Muchos artistas nos lo han descrito en su trance más bajo a la orilla del gran cauce fluvial de Cesaraugusta, la actual Zaragoza. Allí andaba el bueno de Jacobo, hermano de Juan, y ambos hijos del Zebedeo. Llegó a donde más lejos llegaron aquellos doce amigos que Jesús hizo sus discípulos. Junto a Pedro y Juan obtuvo confidencias y privilegios en esa amistad extraordinaria con el Maestro. Su misma madre se atrevió a pedir al mismo Jesús un cargo de importancia para sus dos hijos, Jacobo y Juan, en ese Reino de los cielos del que hablaba Cristo, como quien pide un par de carteras ministeriales para hacer de los dos del Zebedeo, personas importantes y consideradas.
Tenían por sobrenombre “Bonaerges”, que en arameo significa “los hijos del trueno”, apodo puesto por Jesús mismo cuando vio cómo se las gastaban aquellos dos hermanos con su frecuente impetuosidad. Resultó curioso el que aquel hijo del trueno fuese fulminado por la indiferencia de los hispanos cuando les anunciaba el Evangelio. Por eso sorprende esa escena que retratan las antiguas crónicas al ver este Jacobo, cuyo nombre conocido viene ya tras la popular veneración como santo cristiano: San Jacobo, San Yago, Santiago… el apóstol. La escena es la de un hombre abatido en su más clamoroso fracaso en aquella Hispania romana al contar que él se había encontrado con Cristo.
Problemas lingüísticos, porque posiblemente con su arameo oriental no se hizo entender con el latín ibérico. Problemas de usos y costumbres tan diferentes quizás con los que él traía de sus lares en la Galilea de entonces. Problemas de pedagogía, tal vez por no acertar a presentar como Buena Noticia con su mensaje de paz, de luz y de gracia, las bienaventuranzas que él escuchó con asombro admirado desde los labios del Maestro Jesús. ¿Cómo contar aquello de lo que él fue testigo: que las personas que entraban en contacto con Jesús les cambiaba la vida? ¿Cómo transmitir lo que vio cuando Jesús se apostaba en la plaza para ver jugar a los niños y poner ejemplo de su inocencia infantil, o cuando vio pasar a la viuda de Naim que iba a enterrar a su hijo único, o aquel suceso en Jericó cuando el más odiado del pueblo por ladrón (aquel señor bajito llamado Zaqueo) decidió devolver cuatro veces más lo que había robado con sus extorsiones e influencias? Y así, podrían pasar por el argumentario de su prédica los debates ariscos con los fariseos por parte del Maestro, como también la misericordia entrañable que tuvo con María Magdalena y tantos otros pecadores o tullidos a los que curó de sus cegueras, de sus cojeras y de sus derivas torpes en las distintas contradicciones morales. Pero no le dio resultado, y de ese modo quedaba fulminado en la tristeza de su infecundo trabajo apostólico el hijo del trueno que se pavoneaba junto a Pedro y a Juan en aquellos tres años de aquí para allá siguiendo a Jesús en Galilea y Judea. Pero la Hispania romana ya se ve que era otra cosa.
Celebramos en este día una memoria mariana: la Virgen del Pilar. Porque fue sobre un pilar de jaspe a orillas del río Ebro, donde se hizo presente aquella madre que como tal recibimos los cristianos al pie de la cruz en la persona de Juan: hijo, he ahí a tu madre, le dijo Jesús al discípulo amado, hermano de Santiago. Y ella supuso para este apóstol necesitado de apoyo y consuelo, lo que cualquier madre ofrece a un hijo desvalido: justamente un pilar donde apoyarse, un pilar de belleza y fortaleza para levantar la cabeza y seguir adelante. Esto fue María para Santiago, junto a aquellas orillas en la Cesaraugusta de entonces. Y bien lo celebran los amigos aragoneses, pero no sólo ellos, sino toda España, y no sólo el resto de los españoles, sino toda esa América hispana que el día 12 de octubre rememora la hazaña descubridora de aquel continente hermano con el quedaríamos vinculados por la lengua, por la cultura y por la fe.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Muchísimas gracias Monseñor... Y un pedido de su bendición desde la Argentina hispana
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