jueves, 30 de marzo de 2017

Carta semanal del Sr. Arzobispo


La Europa del Papa Francisco

La historia de los pueblos que habitamos Europa tiene una trayectoria no exenta de enfrentamientos entre naciones que podían compartir tantas cosas hermosas que quedaron manchadas y diezmadas por la insidia cicatera, la codicia robadora y la violencia prepotente. Todos sabemos los estragos humanos, sociales y materiales que produjeron las dos guerras mundiales en el siglo pasado. Hace sesenta años comenzó un escenario bien diverso, con una Europa tímidamente unida que quería construirse en base a principios políticos y económicos, y desde valores morales de trasfondo cristiano.

El pasado sábado tuvo lugar el encuentro con motivo del 60º aniversario del Tratado de Roma con el que nacía la Comunidad Económica Europea y la Comunidad Europea de la Energía Atómica. Eran los primeros pasos hacia lo que hoy llamamos Unión Europea. Allí estuvieron los Jefes de Estado y de Gobierno. Pero en un gesto digno de ser mencionado, quisieron encontrarse con el papa Francisco el viernes 24 de marzo. En la Sala Regia les dirigía un importante discurso, respondiendo a la deferencia y a la referencia que en nombre de todos los mandatarios le presentaron el primer Ministro italiano, Paolo Gentiloni, y el Presidente del Parlamento Europeo, Antonio Tajani.

Francisco ya tuvo otros encuentros en Estrasburgo y Roma con los líderes europeos. Con graves y claras palabras llenas de sensatez y ánimo para esta Europa, decía entonces que ante el reto de hoy Europa “ya no parece ser capaz de hacerle frente con la vitalidad y la energía del pasado… Una Europa un poco cansada y pesimista que se siente asediada por las novedades de otros continentes” (Estrasburgo 2014). Y remataba diciendo: Europa “ha perdido sus valores… ¿Qué te ha sucedido, Europa humanista, defensora de los derechos humanos, de la democracia y de la libertad?” (Roma 2016).

Una justa demanda que entronca con lo que Juan Pablo II pronunciara en su visita a Asturias: “esencia, altar mayor, latido de España y una de las primeras piedras de la Europa cristiana… una Europa sin fronteras que no renuncie a las raíces cristianas que la hicieron resurgir... ¡Que no renuncie nunca al auténtico humanismo del Evangelio de Cristo” (Covadonga 1989).

El papa Francisco, hijo de la noble nación Argentina en la América hispana, ha querido recordar a los responsables actuales de Europa cómo hay unas raíces que no deben ser secadas, y unos valores que no pueden ser traicionados, cuando ponemos delante el derecho que vino de Roma, la cultura recibida de Grecia y el modo nuestro de mirar las cosas que durante veinte siglos ha constituido la mirada cristiana. Sin extraña dependencia pero con clarividente referencia a nuestro bagaje cultural inequívocamente cristiano, quizás hemos de redescubrir en esas raíces el rearme moral cuando estamos desde dentro y desde fuera asediados con una enajenante intromisión que nos enajena.

Las palabras del papa Francisco son importantes: “Europa vuelve a encontrar esperanza cuando se abre al futuro. Cuando se abre a los jóvenes, ofreciéndoles perspectivas serias de educación, posibilidades reales de inserción en el mundo del trabajo. Cuando invierte en la familia, que es la primera y fundamental célula de la sociedad. Cuando respeta la conciencia y los ideales de sus ciudadanos. Cuando garantiza la posibilidad de tener hijos, con la seguridad de poderlos mantener. Cuando defiende la vida con toda su sacralidad. La Unión Europea no tiene ante ella una inevitable vejez, sino la posibilidad de una nueva juventud”. Sólo así Europa será ella misma, sin cerrarse en sí misma y sin traicionar lo que la identifica.

+Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

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