jueves, 2 de marzo de 2017

Carta semanal del Sr. Arzobispo


Lázaro. Cuando el pobre no es anónimo

De nuevo en la andanza cuaresmal. No hay botón de pausa en el calendario de la vida, y así nos vemos ya metidos en este tiempo que la Iglesia nos propone con todo el intenso propósito de poner luz en nuestras penumbras, vida en lo que se nos queda mustio y alegría en los rincones en los cuales se nos apaga la esperanza. El Papa Francisco ha escrito un hermoso y breve mensaje para este tiempo que vale la pena leer íntegramente. Comienza con la invitación propia de reestrenar el significado de estos días que nos conducirán hasta la Pascua: «la Cuaresma es un nuevo comienzo, un camino que nos lleva a un destino seguro: la Pascua de Resurrección, la victoria de Cristo sobre la muerte. Y en este tiempo recibimos siempre una fuerte llamada a la conversión: el cristiano está llamado a volver a Dios “de todo corazón”, a no contentarse con una vida mediocre, sino a crecer en la amistad con el Señor. Jesús es el amigo fiel que nunca nos abandona, porque incluso cuando pecamos espera pacientemente que volvamos a él y, con esta espera, manifiesta su voluntad de perdonar».

Puede sucedernos que tras haber celebrado tantas veces la cuaresma haya dejado ya de conmovernos, como quien mira con ojos escépticos algo que no niega ni de ello reniega, pero de lo que no espera nada que pueda cambiar de veras la vida que se lleva. El Santo Padre nos propone la lectura de una célebre parábola evangélica que tantas veces hemos leído y escuchado: la del hombre rico y el pobre Lázaro (Lc 16, 19-31). «La parábola comienza presentando a los dos personajes principales, pero el pobre es el que viene descrito con más detalle: él se encuentra en una situación desesperada y no tiene fuerza ni para levantarse, está echado a la puerta del rico y come las migajas que caen de su mesa, tiene llagas por todo el cuerpo y los perros vienen a lamérselas (cf. vv. 20-21). El cuadro es sombrío, y el hombre degradado y humillado. La escena resulta aún más dramática si consideramos que el pobre se llama Lázaro: un nombre repleto de promesas, que significa literalmente “Dios ayuda”. Este no es un personaje anónimo, tiene rasgos precisos y se presenta como alguien con una historia personal. Mientras que para el rico es como si fuera invisible, para nosotros es alguien conocido y casi familiar, tiene un rostro; y, como tal, es un don, un tesoro de valor incalculable, un ser querido, amado, recordado por Dios, aunque su condición concreta sea la de un desecho humano.

Lázaro nos enseña que el otro es un don. La justa relación con las personas consiste en reconocer con gratitud su valor. Incluso el pobre en la puerta del rico, no es una carga molesta, sino una llamada a convertirse y a cambiar de vida. La primera invitación que nos hace esta parábola es la de abrir la puerta de nuestro corazón al otro, porque cada persona es un don, sea vecino nuestro o un pobre desconocido. Cada vida que encontramos es un don y merece acogida, respeto y amor. La Palabra de Dios nos ayuda a abrir los ojos para acoger la vida y amarla, sobre todo cuando es débil».

Los gestos de la cuaresma cobran así un precioso y preciso significado: el ayuno nos permite solidarizarnos con los que tienen menos, la limosna nos hace abrirnos en un compartir caritativo y fraterno, y la oración nos invita a escuchar a Dios allí donde Él nos habla. Un camino que pone gracia en nuestras carencias sordas, egoístas e insolidarias. Es la cuaresma cristiana como itinerario de conversión hacia la Pascua con la vida abierta al Señor y al hermano que nos pone cerca.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

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