sábado, 5 de septiembre de 2015

De nuevo las Vascongadas. Por Rodrigo Huerta Migoya


Con la presentación de la renuncia al gobierno pastoral de la Diócesis de Victoria-Gasteiz de Monseñor Asurmendi, la Iglesia Vasca vuelve estar en el punto de mira ante la difícil misión que tiene la vaticana Congragación para los Obispos de prever a esta Iglesia particular un nuevo Pastor. No sólo ocurre esto en tierras vascongadas, sino que Barcelona y algún obispado más, siguen presentándose a día de hoy como asignaturas difíciles en la agenda personal del Sr. Nuncio.

El resto de España, en general, no presenta este contratiempo. Quizás, años atrás, algo quiso darse también en Galicia tras la herencia de Monseñor Arauxo, más Roma estuvo hábil y hoy la cosa, aunque no del todo bien, está más controlada. Navarra, con más ruido que nueces, o nuestra Patria querida, son otras de las diócesis “rebeldes” de nuestro mapa eclesiástico. Más del calado de Euskadi, apenas existe comparación alguna.

El Papa Benedicto regaló a los paisanos del Santo de Loyola aquello que tanto reclamaban: Obispos vascos; que hablen vasco y conozcan la idiosincrasia del lugar. Dicho y hecho, la Santa Sede nombró a dos vascos de pura cepa para las sedes de Bilbao y San Sebastián. No cayeron bien esos nombramientos a los de siempre; en todas las diócesis hay “oráculos” que en aras del respeto a la libertad de sus entelequias imponen, condicionan, reprochan y recahazan -aunque se cumplan todas las cláusulas- al no ajustarse la cuerda a la pequeñez de algunos conceptos de “Iglesia”

Pese a esto, y, sobre todo por esto, se necesitaba un cambio, pues las cifras de la amada iglesia nacionalista no invitaban a tirar cohetes, sino más bien a echarse las manos a la cabeza. Según encuesta del CIS, sólo 58,6% de la población de dicha comunidad autónoma se declara católica, lo que supone un fracaso pastoral a tantos años de comunión con el entorno Abertzale.

Desde aquella polémica pastoral de Monseñor Añoveros hasta hoy, han sido muchos los años perdidos en los que los obispos del lugar se esforzaron más en predicar en contra de la Constitución y a favor del derecho a la autodeterminación (como hiciera Monseñor Setién) que lo dedicado anunciar el mensaje de Amor del crucificado para todos. Doloroso fue el guiño de Monseñor Uriarte a “Batasuna”, que tiró por tierra para muchos el buen concepto de hombre sacerdotal que de él se tenía. Personalmente he de reconocer que se me puso la piel de gallina y hasta sentí cierto escalofrió y tristeza con algunas de sus intervenciones a favor de los presos de ETA. Sin ir más lejos, nos queda aún cercana aquella homilía de Navidad dónde exclamó: …"esas centenares de familias guipuzcoanas que en estos días echan especialmente de menos a un miembro en prisión, a las que un nudo en la garganta les ha impedido cantar en torno a la mesa navideña el Hator, hator mutil etxera” (villancico navideño vasco). Yo no pude por menos que pensar en las otras mil familias de hijos de Dios que cantaron a sus muertos “Noche de Paz”.

Por suerte y para desgracia de los nacionalistas, no toda la Iglesia que peregrina en las verdes y hermosas tierras vascas ven las cosas del mismo modo. Hay un pueblo fiel, en su mayoría, que tienen claro que el problema del pueblo vasco no lo soluciona la fuerza; que la política daña la vida eclesial, y lo que es más importante, que el reivindicar la importancia del papel que habrá de jugar un pueblo en el futuro no es motivo ni lo será nunca para poner fin a la vida de un semejante.

Clarividente fue la toma de posesión de Monseñor Munilla, dónde la grey que llenaba la catedral del Buen Pastor de San Sebastián aplaudieron durante casi diez minutos en el momento de la toma de la cátedra, mientras una gran mayoría del clero se mantenía de brazos cruzados.

Aún queda mucho camino por recorrer, y mucha cuesta que subir, más ese camino lo han facilitado los que en décadas pasados sufrieron esta realidad. Ya no estamos en los tiempos en que los sacerdotes que defendían la unidad de España recibían paquetes con calaveras cuál amenaza de muerte o balas del 9mm. parabelum, es verdad. Los tiempos han cambiado, pero algunos siguen aferrados al ayer. Un ayer para olvidar y superar, pues está lleno de dolor y sangre. ¿Seguirán negándose algunos sacerdotes a celebrar funerales y misas en memoria de víctimas de ETA, con la anuencia y casi recomendación de su obispo de entonces?...

Es tiempo de evangelización verdadera, de cambio y renovación para un pueblo y una Iglesia que la política, el rencor y el fanatismo han llevado durante años a la deriva. Como decía un simpático sacerdote: yo le pido a la Virgen que arregle el País Vasco; a San Ignacio no, que prefiero que se centre en buscar remedio a su compañía.

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