más delegar, viva la autonomía de los obispos y viva, en cuanto te descuides, o sin descuidarte, la autonomía de cada parroquia, siempre y cuando sea de las mías, que a las carcas, ni agua.

Por eso me he quedado ojiplático al leer la intervención de José Manuel Vidal(Vidal veneno mortal, que diría Aberasturi) en la celebración del centenario de la revista 21, invitando a los obispos nada menos que “a sufrir de tortícolis de tanto mirar al Papa y a su forma global de comunicar".

Lo he leído varias veces porque no me lo podía creer. Los mismos, el mismo que ha pedido tantas veces una Iglesia descentralizada, libre, capaz de delegar, que no concentre en Roma todo su poder y entender, ahora pide lo mismo que rechazaba en su día el cardenal Tarancón. ¿Por qué será? Facilito, facilito. San Juan Pablo II y Benedicto XVI eran malos y peligrosos. Francisco es bueno.

El reino del depende.

El concilio hay que reinterpretarlo creativamente. Antes es el evangelio que el derecho canónico. Vivan la libertad y la autonomía.

La relación de los obispos con el papa viene perfectamente descrita y regulada en el derecho canónico, válido igualmente para Juan Pablo II, Benedicto XVI o Francisco. Lo que pasa es que estos Vidales solo creen en ellos mismos. Por eso rechazan el derecho canónico y lo cambian por un inconsistente “espíritu evangélico” que consiste en que la tortícolis es buena o mala depende a quién se mire.

Lo curioso es que tengamos tanta gente, incluidos obispos y más, felices con esta gente. Pues nada, que se surtan de antinflamatorios para el cuello.

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