jueves, 18 de diciembre de 2014

Carta del Sr. Arzobispo


De viajes beleneros, de huidas y pateras 

En estos días previos de Navidad, recordamos aquel viaje célebre para un empadronamiento casi vulgar. Nada de especial. Cumplimiento legal de un edicto que puso a no pocos de aquí para allá al retortero de tener que inscribirse en el lugar de su respectivo nacimiento. Y así hemos tenido noticia del viaje que desde Nazaret de Galilea tuvieron que hacer hasta Belén de Judá aquel artesano bueno y discreto que acompañaba a su prometida embarazada de modo misterioso, por aquellos andurriales de Dios. Los artistas nos han pintado y esculpido esa escena, y no pocos escritores y músicos han puesto en prosa y en solfa la trama de aquel viaje bendito de un Dios en trance de nacer. El hecho es que no encontraron posada, por más que fueron de puerta en puerta pidiendo un pequeño rincón para pernoctar y donde colocar en aquella noche avanzada la Luz más grande que hizo todo y que venía con aquellas trazas a alumbrar si la dejaban encender su chispa y su lumbre que traía como Mesías esperado a la humanidad.

Hoy los viajes son otros, aunque Dios mismo siga en medio de nuestros pucheros y cocidos, como con gracejo nos recuerda en su año jubilar cinco veces centenario nuestra santa andariega Teresa de Ávila. Otros viajes, sí. Los vemos deambular de aquí para allá cuando nos asomamos a las noticias que por repetitivas dejan ya de conmovernos. Colchones enrollados que llevan sobre sus cabezas, como queriendo llevar consigo los sueños que allí durmieron y que acabaron en tremenda pesadilla. Maletas maltrechas que a duras penas contienen los pocos enseres que en un envoltijo se pueden meter. Bolsas antiguas, rasgadas, sin cremallera viva, por donde asoman telas y trapos con los que cubrir tanto miedo, tanto llanto y tanta orfandad. Así los vemos a esos cristianos que en el Líbano, en Irak tienen que ir huyendo de su tierra, de su patria, de su hogar. En nombre del terror más subvencionado a golpe de pistola y a siega de cuchillo, te echan de lo tuyo y te separan de los tuyos, como concesión benévola ante la alternativa que te quita la vida si no te quitas de en medio. El único delito conocido y esgrimido: que los fugitivos… son cristianos.

Tenemos otros viajes que no tienen en este caso la profesión de fe cristiana. Lo que les mueve a salir por pies con engaño, mafias, peligros y meta incierta, es el hambre de tantas cosas: de pan, de dignidad, de libertad, de cultura. África les queda detrás en su huida, África está al sur de sus espaldas tronchadas y mojadas. Sus pateras y cayucos no entrarán jamás por la bocana de nuestros excesos, ni tendrán nunca permiso para aparcar en nuestros puertos de lujo cuyas aguas no podrán fondear. Los vemos encaramados en las fronteras de la insolidaridad, arracimados en las alambradas esperando la oportunidad para saltar. Vienen los hambrientos, los mugrientos, los asustados, los infectados, los injustamente ajusticiados en el tribunal de la fortuna. Pero se cuelan también otros que vienen con otros intereses y pretensiones.

Son los viajes de aquí para allá, como el de hace dos mil años, que los hombres y mujeres, los niños, incluso en gestación en el vientre de sus madres, se tienen que poner en movimiento en busca de una posada. Además del nacimiento belenista que nos recuerda lo que ocurrió con José y María llevando a su pequeño Jesús a nacer, hemos de poner otros nacimientos en la vida, porque la humanidad sigue sufriendo más cerca de lo que nos parece la insolidaridad de siempre. Esto también nos prepara a la verdadera Navidad.


+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

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