(Atlántico Diario) León XIV ha anunciado que el próximo 1 de noviembre de 2025, en el contexto del Jubileo del mundo educativo, conferirá el título de doctor de la Iglesia a San John Henry Newman (Londres 1801- Birmingham 1890), “el cual – en palabras del pontífice - contribuyó de manera decisiva a la renovación de la teología y a la comprensión de la doctrina cristiana en su desarrollo”. Con la incorporación del cardenal Newman al catálogo de doctores de la Iglesia, la lista de santos que gozan de este título ascenderá a 38. Citemos a algunos de estos maestros: san Agustín, san Anselmo, santo Tomás de Aquino, san Ireneo de Lyon, y entre los españoles, san Juan de Ávila, santa Teresa de Jesús o san Juan de la Cruz. Auténticas luminarias en la historia religiosa e intelectual del cristianismo y, por consiguiente, del mundo.
No es fácil exagerar la importancia de la personalidad y de la obra de John Henry Newman, una obra estrechamente vinculada a su trayectoria biográfica y a su incansable búsqueda de la verdad. Siendo anglicano, desempeñó el cargo de “Tutor” del “Oriel College” y de párroco de Santa María, en Oxford. Recibido en la Iglesia Católica en 1845, propició la creación de los Oratorios de Birmingham y de Londres, promovió la Universidad Católica de Irlanda y fue creado cardenal por León XIII en 1879. Beatificado en Birmingham por Benedicto XVI el 19 de septiembre de 2010, fue canonizado en Roma por Francisco el 13 de octubre de 2019.
La enumeración de algunos de sus libros nos permite calibrar la amplitud de sus inquietudes y desvelos. Merece mucho la pena leer, o releer, su autobiografía, “Apologia pro vita sua”, que testimonia su singular camino de acercamiento a la fe católica. “Los arrianos del siglo IV” muestra su conocimiento de la antigüedad cristiana y del pensamiento de los padres de la Iglesia. El “Ensayo sobre el desarrollo de la doctrina” pone de relieve el carácter histórico de la comprensión teológica que el cristianismo tiene de sí mismo. Los “Sermones Universitarios” y, sobre todo, la “Gramática del asentimiento” profundizan en los motivos racionales de la fe. Su preocupación por la educación se expresa, por ejemplo, en los “Discursos sobre el fin y la naturaleza de la educación universitaria”. La lista podría ampliarse muchísimo más.
Con motivo de su canonización en 2019, el entonces Príncipe de Gales, hoy el rey Carlos III, había publicado un interesante artículo en el periódico vaticano “L’Osservatore Romano”, titulado “John Henry Newman: la armonía de la diferencia”. Entresaco algunas afirmaciones de este texto: “En un tiempo en que la fe estaba siendo cuestionada nunca como antes, Newman, uno de los más grandes teólogos del siglo XIX, aplicó su intelecto a una de las preguntas más apremiantes de nuestra era: ¿cuál debería ser la relación entre la fe y una era escéptica secular? Su compromiso, primero con la teología anglicana y luego, después de la conversión, con la teología católica, impresionó incluso a sus opositores por su audaz honestidad, implacable rigor y originalidad de pensamiento”.
Newman amaba Inglaterra. Decía el entonces Príncipe de Gales: “Amaba Oxford, honrándola no sólo con apasionados y eruditos sermones, sino también con la hermosa iglesia anglicana de Littlemore, construida después de un viaje formativo a Roma donde, buscando una guía para su camino espiritual y meditando sobre su relación con la Iglesia de Inglaterra y con el Catolicismo, escribió su amado himno ‘Lead Kindly Light’. Cuando finalmente decidió dejar la Iglesia de Inglaterra, su último sermón, en el que se despidió de Littlemore, dejó a la congregación llorando. Se titulaba ‘The Parting of Friends’, ‘La despedida de los amigos’ ”.
Visitar Oxford, y especialmente Littlemore, ayuda a pensar en lo que el capitán Charles Ryder, uno de los personajes de la novela de Evelyn Waugh “Retorno a Brideshead”, evoca al volver a la mansión de Brideshead durante la II Guerra Mundial, rememorando las regatas de Oxford de 1923. En aquel entonces – “Et in arcadia ego” – Oxford era una ciudad de acuatinta: “Los hombres paseaban y conversaban por sus calles espaciosas y tranquilas como en los tiempos de Newman”.
Ojalá que, en estos tiempos convulsos, pero de un pontificado tan sereno como el de León XIV, la proclamación de Newman como doctor de la Iglesia nos permita pasear y conversar por calles espaciosas y tranquilas, dejándonos guiar por esa “Luz Bondadosa” que el santo inglés siempre invocó en los momentos más difíciles de su travesía.
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